jueves, 1 de diciembre de 2022

EL RESPETO OLVIDADO

Todas las relaciones humanas, de cualquier orden, de cualquier signo, al margen del ámbito de dónde se desarrollen, necesariamente han de basarse en la facultad de considerar a los demás, sobre la base de una coexistencia que ha de exigir la observancia de un derecho que a todos nos corresponde, tanto de recibir, como de reconocer, sin el cual el ser humano no puede desarrollarse con la dignidad que merece todo ser vivo que conforma la existencia sobre este planeta, tan necesitado también de ese reconocimiento que llamamos respeto.

En diversos idiomas, tanto en prendas de equipamiento deportivo como en vallas publicitarias, anuncios, pancartas y soportes de todo tipo, de campañas políticas, nacionales, internacionales, privadas y oficiales, el término “respeto”, sobre todo en su acepción inglesa “respect”, luce invariablemente tanto a nivel individual como grupal, en el primer y en el tercer mundo, como un reclamo universal, que a nadie sorprende ya, como una seña de identidad que, aceptada por todos, nos obliga a seguir su sugerente dictado, que no es otro que el de la consideración por la dignidad y los derechos de los demás.

Algo tan infrecuente y ninguneado que no necesita de una seria y determinada investigación para sacarlo a la luz, pues basta con hojear cualquier medio de comunicación, ya sea escrito o audiovisual, para comprobar cómo la falta de respeto brilla por su ausencia, campando por sus respetos, como si de una mala, pero permisiva costumbre se tratara, con una patente de corso que parece se les ha concedido a todos los que publican,  tanto de forma anónima, como los que sin necesidad de ocultarse, usan de una grosera y detestable manera, para insultar, denigrar y vejar a propios y extraños, cuando de conseguir sus inconfesables objetivos se trata.

El respeto era una de las reglas más elementales, nunca escritas, que en nuestros tiempos infantiles regían para con nuestros mayores en general, por el simple hecho de serlo, en especial con padres y abuelos, respetados siempre aquellos y sumamente reverenciados éstos últimos, algo que, sobre todo con los padres de nuestros padres, ha decaído en gran manera, no por falta del respeto debido, sino por una relajación en el afecto que antes los teníamos, que nos llevaba a visitarlos con frecuencia y a considerarlos con un caluroso y tierno cariño, que agradecían inmensamente, y que alegraba cada día de esa etapa de sus vida.

Lo mismo sucedía con los maestros de aquellas remotas épocas, queridos y admirados por padres e hijos, reverenciados en extremo, repartidos por toda la geografía nacional, destinados en pueblos y aldeas alejados de la mano de Dios y de los hombres, encerrados en sus escuelitas con sus alumnos de todas las edades, chicos y chicas, sentados en sus pupitres con la enciclopedia, el catecismo y las cien figuras españolas para leer, cantando las tablas de multiplicar, practicando la escritura en los cuadernos de caligrafía, escribiendo al dictado, y haciendo cuentas en la pizarra que presidía la vieja escuela, maestros que hoy son en gran manera, si no  ninguneados, sí en cierta manera relegados tristemente,  a un segundo plano por padres y alumnos, que no reconocen como debieran su esencial y entregada labor.

Y llegados a este punto, si hay una parcela donde el respeto brilla por su absoluta y total falta de presencia, es en la política, falta de respeto hacia los ciudadanos a los que se supone que representan y hacia la más elemental de los principios éticos y estéticos que rigen las relaciones humanas, con un desprecio absoluto hacia quienes ostentan el verdadero poder, que son los ciudadanos que los han votado, a los que olvidan continuamente, dedicándose a insultarse, menospreciarse y despreciarse, tanto en público como en sede parlamentaria, crispando una sociedad que no se merece a estos falsos representantes, ni a un gobierno que miente continuamente, que false y oculta los hechos que no le interesa que salgan a la luz, y que no tiene objeción alguna en pactar con quién más le convenga y lo que más le interesa para continuar en el poder, demostrando con ello el nulo respeto que le merecen los ciudadanos que los han votado, a los que defraudan continua y permanentemente, en un gesto de altanería y soberbia, que los descalifica para el ejercicio de su responsabilidad como gobernantes.

jueves, 3 de noviembre de 2022

RICOS Y POBRES

Si la vida es frenesí, una ilusión, una sombra, una ficción, como Calderón de la Barca magistralmente avanzó en su tiempo, deberíamos preguntarnos qué importancia deberíamos conceder a esas dos contingencias ordinarias y vulgares que ocupan nuestra mente y nuestro cuerpo durante gran parte de nuestros días, deseando salir de una de ellas para entrar de lleno en la otra, salir de pobres y llegar a ricos, así, en un instante, sin necesidad de esfuerzo, exigencia, ni requisito alguno, como por arte de magia, ya que si la vida es sueño, soñar podemos de balde, y nada nos ha de costar llegar a la conclusión de que tanto vale una condición, como ha de valer la otra, ya que como dijo el poeta, los sueños, sueños son.

Pero el argumento no convence, no nos seduce en absoluto, por lo que obramos de otra manera, intentando mejorar nuestra existencia, olvidando si la vida es sueño, al margen de los que tanto despiertos como dormidos, solemos elucubrar, intentando no dar nuestro brazo a torcer, y así rebelarnos contra la dictadura de las lejanas ilusiones, ensoñaciones quizás, que a ningún lugar práctico nos llevan, y que nos hacen mantener los pies firmemente asentados en la tierra que pisamos, por mucho que ello nos frustre, nos decepcione y nos muestre la realidad que vivimos, tan distinta y tan distante del lejano y desconocido destino adónde pueden conducirnos los oníricos y sutiles sueños, tan añorados como lejanos, tan vacuos como anhelados.

Poderoso caballero el vil metal, que desde tiempos inmemoriales consigue movilizar al más cauto, al más conservador y al menos ambicioso, bastando para ello el reconocible sonar de las tentadoras monedas al chocar entre ellas, víctimas del frenético movimiento de las manos al trasladarlas de mano en mano, calculando a ojo de buen cubero la cantidad que desplazamos, suficiente para comenzar la carrera hacia la riqueza que, a base de acumular día tras día, lograremos alcanzar en un futuro más próximo que lejano, cuando al fin el arca se llene a rebosar, y nuestra condición humana nos induzca a abrir una nueva, en un proceso imparable que no parará, hasta que las monedas se derramen de tanto acumular una riqueza que quizás no nos hará más felices, pero que facilitará nuestras vidas, consiguiendo así satisfacer el deseo de poseer, tan humano como nuestra propia naturaleza.

Como todo en la vida, la riqueza es un valor relativo, pues depende de las oportunas comparaciones que nos llevarán a conclusiones, válidas o no, pero que en cualquier caso nos indicarán quién lo es en mayor proporción, mientras que para la pobreza no se necesitan estas exigencias para llegar a la conclusión de que es un valor absoluto que no necesita de comparaciones ni relativizaciones varias, tan meridianamente clara se establece esta condición, que se define y declara por sí misma, con manifestaciones tan rotundas y claras, que de poco sirve establecer unas líneas divisorias que separen a unos de otros, ya que todos están indefectiblemente unidos por un término radical y terminantemente conciso, que se reconoce por un lamentable, severo, y mísero estado de necesidad, que no precisa de aclaración alguna.

Y ahora, después de soportar una pandemia en el mundo, una guerra en Europa, y la consiguientes recesión económica, con una inflación desbocada, las preclaras mentes que nos gobiernan, han tenido la genial e inoportuna ocurrencia de destapar el frasco de todas las esencias que en el mundo han sido, declarando a bombo y platillo, abierta y rotundamente, que en España, a partir de ahora, y debido a las inclemencias del tiempo y a sus urgencias electorales reflejadas en las oportunas encuestas que en mal lugar los dejan, repetimos, por si no había quedado suficientemente claro, que en este País hay ricos, por lo que hay que cargar sobre ellos el peso de un impuesto especial, para que de esta manera alivien las cuentas públicas que tan denostadas se ven a causa de las susodichas inclemencias de todo orden que azotan a este País.

Desconcertante noticia dónde las haya, que ha dejado trastocada a una sociedad que no tenía noticia alguna sobre dicho tema, y que ha logrado que los ciudadanos se pregunten cada mañana al despertarse, cómo es posible que nada supieran acerca de tan sorprendente asunto, que ha venido a alterar sus vidas de una manera que nadie podría imaginar hace apenas unos días, cuando tan relevante y extraordinaria revelación, se hallaba oculta a los ojos de unas gentes que no dan crédito a tan importante suceso socioeconómico y cultural, que viene a revolucionar una sociedad a la que se le había ocultado tan notable y decisiva noticia que, sin duda, tendrá una enorme repercusión en esta España que no para de encajar, una tras otra, nuevas tan increíbles como la presente, que puede llegar a condicionar sus vidas hasta extremos que los sociólogos aún no han tenido tiempo de determinar.

Y hete aquí, que aunque no los citan expresamente, si hay ricos, necesariamente habrá pobres, que seremos el resto, algo que no lo han explicitado con claridad, afirmando categóricamente que se declaran como ricos, a todos aquellos que poseen una fortuna de más de tres millones de euros, por lo que a la fuerza hemos de concluir que los pobres serán aquellos desdichados que ingresen menos de esa cantidad, a los que no se gravará con ningún impuesto ni carga especial, ya que no entran en la citada categoría, aunque suponemos, ya que el gobierno no lo ha aclarado, que dentro de los pobres, habrá una infinidad de categorías y subcategorías regladas y debidamente estructuradas, dada la enorme y abultada cifra resultante dónde se integran los menos favorecidos.

Todo ello ha venido a crear tal desconcierto, que según algunas fuentes próximas a los aledaños al poder, aseguran que podrían sustanciarse con una nomenclatura basada en designar de la siguiente guisa las citadas situaciones: pobres, menos pobres, razonablemente pobres, livianamente pobres,  pobres de libro, y así hasta llegar a pobres de solemnidad, que serían los últimos en una escala que los ciudadanos ansían conocer, para así saber en qué escalón se encuentran, o más bien, dónde los sitúan los poderes establecidos, para así conocer su nivel tributario y poder descansar tranquilamente de algo que ha venido a alterar sus vidas, y que nos conduce de nuevo a Calderón de la Barca: el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

sábado, 1 de octubre de 2022

EL MAR

Esa maravilla azul, de dimensiones gigantescas, que ocupa el setenta por ciento de nuestro hermoso planeta, venerado desde el principio de los tiempos por quienes tuvieron la fortuna de contemplarlo en sus albores, cuando impoluto, bañaba las solitarias costas y reinaba en solitario sobre la faz de la Tierra, cuando barco alguno surcaba su límpido rostro y las solitarias playas en formación lucían solitarias, mientras las olas lamían sus primeras arenas, sin nadie que las incomodarla, sin más compañía que el sol, el viento y la luminosa Luna, como amables y celosos guardianes de tan grandioso y sonoro espectáculo que disfrutaban sin compartirlo con nada ni con nadie, en una amigable y amistosa unión que duraría milenios, hasta que la aparición de los seres humanos, vino a trastocar, en parte, tan gozosa, transparente y limpia convivencia.

El soberbio espectáculo de la visión del Planeta cubierto en su inmensa mayoría por agua, no tiene parangón alguno, algo que nos fascina, conmueve y emociona, no solamente cuando lo contemplamos desde el espacio sino cuando sentados al borde del mar, nos extasiamos ante su arrebatadora y portentosa capacidad de atraernos poderosamente cuando prolongamos con la mirada su vasta extensión, su apacible manto de líquido elemento, sin aparente final, sin apreciables límites observables, principio y origen de la vida, que allí se abrió camino en el principio de los tiempos, escenario de titánicas batallas por la supremacía en el mar, de portentosas aventuras llevadas a cabo por los primeros descubridores de las ignotas tierras aún por descubrir, y de trágicos naufragios que han convertido a estos gigantescos espacios de agua, en  memorable leyenda para los seres humanos, en cuyas profundidades habita una soberbia e inmensamente variada  vida marina.

Una belleza que interiorizarnos profundamente, y que permanece en nuestra memoria mientras nos encontramos lejos de esta maravilla a la que deseamos siempre regresar, que forma parte de nuestro común ideario de ensoñaciones y recuerdos, que imaginamos a veces en su pacífico, sutil, rítmico y sonoro movimiento de las ondulantes y leves olas que lamen la playa, o en las bravas y formidables tormentas que con desatada y asombrosa fuerza, azotan los acantilados en una impresionante demostración del inmenso poder de este gigantesco señor del mar y los océanos que clama por sus respetos ante los atónitos, admirados y respetuosos ojos de quienes sabemos estamos a su merced, y a quien debemos cuánta vida surgió en sus entrañas poderosas y amables.

La impresionante visión del Planeta cubierto casi en su totalidad por agua, es un soberbio espectáculo que no deja indiferente a nadie, incluso a los astronautas que lo contemplan cada día desde la estación espacial Internacional, que, como nadie, tienen el privilegio de disfrutar de semejantes vistas de la Tierra, envidia de los que no despegamos de nuestro destino en la superficie, que no nos permite gozar de esa posibilidad, aunque sí podamos acercarnos a la costa para desde allí, contemplar cómo el mar parece juntarse con el cielo en el horizonte, y visualizar con emocionado entusiasmo la curva que se dibuja, que nos permite emular, aunque sea mínimamente, a los viajeros espaciales que ven la esfera terrestre desde esa privilegiada posición que disfrutan.

No sólo la vida depende de los océanos, sin los cuales sería imposible su existencia, sino que el clima está absolutamente determinado por ellos, hasta el extremo de configurar el tiempo, el régimen de lluvias, los vientos, temperaturas y todas las consecuencias que de la existencia de estos fenómenos meteorológicos se derivan, por lo que la presencia de los mares es totalmente imprescindible para la supervivencia en este Planeta, algo que olvidamos con excesiva frecuencia, dado el trato al que lo sometemos, con una absoluta y total falta de delicadeza, previsión y, sobre todo, de una inteligencia que se nos supone, pero que brilla por su ausencia hasta unos niveles temerarios que debería preocuparnos infinitamente más de lo que demostramos cada día de nuestras vidas, que dependen de los mares, sin los cuales,  nuestra supervivencia carece de futuro alguno.

Sin duda, en el universo debe haber lugar para una infinidad de planetas habitables, dónde el agua será el primordial elemento que, como aquí, la haga posible, y así imaginamos lugares situados a distancias inimaginables de nosotros, quizás con condiciones semejantes a las nuestras, quizás totalmente cubiertas de agua, de mares y océanos similares a los que aquí poseemos, dónde la vida se ha abierto ya camino o esté en proceso de conseguirlo, de llevarlo a cabo,  como aquí sucedió, y que es algo que nos emociona y nos conmueve, en la esperanza de saber que no estamos solos, que más allá, en la inmensidad del espacio, en el titánico y sobrecogedor universo, mares y océanos como los que disfrutamos en la Tierra,y que dieron lugar a la vida, no sean exclusivos de nuestro mundo, sino que se encuentren presentes más allá, entre las lejanas y distantes estrellas.

jueves, 1 de septiembre de 2022

LA AMENAZA DEL OTOÑO

A punto de terminar este tórrido y abrasador verano como no conocíamos desde tiempos inmemoriales, con temperaturas extremas en todo el país y en gran parte del planeta, después de haber pasado una espantosa pandemia como no conocíamos desde hacía cien años, después de una guerra en Europa que aún no ha terminado, y que hace no tanto tiempo sufrimos por última vez en otra zona de este sufrido y viejo continente lleno de achaques, al que parecen pesarle en exceso los siglos que arrastra a sus doloridas espaldas.

Después de otras miserias varias que afectan sobre todo a los países más pobres de este inefable mundo, y, por supuesto, a sus desdichadas gentes que tienen la desgracia de vivir y haber nacido en esas oprimidas zonas del planeta, las perspectivas para la inminente y sucesiva estación anual que nos espera, y a cuya puerta estamos, se nos presenta más que como una época oscura, llena de malas noticias y plagada de peores presagios económicos, como una auténtica amenaza.

La llegada del otoño, esa estación que suele asociarse con la bajada de nivel anímico, la tristeza, la melancolía, la añoranza, y otras emociones no precisamente positivas, se nos presenta por parte de los poderes que nos gobiernan, como una época de duros tiempos, que habremos de afrontar, aunque sin determinar exactamente ni expresar taxativamente que va a acontecer, quizás para curarse en salud, para no cometer más errores que los que ya acumulan, para dejar bien claro, que ya nos lo habían advertido, en un gesto de hipocresía, que no debiera sorprendernos, pero que sigue insultando a nuestra inteligencia.

Que consumamos el mínimo en energía, que subamos la temperatura en verano y la  bajemos en invierno, que nos abaniquemos en un caso y nos arropemos en otro, que pese a la inflación desbocada, consumamos, que no dejemos los supermercados vacíos, que compremos coches, que salgamos a divertirnos, en resumen, que la economía no se puede estancar, que la dinamicemos con los magros ingresos de tanta gente a la que apenas le llega el sueldo a fin de mes.

En definitiva, un despropósito que nos llena de incertidumbre ante un panorama desolador, que no cesa día tras día, con unos medios de comunicación que no paran de sobresaltar al personal, que bastante tiene con ir tirando de mala manera, como para tener que soportar tanta inclemencia social, laboral y, sobre todo, económica, a la que nos someten desde el alba al ocaso, como si de un mal sueño se tratara, como si nos quisieran mantener permanentemente despiertos, en aras de mantenerse ellos en su cómoda posición, a base de obligarnos a prestarles una atención casi a tiempo completo, como si de un inmenso favor nos hicieran, cuando en realidad se lo están haciendo a si mismos.

Y si el otoño se presenta poco halagüeño, a medida que avancemos hacia el general invierno, cortas se nos ha de quedar estas preocupaciones citadas, por lo que mejor será prepararnos para el inminente otoño, que es lo que nos toca más de cerca, lo que nos afecta de inmediato, con una relación de proximidad tal, que parece que lo estamos tocando con las manos, sin haber salido aún de este abrasador verano, que nos ha deparado un estío con instintos perversos, que nos ha hecho anhelar este otoño que con los brazos abiertos, nos espera con una perspectiva poco alentadora, que esperemos se suavice con el paso del tiempo.

lunes, 1 de agosto de 2022

LA LEVEDAD DEL TIEMPO

Solemos los humanos retroceder en el tiempo, a veces solamente un pequeño espacio, que nos sitúa a escasos minutos, horas, o tramos más largos que los cotidianos días que nos empeñamos en repetir, uno tras otro, siempre sumando, siempre hacia delante, como la flecha del tiempo que nos impide volver atrás con su imperioso y rectilíneo gesto, indicándonos la única dirección posible, la única viable, pese a los delirios de añoranza de quienes soñaron la máquina del tiempo que nos llevaría a lugares remotos en el pasado, con el fin de frenar la loca e inevitable carrera que nos conduce inevitablemente hacia el final de nuestra existencia.

Una suma de días que con el paso del omnipresente tiempo, se transformarán en los cíclicos y repetitivos años, con la salvedad de experimentar unos avances que no son tales, ya que aunque se materialicen en experiencias diversas de todo orden, positivas quizás, que no todas, no lograrán que nuestro deterioro como humanos que somos, vaya acumulándose a medida que sumamos esos periodos de tiempo tan seguros, tan lejanos, tan temidos por quienes no quisieran crecer tan rápido, tan fugazmente vividos, tan a la vista de todos los que nos observan y contemplan nuestro progresivo deterioro.

Vamos quemando etapas a velocidad de vértigo, pese a que al principio no se considere así, no se conciba el paso del tiempo, como si no existiera su continuo e ininterrumpido caminar, hasta que llegado un momento, de improviso, como por encanto, que somos conscientes de que existe ese pasado que hemos ido obviando, y que no podremos recuperar jamás, convirtiéndonos a partir de ese momento en conductores precavidos y cautos que intentaremos frenar una alocada marcha que nos permita doblegar su paso, a un ritmo más lento y con pasos más firmes y seguros, con el fin de retrasar nuestra llegada a una meta, cuya ubicación desconocemos.

Y es a partir de entonces, cuando nuestros viajes al pasado se tornan más frecuentes, más lejanos, llegando incluso más allá de nuestros orígenes, de nuestra infancia, cuyos recuerdos serían los primeros en evocar con una lejana nostalgia que sin duda nos invadirá, y así, viajando en el tiempo, siempre en sentido inverso a su marcha, surcaremos sus insondables y desconocidos senderos,tratando de llegar hasta los confines del camino, hasta donde nuestra memoria alcance, para encontrar a nuestros ancestros más lejanos, hasta el origen e infancia de nuestros padres, y forzando nuestra mente, llegaremos a nuestros abuelos, y más allá si nos es posible, hasta los confines de los recuerdos alojados en nuestra memoria.

Todo ello, para llegar a la conclusión de que lo andado, lo sumado, lo vivido en definitiva, no es sino un ligero y sutil soplo en el viento del tiempo comprimido en unos años, que nuestra conciencia y nuestra memoria mantienen retenido en nuestra mente, de lo que de ninguna manera desea deshacerse, para evitar que el tiempo lo consuma y lo reduzca a una nada, que negamos obstinadamente, y que por un impulso elemental y vital, no queremos ni deseamos admitir, porque no soportamos que el tiempo se consuma, y con ello, nuestros días en este proceloso mundo que nos ha tocado vivir, al que nos aferramos con una obstinada y persistente voluntad de seguir, de continuar, sin que el tiránico y brumoso tiempo,nos señale el camino nos y conduzca hacia su meta final.

La relatividad del tiempo nos permitiría, en circunstancias especiales, y por lo tanto ideales, viajar en él, a través del espacio-tiempo, hasta llegar al extremo de comprimirlo de tal forma, que su ralentización nos permitiría prolongar la vida, sin que conozcamos las consecuencias que de ello se pudieran derivar, aunque la ciencia admite su posibilidad, siempre en determinadas condiciones que están aún a años luz de la tecnología humana, los mismos que necesitaría alcanzar la imaginaria nave que debería lograr dicha velocidad, para detener el vertiginoso e irrefrenable deterioro humano, que indefectiblemente, nos conduce hacia el final del camino.

La física cuántica, la que se dedica a estudiar lo más pequeño, lo más insignificante, mínimo  y elemental de la materia, afirma que la realidad, tal como la percibimos, es una construcción de nuestra propia mente, que se empeña en mostrarnos una realidad que no existe si no la observamos, que no tiene sentido sin nuestros sentidos aplicados a la observación de lo que llamamos realidad en la que creemos movernos, y cuya medición hace que tengamos la impresión de existir.

Todo ello nos conduce a interpretar de esta sutil manera, que dicha observación llevada a cabo, consigue modificar la materialidad del mundo que observamos, haciendo que el mismo emerja a través de lamedición de dicha realidad, lo que necesariamente supone que la conciencia afecta a la materia, por lo que todas nuestras dudas y problemas existenciales, podrían venirse abajo, así como cuantas preocupaciones y divagaciones varias podamos albergar, ya que, en definitiva, y para suerte y tranquilidad nuestra, la existencia, no es, sino un sueño hecho realidad.

viernes, 1 de julio de 2022

MÚSICA PARA CAMBIAR EL MUNDO

Si un día los pájaros dejaran de trinar, si las aguas del mar silenciaran su rítmico son, si el viento se olvidara de susurrar, si las guitarras perdieran sus cuerdas, si los instrumentos musicales se apagaran para siempre, si los cantos de los cantores enmudecieran, si la lluvia olvidase su aterciopelada melodía, si la tormenta se deshiciera de sus poderosos bramidos, si los múltiples arpegios de la selva desaparecieran como por encanto, si los acordes del silencio fueran los únicos que pudiéramos escuchar, si la tristeza y la soledad sonora se instalasen para siempre, algo habría muerto en este desdichado mundo, que lo haría inhabitable, inhóspito y sumamente triste e imposible de soportar.

La música nos alegra la vida, la hace agradecida y amable cuando todo parece carecer de sentido, cuando la desesperanza nos atrapa, cuando la tristeza y la melancolía nos invade, sus armoniosos sones consiguen que el espíritu se eleve a alturas dónde ya no pensábamos llegar, hundidos en el hastío, la apatía y el aburrimiento, remontando el vuelo al escuchar una melodía apacible y placentera para el goce de los sentidos, una canción, un himno, una sinfonía, que nos eleva el estado de ánimo, nos emociona y nos llena de un fervor sublime, que nos ilusiona poderosamente, nos alegra la vida, y nos llena de una ilusionada y renovada esperanza, que nos llena de felicidad.

Es la música uno de los grandes logros de la humanidad, que sin ella, sería insoportablemente tediosa y tristemente aburrida, hasta el extremo de lograr que fuera inconcebible su ausencia, imposible su carencia y detestable la existencia de quienes tuvieran que coexistir con un silencio musical que haría de la vida diaria un sufrido y triste peregrinar por un mundo sin sonidos dulces, susurrantes, y armoniosamente agradables para unos sentidos sin vida, que no escucharían sino los vulgares, disonantes y desagradables ruidos de la vida cotidiana, que la harían insufrible e intolerablemente carente de una necesaria y feliz alegría de vivir.

La música nos hace más humanos, más sensibles, más libres y con más capacidad para sentirnos unidos en una conciencia universal, que nos transforma la mente y el espíritu, nos emociona, nos conmueve, y nos transporta a  estados de ánimo que nos aleja de la vida rutinaria y vulgar que nos depara nuestra diaria existencia, nos aleja de la insolidaria y cómoda actitud individualista, y nos acerca a la naturaleza y al deleite del equilibrio y la sensibilidad que el ser humano representa como tal.

Nada como la música para unir a los pueblos y a las gentes con su lenguaje universal, que no conoce límites, razas ni fronteras de ninguna índole, que no sabe ni busca discriminar a quienes sólo desean disfrutar con su rítmico y melodioso cantar, huyendo de las pretenciosas, altisonantes y enfervorizadas composiciones musicales, que con pompa exacerbada y un triunfalismo rechazable, arengan a los ciudadanos con oscuras y siniestras intenciones, que se alejan de la música como lo que es, un instrumento capaz de emocionar y conmover profundamente al ser humano, que nos permite disfrutar del momento y nos permite trasladarnos a través de la memoria, hacia lugares, personas y acontecimientos pasados, que hacen de la música un almacén de recuerdos permanentes e inolvidables en el tiempo.

La música siempre logrará imponer su dulce y melodiosa voz por encima del siniestro y violento tronar de los cañones que imponen y arruinan la voz de los hombres cuando elevan al viento sus canciones, porque la música permanece en el ideario común de las gentes que la aman, en su espíritu y en su mente, en las partituras y en los documentos, libros y registros grabados que perpetuarán sus dulces y armoniosos sones para siempre, para el disfrute de sus sentidos, de su espíritu, y de su sensibilidad, porque la música nos hace más humanos, en el más amplio sentido de esta palabra, que nos define como seres libres y pensantes, capaces de disfrutar de esa maravillosa capacidad que poseemos para emocionarnos y conmovernos ante la contemplación y el disfrute de la belleza.

miércoles, 1 de junio de 2022

OTRA VEZ LA GUERRA

Malditas guerras, que desde el principio de los tiempos azotan a la humanidad como una pesada losa que nos oprime y nos condena a perpetuidad, como si de una maldición se tratara, como si estuviéramos destinados a matarnos vilmente un día tras otro, sin descanso, con una fiereza inaudita que poco dice de una supuesta civilización inteligente que debiera comportarse como tal, cuando la realidad nos sugiere que los animales irracionales no son los que así denominamos despectivamente, sino que somos nosotros los que debiéramos atribuirnos semejante distinción, que hace honor a nuestra violenta actitud permanente que no se compensa con el acervo cultural que nos empeñamos en tratar de poner frente a la barbarie de la guerra, como si con ello quisiéramos encontrar una disculpa a tanta y tan estúpida tradición bárbara y salvaje que desde siempre azota a la especie humana.

Estúpidas guerras, que no han hecho más que destrozar las vidas y las haciendas de las víctimas inocentes, que no son otras que los ciudadanos indefensos, los niños, los ancianos, y los soldados enviados a matar y a morir, en nombre de cualquier maldad que se les ocurra a los políticos y a los generales, que no suelen pisar el campo de batalla, más que para celebrar su victoria, olvidando la carne de cañón que miserablemente envían al matadero, a los jóvenes, mártires primeros de las guerras, para mayor honor y gloria de quienes los condenan a una suerte terrible, de la que no pueden inhibirse, porque la desobediencia se castiga con dureza, deshonor y desgracia para ellos y los suyos, en una bárbara demostración de la ley del más fuerte, de la razón de Estado, de la defensa de la Patria, a lo que recurren los que se denominan padres de la Nación,  para enviarles a los ominosos campos de batalla.

Miserables guerras, que siembran la pobreza, la miseria y el sufrimiento entre la población indefensa, sin  piedad, golpeando, destruyendo y machacando cuanto a su paso encuentra la espantosa maquinaria de guerra que no se detiene ante nada, que no piensa ni pregunta, que siembra el terror absoluto entre niños, ancianos y población desarmada e indefensa, que mata y destruye para avanzar y conseguir unos objetivos que no buscan más que la destrucción a toda costa para derrotar al enemigo y conseguir el máximo posible de bajas civiles y militares, para sembrando el terror, ganar un guerra en la que los soldados se han visto obligados a matar para no ser ellos las víctimas, algo que deja a los seres humanos, a una altura moral bochornosa despreciable e inhumana.

Tristes guerras que creíamos desterradas en la vieja Europa, que se ha visto cruelmente golpeada de nuevo, como un sobresalto brutal, al que no ha sido capaz de adelantarse, que, como siempre, le ha cogida desprevenida y somnolienta, cuando algo así era previsible, y ante lo que no ha sabido responder, sino con sanciones y amenazas al país agresor, y con ayuda militar al país agredido, siempre tarde, timorata y desunida, interesada en los asuntos propios de cada estado que la integran, en su propio y exclusivo interés, pretendiendo una unidad de acción, que no es tal, porque si así fuere, esta guerra seguramente podría haberse evitado, en lugar de lamentarse ahora, y comenzar después de meses de oprobiosa violencia, a especular con los problemas energéticos derivados de esta contienda, que están desatando la preocupación y la duda ante la posición a tomar, si el conflicto se prolonga en el tiempo.

Odiosas guerras de los tiempos actuales, que seguimos casi en directo a través de los medios de comunicación y de las redes sociales, como si de un tétrico espectáculo más se tratara, que contemplamos mientras nos desayunamos y prolongamos hasta la cena, siguiéndola casi en directo, mostrando y contabilizando los desastres materiales propios de semejante y bárbaro espectáculo, olvidando a veces, que detrás de esa espantos destrucción, se esconden las víctimas primeras de todas las guerras, los ciudadanos indefensos, bajo los escombros, entre las ruinas y en los hospitales, muertos, heridos y desaparecidos, que se contabilizarán cuando termine la violencia, y los ganadores, si los hubiere, exhiban sus cifras macabras ante los medios de comunicación, para dar cuenta de tan cruel y salvaje contienda, para que las estadísticas estudien los resultados y anoten la comparativa oportuna con las anteriores guerras, para sonrojo y oprobio de la historia que atañe a la especie humana.

Malvadas guerras, odiosos políticos, perversos generales, que envían a la muerte a los jóvenes sin ideales, sin convicción, sin patria ni bandera, con un fusil en la espalda para que no deserten, para que maten y se dejen matar, para que disparen balas, ametralladoras, tanques y cañones que vomitan fuego, muerte y odio contra un enemigo que no conocen, con el que no pueden hablar, solo matar, disparar, odiar, golpear, sin saber por qué, destrozar, derruir, aniquilar niños, ancianos, mujeres, soldados, muerte y más muerte, porque así se lo han ordenado quienes desde sus oficinas y despachos, deciden sobre la vida, la guerra, la muerte y la paz, que durará hasta que les convenga, en una brutal y siniestra espiral sin fin, que no acabará jamás, que pagarán, como siempre, las víctimas de sus perversas guerras, y la vergüenza infinita de una triste y sufrida humanidad.

Viles guerras, como la que en pleno siglo XXI se ha desatado, aquí, en la cansada Europa, como si de una terrible maldición silenciosa y cruel, azotara a la humanidad, que parece resignarse, y ante la que no parece poner obstáculo alguno, como demuestra la brutal carrera armamentística que los países más poderosos – y algunos que no lo son tanto – han llevado a cabo desde siempre, y que hoy suponen una tremenda amenaza para la supervivencia en el Planeta, algo a lo que nadie está dispuesto a renunciar, con la excusa de la disuasión mundial, pero que sin duda representa un perpetuo riesgo para la paz.

Perversas guerras, que ahora han hecho que  las alarmas hayan saltado en añicos, ante la perspectiva del uso de armas nucleares, que supondrían un salto brutalmente cualitativo, que nadie se atreve a descartar, y que, aunque nos parezca imposible, pudiera suceder en este afligido planeta Tierra, que en apenas unos milenios tantas veces ha experimentado sobre su sufrida piel, que aunque parece permanecer impasible, nos recuerda de vez en cuando que su paciencia se acaba, y que nosotros, la raza humana, seríamos siempre los perdedores ante un cataclismo total que nos extinguiría a los seres humanos, mientras que ella, nuestra hermosa y paciente Tierra, continuaría girando durante el resto de los tiempos sin el peso de tanta y tan violenta carga como ha soportado a lo largo de la penosa historia de la humanidad.

domingo, 15 de mayo de 2022

LA SOLEDAD INFINITA

Nuestra sutil y limitada mente, no está preparada para concebir nuestro portentoso universo, ni para asimilar sus inauditos límites que nos sobrecogen hasta el punto de renunciar a su entendimiento y comprensión, ante la grandiosa magnitud de tan soberbia obra, que nos sobrepasa de tal manera, que optamos por simplificar estos hechos, calificándolos de incomprensibles, inasumibles, y, finalmente, de inalcanzables para una mente tan limitada y restringida como la de unos seres humanos, cuya capacidad queda muy por debajo de tan fantástico y prodigioso espectáculo como el que nos ofrece el cosmos, ante el que nos sentimos infinitamente reducidos a la mínima expresión, algo que apenas nos suele durar el tiempo que conlleva exhibir este singular razonamiento, pasado el cual, la estúpida soberbia humana retorna a ocupar el resto de nuestro tiempo.

Nos pasamos la vida soñando con nuestro destino en este mínimo y solitario planeta donde la vida surgió hace millones de años, fruto de una contingencia, que como tal, podría no haberse dado, sin tener presente jamás, que no podemos ser los únicos en un inabarcable y asombroso universo, dónde la vida, necesariamente ha de ser la regla y no la excepción, donde nuestro planeta no es, sino un infinitesimal punto de una de las inconmensurables e incontables galaxias que en el cosmos son, un ínfimo y abandonado punto de un pequeño sistema solar que, pese a todo, se nos queda inmensamente grande, dónde sólo la vida ha surgido aquí, en la Tierra, al menos la inteligente, la que denominamos “superior”, aunque no podemos descartar, que al menos, exista o haya existido vida en sus formas más elementales.

Pero nuestra capacidad para comprobarlo, para explorar los planetas y satélites que nos rodean, es tan limitada, pese a que los tenemos aquí, al lado, que no podemos tener un idea aproximada de los mundos que nos rodean, tan cercanos, tan próximos, que apenas en cinco mil años de civilización, nos han dado para llegar a nuestro satélite, a la vuelta de la esquina, en un viaje tan complicado, largo y rocambolesco, que augura un proceloso y más que complicado futuro a los tan cacareados viajes espaciales, de los que nos distancia años luz, dada nuestra incapacidad para abandonar La Tierra, a causa de la insuficiente capacidad tecnológica para lograrlo, pese a la soberbia que nos domina en este aspecto.

Y es así, que nos limitamos a unos esporádicos viajes a nuestro pequeño y próximo satélite, La Luna, y soñar con Marte, el dios de la guerra, inalcanzable por ahora, y que parece haberse naturalizado aquí, para desgracia de una humanidad que lejos de soñar con otros mundos, seguramente más benévolos y pacíficos, se empeña en auto inmolarse, con una destrucción y una violencia, que creíamos desterrada, aquí en la vieja y sufrida Europa, que da nombre a uno de los satélites de Júpiter, el planeta gigante de nuestra Vía Láctea, dónde nos hallamos, y de la que nuestro sistema solar forma parte como un insignificante y minúsculo punto de la misma.

En la década de los setenta, dos naves Voyager, fueron enviadas a un largo y aventurado viaje hacia el frio, oscuro y vacío espacio interestelar, con la inestimable colaboración del científico Carl Sagan, en busca de mundos inteligentes que pudieran interpretar la información que de nuestro mundo y su civilización, portaba una de ellas, detallando en una grabación en un disco de oro y a través de imágenes, música, saludos en cincuenta y cinco idiomas, dibujos del cuerpo humano y de los animales, la cultura, ciencia y la sociedad humanas, en la esperanza de que en un lejano futuro civilizaciones extraterrestres pudieran hallar tan valiosa información, y darnos así a conocer, mitigando de esta forma la infinita soledad en la que nos encontramos los habitantes del planeta Tierra.

El catorce de febrero de mil novecientos noventa, la nave Voyager 1, que se encontraba a miles de millones de kilómetros de la Tierra, recibió la orden de girar sobre sí misma ciento ochenta grados,  dirigiendo por última vez su mirada hacia atrás, con el objetivo de enfocar hacia el lejano lugar desde donde partió, y lo que sus ojos registraron, en la oscura, profunda y solitaria negrura espacial, fue un minúsculo punto, que Carl Sagan, describió como un pálido punto azul, rodeado de minúsculos punto blancos, que parecían escoltar a nuestro hermoso planeta Tierra, inmerso en la soledad del espacio infinito.

Quizás algún día, dentro de miles o millones de años, en alguna remota galaxia, algún ser inteligente llegue a tener conocimiento de la existencia de un planeta azul, dónde la vida se había abierto camino dando lugar a una espléndida naturaleza, verde por sus plantas y azul por su aguas y por sus límpidos y brillantes cielos cubiertos de refulgentes estrellas, que contemplaron cómo surgió una especie humana, que con el tiempo, transformó tanta belleza en un planeta irreconocible y maltratado, encerrado en su profundo, frío y oscuro abismo cósmico, esperando quizás la llegada de unos viajeros de otros mundos, que habiendo tenido noticias de la existencia de este planeta llamado Tierra, respondan a nuestra llamada, y acudan a nosotros para terminar con nuestra infinita soledad.

domingo, 24 de abril de 2022

POR EL CAMINO VERDE

A la sombra de la hermosa espadaña de la iglesia del pueblo, y adosado a sus centenarios sillares, el amplio cementerio se dispone entre las cuatro paredes que delimitan el rectangular espacio donde las lápidas forman hileras sólidas y silenciosas desde la base de la torre hasta la valla de piedra que cierra el tranquilo y luminoso espacio dividido en estrechas calles o pasillos, con flores y tiestos por doquier, que pretendiendo romper la monotonía del silencioso lugar, consiguen alegrarlo con su vibrante colorido, en un intento de alentar un multicolor hálito de vida, entre quienes allí yacen, en un profundo e inmutable silencio.

Todos ellos, vecinos del pueblo, algunos nacidos hace más de un siglo, varios de ellos con una simple cruz clavada en el suelo, otros con una placa dónde figuran sus nombres y las consabidas fechas, otros con una sencilla lápida en el suelo, y en los más, con la clásica tumba elevada, con la cruz presidiendo la piedra dónde se lee su fecha de nacimiento y defunción, así como algún texto de recuerdo de su doliente familia, que en cualquier caso, se contaban con los dedos de la mano, como en una de ellas, dónde figura el texto “por el camino verde que va a la ermita”, escrito al pie de la piedra que reza y cubre a quienes allí yacen, como si con ello, quisieran indicarles el camino a seguir, allá dónde moren en la otra vida.

Situado en adyacente y solidaria posición con la esbelta torre de la iglesia, el cementerio tiene una pequeña puerta metálica con entrada por las verdes y amplias eras del pueblo, una extensa superficie donde antiguamente los agricultores llevaban cabo, cada uno en su parcela, las tareas de trillado y recolección de los cereales, y que hoy se ha convertido en una amplia y hermosa pradera de verde hierba, con el fondo esbelto de la sierra a poca distancia, que dibujando un arco de casi ciento ochenta grados, parece erigirse en un gigante encargado de proteger las tierras, los pueblos y las aldeas, que desde su privilegiada y elevada posición domina, en una distancia de decenas de kilómetros a la redonda, desde donde tan férreo y fiel vigía, parece cuidar el sueño de cuántos habitan tan amplio territorio.

Una leyenda, que no lo era tal, aunque por tal se tuviera, hacía mención a un hermoso enebro que creció a los pies de una lápida dónde se enterró a un pastor, que portaba  en sus bolsillos bayas de este precioso árbol, muy abundante en el monte dónde pastoreaba sus ovejas, y que germinaron dando lugar a un espléndido enebro que parecía proteger la tumba donde reposa para siempre el pastor.

El pueblo se extiende desde donde terminan las eras, hasta donde comienza una suave y verde bajada, a modo de desfiladero entre fincas de labor,  hacia el pequeño rio  y el aledaño bosque cubierto de encinas y robles, que ejercen de centinelas, aportando agua fresca procedente de la cercana sierra y leña y sombra, a modo de dispersa melena, tan cerca del pueblo que casi podía escucharse la melodía del rumor del agua y del sonido del viento al mover rítmicamente los árboles del bosque y los álamos del río.

Este es uno de los muchos pueblos de la España vaciada, que lucha y se resiste por desaparecer, que incluso ha superado ese estado, y se mantiene a flote, con sus pocas decenas de habitantes, que permanecen en sus casas durante todo el año, viviendo de la agricultura y la ganadería, que permanece en un aparente estado de hibernación durante el invierno, en la meseta castellana, con gélidas temperaturas, nieves y hielos, que no impiden que la vida continúe, como denota el humo de las chimeneas procedente de las cocinas de las casas, en espera de la llegada de la primavera, que operará el milagro del cambio en los campos, y la alegría del resurgir de la vida, así como de la frecuente visita de los vecinos procedentes de la ciudad, que mantienen sus casas cerradas durante el invierno, a las que regresan los fines de semana, durante las fiestas y, sobre todo durante el estío, y que suponen una garantía de continuidad de la vida en el pueblo.

Recorrer sus calles, para quien allí nació, y durante tantos años vivió, es una fuente de sensaciones encontradas, que le emociona y conmueve profundamente, mientras pasea acercándose a las que continúan tristemente cerradas, recordando a quien en ellas vivió y conoció en sus adolescentes años, cuando el pueblo bullía de vecinos que ocupaban todas las casas, cuando eran multitud, cuando había niños, escuelas, panadería, tienda de ultramarinos, incluso médico, y pasa por delante de la casa de la Tía Julia, de la Tía Feliciana, del Tío Leoncio, a quienes saludaba al pasar, siempre corriendo, seguramente a por pan, aceite, garbanzos, o cualquier otro recado que le mandase su madre.

Y hoy entristece su semblante al contemplar tantos espacios vacíos, tantos huecos dejados por aquellas buenas gentes, de las que no queda nadie, que se las llevó el tiempo, que no volverán jamás, a las que hecha sinceramente de menos, por las que siente una infinita añoranza, y que ahora descansan en el pequeño cementerio adosado a la iglesia, dónde juntos y en silencio comparten un espacio que contemplaron cuando faenaban en las eras, con los carros pletóricos de haces de trigo, cebada y centeno, dispuestos para la trilla que procuraba el preciado grano, pensando quizás, que un día aún lejano, allí reposarían sus cansados y trabajados cuerpos.

Sólo se queda el pueblo cuando llega la noche, con las tranquilas y silenciosas calles desiertas, iluminadas apenas por una leve y pálida luz blanquecina, procedente de las públicas luces que  las flanquean, que apenas logran traspasar la espesa negrura que sutilmente se desvanece a medida que avanza la llegada del nuevo día, con un límpido y brillante sol que aparece detrás de la sierra, como si allí, en la otra cara de la montaña, hubiera estado dormitando el astro sol desde el ocaso hasta el alba.

Dejo atrás mi pueblo, sus calles y sus gentes, mi casa, que ya no es mi casa, sus eras verdes, su cementerio, su iglesia con su esbelta espadaña, su sinuoso rio y sus frescas alamedas, su bosque de robles y su monte de enebros y encinas, su sierra y sus campos, y aquel camino verde de aquella lápida del cementerio, que años ha, yo mismo hice grabar, para indicar a quienes allí descansan, mis padres y mi hermano, la senda a seguir,  confiando con ello, logren encontrar la infinita paz que merecen y ansío para ellos,  el lugar donde se esconde la luz y la vida, la verdad y el reposo soñado, el merecido descanso de la eternidad.

viernes, 14 de enero de 2022

LA FRÁGIL E INCIERTA LIBERTAD

Siglos después de la Revolución Francesa, que pese a todos los excesos, errores y horrores cometidos, supuso un definitivo comienzo a la hora de lograr dar un paso adelante en la liberación de las ataduras impuestas por los absolutismos imperantes hasta entonces, los seres humanos, a falta de compararnos con otras civilizaciones allende nuestras fronteras cósmicas, en este desconocido y vasto universo en el que nos hallamos prisioneros de nuestra absoluta y obligada soledad, seguimos planteándonos la persistente duda existencial, entre otras, acerca de la libertad a la que creemos nos hicimos acreedores desde el principio de los tiempos, y de la que seguimos interrogándonos si su disfrute aún nos pertenece, si es sólo una ilusión, o si en realidad, nunca llegamos a cabalgar sobre sus blancas y frágiles alas.

Quizás sólo se trata de un sueño, de una falsa sensación de una realidad inexistente, imaginada, arduamente deseada, y por lo tanto más difícil de reconocerla cuando se hace presente, y mucho más de disfrutarla cuando  la reconocemos como propia, como algo inseparable ya de nuestras vidas, algo que nada ni nadie nos podría quitar, y que nos mantiene en una continua y pertinaz vigilancia que nos somete a duras y constantes pruebas de supremo esfuerzo para defender tan preciado valor, que no cambiaríamos por nada, salvo por nuestra propia existencia, que sería la única excusa para renunciar a una libertad, que sacrificaríamos quizás, a la espera de poder recobrarla, sin la cual, la vida pierde su sentido, pero siempre con la esperanza de retornar en el futuro a gozar de su amable, sutil y delicado abrazo.

A lo largo de la historia, la libertad no sólo no ha sido un valor reconocido, deseado, lamentablemente ausente, sino que no existía conciencia alguna del derecho que asistía a los ciudadanos en su inalienable reconocimiento, anulado por completo por los poderes absolutos que dirigían sus vidas, ora los terrenales, que explotaban su fuerza de trabajo, ora los sobrenaturales, que pretendían dirigir y manipular  sus vidas para alcanzar la que denominaban vida eterna, que no era sino una insidiosa manipulación a cargo de los que se erigían en representantes de Dios en la Tierra, que según ellos salvarían sus almas, a costa de obnubilar sus mentes, inculcándolos el miedo, y el temor que anulaba toda posibilidad de conocimiento, y por tanto de soñar siquiera con una inalcanzable y lejana libertad.

No será hasta un muy avanzado el Renacimiento, que una pequeña parte de la ciudadanía, con un difícil y rudimentario acceso a unos mínimos y rudimentarios conocimientos, que le permitieran vislumbrar la esperanza de desligarse de las ataduras que le permitirían albergar la posibilidad de deshacerse de las vendas físicas y morales que le habían impedido ver y pensar libremente, contemplando el mundo de otra forma, que le permitía explicárselo de una manera radicalmente distinta a como hasta entonces lo había concebido, descubriendo y explicando cuanto le había sido vedado por quienes se habían ocupado de negarle una nueva e ilusionante visión de cuanto le rodeaba, ante la cual abrió poderosamente su ojos y su mente, que con el tiempo le conducirían a sentirse un hombre nuevo y gozosamente distinto, autor y propietario de su existencia.

Pero el camino para lograrlo, apenas comenzaba a perfilar su largo y complejo trazado que se vería pleno de obstáculos de todo signo, tanto materiales como inmateriales, que sería necesario eliminar, labor ardua, lenta y dolorosa que duraría siglos, durante los cuales, los progresos fueron lentos y complicados, con avances y retrocesos continuos, que costaron sangre, sudor y lágrimas, pero que encendieron la mecha que ya no se apagaría jamás, mientras el conocimiento iba llegando a las masas como un soplo de aire fresco que liberó a un hombre nuevo de sus ataduras, que le indujo a luchar contra los tiranos y las tiranías que le mantenían atado a sus oprobioso dictados, al tiempo que descubría a quienes les tenían sumidos en el miedo y el temor a la condenación eterna, una iglesia que seguía ostentando un enorme poder sobre las mentes y las vidas del pueblo llano y trabajador, al que desde los púlpitos, amenazaban con la condenación eterna, a la que decían, se habían hecho acreedores por sus numerosos pecados.

Vivimos tiempos convulsos en cuanto al ejercicio de la libertad se refiere, no siendo preciso mirar muy lejos de nuestra casa, para hallar ejemplos claros en pequeños y en grandes países, donde este elemental derecho está conculcado en todas sus vertientes y manifestaciones posibles, con gobiernos déspotas, que no permiten que los ciudadanos elijan a sus gobernantes, con lo que la posibilidad de ejercer las libertades civiles se convierte en una quimera, que de una forma tiránica se ejecuta sin posibilidad alguna de que los ciudadanos puedan intervenir en la decisión fundamental de elegir a sus gobernantes, al no existir una democracia que garantice el derecho elemental al voto, como sí disfrutamos en los países dónde este derecho está recogido en una Constitución que así lo contempla.

No obstante, esto no es garantía absoluta de que determinados derechos puedan ser conculcados, anulados y prescritos, en determinados momentos históricos como los que estamos viviendo en estos dos últimos años, que aunque temporalmente, han sido llevados a cabo de una forma radicalmente severa, que aunque a posteriori la Ley Suprema declaró como inconstitucional, han supuesto una seria llamada a las conciencias libres, como un toque de alerta ante un peligro siempre latente, incluso en nuestras supuestamente afianzadas democracias, en el sentido de que la fragilidad de la libertad está siempre latente, y que la vigilancia y la defensa de la misma, nos compete a todos los ciudadanos que amamos la libertad como valor supremo de la civilización humana.

sábado, 1 de enero de 2022

IN ALBIS

No fue precisamente el Latín, la asignatura preferida durante mis estudios de bachiller, cuando aún está lengua, que admiro y respeto, formaba parte del plan de estudios de entonces – léase hace un buen puñado de décadas –que me hizo sudar tinta china, permítaseme tan curiosa expresión, aún hoy en vigor, que me destrozaba los nervios, cada vez que me sumergía en las entrañas de la farragosa y larga oración, tratando de encontrar el dichoso sujeto, que podía encontrarse en cualquier intrincado rincón de la misma, y que necesariamente, no se disponía al principio, cómo podría esperarse, sino que hallábase oculta, ora en el centro, ora antes, ora después, con lo que su búsqueda se convertía en una auténtica aventura sintáctica, que casi siempre se tornaba imposible para el bachiller empeñado en desentrañar tamaño desafío lingüístico.

In Albis, es una expresión latina – latinajo propiamente dicho – que tiene varias acepciones, muy similares entre ellas, que se traduce, como estar o quedarse en blanco, quedarse sin conseguir lo pretendido, no lograr o captar lo que se expone, entre otras que podríamos citar, y que se ajustan a la perfección en la simple y llana locución, “en blanco”, o sea, de no haber entendido nada, perplejo y sorprendido ante una situación que no asume ni entiende, en definitiva, que le supera y le sume en un vacilante desconcierto, que encuentra siniestro e incierto a partes iguales, que es lo que a mí me sucedía cada vez que me disponía a analizar la dichosa oración, cuyo núcleo fundamental, era sin duda, el hallazgo del misterioso y oculto sujeto.

No consigo recordar si el Latín se estudiaba en un solo curso o en varios, si sólo en el bachillerato, o si también lo contemplaba el plan de estudios de magisterio – aunque esto último, lo dudo – pero si permanece en mi memoria lo mucho que me hizo sufrir esta hermosa y fundamental lengua, que tanto estimo y respeto, origen de tantas otras, y que sobra aquí tratar de explayarnos en su vital importancia,  tanto en las ciencias como en las letras y el arte en general, y que por desgracia hoy se encuentra tan denostada y cuestionada, por quienes no poseen la necesaria cultura, conocimiento y sensibilidad para concederle la enorme importancia que para la civilización humana ha supuesto a través de la historia.

 Lengua viva, que no muerta como algunos le suponen, que yo tanto defraudé, con mis continuos suspensos, que apenas logré superar con justos y nimios aprobados, que en algún caso logré, recuerdo ahora, gracias a la inestimable ayuda de algún compañero que, en el examen, me pasó la salvadora chuleta, para conseguir superar la inevitable prueba, nada que ver con la asignatura de religión, que en la Escuela Normal de Magisterio de Segovia, aprobaba sin problemas – el profesor era un sacerdote – y yo para entonces un completo descreído, ya que existía una leyenda,  que afirmaba que bastaba con hablar bien de la virgen, para aprobar, algo que seguí al pie de la letra, y que me dio excelentes resultados.

In Albis llevamos los dos últimos años, inmersos en una pandemia que pese a la vacunación, y gracias a ella más debilitada, sigue golpeando este País, y el resto del Mundo, con alarmantes cifras de contagios, cuando finalizamos este oprobioso año 2021, que nos ha dejado en blanco una memoria demasiada cargada de esperanzas defraudadas una vez más, después de pasar el terrible 2020, que creíamos supondría el final de todas las desdichas que se prolongan ya dos años en pleno siglo XXI, con un País que pese a las euforias gubernamentales, sigue con unas cifras económicas, sociales y laborales, que no permiten lanzar las campanas al vuelo, con una clase política nefasta en todo su arco parlamentario.

Y es que desde la izquierda más extrema, hasta la derecha más cavernaria, pasando por un centro izquierda y otro orientado a la derecha, ambos irrelevantes, o más bien inexistentes, dónde todos se caracterizan por las mismas malas formas, la misma ineptitud, y la misma obsesión por aferrarse a la poltrona, al poder, en definitiva, ajenos a su labor en pro de unos ciudadanos, cada vez más frustrados y cansados de ellos, de todos, sin distinción ideológica, si es que la tuvieren, que nos están dejando la mente en blanco, in albis, a fuerza de olvidarnos de ellos, que es lo único positivo que están consiguiendo entre tanta indignación, tanto cansancio y tanto sufrimiento como están causando a una población, harta de su ineficacia, de su soberbia, y de su falta de sensibilidad ante tanto desamparo.