Cincuenta y tres años han
transcurrido desde que Estado Unidos rompió las relaciones diplomáticas con el
País Caribeño, en una maniobra que dejó inerme a la añorada isla de Cuba, en un
acto inexcusable, que el gigante americano ha mantenido a capa y espada, sin
resquicio ni concesión alguna a una mínima compasión por una población que
desde entonces ha sufrido necesidades sin cuento, en un alarde de crueldad que
sólo ese país ha mantenido, sin que ello haya supuesto la menor cesión por parte
de un País como Cuba, que desde entonces soporta la dictadura de los hermanos
Castro, llevada a cabo con extrema dureza, con mano de hierro, sin que en
ningún momento hayan dado impresión de debilidad alguna.
No obstante, no todo es alegría
por esta noticia que indudablemente supone un respiro para un País sumido en la
miseria. El bloqueo y embargo económico continúa, ya que son, en principio, sólo
las relaciones diplomáticas y algunas comerciales, las que se restablecen, como
la facilidad para viajar, y algunas económicas, entre otras, así como la
apertura de embajadas, lo cual supone un primer paso que aliviará sin duda la
difícil situación en la que se encuentra el pueblo cubano, al reactivarse en
parte una economía que apenas pueda sustentar a una población desasistida.
Lo que no ha cambiado nada en
estos complicados años, es el miedo que los dirigentes experimentan hacia una
libertad que niegan a los ciudadanos a los que están sometiendo a una oscura y
denostada revolución, incapaz de evolucionar hacia un sistema democrático, que
más pronto que tarde habrá de llegar, pero que aún se ve lejana, pese a que las
presentes medidas deberían ayudar a conseguir una salida hacia un sistema de
libertades que sin duda todo el pueblo cubano ansía.
De nada han servido los mínimos
cambios habidos en este aspecto. El miedo a aflojar la despótica presión
ejercida sobre la población, por parte de quienes de una forma despótica
dirigen el país, es tal, que sienten vértigo cada vez que se encuentran con una
situación en la que se lleva a cabo alguna protesta o se encuentran con alguna
voz como la de la periodista Yoani Sánchez, premiada repetidamente fuera de su
País, como aquí en España, y adonde en su momento no la dejaron viajar para
recoger el oportuno premio.
¿Cómo pueden denominar
revolución a una situación en la que prohíben
la más elemental de todas las libertades como es la libertad de
expresión? Anulan al individuo, lo someten a la voluntad del estado totalitario
y castigan la menor desviación en que los ciudadanos puedan incurrir al
incumplir las normas que los dictadores a sí mismos se han otorgado.
Es fácil para nosotros admirar
el heroico comportamiento del pueblo cubano, resistiendo los embates del
imperialismo americano y del resto del mundo que no comulga con sus ideas. Pero
esta opinión, cada día más minoritaria, no es sino un espejismo, un sentimiento
nostálgico con tintes heroico-románticos, que no responden ni por asomo a una
dura realidad que viven los once millones de cubanos, privados a estas alturas
del siglo XXI de las libertades más elementales, sufriendo una penuria
económica, que provoca un sufrimiento a la población que queda muy lejos del
apasionamiento y la fácil admiración y romántica sensiblería que desde aquí
podamos sentir.
En España sentimos una especial
simpatía y una amable añoranza hacia Cuba y sus gentes. Deseamos de corazón que
sus problemas, tanto políticos como económicos, tengan una pronto solución.