Miguel Ángel, el mayor genio que el arte ha conocido desde el principio de los tiempos, desarrolló pictórica, como le ocurrió con Julio II, que le encargó los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina, que finalmente llegó a pintar, no sin continuas discusiones entre ambos, debido al fuerte carácter del artista, y a las continuas llamadas al orden del inquieto e impaciente papa, que le urgía para que terminase la monumental obra, en la que el genio invirtió cuatro largos años, en penosas condiciones, debido a la postura que debió adoptar, de espaldas, y a escasos centímetros del techo, con peligro para su integridad física y para su vista, que no le impidió terminar una de las obras maestras de la pintura de todos los tiempos, que veinte años después remató con los frescos del Juicio Final en la pared del coro de dicha Capilla.
El
Renacimiento, la época más asombrosa de la historia del arte, supuso un
portentoso impulso para la mayoría de las artes, que alcanzaron una irrepetible
cima, que aunque no ha tenido parangón en los siglos sucesivos, fue un acicate
para los artistas y el arte en general, que originó múltiples movimientos,
barroco, neoclasicismo, modernismo, realismo,
impresionismo, surrealismo, entre otros, que han continuado aquella
soberbia explosión de la capacidad humana para crear, valorar y disfrutar de la
belleza a través del arte en sus múltiples formas y expresiones a través de la
historia.
Hoy,
contemplamos también con asombro, las pinturas de la cueva de Altamira, que
curiosamente ha sido reconocida como la Capilla Sixtina del arte rupestre, en
un claro homenaje de reconocimiento a los artistas que hace catorce mil años
fueron capaces de crear, con su indudable genio, tan singulares y admirables
obras de arte, que otro genio de la pintura de nuestra tiempo, Picasso,
describió con una frase, su entrega y reconocimiento hacia el genio creativo de
los pintores que fueron capaces de desarrollar tan maravillosa y asombrosa
obra: “después de Altamira, todo es decadencia”, denotando con ello su sincera
y total admiración hacia quienes fueron capaces de generar tanta belleza con
una extrema delicadeza y creatividad, que se ha conservado para nuestro asombro
a través del tiempo.
El arte
conceptual, último de los movimientos concebidos por sus autores, se alejan
poderosa y sensiblemente del arte por antonomasia, por el arte clásico, tal
como lo entendemos, desde admirar un cuadro, una hermosa sinfonía, o un
conmovedor poema, hasta extasiarse ante una portentosa Y majestuosa catedral, o
una pequeña ermita románica, algo al alcance de cualquier sensibilidad
mínimamente receptiva, capaz de dejarse llevar por la belleza, por la emoción
de la contemplación del arte en sus múltiples manifestaciones, que nos
conducen, invariablemente, a un estado tal, que nos conmueve, nos emociona y
nos traslada a otros mundos dónde la belleza se erige en la razón de ser, y que
han llevado a considerar a los artistas de Altamira, Lascaux, y otros templos
del arte rupestre, como pertenecientes a la Historia del arte, como sus
precursores, y no a la Prehistoria, como siempre se les ha considerado.