En el origen de la escritura,
están sin duda los pictogramas, símbolos, dibujos, signos y formas diversas utilizados
por los pueblos de la antigüedad con los que trataban de representar los
objetos que les rodeaban, incluso palabras, siempre de una forma simplificada,
sin transmitir ideas ni pensamientos abstractos, ni mucho menos estructuras
sintácticas que estaban fuera del alcance de sus pretensiones de mostrar la
realidad material mediante esos símbolos esquemáticos, que suponen seguramente
el primer estadio de la escritura.
Los pictogramas transmiten una
información convencionalizada, independiente de cualquier lengua, ya que fueron
utilizados por muchos pueblos desde el principio de los tiempos por unos seres
humanos que necesitaban comunicarse mediante signos para complementar el
lenguaje hablado. Suponen de esta forma un antecedente de nuestro alfabeto y
están sin duda en su origen, aunque sus huellas hayan quedado borradas por
siglos de evolución.
La escritura cuneiforme,
representa otro intento de expresión en lenguaje escrito, que fue adoptada por
otras civilizaciones como los Sumerios y los Asirios. Se escribía en tablillas
de arcilla húmeda mediante un tallo vegetal biselado en forma de cuña – de ahí su
nombre – en las que plasmaban los correspondientes pictogramas. Se tiene
conocimiento fehaciente de cartas escritas en escritura cuneiforme,
pertenecientes al segundo milenio antes de Cristo, que se han podido traducir,
en la que en una de ellas, escrita con una pluma de junco, se invitaba a su
receptor a ir a Babilonia.
La escritura Jeroglífica, se
desarrolló en Egipto durante más de tres mil años. Tenía un sentido mágico y religioso, hasta el punto de que el
nombre de una persona expresaban también su personalidad. Este tipo de escritura
se reservó fundamentalmente para la grafía monumental. La pieza clave para la
interpretación y traducción del lenguaje jeroglífico es la Piedra Rosetta, que
poseía grabados de tres lenguas diferentes, griego, jeroglífico y Demócrito,
que fue descifrada por Champolion a finales del siglo dieciocho.
Todos estos lenguajes escritos,
pusieron la base para la consecución de los alfabetos que hoy utilizamos,
mediante la oportuna y conveniente evolución sufrida y que supuso la existencia
hoy en día de alfabetos como el griego, cirílico, chino, árabe, hebreo, y otros
que podríamos citar. Con el descubrimiento del papel en China, y del pergamino
suplantando al papiro en Europa, así como de la tinta metálica marrón rojiza para
los manuscritos, y de la sustitución del rollo por el libro, comienza una nueva
era que nos conduciría al primer periódico impreso en China en el año
ochocientos cincuenta y tres y al descubrimiento de la imprenta de Gutenberg a
finales del siglo XV y del primer libro por él impreso, La Biblia, de 42
líneas.
El escriba era el amanuense o
copista de la antigüedad, procedente de las clases bajas de la sociedad. Era
inteligente y educado y conocía mejor que nadie los documentos oficiales,
legales y comerciales, los cuales preparaba al dictado o de otras maneras, por
lo que recibía una remuneración. En la época medieval, los copistas se encargan
de reproducir libros y manuscritos a mano – de ahí amanuenses – en el
scriptorium de los monasterios, donde además, los encuadernaban, decoraban y
conservaban.
Conservo documentos manuscritos
de mi padre y del padre de mi padre, mi abuelo, ambos secretarios de
Ayuntamiento en Duruelo, Segovia, donde nacieron y descansan ahora y donde
también nací yo. Con una preciosa y cuidada letra, los conservo como si fueran
auténticos tesoros. Hoy, con la informática casi se nos ha olvidado escribir a
mano, por lo que de nada serviría ya volver a los cuadernillos de caligrafía que
con tanta nostalgia recuerdo. Pero nos queda la palabra, la más maravillosa de
las herramientas de las que dispone el hombre para comunicarse al margen de
cómo lo lleve a cabo. Y esto, sin duda es lo que importa.