En medio de una espantosa pandemia, que dejará su terrible rastro en las
generaciones futuras con unas huellas indelebles que durarán decenios en forma
de marcas de diversa índole, este inefable País, continúa su proceloso caminar,
en medio del sufrimiento y del intento de sus gobernantes por alterar unas
brutales cifras de víctimas, que no reconocen oficialmente, pero que diversos
medios estadísticos, sanitarios, y de comunicación, establecen en veinte mil más
de los dados a conocer, por lo que el número total a día de hoy se aproximan a
los setenta mil, lo que sitúa a España, como uno de los primeros países del mundo,
en términos relativos, en cuanto a número de muertos se refiere, causados por
la epidemia, situándonos una vez más, en esos tristes lugares de negativo y
aborrecible privilegio, a los que por desgracia, tan acostumbrados estamos.
Lo mismo sucede con la
situación laboral, económica y social, a la que nos han arrastrado quienes tomaron
las decisiones, tarde y mal, a la hora de enfrentar una epidemia que ya se
había manifestado con toda su cruel y brutal fuerza destructiva en China e
Italia, cuando incluso aquí ya se habían dado algunos casos, haciendo caso
omiso de todos estos claros avisos, y de una organización mundial de la salud,
que, con tiempo, avisó para adquirir material sanitario para enfrentar lo que
se avecinaba, algo a lo que se hizo oídos sordos, con las consecuencias espantosas
que tuvo para los sanitarios, que se vieron obligados a improvisar, y en la que
perdieron la vida tal número de ellos, que una vez más, logramos un primer
puesto en el mundo, esta vez en mortandad entre el personal médico, con la
brutal consecuencia para los enfermos que colapsaron los hospitales.
Pero nadie, ninguna
autoridad sanitaria, ha asumido responsabilidad alguna ante este demoledor
desastre, que fue particularmente pavorosa en las residencias de ancianos,
dónde no se tomaron las medidas oportunas para evitar un inasumible y
estremecedor desastre, que ha causado un sobrecogedor dolor ante tanto
sufrimiento por la muerte de decenas de miles de ancianos que se vieron desprotegidos
y marginados ante la pasividad de unas autoridades sanitarias, que ahora, como
en todo lo demás, evaden toda responsabilidad, que cuentan con el beneplácito
de una justicia que ha rechazado las innumerables denuncias presentadas contra
el ejecutivo por su irresponsable gestión de la pandemia, y que tan sólo las ha
admitido en cuanto a la gestión de las residencias se refiere.
Nada nuevo, por
desgracia, para los ciudadanos de un País demasiado acostumbrados ya a unos
gobernantes irresponsables e indignos, que en medio de una desastrosa situación
nacional, no piensan sino en eludir responsabilidades, tirándose los tratos a
la cabeza y culpándose unos a otros,
mintiendo y falseando datos, hechos y circunstancias, en un bochornoso
espectáculo que está consiguiendo que los ciudadanos odien y aborrezcan a
semejantes individuos de todos los bandos, partidos y tendencias, que están
consiguiendo el rechazo absoluto hacia unos políticos que están traicionando a
todo un País.
Un estado que se
constituye en una monarquía hereditaria, que como todas, está a años de luz de
la modernidad propia del siglo XXI, anacronía absurda y fuera de lugar, con el
agravante en nuestros País, de haber caído tan bajo, como para que el rey
emérito haya salido por pies, huyendo de la que se le venía encima, al descubrirse
sus vergüenzas, léase corruptelas, por fraude fiscal, al atesorar grandes
cantidades de dinero en diversas cuentas en otros países, sin declarar aquí, y
sin que el fisco español lo hubiese denunciado y perseguido.
Algo que ha tenido que
sacar a la luz un periódico extranjero, para mayor sonrojo de un gobierno, que
pese a las apariencias, siempre ha procurado la opacidad y falta de
transparencia de una monarquía que juró los principios del fascista movimiento
nacional del dictador, que fue quien lo designó para sucederle, algo
profundamente vergonzante, pese a que lo refleje una constitución, que nos coló
está circunstancia, sin habernos dado la oportunidad de decidir si aceptábamos
semejante situación de una manera clara y rotunda sin ambages ni subterfugios
de ningún tipo.
Descripción
desalentadora de un País, que como dijo hace ya más de un siglo un político
alemán, “España es un País indestructible, porque lleva toda su historia
intentándolo, y no lo ha conseguido”. Nada nuevo por lo tanto. Ahí seguimos,
ocupando los primeros lugares en las listas más negativas y reprobables en
cuanto a avances sociales, científicos, económicos, sanitarios (y nos creíamos
los reyes del mambo en este aspecto), y culturales se refiere.
Y eso que no hemos
entrado a describir la “España de charanga y pandereta, devota de Frascuelo y
de María” tal como dijo Antonio Machado de una España que ahora reconocería,
pese a que en este terreno sí ostentamos, y con diferencia, el número uno en
las listas de la vulgaridad y la chabacanería, sin que nadie pueda hacernos
sombra. Pobre balance para un País que, pese al paso del tiempo, sigue siendo
demasiado reconocible.