Este año del señor de dos mil y veintiuno, cuando justo han pasado
quinientos años de la batalla de Villalar que dio fin a la rebelión popular de
los Comuneros de Castilla, recordamos también aquel doce de octubre de 1504, en
la villa de Medina del Campo, cuando la Señora Reyna Católica, Doña Isabel,
dictó testamento, que en lo relativo a su hija Juana, rezaba, a grandes rasgos
cómo sigue: “Otrosí, conformándose con lo que debo y soy obligada de derecho,
ordeno y establezco e instituyo por universal heredera de todos mis Reynos, e
Tierras, e Señoríos, e de todos mis bienes rayces, después de mis días, a la
Ilustrísima Princesa Doña Juana, Archiduquesa de Austria, duquesa de Borgoña,
mi muy cara, e muy amada hija, primogénita, heredera e sucesora legítima de los
dichos mis Reynos e Tierras e Señoríos, la cual luego que Dios me llevare, se
intitule Reyna”, al tiempo que entre otras disposiciones, añadía, que si Juana
no estaba en sus reinos, ya que se encontraba en Flandes, no quería entender de
su gobernación, nombraba al rey su señor, regente mientras su nieto, el infante
Don Carlos, alcanzase la edad legítima para regir y gobernar.
De alguna forma, de
este testamento parecen desprenderse las dudas que Juana despertaba en la
reina, dado su carácter complicado y sus desequilibrios emocionales, que
mostraba ya desde niña, acentuados en la madurez, unido al poco interés que
denotaba en las tareas de gobierno, a la par que se aprecia la mano, sin duda,
del rey Fernando, interesado en el reino de Castilla, algo que se manifiesta,
cuando en las Cortes de Toro, afirma que uno de los motivos que le llevaron
encargarse del gobierno de Castilla, es el hecho de que “la Reina, mucho antes
de fallecer, conoció y supo de una enfermedad y pasión que sobrevino a la Reyna
Doña Juana”, constituyendo esa declaración, la primera vez que, en un documento
oficial, se reconocía la posible incapacidad de Juana para gobernar.
Pero la gran incógnita,
aún no resuelta, y que posiblemente nunca conoceremos, es si realmente esta
apreciación responde a la realidad, aspecto en el que los estudiosos no se
ponen de acuerdo, salvo en el hecho de que tanto su esposo Felipe, como su
padre el Rey, estaban interesados en relegarla del gobierno, e hicieron cuanto
pudieron por evitar que Juana reinase, algo que se llevó a cabo, aunque Juana
siempre ostentó el título de Reina hasta el final de sus días, habiendo
compartido dicho título, de derecho, que no de hecho, con su hijo Carlos, que
la mantuvo en Tordesillas, hasta su muerte en 1555, sometida a un vergonzante
estado de prisionera, bajo el mando de quienes la mantuvieron cautiva, con unas
estrictas, duras y crueles condiciones carcelarias dictadas por su hijo el rey,
que apenas fue a verla en los largos cuarenta y seis años, desde 1509, que
estuvo recluida con la sola compañía de su hija Catalina, que lo hizo, hasta
que en 1525, casó con Juan III de Portugal.
Juana, pronunció ante
la Santa Junta de los Comuneros de Castilla, reunida en Tordesillas en 1520, una
frase, que revela su afable carácter, pese a la leyenda que le rodea, y que
tantas dudas ha suscitado a lo largo de la historia: “Yo tengo mucho amor a
todas las gentes y pesaríame mucho de cualquier daño o mal que hayan recibido”,
aunque ella, nunca demostró excesivo interés en gobernar, salvo en concierto
con su hijo, algo que parece ser que pretendió, y a lo que su hijo se negó,
aunque nunca le discutió su título de Reina, que conservó hasta el final, pero
sin efecto material alguno, y a la que dispensó un trato profundamente injusto
e inhumano, llegando hasta el maltrato, instruyendo para ello a sus crueles carceleros, los marqueses de
Denia, y llegando hasta el extremo de robarle de sus aposentos numerosas joyas,
oro, plata, libros y tapices, para que sirvieran como parte de la dote de
Catalina.
En septiembre de 1520,
los Comuneros Padilla, Bravo y Maldonado, rodilla en tierra fueron a liberar a
su reina y rehacer las cortes del reino para luchar contra el absolutismo
imperial de un rey, que además de usurpador, le consideraban extranjero, a lo
que Juana respondió que “la junta hera buena y se daba por servida della, y
vengan aquí, que yo huelgo dello y de comunycar con ellos lo que conviene a mis
Reynos, y de lo bueno me placera, y de lo malo me pesara, y espero en Dios que
lo hará todo bien”. Juana, no quiso enfrentarse a su hijo, y se negó a firmar
el documento que le presentaron, dando así por finiquitado el movimiento
Comunero, que la historia guarda celosamente en sus anales, como una lucha por
la libertad, la opresión y la injusticia.