martes, 16 de noviembre de 2021

UNIVERSOS PARALELOS

Después de milenios de difícil y traumática convivencia, la especie humana sigue comportándose y, por lo tanto, pensando, como si fuese acreedora de ser considerada como la civilización única y singular, que ocupa el centro del universo, sin posibilidad alguna de que otras, aunque no neguemos su existencia, puedan hacernos la menor competencia, por lo que vivimos, como si de hecho fuésemos una auténtica y completa singularidad en un universo de proporciones gigantescamente desproporcionadas para nuestra limitada mente, dónde encontramos acomodo, como si nada existiera a nuestro alrededor, salvo nosotros mismos.

Nuestro ritmo de vida no nos permite entrar en estas disquisiciones, que nos harían perder la perspectiva de nuestra existencia en un mundo que identificamos con el Cosmos, cuando apenas somos un levísimo intento de un sueño de sutil y etérea existencia, que se sustenta en un mínimo espacio que ocupamos en un planeta, que forma parte de un sistema mínimo y elemental, dónde nos consideramos propietarios de una civilización única y prodigiosamente poderosa, sin intento alguno de relativizar tan soberbias apreciaciones, tratando de ampliar nuestras cortas miradas hacia el ciclópeo y vasto universo dónde nos encontramos, centrándonos en exclusiva en este minúsculo espacio vital que nos acoge, y que tendemos a considerar único y exclusivo.

Sin embargo, los científicos, como humanos que parecen de otros mundos, sí están empeñados en encontrar nuestro lugar en el universo, y no cesan, afortunadamente, y como es su obligado deber, de pensar por nosotros, y tratar de encontrar respuestas a cuál es nuestro sitio en este gigantesco escenario, y así, elaboran teorías, por ahora indemostrables, acerca de los llamados universos paralelos, que nos situarían en un multiverso, dónde tendríamos realidades múltiples, dónde cabrían todas las posibilidades, vivencias y circunstancias que rodearían nuestra existencia, con infinitas situaciones que nos afectarían, y que condicionarían nuestras múltiples vidas, haciéndolas diferentes y singulares, sin que posiblemente, estos mundos  pudieran encontrarse jamás.

Réplicas de nosotros mismos, de nuestro mundo conocido, que nos acompañarían en paralelo, sin posibilidad de coincidir, ni en el tiempo ni en el espacio, mundos adyacentes al nuestro, que podrían dejar rastro en la radiación de fondo de microondas, lo que daría oportunidad para comprobar su existencia, algo que no ha sucedido hasta el presente, pero que no se puede descartar, junto con la teoría de cuerdas, que el desarrollo de la física cuántica y la búsqueda de la teoría unificada – teoría cuántica de la gravedad –podrían dar lugar a facilitar la comprensión de los universos paralelos, que darían un gigantesco impulso a la búsqueda de otros mundos diferentes y simultáneos al nuestro, lo que daría una respuesta tan ansiada como hasta ahora negada a los seres que habitamos este mundo en el que vivimos, y que pensamos no es el único que puebla el universo.

Bajándonos al nivel de los humanos no científicos, de los seres que nos movemos al nivel del día a día, sin inquietudes ni pretensiones que  nos lleven más allá del mundo que habitamos, sin entrar siquiera en consideraciones filosóficas, aunque pudiera parecerlo al elaborar pretendidas teorías más o menos fantasiosas e ilusorias, cabe llegar a pensar, que una vez percibido y apenas imaginado el concepto tan inalcanzable para nuestra mente como el de la ciclópea magnitud del universo, resulta fácil pensar que semejante espectáculo, tan prodigioso y soberbio como fascinante, no puede existir para ser contemplado solamente por nosotros, apenas un puñado de seres humanos, en un minúsculo planeta.

 Debe de estar ahí, para ser admirado por billones de civilizaciones que han de poblar un inmenso universo, que de ninguna forma podría existir sin ellos, sin los oportunos espectadores, sin la existencia de la vida, al margen de consideraciones creacionistas, que no son necesarias, ni por supuesto creíbles, para la existencia de tan maravilloso, soberbio y gigantesco espectáculo, surgido de la materia, la energía y la magia de tan prodigioso universo.

lunes, 1 de noviembre de 2021

CON LAS MANOS ABIERTAS

Abro mis manos, con las palmas mirando al cielo, y las contemplo larga e intensamente, tratando de leer en ellas la historia de mi vida, de los largos años  pasados, hasta llegar a un presente cierto y lúcido, que me permite observar el mundo con serena y abierta reflexión, tratando de no engañarme, de no decepcionarme, de seguir creyendo en lo que soy, de no relegar de un pasado, que aunque amable y grato, ya no tiene razón de ser, salvo para distraer la mente y atesorar recuerdos, que no logran condicionar mi existencia, pese a su persistencia en una memoria, que los albergará para siempre, sin renegar de ellos, para aprender, para mejorar,  aunque las comparaciones, no siempre son válidas.

Miro mis manos abiertas, como si leyera en ellas, y les doy la vuelta con las palmas hacia abajo, y así, extendidas, contemplo las de mi madre, idénticas, copia fiel, absoluta y original, de las suyas, con la piel tersamente agrietada, con largas y profundas nervaduras que guían las venas por donde corre su misma sangre, la de una mujer amable, buena y cariñosa, que tanto echo de menos, que tanto recuerdo cada día, cada vez que mis ojos se posan en estas manos que son las suyas, las que ella me dio, las que conservaré para siempre, las que harán que su perenne recuerdo me acompañe amablemente hasta el fin de mis días.

Manos que me hablan, que se dirigen a mí como si fueran algo externo, algo extraño a mi cuerpo, un ser completo y diverso, pero dialogante y familiar, como si tuviesen vida propia, que me miran, me observan y se dirigen a mí con confianza, de una forma transparente y cristalina, como si me hablaran, comunicándose conmigo para recordarme que, al fin y al cabo, somos una unidad, un solo cuerpo, dónde ambos se compenetran y entienden, hasta el extremo de establecer un diálogo permanente, que se inicia en cuanto mis ojos se encuentran con ellas en actitud de mostrar su conocimiento contenido en ellas, como si de una fuente de sabiduría se tratara.

Manos que me reconocen, que me hablan en silencio cuando las miro, frente a mí, con las blancas y vacías palmas, que como cuencos de madera agrietada, me interrogan al mismo tiempo, preguntando cómo me siento, cómo llevo cada uno de los días que llevamos juntos, que son muchos e inseparables de nuestra forzosa unión, manos que dejan de mirarme cuando las bajo, pegadas a mi cuerpo, en un gesto de reposo, de sumisión, de descanso tan necesario como deseado por ellas y por mí, después de tanto tiempo juntos, conviviendo amigablemente, en un consentido y deseado acuerdo, que a ambos nos llena y nos conviene.

Me miro las manos como si fueran un espejo dónde mi imagen se refleja sin alteraciones, sin falsas apariencias, devolviéndome la expresión de mi rostro de forma clara y real, sin pretensiones que pudieran intentar falsear mis gestos, mi mirada, mi expresión serena mientras las contemplo, en un gesto de agradecimiento que ellas entienden y comprenden, con una absoluta precisión, que no deja lugar a duda alguna, en cuanto a firmeza y sinceridad se refiere, a la hora de replicar cuanto mis manos observan, siempre con una absoluta y decidida entrega y dedicación, que valoro y sinceramente agradezco.

Levanto las manos a la altura de mi cara, en una actitud religiosa, de respeto, de sumisa y devota veneración, las acerco para visualizar mejor los surcos que las cruzan, que las atraviesan de una limpia y sutil forma, como si estuviesen prodigiosamente delineadas por una portentosa y clara inteligencia que definiese con ellas las claves de la longevidad, del corazón, y del destino que la vida me reserva, grabadas en unos centímetros de piel que me acompañarán inmutables y permanentes como señas de identidad del cuerpo y la mente a los que están indefectiblemente unidas.

Las contemplo con suma atención, tratando de leer en ellas el relato de mi existencia, de mi vida, como si ellas contuvieran los capítulos que narran cada uno de los días de mi ya larga existencia, de mis vivencias escritas en las invisibles páginas que adivino escritas en cada milímetro de la ya leve y sutilmente arrugada piel, surcada por las venas y arterias que se encargan de almacenar los recuerdos del pasado, a fuerza de circular por ellas, cada uno de los minutos de los días de mi vida, recogiendo incansables todas y cada una de las vicisitudes de mi diaria presencia en este atribulado mundo en el que me ha tocado vivir.

Las miro con una mezcla de admiración y tristeza, pensando en su aspecto dentro de diez, de veinte años, cuando quizás ya no se me conceda el privilegio de observarlas, cuando ya no sean ni ellas, ni yo, de este mundo, cuando se hayan convertido en polvo de estrellas que alimentarán otras vidas, ajenas a la mía, pero con un poso de mi esencia que renacerá en un nuevo ser nacido de mi cuerpo, y de estas manos que contemplo de nuevo con una renovada alegría, que compensa con creces, la ausencia que serán un día.