viernes, 1 de julio de 2022

MÚSICA PARA CAMBIAR EL MUNDO

Si un día los pájaros dejaran de trinar, si las aguas del mar silenciaran su rítmico son, si el viento se olvidara de susurrar, si las guitarras perdieran sus cuerdas, si los instrumentos musicales se apagaran para siempre, si los cantos de los cantores enmudecieran, si la lluvia olvidase su aterciopelada melodía, si la tormenta se deshiciera de sus poderosos bramidos, si los múltiples arpegios de la selva desaparecieran como por encanto, si los acordes del silencio fueran los únicos que pudiéramos escuchar, si la tristeza y la soledad sonora se instalasen para siempre, algo habría muerto en este desdichado mundo, que lo haría inhabitable, inhóspito y sumamente triste e imposible de soportar.

La música nos alegra la vida, la hace agradecida y amable cuando todo parece carecer de sentido, cuando la desesperanza nos atrapa, cuando la tristeza y la melancolía nos invade, sus armoniosos sones consiguen que el espíritu se eleve a alturas dónde ya no pensábamos llegar, hundidos en el hastío, la apatía y el aburrimiento, remontando el vuelo al escuchar una melodía apacible y placentera para el goce de los sentidos, una canción, un himno, una sinfonía, que nos eleva el estado de ánimo, nos emociona y nos llena de un fervor sublime, que nos ilusiona poderosamente, nos alegra la vida, y nos llena de una ilusionada y renovada esperanza, que nos llena de felicidad.

Es la música uno de los grandes logros de la humanidad, que sin ella, sería insoportablemente tediosa y tristemente aburrida, hasta el extremo de lograr que fuera inconcebible su ausencia, imposible su carencia y detestable la existencia de quienes tuvieran que coexistir con un silencio musical que haría de la vida diaria un sufrido y triste peregrinar por un mundo sin sonidos dulces, susurrantes, y armoniosamente agradables para unos sentidos sin vida, que no escucharían sino los vulgares, disonantes y desagradables ruidos de la vida cotidiana, que la harían insufrible e intolerablemente carente de una necesaria y feliz alegría de vivir.

La música nos hace más humanos, más sensibles, más libres y con más capacidad para sentirnos unidos en una conciencia universal, que nos transforma la mente y el espíritu, nos emociona, nos conmueve, y nos transporta a  estados de ánimo que nos aleja de la vida rutinaria y vulgar que nos depara nuestra diaria existencia, nos aleja de la insolidaria y cómoda actitud individualista, y nos acerca a la naturaleza y al deleite del equilibrio y la sensibilidad que el ser humano representa como tal.

Nada como la música para unir a los pueblos y a las gentes con su lenguaje universal, que no conoce límites, razas ni fronteras de ninguna índole, que no sabe ni busca discriminar a quienes sólo desean disfrutar con su rítmico y melodioso cantar, huyendo de las pretenciosas, altisonantes y enfervorizadas composiciones musicales, que con pompa exacerbada y un triunfalismo rechazable, arengan a los ciudadanos con oscuras y siniestras intenciones, que se alejan de la música como lo que es, un instrumento capaz de emocionar y conmover profundamente al ser humano, que nos permite disfrutar del momento y nos permite trasladarnos a través de la memoria, hacia lugares, personas y acontecimientos pasados, que hacen de la música un almacén de recuerdos permanentes e inolvidables en el tiempo.

La música siempre logrará imponer su dulce y melodiosa voz por encima del siniestro y violento tronar de los cañones que imponen y arruinan la voz de los hombres cuando elevan al viento sus canciones, porque la música permanece en el ideario común de las gentes que la aman, en su espíritu y en su mente, en las partituras y en los documentos, libros y registros grabados que perpetuarán sus dulces y armoniosos sones para siempre, para el disfrute de sus sentidos, de su espíritu, y de su sensibilidad, porque la música nos hace más humanos, en el más amplio sentido de esta palabra, que nos define como seres libres y pensantes, capaces de disfrutar de esa maravillosa capacidad que poseemos para emocionarnos y conmovernos ante la contemplación y el disfrute de la belleza.