miércoles, 22 de febrero de 2012

CAPÍTULOS SIN CERRAR

Sobre este País, pesan aún dos tragedias colectivas que no pueden ni obviarse ni mucho menos olvidarse y que continuarán presentes en la memoria de las gentes mientras no se cierren definitivamente. No valen las salidas en falso, ni las miradas hacia otro lado. No se puede dejar que pase el tiempo, con la malvada y oscura intención de que él sea el protagonista, el siniestro e inmaterial autor que se encargue de borrar la tragedia, el dolor y el sufrimiento de tanta gente, siempre inocente, durante tanto tiempo abandonada a su soledad y a la incomprensión, ante unos hechos que siguen atormentando a tantos ciudadanos de una España que necesita reconciliarse consigo misma a través de la justicia, la comprensión y el perdón necesarios para suavizar su sufrimiento.
El final anunciado por el terrorismo que durante casi cincuenta años asoló nuestro País, con un devastador balance de más de ochocientos muertos y un elevado número de ciudadanos inocentes a los que mutiló, vejó y destrozó sus vidas para siempre, continúa hoy amenazante, pues continúan armados y ocultos tras sus siniestras máscaras, sin el menor atisbo de arrepentimiento por su atroz, cruel, y tétrico desfile de asesinatos que durante medio siglo han llenado de angustia, dolor y desconsuelo a tantas familias que seguirán por siempre preguntándose el por qué de tanto odio sin sentido.
La estupidez más absurda, el fanatismo más acendrado y la sinrazón e incredulidad sin paliativos, son argumentos que apenas nos sirven para calificar esta barbarie, que en última instancia nos les ha servido para conseguir sus fines, no han logrado nada, sólo un rastro de dolor y muerte que han dejado a su paso, estos que se dicen valientes luchadores, que acabaron con la vida de tantos inocentes, de tantos niños por cuyo asesinato jamás manifestaron el más remoto arrepentimiento en su momento y que tampoco ahora parecen estar dispuestos a ello.
Imposible cerrar este tenebroso capítulo, como sus acólitos políticos piden sin sonrojo alguno, demandando prebendas y negociaciones varias, sin una satisfacción mínima a las víctimas, mediante la expresión pública, manifiesta y sincera del perdón irrenunciable y exigible, sin el cual, la reconciliación y las medidas paliativas aplicables, son de todo punto inviables.
Por otro lado, persisten las heridas sin cicatrizar de una postguerra, que quien lo iba a decir, persisten y continuarán latentes mientras no se les dé una satisfacción a todos los familiares cuyos seres queridos continúan sin ser identificados ni reconocidos, y mucho menos exhumados, contribuyendo con ello a una situación que en circunstancias normales debería constituir una pesada carga para cualquier País, pero que aquí se está intentando por todos los medios aparcarlo con el objeto de que quede en el olvido, que el paso del tiempo lo borre poco a poco de la memoria colectiva.
Y no es ni será así. El paso del tiempo sólo está demostrando que no hay olvido posible, que es un error y una maldad, que no se puede cerrar una tragedia de tal magnitud haciendo como que nunca pasó nada. El Estado tiene una irrenunciable deuda con estos ciudadanos, sean sobrinos, nietos, biznietos o tataranietos. Su responsabilidad, como el olvido, nunca caducará.

jueves, 16 de febrero de 2012

SÁLVESE QUIÉN PUEDA

Desolador el panorama que se nos presenta en general, tanto a los ciudadanos a título particular, como a pequeñas y medias empresas en general, que contemplan un futuro incierto, oscuro, y descorazonador a la vista de la que se nos está viniendo encima desde hace ya demasiados años, con una crisis inacabable, persistente y omnipresente que no nos da ni un respiro, que nos asfixia cada día, que nos acompaña siempre, sin que podamos aislarnos o alejarla de nuestras vidas.
Está presente en los comentarios diarios, en las conversaciones de pasillo, en los trabajos, en casa y no digamos en los medios de comunicación que nos despiertan cada mañana con la misma canción desesperada y desesperante con cifras y más cifras mareantes, con calificaciones de la deuda, con impagos de las Autonomías, con nuevas corruptelas, con nuevos sacrificios que se le piden, como no, siempre a los mismos, y ahora, para rematar la faena, con una durísima reforma laboral que viene a colmar un vaso lleno de angustia y desesperación para tanta gente que, es necesario insistir en ello, no tiene ni ha tenido culpa alguno en este desastre.
Admira la capacidad de la gente para sobrellevar tanta carga, tan dura, injusta y desigual como lleva soportando estos duros y crueles años que van dejando una huella de un dolor y una amargura tales, que tardará, primero en remitir, después en desaparecer y por último y sobre todo en cicatrizar y en olvidar y reconstruir cuanto se ha destruido en estos años de sufrimiento para tanta gente que ha visto cómo todas sus ilusiones, anhelos y esperanzas se han ido abajo, como se ha visto oscurecido su presente, y, sobre todo, cuán incierto se presenta su futuro.
Sorprende, enoja y exaspera, la persistencia de los gobiernos, sean cuales fueren, en continuar con las durísimas medidas que parecen no acabar nunca y que jamás afectan a los que propiciaron el actual estado de cosas, comenzando, sobre todo por la banca, y terminando por las grandes corporaciones financieras, nacionales y multinacionales, así como por las corruptelas y derroches a todos los niveles y escalas imaginables que han asolado una sociedad de ciudadanos cada día más indefensos.
Asusta comparar las cifras del paro en España, comparadas con las del resto de los países europeos a quienes duplicamos como mínimo dichos valores, lo cual es incompatible con un estado de derecho que se precie de serlo, que de ninguna forma puede permitir que uno de cada cuatro ciudadanos se encuentre sin trabajo y que más de un millón de familias vean con desesperación creciente como todos sus componentes se encuentran desempleados.
Sobrecoge contemplar cómo diariamente muchas de esas familias con hipotecas, facturas y pagos diversos a los que no pueden hacer frente, ven con una estremecedora desesperación como pierden la propiedad de su casa, que para más inri tendrán que seguir pagando durante años, lo cual da una idea más de la exasperante e insoportable injusticia de esta sociedad que muestra toda su fría crueldad en hechos como éste y tantos otros a los que los poderes públicos deberían hacer frente de inmediato.
Salgamos a la calle. Nos dejarán, sin duda. Es un país libre. Grita cuan alto puedas. Ya callarás.

jueves, 2 de febrero de 2012

COMO EL QUE OYE LLOVER

Apenas un mes de estancia en el poder del nuevo gobierno y ya se van perfilando las líneas maestras que van a seguir y que no están defraudando en absoluto a quienes, como yo, no esperaba otra cosa que lo que está sucediendo, al contrario de tanta gente como veo que muestran cara de cierto asombro teñida de una mal disimulada sorpresa ante lo que están viendo - pese al poco tiempo transcurrido – que quizás no esperaban o, en todo caso, pensaban que llegaría bastante más tarde.
Partamos de la base de que quién les habla, lleva absteniéndose ya varios años a la hora de votar, por razones que no creo vengan a cuento, y, que en todo caso, es un derecho que me acoge como a quiénes deciden lo contrario y disfrutan introduciendo el papel en la urna, o simplemente, lo consideran una obligación o incluso, que haberlos haylos, que son eminentemente prácticos y desde ese punto de vista emiten su veredicto premiando a unos y castigando a otros e incluso con el voto en blanco a modo de queja, protesta o deseo de dejar constancia de su protesta ante unas circunstancias con las que no congenia.
Defiendo ese derecho a manifestarse libremente y ni me molesto en analizar una u otra posición. No soy quién para ello, cada uno puede ejercer el supuesto de equivocarse o no, pero lo que me solivianta en extremo es que después, vistos los hechos, se lleven la mano a la cabeza ante la que se le viene encima, al contemplar cómo se ven defraudadas todas sus expectativas y echadas por tierra todas sus ilusiones de cambio, nuevos aires o rumbos diferentes a los últimos seguidos por el equipo anterior que, se supone, también le defraudó y a ello se debe el cambio de orientación de su voto.
Considero que la democracia, como quizás no pueda ser de otra manera, es alternancia, bocanadas de aire fresco de vez en cuando con el objeto de refrescar las poltronas con frecuencia, para que nadie se acomode a ellas de tal manera, que se convierta en un vegetal, mero gestor de su puesto, cuya meta suprema es, precisamente, la de conservarlo a perpetuidad.
Es por ello que mantengo discusiones de vez en cuando en este sentido, cuando partidarios de uno de los dos partidos, digamos únicos, desearía que se mantuviera eternamente en el poder, inasequible al desaliento al contemplar cómo llevan a cabo su labor de una forma desastrosa, siendo conscientes de que lo están haciendo rematadamente mal, pero no por ello dan su brazo a torcer prefiriéndolos a los otros, a los opositores a los cuales, más que contrincantes, consideran los enemigos a batir y a permanecer en el ostracismo por los siglos de los siglos.
Pero esto no es ni lógico ni razonable y mucho menos deseable. En esos casos, el corazón se impone a la razón y son capaces de votar a los suyos indefinidamente, por no dar su brazo a torcer. La derecha contra la izquierda, los buenos contra los malos, los míos contra los otros, la obcecación y la subjetividad más acendradas contra la objetividad lógica y razonable.
Llegados a este punto, hemos de reconocer que los hay que sí reconocen los defectos propios, y, en consecuencia, saben que no deberían mantenerles su confianza, pero es superior a ellos y se abstienen, no dan su brazo a torcer y no permiten que un poco de aire fresco penetre por la ventana, nada de cambios.
Y, definitivamente, otros en el mismo caso, deciden cambiar el sentido de su voto y traicionando a los suyos, se lo dan al contrincante, en la esperanza de que algo cambie, ya que peor que estamos es imposible, castiguémosles y otorguemos nuestra confianza a aquellos que nunca pensamos podríamos votar, que se enteren, que sepan que lo han hecho mal, que hasta es posible que los otros lo hagan mejor.
Después de tantas tribulaciones, el sufrido votante analiza la labor del nuevo gobierno después de un mes en el poder. Se encuentra con la consabida subida de impuestos cuando juraba y perjuraba que no lo haría, con recortes sobre los recortes ya establecidos, la Ley del Aborto vuelve a sus orígenes de hace un millón de años, la asignatura de Ciudadanía al cesto, y queda tal como la querían los obispos y la derecha más reaccionaria. Y paro de contar, porque para treinta días ya tenemos más que bastante.
Sus votantes, a callar, y apretarse los machos, que para eso el suyo es un voto cautivo. Los de la parte contraria, el consabido, ya lo sabían, o es que se podía esperar otra cosa, mientras los que como yo, se han abstenido, a contemplar los acontecimientos desde la galería, como el que oye llover.
Quedan por fin los que cambiaron el sentido de su voto, perplejos ellos, arrepentidos y cabreados, exhibiendo la indefinible cara de incredulidad que se les ha quedado después de tamaña aventura al cambiar su voto e ir comprobando – porque aún queda mucho por ver – que su cambio de aires, o de chaqueta, les dirán algunos - de nada les ha servido.