El derroche sistemático e
inconsciente, ha llegado en nuestros vulgares y alocados tiempos, a unos
niveles de absurdo e injustificable consumismo, que nos ha conducido a una
desigual carrera hacia ninguna parte, en la que el mérito más valorado, ya no
es el de participar e incluso ganar, sino en exhibir durante la misma, el mayor
y más exuberante, a la par que caro, lujoso y valioso, conjunto de bienes
externos de riqueza, con el mal disimulado propósito de sobresalir y destacar
por encima del resto de contendientes, tratando de dejarlos obnubilados y
boquiabiertos ante el poder seductor de cuantas posesiones se puedan exhibir,
mostrando lo último de lo más actual, lo que acaba de salir hace un instante,
en un ejercicio de estupidez, que no tiene más explicación, que las del ansia
de sobresalir y destacar a base de recurrir a recursos y circunstancias
materiales, siempre externas, que no a unos valores éticos, estéticos y
culturales, de los que sin duda se carece, tratando de sobresalir de esta
peculiar manera que persigue deslumbrar, fascinar e impresionar, llamando la
atención del contrincante, al tiempo que se trata de obtener una auto
satisfacción personal carente de todo valor que no sea el puramente material.
Ya casi nada se repara ni se
conserva, si medianamente se ha utilizado, si adolece de nuevo, si no mantiene
un estado de conservación perfecto, ejemplar, modélico, si no está como casi el
primer día, así que sencillamente se tira, se cambia, se compra uno nuevo y
santas pascuas, aquí paz y después gloria, para que repararlo, para que
intentar recomponerlo si nos va a salir más caro, si de todas formas va a
seguir teniendo aspecto de viejo, de usado, de segunda mano, no merece la pena,
cambiémoslo, compremos otro nuevo.
Y así, va a la basura un
aparato más que bien podría haber sido arreglado, reparado, puesto de nuevo en
servicio por mucho menos de lo que imaginamos, pues siguen habiendo,
afortunadamente, zapateros remendones, tiendas de reparación de electrodomésticos
de toda la vida, que ahí siguen hoy en día, con una vigencia y una razón de ser
como antaño, tiendas de arreglos de ropa, de prendas de vestir, de arreglo y
composición de muebles y de otros servicios que están proliferando ante las
situaciones de necesidad extrema a la que se está llegando hoy en día, en estos
tiempos difíciles que han conseguido que mucha gente vuelva los ojos de nuevo
hacia ellos, hacia la necesidad de conservar los objetos que pueden y deben ser
conservados, porque su vida aún no ha acabado, porque pueden seguir
utilizándose con una pequeña y poco costosa reparación que esta sociedad parecía
haber olvidado dada la vorágine consumista en la que se halla inmersa, que nos
induce a comprar compulsivamente y a rechazar los bienes que ya no son
absolutamente nuevos, que han sufrido un pequeño desgaste o un deterioro
perfectamente reparable.
Conozco varios de estos
impagables reparadores de trastos viejos y no tan viejos, a los que recurro de
vez en cuando, como es el caso de un zapatero que lleva años en el mismo lugar,
con la misma pequeña tienda de reparación, a la que apenas ha añadido alguna
moderna herramienta que facilita su trabajo, pero que básicamente continúa
igual que hace casi cuarenta años. Le suelo llevar los zapatos que repara de
una eficiente manera y todo con unas tarifas absolutamente moderadas. Le he
llevado hace poco unas zapatillas de deporte con unos cuantos años, que han
soportado mal el paso del tiempo y que han estado en el borde del cubo de la
basura multitud de ocasiones. Les ha echado un vistazo y sin dudarlo, me dice:
para cuando las quieres, no tengo prisa, le digo. Mañana por la tarde están. Qué
satisfacción verlas otra vez como nuevas.