martes, 30 de diciembre de 2014

VIVA CUBA LIBRE

Cincuenta y tres años han transcurrido desde que Estado Unidos rompió las relaciones diplomáticas con el País Caribeño, en una maniobra que dejó inerme a la añorada isla de Cuba, en un acto inexcusable, que el gigante americano ha mantenido a capa y espada, sin resquicio ni concesión alguna a una mínima compasión por una población que desde entonces ha sufrido necesidades sin cuento, en un alarde de crueldad que sólo ese país ha mantenido, sin que ello haya supuesto la menor cesión por parte de un País como Cuba, que desde entonces soporta la dictadura de los hermanos Castro, llevada a cabo con extrema dureza, con mano de hierro, sin que en ningún momento hayan dado impresión de debilidad alguna.
No obstante, no todo es alegría por esta noticia que indudablemente supone un respiro para un País sumido en la miseria. El bloqueo y embargo económico continúa, ya que son, en principio, sólo las relaciones diplomáticas y algunas comerciales, las que se restablecen, como la facilidad para viajar, y algunas económicas, entre otras, así como la apertura de embajadas, lo cual supone un primer paso que aliviará sin duda la difícil situación en la que se encuentra el pueblo cubano, al reactivarse en parte una economía que apenas pueda sustentar a una población desasistida.
Lo que no ha cambiado nada en estos complicados años, es el miedo que los dirigentes experimentan hacia una libertad que niegan a los ciudadanos a los que están sometiendo a una oscura y denostada revolución, incapaz de evolucionar hacia un sistema democrático, que más pronto que tarde habrá de llegar, pero que aún se ve lejana, pese a que las presentes medidas deberían ayudar a conseguir una salida hacia un sistema de libertades que sin duda todo el pueblo cubano ansía.
De nada han servido los mínimos cambios habidos en este aspecto. El miedo a aflojar la despótica presión ejercida sobre la población, por parte de quienes de una forma despótica dirigen el país, es tal, que sienten vértigo cada vez que se encuentran con una situación en la que se lleva a cabo alguna protesta o se encuentran con alguna voz como la de la periodista Yoani Sánchez, premiada repetidamente fuera de su País, como aquí en España, y adonde en su momento no la dejaron viajar para recoger el oportuno premio.
¿Cómo pueden denominar revolución a una situación en la que prohíben  la más elemental de todas las libertades como es la libertad de expresión? Anulan al individuo, lo someten a la voluntad del estado totalitario y castigan la menor desviación en que los ciudadanos puedan incurrir al incumplir las normas que los dictadores a sí mismos se han otorgado.
Es fácil para nosotros admirar el heroico comportamiento del pueblo cubano, resistiendo los embates del imperialismo americano y del resto del mundo que no comulga con sus ideas. Pero esta opinión, cada día más minoritaria, no es sino un espejismo, un sentimiento nostálgico con tintes heroico-románticos, que no responden ni por asomo a una dura realidad que viven los once millones de cubanos, privados a estas alturas del siglo XXI de las libertades más elementales, sufriendo una penuria económica, que provoca un sufrimiento a la población que queda muy lejos del apasionamiento y la fácil admiración y romántica sensiblería que desde aquí podamos sentir.
En España sentimos una especial simpatía y una amable añoranza hacia Cuba y sus gentes. Deseamos de corazón que sus problemas, tanto políticos como económicos, tengan una pronto solución.

lunes, 22 de diciembre de 2014

EL RESPETO

China, uno de los países más antiguos del mundo, cuenta con la tradición histórica de una civilización milenaria, y se la considera como una nación con una gran riqueza cultural. La cultura tradicional y la virtud de esta nación, tienen una historia que se remonta a la antigüedad, desde la que se cultivan muchas virtudes que han sido incorporadas a su civilización, como por ejemplo, culto y cortesía, sinceridad y credibilidad, laboriosidad y economía, unidad y ayuda mutua, amor a la patria, abnegación al trabajo,  sencillez en la vida y respeto a los mayores.
 El pensador chino, Confucio, dijo que el hecho de que los hijos puedan vivir se debe a la crianza de sus padres, así como ocurre con los animales. Sin embargo, se preguntaba: si uno no demuestra respeto hacia los ancianos, ¿en qué se diferencia de los animales? Mencio, por su parte, también dijo que uno no debe sólo respetar a los ancianos de su familia, sino también a los ancianos de otras familias. A lo largo de cinco mil años de civilización, el respeto a los ancianos ha sido considerado como una cuestión de lógica que corresponde a la ética y la moralidad. Quienes mantienen respeto y benevolencia filial hacia los ancianos son, en consecuencia, respetados por los demás, y en caso contrario, criticados por la sociedad.
En algunas antiguas civilizaciones, los ancianos eran considerados como las personas poseedoras de la verdad, depositaria de la misma, capaz de transmitírsela a quienes se encontraban a su alrededor. En ellos está el recuerdo y la posibilidad de futuro y sus palabras se convertían en consejos que encauzaban el devenir de la vida. Sus arrugas representaban la experiencia de lo hecho, con el espejo del futuro, rasgos que evocaban y proyectaban. Eran no sólo consejeros y guías de ceremonias, sino que encabezaban la siembra de las cosechas, pues conocían el momento preciso de hacerlo.
Los ancianos Gozaban de gran prestigio y respeto entre la población, y así, en otras civilizaciones, se les denominaba “jamo yoye”, es decir, el que recuerda. En otras eran los chamanes los que poseían los conocimientos necesarios para diagnosticar y curar las enfermedades. Todos ellos gozaban de un enorme respeto y en ellos estaba fundado y sentado el principio de autoridad tradicional basado en su prestigio, que poco a poco fue dejando paso al sistema oficial de lucha y sucesión política que impera en nuestros días.
Recientemente, tuve la ocasión de ver un documental, que tenía como protagonista a Juan Goytisolo, de ochenta y tres años, escritor que ha obtenido el premio Cervantes y que vive en Marruecos, concretamente en Marrakech. Convive con una familia marroquí desde hace años, amigos que son, como si  de su familia se tratara, y dónde es sinceramente considerado. Llamó poderosamente mi atención, el hecho de que uno de los hijos de dicha familia, de dieciséis años, cuando entró en la casa y le vio, respetuosamente le besó en la frente, lo cual me impresionó hondamente, y deduje que para estas gentes los mayores son personas que les merecen todo el respeto, y así lo muestran en público. Así mismo comentaban cómo los niños que correteaban por la calle, al verlo, le besaban la mano. Conmovedor y admirable a partes iguales.
Hay circunstancias, situaciones, hechos, en general, cosas, como solemos decir para acaparar el máximo posible en el discurso, que no cambian o no deberían cambiar jamás, como el respeto. En mi infancia, los abuelos eran queridos y venerados de una forma espontánea y natural. Sentíamos adoración por ellos, y adquiríamos la condición de nietos sin que nadie tuviera que recordárnoslo, sin que fuera necesario que nuestros padres nos impusieran la obligación de ir a verlos, algo que hacíamos con frecuencia, y que ellos agradecían, recibiéndonos con una cálida sencillez y una bondad tan natural como agradecida.
Era algo innato, espontáneo y deseado, algo natural e inherente a nuestra infancia, como lo  era el respeto que sentíamos hacia nuestros padres, hacia nuestros maestros, hacia los mayores en general, respeto que no era ninguna obligación contraída, sino una convicción propia y deseada, fruto de una educación basada en la obediencia y  en la máxima consideración hacia los padres, que pese a todo, nada tenía de rígida ni de forzadamente impuesta, sino fundamentada en la admiración y el respeto.

domingo, 21 de diciembre de 2014

SEISCIENTOS FOLIOS

Cuando los ciudadanos de un País dejan de confiar en la Justicia, uno de los pilares fundamentales de todo Estado Social y de Derecho que se precie de serlo, la democracia sufre un golpe de tales dimensiones que su credibilidad y su razón de ser, pierden todo su sentido, toda su capacidad de representar a una nación, de garantizar los derechos fundamentales de los individuos que la componen y de erigirse en la organización estatal que atribuye el poder al conjunto de una sociedad que ha decidido otorgarse a sí misma la capacidad de gobernarse a través de los representantes por ellos elegidos, en los que confía plenamente y a los que encarga la misión de dirigir y gestionar los aparatos del Estado, así como los tres poderes, legislativo, ejecutivo y judicial.
La justicia, por definición, ha de ser imparcial, igualitaria e independiente, objetiva en sus decisiones y rápida en su ejecución. Si alguna de estas premisas se incumple, deja de ser justa y su condición de árbitro encargado del amparo y defensa de los ciudadanos queda anulado totalmente, con la consecuente indefensión de los afectados que quedan a merced del capricho de los individuos, grupos e instituciones que se encargan de administrar un justicia que no lo es ni de hecho ni de derecho, lo cual supone una contradicción tal, que sume a la población en el mayor de los desamparos ante el poder de un Estado que decide sobre la vida y la hacienda de las personas, como si de un poder absoluto se tratara, con decisiones injustas, arbitrarias y no ajustadas a derecho.
Resulta descorazonador, a la par que inadmisible, escuchar a la gente de la calle, bien directamente, bien a través de los medios de comunicación – y no hablamos de la opinión de dichos medios que generalmente están adscritos a uno u otro partido político y no son por lo tanto imparciales – cuando, sobre todo en la radio, mediante la voz que en ocasiones ceden a los oyentes, se expresan con total libertad y hablan de los problemas que los acucian en el día a día, no solamente los económicos, o acerca del trabajo o la corrupción, sino también de aspectos puntuales de la vida de un País que no gana para sobresaltos, siempre conmocionado e inquieto.
Uno de esos temas puntuales, relacionado con la Justicia, es el de los privilegios de los que parecen gozar personajes como la Infanta Cristina, imputada en el Caso Noos, y que no parece que vaya a recibir un trato igualitario por el hecho de su pertenencia a la Casa Real, ya que el fiscal, que parece actuar más como defensor que como acusador, está empeñado en que la Infanta no tenga que someterse a un juicio al que sí van a tener que asistir el resto de los imputados en dicho caso.
Pues bien, puestos en antecedentes, hemos de decir, que la gente de la calle que logra pronunciarse al respecto a través de los medios de comunicación, fundamentalmente en la radio, da por hecho que dichos privilegios existen, que la Infanta no será llamada a juicio, que la justicia no es igual para todos y que nos discrimina a los ciudadanos, porque ante ella, no todos somos iguales.
Desalentador que la población se exprese en este sentido, tanto en este caso como en otros por todos conocidos, en los que la desconfianza y la falta de fe en la Justicia, y por ende en el Estado de Derecho, nos lleva necesariamente a dudar de una democracia que no nos considera por igual, que nos discrimina, que nos coloca a distinto nivel, en función de la posición alcanzada en una sociedad dónde no todos tienen las mismas oportunidades.
Seiscientos folios ocupan la instrucción del caso Noos, así como tres años de trabajo, a cargo de una Justicia en la que demasiada gente piensa que no es imparcial ni justa. No podemos permitirnos el lujo de desconfiar de uno de los poderes del Estado que más inseguridad puede llegar a crear en el ciudadano, si su gestión y administración es puesta en cuestión. Pero los hechos son tozudos, y la sensación de impunidad, así como la de la permanente duda, están ahí, presentes en la calle, entre la gente, que en definitiva es de quien procede el mandato de igualdad e imparcialidad, que por encima de todo ha de prevalecer en la gestión y administración de la Justicia.

sábado, 20 de diciembre de 2014

UNA SANIDAD DECADENTE

En los albores de la civilización, alrededor del año cuatro mil antes de Cristo, la medicina estaba basada en la magia contra los espíritus malignos de los que el hombre tenía que ser protegido mediante conjuros para exorcizar al demonio y sacarlo fuera del cuerpo. Fue Hipócrates el primero en crear un método de aprendizaje en medicina consistente en apoyarse en la experiencia, observando cuidadosamente al paciente, interrogándolo, conociendo sus costumbres y la forma en cómo éstas habían repercutido en su salud y explorándolo cuidadosamente.
En el año 300 antes de Cristo en la escuela médica de Alejandría, surgió el fundador de la anatomía, el griego Herófilo. Este médico fue el primero en hacer disecciones de cadáveres en público. Reconoció el cerebro como sede de la inteligencia al igual que lo había señalado Hipócrates y en contra del criterio de Aristóteles que lo ponía en el corazón. Asoció a los nervios la sensibilidad y los movimientos y diferenció las arterias de las venas. A partir del año 150 después de Cristo, el griego Galeno, de la ciudad de Pergamo, que seguía la escuela hipocrática, al parecer hizo algunas pocas disecciones de cadáveres y conocía bien los huesos y los músculos y era el mejor fisiólogo de su época. Lamentablemente debido a su mal genio y egolatría no tuvo alumnos y no fundón ninguna escuela.
 Los romanos contribuyeron a la medicina con la construcción de grandes hospitales, al principio militares y luego municipales. Inventaron un sistema de cloacas subterráneas para eliminar las materias fecales y distribuyeron el agua potable mediante los acueductos que abastecían a Roma con millones de galones diarios. Crearon el puesto de médico de pueblo para atender a los pobres con salarios pagados por la municipalidad. Los ricos tenían ya para esa época un médico familiar.
Los Árabes comenzaron a estudiar las fuentes médicas griegas, y el persa Avicena, allá por el año 1000 después de Cristo, escribió una enciclopedia del saber médico llamada El Canon, que se utilizó durante siglos, hasta que en el siglo XVIII, se llevaron a cabo el descubrimiento de diversas vacunas para luchar contra las frecuentes epidemias que asolaban Europa, así como los antibióticos e importantes hallazgos médicos, y con ello la medicina sufrió un continuo e imparable avance que no se ha detenido desde entonces, con el amparo y la inestimable ayuda de las nuevas tecnologías de las que disponemos hoy en día.
Y aquí estamos, en el siglo XXI, con una sanidad en continuo retroceso, en cuanto a prestaciones se refiere, con unas esperas de varios días para la prestación ambulatoria, que tanto deja que desear en lo que a satisfacción del usuario se refiere, y con unos retrasos en las operaciones quirúrgicas que llegan hasta los cuatro y cinco meses – hablo siempre de Madrid - durante los cuales el paciente tiende a empeorar, debiendo llevar la sonda, el oxígeno, la adaptación provisional correspondiente, hasta que se dignen llamarle de un hospital a veces infrautilizado, en ocasiones colapsado, y siempre excesivamente distante para el paciente que sufre las consecuencias de una sanidad que parece haberse olvidado del ciudadano que ha contribuido durante toda su vida al sostenimiento de la sanidad pública y que ahora se ve rechazado y maltratado por ella.
Conozco, porque lo he vivido muy de cerca, tanto la situación de la atención primaria de la seguridad social, demasiado lenta en la espera y excesivamente ligera en la atención, como en la atención privada, rápida, atenta y efectiva.  He podido comprobar cómo pacientes de la atención primaria han tenido que recurrir a su seguro privado al no resolverles su afección y haber empeorado notablemente, con el resultado de una notable e inexplicable diferencia a favor de éste último, tanto en cuanto a la atención inmediata, como a la exploración inicial, como al diagnóstico rápido y certero. Es decir, páguese usted un seguro médico privado y será debidamente atendido.
Olvídese pues de la sanidad pública y váyase a la privada, y ya de paso quizás deba costearse un plan de jubilación, y un seguro de vida, porque el tan cacareado estado social y de derecho, parece estar en horas bajas, y usted, que debería ser el principal beneficiario ha dejado de serlo. Ya no es el protagonista. Apenas ejerce ya de actor secundario.

lunes, 15 de diciembre de 2014

LA MADRE

He leído recientemente la  novela de John Steinbeck, Las uvas de la ira, de la cual se hizo una película, que posteriormente a la lectura del libro, tuve el placer de ver, y que se ciñe escrupulosamente al libro en cuanto a los hechos, incluso los diálogos, aunque no así a su final, que acorta considerablemente, omitiendo parte de la narración original, que dudo si se debe a la versión que yo vi, la que dirigió John Ford, cosa que dudo, o es una copia, que vaya usted a saber por qué, se decidió cortar, lo cual se podría calificar como mínimo de craso error, pues elimina escenas de especial intensidad que le restan emoción y un cierto y necesario dramatismo al texto original.
La narración, es un estremecedor testimonio de los incontables y sufridos avatares sin cuento, por los que una familia americana compuesta por nueve miembros, tiene que pasar al tener que abandonar la casa y las tierras que cultivaban, al expulsarles los propietarios de las mismas, los grandes terratenientes, para los cuales trabajaban, y de las que vivían miserablemente, debido a la reciente introducción de la mecanización de las tareas de labrado y recolección de las tierras, que hacía innecesaria a mucha gente, según ellos, los amos de la tierra, de tal forma que el trabajo que llevaba a cabo la familia entera, un solo tractor y una sola máquina recolectora, podían desarrollarlo.
De esta manera, miles de familias del este de Estados Unidos, se vieron obligados a emigrar al oeste, hacia California, adonde según les decían mediante una engañosa publicidad, había trabajo para todos en los fértiles valles de un Estado, donde les aseguraban, todo era esplendor, con posibilidades de prosperar, entre campos de fruta y algodón, con casas blancas, limpias y secas que con el tiempo podrían comprar y establecerse definitivamente en busca de una felicidad que se les negaba en sus lugares de origen.
Enormes caravanas de destartaladas camionetas, cargadas hasta los topes con los bártulos que pudieron llevarse, con la familia al completo, entre los colchones y los viejos muebles, alojados en la caja de los viejos vehículos, y con las esperanzas puestas en la tierra prometida, se dirigieron a través de la ruta 66 que a través de más de dos mil kilómetros les llevaría a California, después de pasar hambre y necesidades de una miseria extremadamente cruel, pasando hambre, durmiendo al raso y ganando apenas unos centavos con los que lograban cada día sobrevivir, conseguidos en algún esporádico trabajo que conseguían en el camino, explotados miserablemente, en una desconocida América del Norte de principios del siglo XX.
Por encima de las continuas adversidades, de todos los problemas que se presentaban a diario, surge en la novela la portentosa figura de la Madre, auténtica heroína que jamás decae pese a todas las miserias que acucian a la familia, levantándose por encima del desánimo que las penalidades lograban hacer mella en todos sus componente, hasta el punto de que el padre, presa de la desesperación ante la imposibilidad de encontrar trabajo y dar de comer a su prole, ha de reconocer a la Madre como la única capaz de sobrellevar la carga de una familia que ve desfallecer cada día, a lo cual se opone con una determinación y un enérgico y tenaz coraje, que consigue contagiar al resto de los miembros de la familia.
Es la Madre la gran protagonista de esta narración, basada en acontecimientos reales, y que bien hubiera podido titularse La Madre, como ya lo hicieron Máximo Gorki y Pearl S. Buck, en sus respectivas narraciones. Este libro y estas líneas, son un agradecido y emocionada homenaje a todas las madres.

martes, 9 de diciembre de 2014

ALUMNOS Y MAESTROS EN LA RED

A comienzos del siglo XX, un maestro de escuela cobraba mil pesetas, cifra con la que malvivía en aquellos tiempos, y que con el paso de los años apenas mejoraría. Yo mismo, en el año mil novecientos setenta y tres, es decir, setenta años después, cobré mi primer sueldo, en una caja de ahorros de Segovia, y en metálico, la increíble cantidad de once mil pesetas, con lo que el incremento al cabo de tantos años, no fue de ninguna manera considerable, sino más bien escasa, mínima, miserable, y así continuaron las cosas hasta años más tarde, con la democracia ya iniciada, en que parece ser que se empezaba a reconocer la labor de los enseñantes, en un País, donde no parecía reconocérseles más que el hecho de que tuviesen a los niños retenidos en la escuela, sin dar guerra en casa, y aprendiendo las cuatro reglas, pues al fin y al cabo qué les iba a enseñar un pobre maestro de primera enseñanza – así reza la expedición de mi título – ya que, en definitiva, poco más sabía él o ella, maestro o maestra, que además, según la malvada tradición popular, el que sabe, sabe, y el que no, para maestro.
Fueron muchos los maestros represaliados durante y después de la guerra civil, cuando eran denunciados porque tenían ideas en exceso liberales, de izquierdas, incluso contrarias a la religión católica, y que por ello, según siempre oí, la profesión de maestro de escuela quedó denigrada a perpetuidad durante la dictadura, quedando marcados los maestros como personas non gratas, a las que desde entonces se les castigó con sueldos de miseria que apenas les daban para vivir, desterrados en aldeas y pueblos apartados en rincones de la geografía española, adonde la civilización apenas había llegado, donde las gentes del pueblo solían llevarle algún alimento para que pudiera sobrevivir, tal como yo puede ver con el maestro del pueblo donde nací, que recibía algún pan, chorizo y otros procedentes de la matanza.
Lo recuerdo, presidiendo la humilde, caldeada y silenciosa escuela, el viejo maestro, D. Teófilo, con una manía perenne, tocándose un diente que le molestaba y que seguramente no podría extraérselo un sacamuelas de entonces, porque su sueldo no le daría para tanto, murmurando la frase “este jodío diente”, sentado en su sencilla mesa de madera, con aspecto venerable y bonachón, con un aire entre doliente y melancólico, procedente de Dios sabe dónde, dictando a sus respetuosos discípulos y mirando de vez en cuando a través de las empañadas ventanas, con un libro en la mano. A un lado de la mesa el globo terráqueo y al otro la voluminosa y erudita Enciclopedia Álvarez, compendio de todo el saber de aquellos tiempos, que junto con el omnipresente catecismo, un cuaderno de rayas,  otro de caligrafía y las tablas de multiplicar, constituían, junto con el lápiz, la goma de borrar y la caja de pinturas, todo el material escolar necesario para seguir las clases, cantando las tablas de multiplicar, recitando versos de algún poeta permitido entonces, o leyendo las Cien Figuras Españolas, siempre presente en la escuela de aquel entonces.
Es una profesión hermosa como pocas, que marca para siempre a quién como yo, tuvo la suerte de ejercerla durante muchos años, tanto en pueblecitos de la provincia de Segovia, como en la ciudad donde resido, y que ahora, al cabo de tanto tiempo, y gracias a las redes sociales, multitud de antiguos alumnos me han localizado, dado el hecho de que yo participo activamente en ellas, y así, haciéndome visible, le han pedido amistad al profesor que tuvieron antaño, del que la mayoría se acuerdan con sumo agrado y con unas demostraciones de cariño y agradecimiento que me halagan y me abruman al mismo tiempo, consiguiendo así, que después de bastantes años, hayamos vuelto a la escuela, ahora virtual, pero que nos permite recordar aquellos irrepetibles años.
Y así, van apareciendo fotografías, que nos retrotraen a un pasado que a todos nos agrada recordar, cuando tanto ellos como yo, éramos bastante más jóvenes, lo que no impide que a la mayoría los recuerde, bien por la foto, bien por el apellido. Siguen llamándome D. José, se lo recrimino y me dicen que ellos siempre me llamarán así, porque así lo hicieron en du día, y porque así lo desean. Me obligan a recordar cuando me citan alguna salida, alguna excursión, algún viaje de fin de curso, y ya de paso, me describen las manías que tenía y que en esta profesión suelen ser muy habituales, muy de andar por casa, y nos reímos. Les Pido disculpas si a alguno le tuve que dar algún cachete, algún grito, algún castigo excesivo y me responden, ahora que muchos de ellos ya son padres, que de eso nada, que a ellos nunca actué con ellos así, y que precisamente hoy, lo que falta es un poco más de autoridad por parte del profesor, más disciplina y más respeto hacia la figura del maestro.
Bien poco imaginábamos entonces, que nos íbamos a reunir de nuevo maestros y alumnos gracias a las redes sociales. Bienvenidas sean, porque han unido de nuevo a aquellos jóvenes y a este maestro. Ni ellos ni yo podíamos imaginar este escenario donde recreamos aquellas inolvidables escenas vividas juntos, donde este agradecido maestro tuvo la suerte de enseñar lo poco que sabía a unos alumnos hoy agradecidos. Gracias inmensas les doy por ello, y a la vida, que me dio la ocasión única e impagable de enseñar, de ilustrar, de abrilres los ojos al conocimiento.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

EL HARTAZGO CATALÁN

Cataluña nos harta, nos incordia y exaspera, nos machaca diariamente desde hace ya casi dos años, estableciendo una marca que ni siquiera logró el cansino de Ibarretxe, que durante casi el mismo tiempo nos tuvo con su famoso Plan, parecido al catalán, pero que mandó al garete, y así se lo comunicó a los Vascos, cuando el Congreso de los Diputados le dijo que no, que nada de aventuras independentistas, nada de consultas no autorizadas, algo que le detuvo en seco y de manera sorprendente, pues nadie pensaba que se quedaría ahí, pero así lo hizo, se retiró y hasta ahora, hasta el presente, relegado al olvido, de una forma tal, que tanto el dichoso Plan como su autor, han desaparecido del mapa político durante todos estos años.
Sin embargo en Cataluña, que pensamos siempre que nunca llegaría a estos extremos, la situación ha llegado a tal punto de cansina extenuación, de cansancio e insufrible aburrimiento diario, que al cabo de nueve meses de amenazar con llevar a cabo la consulta, ésta se ha llevado a término.
Y todo después de un tira y afloja que ha durado casi un año, durante el cual nos han martirizado tanto los unos como los otros, léase Gobierno y Generalitat, hasta el extremo de mostrarse insufribles los unos e insoportables los otros, en un continuo batallar, que digan lo que digan, han ganado los catalanes al conseguir aquello que el Presidente del Gobierno dijo que nunca se conseguiría, es decir, sacar las urnas y votar.
El Gobierno afirmando machaconamente, una y otra vez, que no votarían, que en todo caso no tendría efectos jurídicos – ahí ya dieron muestras de flaqueza, agotamiento o simple y llanamente un miedo insuperable a tomar medidas drásticas – mientras que los otros, repetían una y mil veces, que sacarían las urnas, aunque no tuviese validez, que para ellos era lo de menos, ya que la repercusión social y política iba a ser innegable, que en definitiva es lo que ellos querían, y que a todas luces han conseguido nítida, cristalina y holgadamente, por mucho que la otra parte trate de negarlo.
Y en medio nosotros, los cansados y sufridos ciudadanos, hartos, hastiados, cansados de tanta inútil y absurda pelea con la que nos maltratan cada día desde hace tanto tiempo, como si no hubiera nada más importante en un País que vive bajo mínimos desde hace casi una década.
 Hartos de la intolerancia y la falta de solidaridad mostrada por una parte de la población catalana y de un sentimiento nacionalista exacerbado y exaltado acerca de unos valores patrios, ya caducos, y que no tienen cabida en una Europa unida.
 Hartos de la falta de diálogo y de una manifiesta incapacidad política por parte de un Gobierno, que con una insultante mayoría absoluta, no ha sido capaz de llegar a acuerdo alguno, y en todo caso, de tomar las medidas que dijo llevaría a cabo, mostrando de paso una inaudita debilidad que no asume.
Hartos, en definitiva, de soportar a unos y a otros, en medio de un panorama desolador para tanta gente que sufre los desastres que han provocado unos políticos ineptos, muchos de ellos corruptos y derrochadores, que siguen a su aire, olvidándose de una ciudadanía que no los soporta.
Y mientras, nos desayunamos cada día con el mismo cantar. El problema Catalán. Como si el paro, la precariedad laboral, los desahucios, los comedores sociales y los recortes de todo tipo, no existieran.

lunes, 1 de diciembre de 2014

LAS INFALIBLES APUESTAS LONDINENSES

En Reino Unido, las casas de apuestas tienen una tradición de siglos, donde se apuesta prácticamente por todo, no solamente en el sector deportivo, sino en múltiples e insospechados aspectos de la vida ciudadana, que van desde los que proceden del cotilleo más suburbial, hasta los que proceden de la vida acerca de la Casa Real, la política y los políticos o cualquier otro asunto que suponga una diversidad de variables, con alternativas varias, que den opción a que se pueda elegir por unos o por otros, dando lugar así a las apuestas, en las que se invertirá un pequeño o gran capital con la esperanza de obtener unos beneficios que serán tanto mayores, cuanto más arriesgado sea el envite o desafío que ha dado lugar a la elección por parte del apostante.
Un buen ejemplo lo tenemos en las apuestas acerca del referéndum sobre la independencia de Escocia, que ya anunciaban con claridad meridiana la victoria del NO, hasta el punto de que algunas casas de apuestas, comenzaron a pagar el día anterior a la consulta a los que optaron por esta opción. Un cliente que apostase 100 libras por el SI, podría ganar 450 libras, mientras que el que lo hiciera por el NO, se embolsaría 127 libras, con lo que queda claro, que ésta última opción era la más escogida, la menos arriesgada, con lo que los beneficios obtenidos son menores, pero seguros, ya que las apuestas en ningún momento han dudado de que la negativa a la independencia iba a resultar ganadora.
Y no se han equivocado, pues la victoria del NO, ha superado en diez puntos al SÍ, por lo que una vez más, estas casas especializadas en hacer pronósticos sobre la base de las encuestas de sus clientes, han demostrado que son unos auténticos especialistas en prever resultados, lo cual las consolida como una auténtica referencia para los políticos, a la hora de acertar de pleno en las encuestas electorales, algo que las empresas especializadas en estos menesteres no están demostrando, adoleciendo de una fidedigna seguridad en sus previsiones pese al material humano y técnico del que están dotadas, a diferencia de la que consiguen estas casas de apuestas tan populares en Inglaterra, donde todo es apostable y que con sus plenos aciertos, llegan a despertar el interés de la sociedad en general a la hora de realizar pronósticos.
La víspera de la votación en Escocia, un participante de uno de los múltiples debates que pueblan y asolan la televisión nacional de este País, hizo referencia a este tema, destacando el hecho de que las casas de apuestas londinenses, daban por ganador al NO, a la vista de las apuestas llevadas a cabo, y destacaba el hecho de que casi nunca se equivocaban, por lo que daba por seguro que tampoco lo harían en este caso, vaticinando sin lugar a dudas que la negativa a la independencia sería la opción elegida por el pueblo Escocés, algo que en cualquiera caso era previsible, pero no seguro, pues el número de indecisos era muy considerable a la hora de ser analizado por los encuestadores oficiales y privados.
Esta consideración, estos cálculos, estas variables, no supusieron ningún problema ni obstáculo alguno para los avezados apostantes, que acertaron de pleno, vaya usted a saber cómo, incluyendo en sus pronósticos la variación que podría suponer en los votos dicha indecisión, que al final aportó más porcentaje al NO, y que cuantificaron acertadamente. Si en Cataluña alguna vez se llega a votar la secesión, deberíamos olvidarnos de las encuestas profesionales y prestar oído a las apuestas Londinenses. Apuesto, valga la redundancia, a que los resultados aquí, serían muy parecidos a los de Escocia.