domingo, 23 de diciembre de 2012

EL PARADO INVISIBLE


Asombra cómo últimamente, una y otra vez, nos adelantan que la economía está mejorando, cómo la balanza comercial nos es favorable, cómo los objetivos de déficit se van consiguiendo, el consumo, la fiscalidad, los ingresos por diversos conceptos, todo va viento en popa, y continúan con las previsiones asegurando que el año que viene será mucho mejor, que alcanzaremos múltiples objetivos económicos hoy sumamente deteriorados, la actividad económica mejorará notablemente y así llegan incluso a hacer previsiones para dentro de dos años, asegurándonos para entonces un futuro tan prometedor, que resulta envidiable para un País hoy en la ruina,  ya que habremos salido con creces de la recesión y creceremos hasta nadar en la abundancia.
Ni una palabra sobre el desempleo, ni una cita sobre los seis millones de parados que sabemos que seguirán creciendo los próximos años, ni una mención a los sin trabajo, ni una sola alusión a quienes no tienen ni encontrarán empleo en mucho tiempo, quizás en precario o posiblemente jamás. Nada, sencillamente no existen, se han hecho invisibles, etéreos, se han esfumado, los ignoran, no desean citarlos, han desaparecido de la escena y no cuentan en absoluto en los cálculos a futuro – a presente ya se les da suficientemente de lado - para relanzar una economía para la que no cuentan con su concurso, como si no pensaran ya en ellos, como si los descartaran definitivamente de la población activa del País.
Entonces, me pregunto cómo piensan relanzar una economía que necesita que se active el consumo, que se aumente la productividad a la par que se crean nuevas empresas, si para ello es fundamental que los ciudadanos sean contratados, salgan del desempleo encontrando un trabajo, con el consiguiente aumento de la productividad, disfrutando en consecuencia de unos ingresos que reactivarán el consumo y dinamizarán la economía logrando al mismo tiempo que la lacra del paro disminuya progresivamente.
Pero no, a ellos no los citan, no entran a formar parte de un juego que sin ellos no puede acabar sino perdiendo la partida, pues continuar no ya con la cifra actual de desempleo, sino con un número que irá creciendo en los próximos años, constituye un auténtico despropósito que nadie puede entender. Sencillamente parece que ignorándolos se lograría partir de cero, evitar un engorroso problema que liberaría la economía y facilitaría la salida de la crisis. Pero no es así, el problema está ahí y sin su resolución no hay salida posible ni crecimiento ni se puede alcanzar objetivo alguno, ni económico ni social.
Cualquiera que esté al tanto de la situación de los parados en este País no debería sorprenderse de la consideración que les merece a los presentes gobernantes y que como consecuencia hagan sus planes, cálculos y previsiones sin tenerlos en cuenta. Pongo por ejemplo – hablo de la Comunidad de Madrid, pero sé positivamente que lo mismo ocurre en otras – cómo han reducido prácticamente a cero la formación que mantenía en el aula durante varios meses al año a un elevado número de desempleados formándose en diversas especialidades con vistas a poder incorporarse al mundo laboral con una mejor preparación que facilitase dicha incorporación con mayores garantías, a la par que suponía una auténtica cura psicológica al estar ocupados durante varias horas al día en lugar de ver pasar las horas y los días en blanco, con la mente dándole vueltas a la remota posibilidad de encontrar un trabajo.
Si a esto unimos que muchos de ellos no se han estrenado aún en el mundo laboral, como los jóvenes, que otros no cobran prestación alguna, otros que la han agotado y todos sumidos en la desesperación más absoluta, su futuro es tan poco halagador y su destino tan sumamente incierto, que parece preferible no contar con ellos, como si se hubiesen extinguido, para de esta forma hacer previsiones que no consideren la formidable carga que suponen. Está claro, sin ellos, dejándolos a un lado, haciéndolos invisibles, las cuentas cuadran mucho mejor.
Pero están ahí, y si así los tratan, se debe en gran parte a que es un colectivo que no les crea problemas, que no se organizan, que no salen a la calle como tantos otros, que no protestan. Pero a este paso, necesaria y forzosamente se harán oír y crearán los problemas sociales que muchos se preguntan cómo aún no han tenido lugar. A lo mejor entonces los tienen en cuenta y vuelven a contar con ellos, cuando quizás ya sea demasiado tarde y la solución se complique hasta extremos en los que preferimos no pensar.

jueves, 20 de diciembre de 2012

MI MUY MEJORABLE GOBIERNO


Cada vez es más difícil señalar los elementos característicos diferenciadores de los partidos políticos, de sus idearios, ideologías y demás peculiaridades, singularidades y propiedades varias que los determinan y que deberían constituir el conjunto de características a ofrecer a la opinión pública en general y a sus afines en particular, las cuales se van difuminando de tal manera que a la hora de la verdad, una vez llegados al poder, todos parecen comportarse igual, todos presentan las mismas maneras y todos se olvidan por igual de quienes los auparon a sus puestos actuales, es decir, sus votantes.
No obstante, al menos formalmente, la izquierda – no sé si aún debería llamarla así –  mantiene unas posiciones éticas y estéticas que denotan una sensibilidad y una sutil delicadeza que la derecha ni tiene ni parece querer poseerla, sobre todo ahora, que ostenta un poder omnímodo, absoluto y total, que ejerce con altanera osadía y con una suficiencia insultante, que de todas formas en poco se diferencia de cuando el partido que ahora está en la oposición se encontraba en similares circunstancias, aplicando ambos, cada uno en su momento, el conocido y muy recurrido y socorrido rodillo que todo lo arrasa.
Estos con su altiva arrogancia y aquellos con su insoportable talante, ofrecen y ofrecían un penoso y lamentable espectáculo que ni se molestan en disimular. Supongo que la soberbia del poder les domina y cambia hasta tal punto de que olvidándose de quienes les situaron hasta adonde ahora están, se dedican a gobernar hacia adentro, para ellos y por ellos, haciendo oídos sordos de todo cuanto se mueve a su alrededor, que parece no existir, como si se hubieran quedado solos, ciegos y sordos de tanto mirarse y escucharse a sí mismos, con una complacencia tal que no están más que para contemplarse el ombligo.
Más que sorpresa, extrañeza y confusión, es la que ofrece la actual respuesta del presente gobierno a los acontecimientos que diariamente tienen lugar en la calle, causan desconcierto, pasmo y estupefacción, pues a las críticas diarias que surgen por doquier hacia su actuación en todos los terrenos, se unen las manifestaciones diarias y algaradas varias por parte de numerosos colectivos y sectores, léase sanidad, educación, investigación – sólo faltan los desempleados - bien en la calle, bien en los mismos hospitales, colegios, universidades, centros de investigación etc.
Y sin embargo, no se dan por aludidos, no pasa nada, dan la impresión de que no va con ellos, por lo que mantienen su altanera actitud sin un ápice de tímido desconcierto o de una mínima preocupación que denote una receptividad consciente ante lo que está sucediendo, lo cual se traduce en un renovado cabreo por parte de una ciudadanía que no se siente representada por ellos, sino más bien burlada y estafada por quienes no parecen mostrar la más mínima sensibilidad ante los sufrimientos de quienes han de soportar las duras medidas por parte de un gobierno que no se da por enterado de cuando tiene lugar a su alrededor.
Con todo, lo más ridículo y mezquino es la omnipresente y sempiterna justificación basada en que ellos no tienen responsabilidad alguna ni de la situación actual ni de las consecuencias que necesariamente han de surtir sus decisiones. La culpa recae enteramente en el gobierno anterior y en la famosa herencia recibida. ¿Pero es que jamás van a aceptar la responsabilidad que les corresponda por las decisiones tomadas después de un año en el gobierno? ¿Pasarán los cuatro años de legislatura y continuarán con la misma canción? Resulta inconcebible e insoportable, que desde el presidente hasta el último responsable del gobierno, eludan una y otra vez las consecuencias de sus actos. Yo no he sido, han sido ellos, dicen una y otra vez, en un discurso que ya aburre hasta las ovejas y que deberían obviar de una vez.
Mientras tanto la oposición continúa desaparecida, cabizbaja y sin capacidad alguna de reacción. Menos mal que ya llevo muchos años sin votar, pero el cabreo que comparto con el resto de los ciudadanos de este País es el mismo.
Y no creo aquello de que tenemos los políticos que nos merecemos. O sí.

martes, 18 de diciembre de 2012

QUE EL MUNDO SE ACABA

Y lo lleva haciendo desde donde alcanzan mis más tiernos recuerdos infantiles, cuando los agoreros y profetas diversos, vaticinaban que ese año sí, que con toda seguridad, el mundo tenía los días contados y tocaba arrepentirse de los pecados cometidos a lo largo de nuestra perversa vida, plena de transgresiones, flaquezas y maldades sin cuento, y eso que apenas nuestro estancia en este mundo se remontaba a lo sumo a una edad tal que podía contarse con los dedos de las manos, por lo que a confesarse tocan y a quedar inmaculado y sin mancha para pasar al otro mundo más limpio que cuando a él llegamos, algo nada difícil si tenemos en cuenta que ya lo hicimos con el pecado original a cuestas, que vaya usted a saber dónde, cómo y cuando lo cometimos.
Al título que aquí figura, considero que habría que anteponerle la correspondiente leyenda en función de la forma y manera en que cada uno piensa despedirse de este atribulado mundo. Y así, podría quedar: Rezad, que el mundo se acaba, o de esta otra: Haced el amor que el mundo se acaba, o disfrutad, cantad, dormid, comed, bebed, soñad, o simple y llanamente, no vayáis a trabajar o no paguéis más impuestos ni abonéis más cuotas ni os preocupéis por nada de nada, que el mundo se acaba,
Pues bien, en esta ocasión se han remontado ni más ni menos que a la civilización Maya, a la que hacen responsable de la profecía que cifra en el día veintiuno del mes doce del año dos mil doce, cuando una vez más llegará el final de este Planeta, que ya debe de estar harto de tanta fantasía inmisericorde. Y es que según el calendario Maya, en dicha fecha el planeta Nibiru se estrellará contra la Tierra, aunque otros auguran otros finales tales como llamaradas solares que arrasarán nuestro mundo y otras sandeces, que alimentadas por las Redes Sociales, han logrado extenderse con suma facilidad entre las asombradas gentes que no salen de su asombro ante tanta sandez social.
Seguro que el día veintiuno seguiremos aquí, pero imaginemos por un momento, que por una vez, y claro está, ya para siempre, efectivamente se acaba todo. Las posibles lecturas que yo haría serían variadas y algunas incluso muy sabrosas y gratificantes, aunque inevitablemente todos quedaríamos afectados por ese final. Mi lectura favorita reflejaría cómo disfrutaría llevando a cabo un portentoso y glorioso corte de mangas a esos poderes económicos – léase bancos y otros usureros varios -  a los que les debemos créditos, préstamos e hipotecas sin cuento y que se van a quedar con las ganas de cobrar.
Esto, al que más o al que menos, le produciría una honda satisfacción que colmaría con creces el obligado abandono de este puñetero mundo, por lo que nos iríamos con una sonrisa en los labios y un ahí te quedas con tus millones, tus comisiones, tus intereses y tu letra pequeña, que de nada te van a servir, pues todo quedaría reducido a la nada, y nada por lo tanto podrían requerirnos si volvemos a encontrarnos en otro mundo, lo cual razonablemente dudo aunque ya me gustaría verlos venir a reclamar sin papeles ni pólizas ni contratos ni órdenes de desahucio con los que poder justificarse. Merecería la pena verlo.
Y qué me dicen de los que han ido acumulando inmensas fortunas y propiedades, fruto de corruptelas y desmanes sin cuento en paraísos fiscales, en bolsas de basura o bajo las losetas del garaje. Poco van a disfrutar y mucho van a lamentar poseer tanto y disfrutarlo tan poco. Los veo tirándose de los pelos y comiéndose los billetes de quinientos euros mientras la bola de fuego que ha de arrasar la Tierra destruye sus posesiones repartidas por todo el mundo, ese mundo que, fatídicamente y sin que sirva de precedente, seguirá aquí, tal como lo vemos hoy, el día veintidós de diciembre, por lo que no podremos darnos el sumo placer de mandar al carajo a quienes seguiremos abonando las cuotas.
Claro que en una segunda lectura, podríamos contemplar el caso en el que el mundo se acabe el día siguiente del vencimiento final del maldito crédito, cuando ya lo habríamos pagado después de años de sufrimientos y penurias que por fin terminan para nuestra honda satisfacción.
Sería una cruel e irreparable ironía del destino, por lo que dejaremos las cosas como están, y el veintidós de diciembre seguiremos pagando las cuotas del crédito, los numerosos impuestos directos e indirectos, las variadas tasas y las numerosas facturas que nos persiguen cada día, iremos a trabajar cada mañana, si procede, claro está, y a ver si el año que viene los agoreros afinan un poco más y poniéndole un poco más de imaginación auguran el fin del mundo sólo y exclusivamente para los bancos.
Seguro que el resto del mundo saldría a la calle a celebrarlo.

viernes, 14 de diciembre de 2012

UN PAÍS ADOLORIDO

Los sufridos ciudadanos contemplan cómo transcurren cada uno de sus días con una certeza y asombrosa continuidad que no defrauda a nadie, sucediéndose los unos a los otros con una admirable parsimonia y con una sutil suavidad casi transparente que los hace más llevaderos, más agradecidos, más comprensibles, pero no por ello menos tozudos, sabedores de su incierto contenido que los convierte en caballo de batalla diaria para tanta gente doliente, afligida y quejumbrosa, para quienes los días poseen una carga excesiva en horas, durante las cuales no pueden evitar oír y ver cuanto sucede en un lugar donde les ha tocado vivir su destierro en unos casos, su abandono en otros y siempre, casi siempre, la marginación y el extrañamiento dentro de su propio País.
Hablo de esa cuarta parte de la población que no tiene trabajo y que contempla su futuro con angustiosa ansiedad. De quienes aún en una edad laboral aceptable, desesperan al mirar hacia adelante y no ver perspectiva alguna, y ello con aún muchos años por delante para llegar a una jubilación a la que quizás incluso lleguen demasiado tarde. De quienes aún no han tenido ni una oportunidad de entrar en ese mundo del trabajo y no tienen otra alternativa, siempre y cuando tengan la cualificación solicitada, que salir de un País que no los quiere ni valora. De quienes se les considera ya ancianos laborales, por el hecho de no cumplir ya los cuarenta, aberración donde las haya, y que verán cómo sale el sol uno y otro día sin nada nuevo que les aporte ilusión y esperanza alguna.
De esas espantosas cifras de familias desahuciadas, expulsadas de sus casas por no poder llevar a cabo unos pagos a los que sus precarias condiciones económicas no pueden hacer frente, con el agravante de verse obligados a seguir pagando al banco que se queda con el piso, mientras el gobierno y la oposición se reúnen, por una  vez, para sacar a la luz una chapuza de moratoria, insuficiente, irrelevante y ridícula que no resuelve nada, que sólo es una tímida respuesta obligada por una sociedad que se lanza a la calle ante una injusticia manifiesta que ya ha costado varias vidas y que ha dejado en la calle a cientos de miles de ciudadanos indefensos ante una ley injusta y una posición abusiva de los bancos que no dejan de recibir inmensas cantidades de dinero tanto público como privado, como de una Comunidad Europea tan insolidaria como inútil ante los problemas que acucian a sus ciudadanos, ocupados como están en resolver sus propios problemas al margen de los demás.
 Y qué decir de una justicia que da la espalda, como siempre, pero ahora de una despótica forma, al implantar unas tasas que dejan fuera del alcance de las posibilidades del ciudadano de a pie a la hora de plantear cualquier pleito, por elemental que sea, al que tendrá que renunciar por no poder afrontar su pago, como ocurre con la atención sanitaria, que abandona a una gran parte de los ciudadanos, desamparándolos con continuos y diversos gastos a la hora de afrontar los pagos de las recetas, de utilizar una ambulancia, y, sobre todo, de necesitar un tratamiento que exija una operación, lo cual puede llevarle meses de espera, empeñados además, en privatizar una sanidad pública que nunca debería constituirse en un negocio.
Y así, llegamos a la educación, a la formación y la investigación, con unos recortes que van a conllevar un formidable atraso en un País que ya ocupa los últimos lugares en cuanto a nivel educativo, formativo y de investigación, como demuestran las estadísticas que sonrojan a cualquiera y que van a hacer retroceder a España hasta niveles desconocidos en una sociedad moderna.
No podemos olvidarnos de las Comunidades Autónomas, derrochadoras e insolidarias, cada una a su aire, con el aporte de algunos dirigentes insensatos y de una necedad tal que raya en la estupidez y en la insumisión que se aprestan a publicar a viva voz ante la irracionalidad y el fanatismo radical de quienes les aplauden de forma irreflexiva sin ser conscientes de adonde pueden conducirles sus pretendidos líderes en su alocada huída hacia adelante.
Y a todo esto, sufrimos de un gobierno que parece empeñado en llevar la contraria a sus ciudadanos, los cuales contemplan con estupor cómo cada día toman nuevas y desatinadas medidas que están logrando que la gente salga a la calle día sí y día también, de todos los sectores, donde ya sólo faltan los jubilados, también lesionados en sus intereses, que a este paso se unirán también a las manifestaciones con lo que pronto veremos al País entero ocupando las avenidas, las plazas y las calles constituyendo una masa tal, que confiamos en que por fin el gobierno abandone su autosuficiente sonrisa y su chulesco talante, y reconozca por fin que este País no se queja de vicio, sino que está sincera y enérgicamente adolorido.

viernes, 7 de diciembre de 2012

LA PAZ DE LOS CAMPOS


           Recorrer los numerosos pueblos, pueblecitos y aldeas, durante los duros y largos meses del invierno que salpican y soportan las llanuras de la antigua Castilla la Vieja, hoy Castilla y León, supone una experiencia a la vez gratificante y triste, hermosa y desoladora que proporciona una sensación de fría soledad y de nostálgica ausencia que inunda el espíritu de una mezcla de angustia vital y de cálida y contenida emoción, que contrasta con el frío ambiente que nos acompaña, mientras recorremos sus calles, callejuelas, plazas y plazoletas, desiertas, gélidas, sin más aparente vida que la que surge en los leves espacios verdes que salpican de vez en cuando la idílica estampa invernal.
            Las montañas siempre próximas, aledañas, lo parecen así, por el manto blanco que las recubre durante el invierno y que las hace destacar intensamente en el horizonte. La nieve alfombrando los campos llega hasta sus límites cubriendo los tejados de los pueblos, que asentados a los pies de la sierra, parecen,  postrados en sus laderas, como si estuvieran esperando la oportunidad de escalar el gigante nevado o  quizás más bien de acompañarlo en su casi eterna soledad.
      El aire parece cortar como invisible y afilado cuchillo, y el silencio atronadoramente perceptible que todo lo envuelve, se torna en paciente compañía, sensual y sugerente que nos acaricia tibiamente con una sutileza tal que nos complace, nos agrada y nos colma de una paz indescriptible, inenarrable, desconocida para el habitante de la gran ciudad cuyos sentidos son cruelmente castigados por las inclemencias propias de una sociedad de vértigo, que ha dejado desiertos los campos y las zonas rurales, para alojarse en gigantescas aglomeraciones donde la vida se ha trocado en una completa locura inhumana donde no cabe el sosiego ni la serenidad necesarias que todo ser humano necesita.
            Tan sólo el humo de las chimeneas permite adivinar que la vida continúa latente en el interior de unas casas de recios muros que preservan del tórrido frío a sus moradores, sentados al amor de la lumbre o del cálido y acogedor brasero que crean una atmósfera de serena paz y reposada tranquilidad que se refleja en los semblantes de las gentes y que tiene su traducción diaria en sus quehaceres que desarrollan sin prisa, sin urgencia alguna, con una parsimonia tal que les permite vivir de tal manera que todo se desenvuelve a su alrededor a una velocidad reducida a la mínima expresión, sobre todo en esta estación invernal en el que los campos reposan a la par que sus moradores a los que apenas requieren para su mantenimiento.
            Es la paz de los campos, el sosiego relajante y vivificador, envidia de quienes vivimos con una presteza continua y una celeridad agobiantes que choca frontalmente con los principios que rigen la unión con una naturaleza a la que pertenecemos y de donde al fin y al cabo surgimos y que hace tiempo dimos de lado en una decisión absurdamente esquiva y equivocadamente tozuda que se vuelve diariamente contra nosotros recordándonos con ello que no debemos volverle la espalda, que es nuestra aliada, que la agresión permanente a la que la sometemos es un tremendo error que pagamos muy caro.
            Es una lucha perdida de antemano. Las fuerzas de la naturaleza son sabias y poderosas, y contra ellas estamos absolutamente indefensos. ¿Por qué entonces nos obstinamos en agredirla? Contaminamos las ciudades haciéndolas insoportables con insufribles niveles acústicos, ensuciamos su aire y la hacemos inviable para una vida soportable. Contaminamos los ríos y los mares, y llevamos los inmundos desperdicios hasta los lugares más recónditos donde reposan en paz las montañas que ahora quieren ser remontadas por multitud, sin el menor respeto hacia ellas, que heridas en su dignidad de milenios, se cobran de vez en cuando,  en forma de vidas humanas, tamaño desafío.
            Quizás debiéramos volver la vista atrás, hacia las zonas rurales abandonadas hace tanto tiempo. La vida allí es agradecida, sencilla y de  una tranquilidad inquietante para quien no está acostumbrado a su ritmo relajante y sosegado. Yo visito con frecuencia mi pequeño pueblo, donde me siento plenamente afortunado de poseer una hermosa y sencilla casa que me legaron mis queridos padres. Recorro entonces sus silenciosas y desérticas calles, subo hasta las verdes eras, bajo hasta el próximo río y camino por las praderas que lo bordean, llego hasta el monte, paseo junto al viejo molino, la fuente de los berros, las alamedas, los huertos, siempre con la vista de mi viejo pueblecito Segoviano, a los pies de Somosierra, que sigue ahí, vigilante y generosa de nieves como siempre. Tal como la recuerdo desde mi más tierna infancia.

lunes, 3 de diciembre de 2012

ACOSO EN LA RED

                 Según un reciente informe, devastador donde los haya, determinados estudiantes utilizan las enormes facilidades que les brindan las denominadas Redes Sociales para insultar de formas diversas a sus profesores, en una triste, deplorable y miserable demostración de una total falta de respeto que les sitúa a la altura de quienes carecen de la sensibilidad mínima necesaria para apreciar y valorar a las personas que dedican su tiempo y su vida a transmitirles sus conocimientos, en un acto de servicio y dedicación que no tiene parangón en una sociedad que nunca los ha valorado como debiera hacerlo, que no los ha reconocido nunca como uno de los pilares de la misma y que los ha reducido en demasiadas ocasiones a meros actores de reparto de segunda fila encargados de entretener a los hijos en el horario escolar.
            Utilizando los medios tecnológicos a su alcance, se dedican estos desagradecidos a fotografiarlos en las aulas, o en situaciones deliberadamente comprometidas acompañando las mismas con comentarios ofensivos y relatos varios con la pretensión de desacreditarlos en un intento de incalificable maldad que no encuentra justificación alguna, con el agravante de hacerlo de forma anónima y cobarde valiéndose de instrumentos que les permiten alterar y tergiversar la realidad y los hechos que presentan con la única intención de ofender a quien cada día dedica su tiempo a abrir su mente al conocimiento.
          He dedicado casi toda mi vida a la enseñanza. He amado profundamente mi profesión y me ha correspondido siempre con la inmensa satisfacción de contemplar cómo día a día mis alumnos ampliaban sus conocimientos en las diferentes áreas que tuve la suerte de impartirles. Más adelante, pasados los años, he seguido en contacto con ellos, precisamente a través de esas Redes Sociales que nos han permitido reencontrarnos y recordar aquellos hermosos tiempos en los que yo enseñaba y ellos aprendían.
          Pensar que ahora utilizan esas tecnologías para insultar a sus maestros, me infunde una tristeza, una profunda indignación que no logro entender, una injusticia que no tiene justificación alguna y una dolorosa incredulidad hacia una situación que pone en evidencia a una sociedad que alberga en su seno a estos insensatos de los cuales poco se puede esperar, ya que con estas actitudes están poniendo de manifiesto un total desprecio por la cultura, por su formación y, sobre todo, por las personas que se volcaron en ellos y en su formación.
          Pese a las innumerables consideraciones que podríamos contemplar y que se dan en esta enloquecida sociedad y que podrían alegarse como vacuas justificaciones o inútiles eximentes para tratar de disculpar estos comportamientos, no encuentro, de ninguna manera, que cualquiera de ellos que puedan hallarse, les sirvan de disculpa, descargo o alegato alguno a su favor. Son la mayoría de ellos personas en pleno uso de su razón con la suficiente capacidad para distinguir el bien del mal, para discernir entre el respeto y el insulto y para discriminar la libertad del libertinaje que conllevan sus actuaciones profundamente reprobables, que buscan ofender, zaherir y causar dolor y sufrimiento a sabiendas de que lo van a lograr con el perverso añadido de que lo hacen sin dar la cara, utilizando para ello unos medios tecnológicos que no merecen tener a su alcance.
          Hay cualidades humanas que nunca cambiarán por mucho que el tiempo pase y evolucione la sociedad donde se ponen de manifiesto. El respeto es una de ellas, la educación bien entendida es otra y la capacidad de sentir el agradecimiento debido hacia otras personas es una más, entre las muchas que podrían citarse y de las que carecen estos individuos carentes de la sensibilidad necesaria para mostrar sentimientos como los citados. Yo como tanta gente de mi generación, después de tantos años, recuerdo con respeto, admiración y agradecimiento a los maestros que tuve en mi niñez, el mismo respeto que siento y que agradezco infinitamente a mis antiguos alumnos que después de todo el tiempo que ha pasado siguen recordándome con afecto. Gracias les doy por ello y por permitirme compartir entonces no sólo mis conocimientos, sino unos hermosos tiempos que siempre recordaré. Por todo ello les quedo eternamente agradecido.