viernes, 25 de octubre de 2013

EL TRABALENGUAS

Los resultados de las estadísticas relativas a la educación en España, arrojan unos datos escalofriantes por negativos y desalentadores. No solamente ocupamos uno de los últimos lugares en Europa en cuanto a rendimiento escolar, sino que además, progresamos negativamente, ya que en los últimos diez años, el nivel educativo entre los jóvenes ha ido descendiendo paulatinamente, de tal forma que ocupamos el cuarto puesto, por la cola de toda la Unión Europea, lo cual nos da una idea de dónde nos encontramos, y sólo el País Vasco y Navarra, han logrado acercarse a los objetivos europeos de Lisboa de 2010 – se trataba de superar el 85% que marcaban estos objetivos -  sin llegar a alcanzar los valores propuestos, situándose a menos de quince puntos, mientras que el resto de España se ha quedado a veinticuatro puntos del valor fijado, lo cual supone una importante desviación, que aunque la mayoría de los países no consiguieron alcanzar, España, como de costumbre, se quedó a la cola de los mismos.
No sólo el abandono escolar es el causante de parte de los estragos causados, sino que los sistemas educativos eminentemente inestables, debido a la siempre cambiante política educativa en función del partido gobernante, causa el desánimo y el desconcierto entre el profesorado, sometido a un continuo vaivén que consigue de esta forma desestabilizar el sistema a base de continuos cambios en las orientaciones pedagógicas y metodológicas, que conducen a una inestabilidad constante de un sistema que pide a gritos una perdurabilidad, solidez y permanencia en el tiempo, algo que se les viene negando desde el principio de los tiempos.
Podríamos encontrar otras causas que motivan el bajo rendimiento escolar, localizadas en el ambiente familiar y social, hoy más alterados que nunca, que pueden influir, sin duda, en dichos resultados, pero no son absolutamente representativos, ya que el problema viene de mucho más atrás, cuando la situación económica era más estable y los recortes que hoy sufrimos no se daban en estos ambientes y sin embargo, los resultados académicos, no obstante, diferían muy poco de los actuales, mientras que la falta de firmeza, equilibrio y consistencia del sistema educativo, siempre se ha hecho notar con los efectos devastadores que ya conocemos.
Deberíamos profundizar pues, en la falta de continuidad y solidez del sistema, que es uno de los causantes del problema que nos ocupa, pero no sólo de su equilibrio y permanencia en el tiempo, sino también de los contenidos impartidos en las aulas, muchas veces inadecuados, obsoletos y desfasados, sin adaptación a los tiempos actuales, con un exceso de conocimientos, muchos de ellos anacrónicos, y con un defecto de presencia de otros, que se han demostrado útiles y sumamente beneficiosos para el desarrollo de la lógica y el razonamiento, como el ajedrez, que potencia además la capacidad lectora, la concentración, la creatividad y el rendimiento escolar en general, como ha quedado patente y demostrado en muchos países que lo utilizan en los contenidos escolares con excelentes resultados y que apenas tiene presencia en nuestras escuelas, salvo que a título particular, bien el centro, bien los enseñantes, se decidan a implantar dicha disciplina que se ha revelado sumamente eficaz.
Una mejor y más adecuada preparación del profesorado, adaptándola a los tiempos actuales, al uso de los nuevos medios pedagógicos que la moderna tecnología nos ofrece, pueden inducir a una mejora de los resultados de los alumnos, por lo que hemos de contemplar también estos aspectos, sin lugar a duda muy a tener en cuenta, a la par que una mayor implicación y concienciación de los padres en la educación de sus hijos, que de diversas formas pueden llevar a cabo, tanto en el ambiente familiar como en el escolar, siempre sin intromisión alguna en la labor del profesorado, que tantos problemas causa, debido quizás a un mal entendimiento de dicha colaboración y a una especial y susceptible sensibilidad por parte de los enseñantes, muchas veces plenamente justificada.
Y una vez aquí, nos encontramos con los conflictos que surgen cada vez con más intensidad en lo relativo a la enseñanza de una de las asignaturas de mayor relevancia para el alumno, que es la lengua. Según la Unesco – organización de las Naciones Unidas para la educación, la ciencia y la cultura – en el mundo se hablan alrededor de seis mil idiomas entre lenguas y dialectos, hasta el punto de que en un mismo país llegan a utilizarse un buen número de ellas, lo cual no facilita en absoluto la comunicación, sino más bien al contrario.
Todo ser humano tiene el deber y el derecho de conocer su lengua, aquella que se habla en su entorno, la que va a utilizar en su vida familiar y profesional, sin restricción alguna, siempre y cuando su conocimiento no interfiera en su educación. El conocimiento de varias lenguas en la escuela es deseable, pero no siempre se puede abarcar un número tal que obstaculice y entorpezca el rendimiento general académico, por lo que debiera centrarse en el conocimiento del idioma principal, aquel que se habla en la inmensa mayoría del país donde se encuentra, a la par que la lengua extranjera más extendida en el mundo y de mayor difusión y por ende la más práctica a la hora de desenvolverse en el futuro tanto personal como profesional del futuro adulto, que sin duda, es el inglés.
Ello no supone de ninguna manera renunciar al conocimiento de un bien de interés cultural como es el de la lengua de la Comunidad Autónoma o ámbito geográfico local donde reside, que utilizará fundamentalmente en el ambiente familiar y coloquial, pero que no le servirá de gran utilidad a la hora de desenvolverse tanto privada como profesionalmente en el resto del País, en el que necesariamente ha de llevar a cabo su actividad en el futuro y menos aún en otros países, donde una lengua minoritaria apenas será conocida y mucho menos hablada, precisamente allí, donde el inglés siempre le será de suma utilidad.
Necesariamente no hay que relegar la lengua de la Comunidad donde se reside al ambiente familiar, sino que puede tener su eco en la escuela, donde contemplándolo siempre desde el punto de vista práctico, el idioma principal de la nación donde vive y el inglés, como idioma predominante en el resto del mundo, han de tener una consideración de privilegio. No es una cuestión de patriotismo mal entendido, es una cuestión de necesidad práctica y fundamental para el futuro de nuestros alumnos a la hora de desenvolverse en un mundo cada vez más globalizado, donde la eliminación de barreras, también las idiomáticas, se presenta como una necesidad para el ser humano que en él vive y en el que se desarrollará su presente y su futuro.

lunes, 21 de octubre de 2013

EL ESTANCAMIENTO

Dejando de lado el concepto de patriotismo, término en desuso para muchos y en continuo ascenso para tantos otros, a la par que en indiferencia e indolente desafecto para el resto, en términos reales y a la vista de los acontecimientos sociales, económicos y culturales que se han desarrollado desde la instauración de la democracia en este singular País, seguimos sin contar gran cosa en la esfera internacional, donde con frecuencia se nos ningunea a ojos vista y donde en demasiadas ocasiones, esta impresión se ve materializada en el trato dado a nuestros presidentes de gobierno, cuando de reunirse con otros primeros ministros se trata, donde podemos observar con una cierta vergüenza ajena, cómo se desenvuelven en la más absoluta soledad, aislados y marginados en el grupo, donde no  parecen contar con ellos.
Parecen encontrarse desorientados, sin que nadie suela hacerles apenas caso, sin entrar a formar parte del grupo de los importantes, donde se cuecen todos los grandes asuntos de estado, como si no fueran capaces de desenvolverse en dichos mentideros, sin que nadie los llame, los reclame, en definitiva, sin meter baza, deambulando por la sala, de un lado para otro, porque nadie cuenta con ellos, salvo los segundos estrictamente necesarios para que alguno de ellos se digne a estrecharles la mano, momento que aprovechan para enfocar las cámaras hacia ese punto, para lucirlo después en casa, donde la prensa y los medios de comunicación afines, reproducirán una y otra vez el honroso momento en el que el máximo mandatario del momento, se dignó cruzar unas frases con nuestro primer ministro, seguramente en nuestra lengua, porque como de costumbre, nuestro representante no sabrá idiomas, quedando en un espantoso ridículo, que desde hace ya muchos años y muchas legislaturas siguen sufriendo los presidentes del gobierno que parecen empeñados en que los otros sean los que aprendan nuestro idioma, en lugar de nosotros el inglés, que es el que dominan todos los demás, lo cual impide una comunicación fluida necesaria para entenderse con el resto, motivo que aumenta aún más la marginación y el aislamiento al que suelen verse sometidos cuando acuden a las frecuentes reuniones de alto nivel.
Y ahí seguimos haciendo el ridículo, como el de nuestros representantes olímpicos, donde tuvimos ocasión de enrojecer de vergüenza, contemplando cómo toda una alcaldesa de Madrid, tuvo el valor y la desfachatez de dirigirse en un inglés macarrónico y suburbial, nada menos que a todo un comité olímpico internacional, a la par que a unos cuantos millones de ciudadanos del mundo, que contemplaron con una mezcla de sorpresa y de una contenida hilaridad, cómo en un tono cuasi infantil, dedicó unos espantosos minutos a narrarles un cuento en un tono indescifrablemente chabacano, tratando de ganarse a un auditorio a base de contarles las bondades de tomar un café con leche en la plaza mayor de Madrid, ciudad que aspiraba a unos juegos olímpicos, que afortunadamente para muchos no se han logrado y que alegremente nuestros representantes daban por conseguido, olvidando la penosa situación económica del ayuntamiento y comunidad de Madrid, a la par que la de España, incapaz de competir, ni por asomo con la de un País serio, pujante y eminentemente solvente como es el de Japón.
Mientras tanto, nosotros seguimos como siempre, estancados en nuestros vicios nacionales patrios, debatiéndonos entre si Cataluña es o no una Nación – después llegarán el resto – declarando los toros bien de interés cultural, al mismo nivel que el museo del prado o la biblioteca nacional, llevando a cabo recortes en la sanidad, la educación, la formación, las infraestructuras y una investigación que aunque ya era escasamente mínima, ahora nos conduce a utilizar frascos de plástico comprados en los chinos para guardar las muestras o a utilizar como medio de almacenamiento de las mismas los recipientes de plástico para guardar los disquetes o a recurrir al ingenio patrio por parte de los sufridos investigadores para poder sobrevivir y alargar un poco más la ya complicada investigación que tanto tiempo lleva en el alero, siempre a punto de derrumbarse, que salvo el oportuno milagro, que no suele producirse, acabará con el centro de investigación cerrado y con los científicos en el paro, haciendo verdad una vez más, aquella sentencia tan de aquí, tan pobre, cutre e impropia de un país moderno: que inventen ellos. Así nos va.

jueves, 17 de octubre de 2013

UN AMIGO AFRICANO

El ser humano ha construido murallas desde el principio de los tiempos con fines diversos, aunque siempre con la intención de cortar el paso a algo o alguien, para protegerse a sí mismo, y así crear un espacio vital propio donde desarrollar su actividad, cercándolo, bien con la intención de protegerse de los elementos agresivos de la naturaleza, ya sean animados o inanimados, bien para defenderse de posibles enemigos también humanos que podrían causarles daños tratando de adueñarse de sus posesiones, llegándose de esta forma a la edificación de las viviendas cerradas y cubiertas, de los muros de contención para contrarrestar efectos devastadores de las fuerzas de la naturaleza desbocadas, y por último de las murallas defensivas del castillo feudal y de las ciudades medievales con el objeto de contener los ataques de los ejércitos enemigos invasores.
Hoy en día, el hombre se ha empeñado en edificar nuevas murallas, que como siempre tratan de cercar, separar y contener, no a un enemigo asaltante, que armado hasta los dientes trate de arrebatarnos nuestro espacio, nuestras posesiones, nuestros dominios, sino que llegan hasta esas artificiales fronteras con las manos y los bolsillos vacíos, sin poseer bien alguno, solamente con la inhumana carga de una desesperación que vienen arrastrando desde sus miserables lugares de procedencia, recorriendo en ocasiones miles de kilómetros a través de paisajes desolados, desiertos y sabanas, cruzando países desconocidos y arrastrando a su vez a nuevos seres humanos que nada tienen ya que perder, porque nada poseen, dirigiéndose en una marcha interminable hacia la civilización opulenta que se encuentra en el Norte, siempre hacia el Norte, hacia la Europa rica y próspera, moderna y acaudalada, como si de un paraíso se tratara, que de hecho lo es para ellos, aunque la realidad les niegue en rotundo esa anhelante creencia.
Se trata de una auténtica invasión, de una huida hacia delante de enormes masas de población de un continente Africano que se muere día a día, acuciada por las guerras, las enfermedades y el hambre, olvidados por Dios y por los hombres del mundo occidental, que la han esquilmado mientras pudieron y quisieron, que ahora la marginan y olvidan por completo, y que en un ejercicio de miserable y cruel hipocresía la siguen utilizando para sus oscuros y despreciables intereses comerciales, vendiéndoles armas, con los que los tiranos gobernantes puedan exterminar a una población que se amontona en miserables campamentos de refugiados, desde donde muchos tratan de dar el salto a esa cínica Europa que nada hace por ellos, sino devolverlos a sus países de origen en el caso de que hayan logrado entrar en sus intocables dominios.
Ninguna muralla podrá, sin embargo, detener jamás a esas imparables masas de seres desesperados que tratan continuamente de asaltar y derribar esos muros de contención creados expresamente para evitar una invasión que cada vez será más numerosa. Las vallas creadas a tal fin, son cada vez más altas, más fuertes y más imponentes, pensando que harán las veces de fuerza suficientemente disuasiva ante el empuje de quienes quieren derribarla, aunque los hechos demuestran lo contrario y muchos consiguen traspasarlas, pese a la imposición del obstáculo en sí y a las fuerzas humanas ocupadas en reprimir estos intentos que cada vez son mayores, en mayor número y a través no sólo de estos muros físicos, sino también de otros obstáculos naturales como el mar, a través del cual muchos logran entrar, aunque son muchos también los que pierden la vida en el empeño.
Conozco a una persona, de origen africano, al que todos los días saludo y que amablemente me responde cuando me dirijo a un centro comercial, donde en el aparcamiento ayuda a la gente a mover y descargar los carros de la compra, a devolver el carro a su sitio, a entrar en el coche o a cualquier necesidad que la gente tenga, para lo que él siempre está alegremente dispuesto. Pasa allí numerosas horas, yo diría que todo el día, siempre con una excelente disposición y una atenta sonrisa. Casi siempre le doy una pequeña propina, apenas unos céntimos, que es lo que la gente suele darle por su cordial disposición hacia todos, le des o no el oportuno estipendio.
Supongo que se trata de una de esas personas que lograron entrar en nuestro País, no importa cómo, pero que se gana la vida honradamente. No conozco su nombre, ni su origen de procedencia, ni se lo voy a preguntar. Me saluda militarmente todos los días en cuanto me ve llegar, o si paso de largo por la otra acera si es que ese día no entro a comprar. Yo respondo a su militar saludo y le doy el tratamiento de mi general. Es como tener un amigo Africano al que todos los días saludas, aquí, en Europa, en España, en uno de los países que se empeña en poner vallas al campo, muros y murallas defensivas para impedir que nos conquisten las hordas ocupantes que amenazan nuestro bienestar. Jamás, por mucho que nos empeñemos, lograremos detenerlos. Y es que el mundo no nos pertenece a unos pocos. Nos pertenece a todos.

martes, 8 de octubre de 2013

EN BUSCA DE LA FELICIDAD PERDIDA

Siempre lamentaremos haber dejado de ser como esos locos bajitos de Serrat, sin respeto a los horarios ni a las costumbres, siempre a su aire, siempre jodiendo con la pelota, con ese aire despreocupado y sonriente, al margen de los problemas de esos otros demasiado cuerdos, que andan corriendo detrás de ellos, pensando que son de goma, que se van a romper, preocupados por todo, inquietos, desasosegados, con una angustiosa e inquieta desazón permanente por lo que les pueda pasar, tan frágiles e indefensos como los ven, cuando en realidad son mucho más fuertes de lo que su aparente y delicada sutileza aparenta, y sobre todo, por encima de cualquier consideración del tipo que fuere, son mucho más felices que nosotros, lo cual nos llena de una inmensa alegría, de una plena felicidad, que para nosotros quisiéramos cada uno de los días de nuestra complicada y azarosa vida.
La búsqueda de la felicidad es una exigencia irrenunciable del ser humano, que no sólo debiera ser una meta a conseguir, sino un objetivo diario a disfrutar, a conseguir de una manera permanente y continua, sin sobresaltos que nos hagan lamentar una existencia, que en la mayoría de las ocasiones, está plagada de altibajos que nos impiden alcanzar ese logro, tan apetecido como inalcanzable, de mostrarnos cual si locos bajitos fuéramos el resto de nuestros días, esos que se encargarán de recordarnos que de ilusiones no se vive y que la felicidad es un bien escaso, poco extendido, caro y de difícil consecución, que está vedado a la mayoría de las gentes que lo buscamos con tenacidad, a veces sin ser conscientes de ello, pero que constituye uno de los hitos más deseados de todo ser humano cuando logra alcanzarlo, consiguiendo con ello la plenitud de su existencia, sino definitiva, al menos sí temporalmente, lo cual ya supone todo un éxito a disfrutar mientras dure, pues no suele ser tan largo su disfrute, como para olvidarnos de la persistencia adecuada para tratar de mantenerlo,  aferrándonos así, a su gozoso y feliz deleite.
Pero ni siquiera todos los niños tienen dibujada en su cara esa sonrisa, ese aire de felicidad, esa maravillosa sensación de vivir en la más genuina inocencia que les hace adorables a la vista de quienes los contemplamos con arrebato, júbilo y feliz regocijo. Esa sonrisa que les pertenece por derecho propio, aparece transformada en una tristeza infinita en tantos niños de este cruel mundo, que les niega una felicidad y una sonrisa que es irrenunciable, que se trastoca en esa mirada perdida, inmensamente amarga y afligida que es impropia y ajena a una infancia perdida que repercutirá negativamente en sus tristes vidas.
Esos renglones torcidos de un Dios que les niega la dicha de la sonrisa, quizás porque está demasiado ocupado en velar por los niños del primer mundo que todo lo tienen, que nada les falta, que viven con felicidad y contento su infancia, olvidados también por el resto de la humanidad, por los seres humanos, por los hombres y mujeres que tienden a desviar la mirada de los medios de comunicación cuando contemplan a esos pobres, inocentes y desgraciados niños, que no poseen ni siquiera la dicha de sonreír.
Según un medio internacional dedicado a conocer y medir el grado de felicidad de los ciudadanos del mundo, nuestro País, ocupa un lugar próximo al número cuarenta en la escala que determina el grado de felicidad de sus ciudadanos, lo cual supone que tenemos a demasiados seres felices por encima de nosotros, pero como contrapartida, son muchos, muchísimos más los que se encuentran por debajo de nuestro umbral dichoso y feliz, por lo que no sé si debiéramos sentirnos satisfechos o todo lo contrario, ya que al fin y al cabo no es sino una estadística más, una apreciación más o menos objetiva, que imagino tomará unos datos económicos y sociales del país en cuestión y los traduce en el mayor o menor grado de felicidad de la gente que lo habita, lo cual no me parece ni loable ni fiable, ni mucho menos ajustado a los hechos, por lo que no me sirve de gran cosa, ni por supuesto afecta para nada a mi estado de felicidad.
Buscar la felicidad es un derecho, una necesidad, un fin en sí mismo que no debemos rehusar, en cuyo empeño no debemos desistir. La observación de la naturaleza y de cuantas hermosas manifestaciones nos depara, la contemplación de una obra de arte, la audición de una melodía, el canto de un pájaro, el rumor de la lluvia, el murmullo del agua del río, el dulce siseo de las hojas de los álamos mecidas por el viento, el primer llanto de un niño, y sobre todo, su perenne sonrisa, su intocable e irrenunciable felicidad, son motivos más que suficientes para ser felices, y tratar de que lo sean los demás, pese a todos los imponderables que la vida nos depara, sobre todo ahora, cuando a tanta gente se le niega una sonrisa debido a tantas y tantas cargas como soporta cada día, fruto de un presente inestable y de un futuro incierto que les retrae a la hora de disfrutar de una felicidad, que pese a todo hemos de buscar con ahínco, como el bien más preciado que el ser humano pueda desear.

viernes, 4 de octubre de 2013

VER PARA CREER

Parece mentira que hayan pasado tantos años desde aquellos en los que Ibarretxe y compañía nos daban la tabarra todos y cada uno de los días de aquella época, con su famoso Plan, con su infatigable y permanente presión en los medios de comunicación, con la misma que ahora ejercen los Catalanes, invadiendo nuestra vida diaria con una continua presión, casi coactiva, que nos lleva a tratar el tema en todas las reuniones, coloquios, celebraciones y charlas de pasillo, hasta el extremo de ocupar un importante espacio en la cocina, lugar de frecuente encuentro familiar, mientras se cocina, se toma un piscolabis o se disfruta de la paella dominical, lo cual constituye una auténtica intromisión en nuestras vidas, hoy, precisamente hoy, que al igual que ayer y desde hace ya varios años, sufrimos una crisis galopante que no acaba de descabalgar en una huída hacia adelante, que pese al tan cacareado fin en el que según algunos ya nos hemos instalado, y que de hecho la ciudadanía no ve por ningún lado, pese a los datos de una macroeconomía que nada tiene que ver con la microeconomía social y familiar, con la que está reñida y de la que dista años luz.
Pasaron aquellos insoportables años del famoso Plan, en los que todo comenzó más o menos como estamos viendo ahora, con la tan cacareada y harto repetida identidad del pueblo Vasco – como si los segovianos, pongo por ejemplo, no dispusiésemos de la nuestra – con el discutible derecho a decidir, con el Rh negativo que les seleccionaba como una raza única, diferente y exclusiva – según eso, cientos de millones de vascos  andan repartidos por el mundo ignorando que lo son – con una lengua, como las seis mil lenguas y dialectos que se hablan en el mundo, y  con una bandera y costumbres propias, que los convertían de facto en una nación, con derecho a segregarse del resto de un País al que siempre han pertenecido y al que por supuesto no pensaban pedir permiso alguno, ni mucho menos la oportunidad de entrar a formar parte de una decisión que a todos nos corresponde.
Y hete aquí, que aquel vendaval pasó, que llegó a desinflarse la continua opresión a la que nos sometían y que llegó incluso a fijar una fecha para la consulta que nunca tuvo lugar – recuerdo a muchos integrantes de la prensa que nunca se lo creyeron, que decían que era un farol – y que al final, con la llegada de la coalición de izquierdas y derechas que llegó al poder acabó con la pesadilla que nos machacaba los oídos diariamente y que parece se ha visto remitida pese a la vuelta al gobierno vasco del mismo partido que no obstante continúa con su ideal nacionalista, pero con una importante dosis de sensatez que los anteriores gobernantes no poseían en absoluto y que están contribuyendo a una estabilidad que se agradece, pese a la llegada de los partidos abertzales que han invadido la mayoría de las instituciones vascas y que no van a cejar en su empeño de independizarse, pese a la tranquilidad ahora reinante.
Resumiendo, pensábamos que los insoportables segregacionistas eran los vascos, los auténticos independentistas que no cejarían en su empeño hasta conseguirlo – todavía no han dicho su última palabra, claro está – mientras que los catalanes, que apenas se movían en este sentido, los considerábamos, según se decía entonces, demasiado listos para meterse en esos berenjenales, más moderados, más apegados a la pela, en definitiva, menos extremistas, más prácticos.
Y ya ven lo que está pasando. Nos restregamos los ojos en una maniobra de extrañamiento, sorpresa y un mal disimulado enojo, y es que no nos lo acabamos de creer. Los ahora exaltados, los casi fanáticos, resultan ser los catalanes. Ver para creer, aunque claro está, no lo olvidemos, si Cataluña logra sus propósitos, el País Vasco lo conseguirá a la mañana siguiente. Sin ningún género de dudas.

martes, 1 de octubre de 2013

PAISAJE TRAS LA BATALLA

Devastación, ruina y desamparo, es lo que nos sugiere nuestra mente, al contemplar el paisaje imaginado que habría de surgir ante nuestros ojos si tuviésemos ocasión de visualizar directamente los destrozos causados por un huracán, un tsunami, un pavoroso incendio o cualquier otra tragedia originada por las fuerzas de la naturaleza, a la que nada podemos oponer, ante la que nos sentimos indefensos e inermes, en justo reconocimiento a unos poderosa naturaleza que nos recuerda continuamente, por mucho que intentemos obviarla, que estamos desprotegidos ante ella, que nuestro desvalimiento es tal, cuando tiende sus portentosos e hirientes tentáculos sobre nosotros, que el desánimo que causa entre nuestras filas consigue empequeñecernos hasta el punto de sentirnos desprotegidos y desarmados ante su poder.
Pero gran parte de los desastres que tantas desgracias y desventuras causan, encuentran su origen e inicio en los mismos seres humanos que soportan sus consecuencias catastróficas. El campo de batalla después de una confrontación bélica, es quizás el más pavoroso de los escenarios que pueda imaginarse un ser vivo, inteligente, capaz de lo mejor y de lo peor, hasta el extremo de llegar a erigirse en el protagonista de la mayor de las crueldades, tal como ha venido demostrando a lo largo de una historia plagada de hechos venturosos en unos casos y de hermosos y delicadamente humanos en otros, siempre al lado de las mayores barbaridades imaginables de las que en tantas ocasiones ha demostrado ser capaz.
Las tragedias involuntarias causadas por los hombres, como gravamen impuesto a los avances habidos en el terreno de las comunicaciones a través de los siglos, comportan un panorama de riesgos que hemos de asumir y que se traducen de vez en cuando en graves accidentes y conmociones sociales diversas, que hemos de aceptar como tributo a un progreso imparable que no podemos detener, en aras de una modernidad, en la que la tecnología juega un papel tan importante, que no sabemos adónde nos puede conducir, que posiblemente debiéramos ralentizar en cierta medida, pero que en cualquier caso se está utilizando para nuestro bienestar, pero al mismo tiempo también para nuestro control, al que nos vemos sometidos diariamente sin apenas darnos cuenta, que nos anula en parte nuestra privacidad y nuestra intimidad y a la que preferimos renunciar antes que abdicar en nuestro derecho a utilizar sus innumerables ventajas, que quizás no sean tantas si analizásemos cuanto de nosotros puede llegar a saber y a utilizar el gran hermano que tan estrechamente nos controla y vigila.
Es evidente que no en todos los acontecimientos sociales traumáticos intervienen dos partes, dos bandos, como los últimos sucesos citados, ya que el hombre es el único responsable de la creación de esos avances, de esa tecnología, cuyas consecuencias hemos de arrostrar. Según la conocida y universal Ley de Murphy, si algo puede salir mal, saldrá mal, expresión pesimista donde las haya, que no tiene una realidad absoluta material, sino más bien relativa, pero que refleja la tendencia negativa de las cosas cuando se abandonan a sí mismas, se gestionan negativamente o se dirigen precisamente hacia la consecución de situaciones de las que se espera que todo tienda hacia la negatividad, hacia el empeoramiento, el abandono y el desastroso y consecuente final que de esos casos cabe esperar.
El paisaje tras la batalla librada en este País, durante los interminables años de crisis que soportamos, deja un desolador panorama en forma de miseria social, pérdida de derechos adquiridos, abandono de infraestructuras de todo orden incluidas las sanitarias, educacionales, culturales, científicas, con un desempleo abrumador y unas condiciones laborables penosas, que han ocasionado una pérdida irrecuperable de su poder adquisitivo y ha sumido a la población en un desánimo generalizado que abruma cada día más a unos ciudadanos que no pueden ni deben soportar más bajo ninguna circunstancia.
El naufragio no lo causamos los ciudadanos, no somos culpables de una batalla librada contra nosotros, los agredidos, con un solo contendiente agresor, que ha dejado un panorama desolador, un paisaje arrasado, que nadie sabe cuándo ni cómo ni si podrá volver a regenerarse. Tales han sido los destrozos.