lunes, 28 de marzo de 2011

PARA QUÉ SIRVE UN REY

Desde tiempos inmemoriales, la figura del Rey, se nos ha presentado como una persona lejana, ajena, desconocida, casi mítica, presente en los libros de texto, en las aulas, en los despachos oficiales, como un personaje omnipresente y necesario, como si debiera figurar en nuestras vidas con una presencia constante y siempre cierta, con reminiscencias de un pasado ya muy lejano, de siglos, y a la que se nos pide un especial respeto, casi veneración, nunca explicado aquél ni justificado éste.
Y así, todos los años, en la escuela, a los niños además de las socorridas redacciones sobre las estaciones del año y otras varias, se les sigue planteando desde hace muchos años el mismo tema de siempre: qué es para ti un rey. Tema que hoy en día, sobrepasando las fronteras de la escuela, se ha elevado al rango de concurso nacional, ya no sé si infantil exclusivamente o si llega incluso a las sufridas mentes adolescentes - cosa que me permito dudar, pues considero que pasan ampliamente de semejante asunto – en ruda y desleal competencia con el resto de los certámenes que pueblan con habitual frecuencia el territorio nacional.
No deja de ser curioso el título – que no coincide con el que encabeza este escrito – y que considero sería más lógico, sino que cada candoroso, pueril, cándido e ingenuo autor, debe hacerse la susodicha pregunta como si de un objeto a su alcance se tratara, y esforzarse en encontrar respuestas a tan singular pregunta, tratando de mostrarse halagüeños/as, asesorados, supongo, por el clan familiar, que dependiendo de las simpatías que en ella despierte, quedará más o menos edulcorada.
No deja de suponer una alienación de esas mentes – me dicen que llevan cabo esa redacción niños a partir de seis años – el hecho de someterles a esta dura prueba, lo cual resulta inconcebible en un País occidental como el nuestro con una democracia formal plenamente establecida, pero con rémoras aún tan enraizadas como esta institución o la inefable iglesia católica, que continúan con unos privilegios que no les corresponden.
Estos ejemplos no contribuyen en absoluto a fomentar en la escuela y en los escolares una capacidad crítica y una estricta observancia de inculcar la capacidad de discriminar tan necesaria a la hora de fomentar la existencia de seres libres capaces de pensar sin sentirse cohibidos, reprimidos, coartados o limitados por no analizar detenida y libremente una información a la que se ven expuestos con una frecuencia cada vez mayor, más densa y no siempre bienintencionada cargada en ocasiones de oscuros intereses que deforman la información con inconfesables fines.
Bastante anacrónica resulta la permanencia de una institución como la que nos ocupa, que no responde a ninguna necesidad de un estado moderno para el que supone además una importante carga económica que soportamos todos los ciudadanos, cuyo alcance desconocemos, ya que las cuentas de la casa real no se hacen públicas, pero que imaginamos enormes, sobre todo si consideramos lo amplia y numerosa que es, hasta el punto de empezar a incorporar a su elenco a princesas provenientes del pueblo llano y trabajador, léase deportistas y periodistas, perteneciendo a éste último gremio la más reciente adquisición, que incluso se transformará con el tiempo, y de la noche a la mañana, en nada menos que Reina de las Españas.
Y tanto ha aprendido y lo ha hecho tan rápido que se muestra irreconocible, no sólo físicamente – parece que su única preocupación es la transformación continua y permanente de su cara – sino de su carácter, altivo, soberbio y arrogante que le hace mirar por encima del hombro a todo el mundo – incluidos sus antiguos compañeros de redacción – y que a este paso, a base de su impopularidad creciente, ella sola va a acabar con la monarquía.
Dejen por lo tanto en paz a los niños. No les sometan al martirio anual de esa redacción absurda y alienante que condiciona sus mentes y que posee el mismo interés que divagar sobre el sexo de los ángeles. Háblenles de Lorca, de Miguel Hernández, de Machado: y todo un coro infantil / va cantando la lección / mil veces ciento cien mil / mil veces mil un millón.

miércoles, 16 de marzo de 2011

EL INFIERNO NUCLEAR

Estamos jugando con fuego, con la aterradora capacidad energética que posee el átomo en sus entrañas cuando lo alteramos, cuando jugamos con él, llegando adonde quizás jamás debiéramos haberlo hecho, porque las terroríficas consecuencias de la sobrecogedora energía que desprende su manipulación, quedan fuera de nuestro control, fuera del alcance de una tecnología que pretende imitar a las estrellas donde las reacciones nucleares que en ellas tienen lugar están perfectamente controladas y destinadas a crear y mantener la vida en un planeta como el nuestro, donde nos empeñamos en manejar la naturaleza a nuestro antojo, sin tener los conocimientos necesarios ni la fuerza moral suficiente, ni la humildad mínima exigible a una humanidad que le ha perdido el respeto.
Y de vez en cuando nos lo recuerda, nos envía señales de su sobrecogedor poder y pasa por encima de nosotros trágicamente, causando unos tremendos destrozos ante los cuales el hombre nada puede hacer ya que su capacidad de defensa ante ella es inexistente, incapaz e inútil pese a toda la tecnología y la estúpida soberbia que despliega ante las fuerzas de la naturaleza que estaba aquí antes que nosotros, que nos proporciona su cobijo, nuestro sustento y su belleza.
Sobrecogen las escenas de Japón, donde una central con seis reactores nucleares arden en llamas mientras los pocos ingenieros que quedaban deben abandonarla para huir de la pavorosa radiación contra la que nada pueden hacer. Abandonada a su suerte, tratan de refrigerarla desde lejos, con helicópteros, como si se tratase de un aterrador ente llegado de otros mundos, contaminado e incontrolado del que, atemorizados, deben alejarse.
Espeluznante las imágenes de una pequeña zona creada por los hombres, de la que ahora la población debe alejarse decenas de kilómetros para evitar la contaminación nuclear, recordándonos a Chernobil, lugar desértico e inhóspito ahora y para siempre a causa de la explosión del monstruo nuclear que causó y sigue causando la muerte y la enfermedad entre la población que ya nunca jamás podrá volver, ya que la radiación permanece miles de años.
Nos habían hecho creer que esta energía era limpia, que no contaminaba, que nos permitiría cumplir con los acuerdos internacionales de rebaja y disminución de emisiones contaminantes y, de improviso, a causa de un terremoto, siempre imprevisible en un Planeta Tierra vivo y en constante cambio, nos hablan de pánico nuclear, de apocalipsis nuclear, de infierno nuclear.
Viajando por este País nuestro, contemplamos cada vez con más frecuencia los modernos molinos de viento emulando a aquellos que Sancho Panza describió a D. Quijote como tales molinos y no como gigantes contra los que desatar su justa cólera en fiera y desigual batalla. No poseen brazos de casi dos leguas como creía ver nuestro héroe Cervantino, pero están dotados de una fuerza descomunal como lo estarían aquellos, no para luchar, sino para generar una energía limpia al exponer sus brazos al viento, y recibir del dios Eolo el impulso generoso necesario para producir electricidad de una forma limpia y no contaminante.
Nos encontramos en un país con una envidiable capacidad para generar energía procedente de dos fuentes limpias e inagotables: el viento y el Sol. Deben por lo tanto sobrar razones para explotar éstas y no la energía nuclear.
No podemos esperar al siguiente sobresalto. Las consecuencias de un desastre atómico no conocen límites ni fronteras, y un accidente en cualquier lugar del planeta puede trasladarse y tener repercusiones en el resto del mismo. El futuro debe estar en las energías limpias que nos brinda la naturaleza sin necesidad de manipularla.

miércoles, 9 de marzo de 2011

LA HISTORIA POR ESCRIBIR

Habitamos un planeta con cinco mil millones de años a sus curvadas espaldas, un planeta vivo, en eterno cambio, que ha sufrido continuas modificaciones en su rugosa y arqueada piel, que ha visto cómo lenta e inexorablemente el tiempo cambiaba su faz una y otra vez, permanentemente, con hundimientos y levantamientos, con avances y retrocesos de las aguas, con ardientes y violentas manifestaciones procedentes de su interior que lo han ido modelando a lo largo de los miles de millones de años de su existencia, hasta dejarlo en el estado en que hoy lo podemos ver quienes lo habitamos desde hace cincuenta mil años, los humanos, aunque nuestros más primitivos ancestros, se remonten más allá del millón y medio de años.
Aunque desde hace cuarenta mil años tenemos noticias de las huellas que dejaron a través de las pinturas rupestres y diversos objetos de caza y pesca, fue hace aproximadamente ocho mil años a.c., momento en que los glaciares se retiran de Europa, cuando comienza la civilización en sentido estricto, con los primeros asentamientos estables humanos y la aparición de la agricultura en China y el inicio de los regadíos en Mesopotamia, y por fin, la aparición de las primeras ciudades que dieron comienzo a las grandes civilizaciones, que con el curso de los milenios conducen al hombre al actual siglo XXI.
Corta historia la del ser humano en comparación con los tiempos geológicos del planeta que habita. No obstante pronto se sintió dueño y señor del mismo al que ha maltratado de todas las formas imaginables, sin respeto alguno, sin la menor de las consideraciones, campando a sus anchas, explotando sus recursos y degradando su medio ambiente hasta que se dio cuenta, a su pesar, que todo esto se volvía contra él y comprometía su futuro en el mismo.
Y ahí nos encontramos, diez mil años después del comienzo de todo, habiendo pasado todo tipo de vicisitudes a lo largo de una historia turbulenta plena de épocas heroicas que han dignificado y dado sentido a la estancia del ser humano sobre el Planeta y de otras muchas, las más, que lo han hecho merecedor de la más baja de las consideraciones, muy por debajo de su condición de ser racional, al convertirse en depredador de sí mismo, violento, cruel y despiadado con sus semejantes, con el resto de los animales y con el medio natural, que estaban aquí antes que él y que le dieron alimento y alojo para su subsistencia.
En muy poco tiempo, apenas una fracción mínima de su estancia total, desde que comenzó la era industrial y la aparición de las máquinas que transformarían el trabajo manual y artesanal en una producción a gran escala, en apenas cien años, ha logrado dejar irreconocible un hermoso planeta del que no puede escapar pese a los sueños infantiles de quienes creen poder emigrar en el futuro a otros astros próximos, inhabitables y agresivos por otra parte, para la vida humana.
Si en tan poco período de tiempo hemos logrado esta dudosa hazaña, cabe preguntarse qué nos esperará en los próximos mil años. El problema energético es fundamental, ya que dependemos casi en exclusiva de los combustibles fósiles, altamente contaminantes y extinguibles en el tiempo, así como de una energía nuclear, aún inestable e insegura, que auguran un futuro como mínimo incierto, salvo que descubramos nuevas fuentes de energía limpias que nos salven del desastre.
Deberemos limpiar cuanto antes el aire que respiramos, los ríos, los mares y una naturaleza agredida a todos los niveles imaginables, así como limitar el consumos desmedido y eliminar las tremendas desigualdades sociales que cada día crean más tensiones en un mundo enloquecido, donde la mitad de la población sufre del hambre, la miseria y el abandono a causa de la otra mitad que se empeña en mirar hacia otro lado.
Quizás hemos dejado pasar demasiado tiempo para poder remediar tanto destrozo. Quizás estemos aún a tiempo. De lo que no cabe duda es de que aquel ser humano que comenzó a andar erguido hace un millón de años y que con el tiempo se mostró cruel y violento consigo mismo y con el resto de de los seres vivos y el medio en el que vive, también fue capaz de levantar una majestuosa catedral, escribir un bello poema o llevar a cabo una hermosa y heroica acción solidaria. Siempre nos quedará la esperanza y la fe en las bondades del ser humano.

miércoles, 2 de marzo de 2011

CON VELAS Y A LO LOCO

Mientras que cualquier automóvil recién salido de fábrica es capaz de sobrepasar ampliamente los ciento ochenta kilómetros por hora y la potencia disponible en una importante mayoría de los mismos ronda los doscientos caballos y bastante más allá aún que los disparan a doscientos cincuenta kilómetros por hora, alguien, no sabemos quién, ni cuando, ni cómo recibió la inspiración divina o humana, y hallándose bien en brazos de Morfeo o bien en los de Baco, decidió que a partir de ya, de inmediato, sin darle tiempo a la opinión pública a que pudiera analizar y debatir, se reduciría la velocidad en autopista a 110 Km/hora.
Así las cosas, una mañana de éstas, amanecerán miles de señales de tráfico con una bonita pegatina con la mágica cifra que nos recordará que a semejante velocidad no deberíamos dormirnos, pese a que nada de extraño tendría, dado el sopor que debe experimentarse en una recta de veinte kilómetros viajando por una moderna autopista, sólo y a las ocho de la mañana con cuatrocientos kilómetros por delante y unas irrefrenables ganas de pisar el freno y poner la marcha atrás.
Y Esto es sólo el principio, ya que, a estas velocidades, podrían perfectamente sustituir las lámparas de los faros por velas de cera, las de toda la vida, los candiles o los quinqués, los cuales alojadas en el hueco dejado por las antiguas inquilinas, alumbrarían a la perfección, dadas las necesidades ahora requeridas y permitirían un ahorro muy considerable, no solamente en lámparas, sino en cables, interruptores y demás complementos antes necesarios y ahora obsoletos.
Pero prefiero no dar ideas, ya que en el plan que los señores ahorradores se encuentran, no me extrañaría que las llevasen a cabo, no solamente estas, sino cualquiera que podamos sugerirles y que supongan un ahorro por estrafalaria que sea la medida. Y es que su desesperación es tal, su capacidad de ingeniárselas para inducir al ahorro y gastar menos llega a tales alturas que nuestra capacidad de sorpresa se va agotando a medida que amanece un nuevo día y nos disponemos a tratar de averiguar con qué han soñado la pasada noche y en qué nuevas y delirantes medidas se traducirán dichos sueños.
Lo que sí sabemos es lo que nos van a costar las pegatinas, que un ejército de artistas tendrán que colocar apropiándose de la noche, para así, de una manera callada, subrepticia y un tanto de incógnito, dedicarse a una incalificable pegada de carteles, en este caso pegatinas, para que al amanecer nuestras autopistas aparezcan como nuevas, remodeladas con su nuevo look, con una imagen nueva, más sosegada y tranquila, tanto que muchos conductores ni se darán cuenta.
Caerá así sobre ellos el voraz apetito recaudador de la Dirección General de Tráfico que, sin duda, compensará con sus numerosas multas los casi trescientos mil euros que nos va a costar la susodicha remodelación de las sufridas señales de tráfico, muchas de las cuales, es posible que no soporten durante mucho tiempo su nuevo ropaje, ya que las inclemencias del tiempo, las manos cabreadas y otros elementos varios sin calificar, podrían despojarlas de su nueva vestimenta, lo cual tendrían consecuencias jurídicas en cuanto a recursos de todo tipo se refiere, a lo cual, de todas formas y casi con seguridad, habrá lugar.
No se lo pierdan. Acabo de oír en la radio en un programa de muy buena reputación, lo siguiente: un conductor ha hecho el recorrido de Madrid a Galicia, con un total de 569 Km y a 110 Km/hora. Ha hecho el recorrido inverso, es decir de Galicia a Madrid a 120 Km/hora.
Conclusión: ha tardado una hora más y ha ahorrado 1,88 euros. Sin comentarios.