sábado, 20 de junio de 2020

YO ACUSO

Cuando el mal llamado estado de alarma termina, cuando el confinamiento a todos los niveles toca a su fin, cuando los sufridos ciudadanos respiran con un cierto alivio, y la memoria atormentada despierta de su letargo de tres durísimos e interminables meses de confinamiento, cuando sobre todos aún pesa y pesará un brumoso trauma, cuando comenzamos a respirar de nuevo, yo,  en nombre de muchos dolidos e indignados ciudadanos de este País:
Acuso al prepotente gobierno de este País de no reconocer sus errores, de no pedir, no ya perdón, sino unas mínimas y necesarias disculpas, de airear sus más que dudosos aciertos a la hora de gestionar la pandemia, permitiéndose su presidente el ominoso y falaz “viva el 8 M”en sede parlamentaria, que es todo un insulto a la vida, y a la sensibilidad de los familiares de las víctimas.
Acuso a unos negligentes gobernantes que cometieron graves e imperdonables errores a la hora de tomar medidas drásticas, cuando ya conocíamos los casos de China y de Italia, que debieron ser más que suficientes para actuar, y no lo hicieron.
Acuso al gobierno de permitir que prevalecieran condicionamientos de orden político y de oportunidad, para no avisar a la población del peligro que corrían al asistir a manifestaciones y actos multitudinarios de todo tipo, cuando las señales de peligro eran más que evidentes.
Acuso a las autoridades correspondientes, de permitir la manifestación del 8 de marzo, y otras anteriores y posteriores, que causaron sin duda infinidad de contagios, cuando el día 7, es decir un día antes del 8 M, se confinaron a 40 personas contagiadas en la ciudad riojana de Haro.
Acuso a los responsables de no escuchar a la OMS, que con tiempo, y como está documentado, avisó a las autoridades sanitarias acerca del aprovisionamiento de material sanitario para responder a la epidemia que se avecinaba.
Acuso a las autoridades de este País, de autorizar unas concentraciones y de prohibir otras, antes del confinamiento, en una ceremonia de la confusión, que responde a oscuros intereses de variada, siniestra e inconfesable índole, que en absoluto se pueden justificar.
Acuso a los responsables en las altas esferas gubernamentales, de privilegiar sus intereses electorales y populistas sobre los de la población, hasta el punto de no tomar medidas por aquello de esperar a ver qué pasa ahí afuera, a ver quién le pone el cascabel al gato, y por miedo a la impopularidad que ello representaba.
Acuso al gobierno de ser el culpable de la situación trágicamente anárquica de los hospitales, sin material suficiente, pese al aviso de la OMS, y, sobre todo de las dramáticas consecuencias en un heroico personal sanitario en general, que se vio absolutamente inerme ante la avalancha de enfermos, sin material, desprovistos de lo más elemental, como la ropa protectora que tuvieron que confeccionarse ellos mismos.
Acuso a quienes corresponda, del espantoso porcentaje de fallecimientos entre el personal sanitario, que es, para vergüenza y oprobio del gobierno, el más alto del mundo, tal como está registrado.
Acuso, junto con sus consternados familiares, y a quienes corresponda, de irresponsabilidad y dejadez manifiesta en la gestión de las residencias de ancianos, por dejarlos morir, por acción u omisión, en un vergonzoso y detestable acto de malvada dejación, en lo que ha supuesto uno de los peores maltratos en la historia de este País hacia sus ciudadanos.
Acuso en mi nombre, y en el de los familiares de las víctimas en general, de los falsos datos que proporcionan las autoridades sanitarias sobre el número de los fallecidos, así como del tratamiento vejatorio hacia ellas, al citarlas como meros números a contabilizar.
Acuso a las autoridades aquí  citadas, de carecer del más elemental rastro de una elemental y piadosa humanidad,  en una penosa demostración que supone un acto de vileza absoluta, al tardar más de dos meses en declarar una semana de luto, lo que denota una patética e inexcusable ausencia de sensibilidad, sin disculpa posible alguna.
Acuso, en fin, a un gobierno, que proclamándose progresista y de izquierdas, ha demostrado un talante soberbio y engreído, farsante y embustero, incapaz de reconocer error alguno y de asumir sus culpas, que ha dejado un País en ruinas, tanto a nivel personal, como laboral, como económico, y que ahora pedirán que lo levantemos, quienes con su esfuerzo y sacrificio, hemos sufrido las consecuencias de su ineptitud manifiesta.

viernes, 19 de junio de 2020

LA SALIDA

El final de la atroz crisis sanitaria vivida por este País, comienza a visualizarse ahora que vamos a dar comienzo a la llamada nueva normalidad, que nadie sabe en realidad lo que de hecho significa, en qué consiste, cómo se va a materializar, ya que no debería ser preciso añadir el término que califica esta equívoca expresión,  como una novedad, cuando debería quedar claro que la normalización debería despejar toda duda sobre su entendimiento para cualquier mente medianamente pensante, y que sin embargo, sí se hace necesaria una aclaración, dadas las circunstancias en las que nos encontramos, que obligan a situarla en un contexto no vivido desde hace tiempos inmemoriales, y que nos condicionan en todos los aspectos.
Para empezar, cuando dábamos por hecho no hace mucho tiempo, que una vez terminado el confinamiento todo volvería a ser como antes, nos encontramos con unas medidas sanitarias con las que tendremos que convivir por tiempo indefinido, pese a que nos dicen, que concluirá con la oportuna vacuna de la que poco o nada sabemos, y que supondrían el uso de la incómoda mascarilla, y la no menos molesta distancia social, que pensábamos que ya eran historia, y con las que volvemos a encontrarnos una vez libres del forzado encierro a que nos han sometido durante noventa largos y dramáticos días, que nos han dejado una indeleble huella a todos los niveles, y  por mucho tiempo.
Continuando con la narración de las consecuencias de la apertura de fronteras a todos los niveles, nos hallamos con unos confusos y complejos datos económicos, que intuimos, y así lo claman los que de ellos se ocupan, son absolutamente devastadores, que han dejado un panorama desolador, con unas cifras de pérdidas, déficits y deudas rotundamente brutales, así como de una pérdida de actividad, que en muchos casos serán insalvables, y de un aumento del paro a niveles desconocidos desde hace tiempo, que conllevan una situación de miseria para muchos ciudadanos, que se ven obligados a unirse a la cola de quienes no tienen medio de subsistencia alguno, y que han quedado de improviso excluidos de una sociedad, que contempla con estupor un espectáculo desalentador, pero del que aún sólo visualizamos la punta del iceberg que se ha ido formando en estos tres trágicos meses.
Ayudas a numerosas  y diversas actividades, subvenciones sin cuento, compensaciones a diversas sectores de todo tipo, aplazamientos de pagos, salario mínimo vital y otros inmensos gastos habidos y por haber, que muy pocos saben, si es que llegan a saberlo con certeza, cómo se van a poder llevar a cabo, y sobre todo, de dónde va salir, y en su caso, cómo se van a recaudar las gigantescas cifras, que al margen de las ayudas europeas, los ciudadanos tendremos que aportar, sin dejar de lado los recortes que nos veremos obligados a soportar para poder financiar las consecuencias económicas de esta tremenda herida que esta pandemia ha dejado en la piel de toro de este sufrido país, que aún no tiene información suficiente para conocer el alcance real de la dramática crisis que tendremos que afrontar.
Las mareantes cifras que cada día oímos, han dejado ya de sorprendernos, hasta el punto que el ciudadano apenas se pregunta ya cómo es posible, que si los problemas para pagar las pensiones constituían un auténtico reto, ahora, con unos gigantescos desembolsos que han de dejar exhaustas las arcas del estado, ni se plantea ese problema u otros semejantes, como si el dinero fuese a caer del cielo, como si no hubiese pasado nada, como si todo se resolviese por sí solo, y no hubiéramos de preocuparnos por un futuro incierto, que sabemos, porque lo suponemos de una manera lógica y racional, que se adivinan tiempos difíciles, y eso es algo que no pueden ocultarnos, por lo que los ciudadanos comienzan a especular, sorprendidos por ese silencio, esa tranquilidad, que suele presagiar una tormenta, que sin duda, no tardará en llegar.
Se limitan a decirnos que hay que reconstruir el País, sin hacernos partícipes de los portentosos gastos que citan de vez en cuando, y que asombran al tiempo que sorprende cómo es posible sufragarlos, cómo se están pagando, si a los ciudadanos nada nos han pedido, salvo que las arcas estuvieran más llenas de lo que nos decían, lo que es imposible con el déficit y la deuda que soporta España, por lo que la incógnita está ahí, y, o bien exageran las cifras, o nos mienten, o tenemos unos gobernantes ineptos e ignorantes, que no sólo han gestionado mal la pandemia, sino que están llevando a la ruina a este País, y por ende, a sus ciudadanos, expectantes ante tanta parsimonia a la hora de mostrar unas cuentas que a todos nos implican, y que de una u otra forma, habremos de hacer frente.

viernes, 12 de junio de 2020

UN INTANGIBLE FUTURO

Después de ochenta deprimentes días, seguimos sin visualizar un futuro que presagie una vida normal, dentro de las posibilidades que esa expresión puede ofrecernos, tras una epidemia controlada, que no dominada, según nos adelantan quienes en su momento actuaron tarde y mal, y que ahora, quizás por esa mala conciencia, o mejor, por esa presunta inseguridad, y a punto de dar por terminado el siempre mal llamado estado de alarma, están alargando los plazos o fases de la denominada desescalada, convirtiéndola en un suplicio más de este insoportable y duro confinamiento al que no se le ve el punto final tan ansiado.
Y es que dicho símbolo, no va a materializarse de hecho, como ya nos están adelantando, cuando a tres semanas aún del final de está reclusión, ahora suavizada, nos comunican, nos ordenan, nos advierten severamente, que las medidas de distanciamiento social, las máscaras, y otras recomendaciones varias, continuarán después de la finalización del estado de excepción, trocado en estado de alarma, con lo que proseguiremos en un singular confinamiento en semi libertad, que nos dicen se extenderá hasta que se encuentre una vacuna o remedio para luchar contra esta pandemia, que está dejando un rastro atroz de víctimas y de todo tipo de efectos secundarios, personales, sociales, económicos y laborales, que están dejando el País exhausto y profundamente devastado.
Continuaremos entonces, con las mascarillas puestas y con la sensación constante de estar continuamente vigilantes, ante la presencia ajena, cuando salgamos a la calle, vayamos a la compra, viajemos, o nos entreguemos a un ocio limitado por tantas precauciones, que harán de los ciudadanos unos seres temerosos de una movilidad estrictamente controlada y vigilada por tantos condicionamientos, que ya creíamos haber dejado atrás, después de tanto tiempo de un forzoso y brutal encierro que ha dejado huellas indelebles en unos sufridos ciudadanos, que ven cómo no ha terminado aún su angustia vital, y, sobre todo, que desconoce por completo cuando llegará su final.
Por definición, intangible es aquello que no se puede tocar, que está por lo tanto, fuera de nuestra alcance, intocable, inasible, al margen de nuestra capacidad para maniobrar y decidir sobre ello, que es lo que nos pasa con un futuro incierto e inseguro, que jamás, ni en nuestros peores sueños, podíamos imaginar cuando comenzábamos el año dos mil veinte, cuya curiosa y repetitiva cifra de dígitos nos hacía presagiar un año diferente que podía traernos buenas y venturosas nuevas, que se han visto frustradas por la feroz pandemia que ha dejado un rastro terrible de dolor y sufrimiento para decenas de miles de personas de nuestro país, y para centenares de miles en el mundo.
Una pandemia, que afortunadamente ha respetado a los niños, a los más pequeños, y que se ha cebado de una espantosa manera con los ancianos, que han sido maltratados de una odiosa y cruel manera, procedentes la mayoría de unas residencias mal equipadas, y a los que no sólo ha atacado con una abominable y perversa maldad, sino que la sociedad les ha relegado ante los más fuertes, que han tenido preferencia a la hora de ser atendidos por una sanidad sobrepasada, ante una falta de medios materiales, que ante la nula previsión del gobierno, no estaba preparada para atender a una ingente cantidad de enfermos que llenaban los hospitales.
Ahora, cuando nos creíamos ya casi libres, cuando pensábamos que la pesadilla había tocado a su fin, los poderes establecidos, que nos han confinado en nuestras casas, dónde millones de ciudadanos han sufrido lo humanamente indecible, en parte debido a la inacción de los poderes públicos, a la hora de tomar las medidas oportunas al principio de la pandemia, cuando el desastre se veía venir, nos obligan a continuar obviando un futuro que se nos presenta oscuro e invisible, cubiertos con las mascarillas y un distanciamiento social, que nos con convierte en seres humanos con un sentimiento mezcla de incomprensión, humillación y rabia contenida ante una situación que nos afecta a todos, y que nos compromete un incierto e intangible futuro.

jueves, 4 de junio de 2020

VIVAN LAS CAENAS

Sorprende poderosamente, cómo los seres humanos pueden llegar a plegarse ante determinadas situaciones que les son sobrevenidas, a las que se adaptan sin cuestionarse su origen, oportunidad y hasta su posible ilegalidad, ante las que responden sin analizar, discriminar ni discernir acerca de su razón de ser, dándolas por buenas por el hecho de que por su procedencia, no debiera dar paso a duda alguna, ya que proviniendo del poder establecido, han de aceptarse sin más, como fuente de derecho incontrovertible e incuestionable, que se asumen sin que haya lugar a ponerlas en cuarentena para su posible estudio y análisis, algo que ni se plantean quienes así actúan, limitándose a obedecer y asumir disciplinadamente, en una ilógica e irracional aceptación de unos hechos que se plantean así, cuando quienes han de respetarlos, carecen de la mínima capacidad para diseccionarlos y obtener las oportunas consecuencias, algo con lo que sin duda cuentan quienes se encargan de dictar las correspondientes normas a seguir por quienes no han de mostrar oposición ni cortapisa alguna.
La historia de la humanidad está llena de situaciones de este tipo, que necesariamente no se dan en una sociedad totalitaria, con un régimen tiránico que no da oportunidad alguna a ninguno de los individuos sometidos a sus dictados, sino que tienen lugar en Estados democráticos, donde pueden darse estas anómalas circunstancias, sin que los ciudadanos se encuentren atados por una falta de libertades que los limiten el ejercicio de sus derechos más elementales, pero dónde una mayoría, bien por ignorancia, por una persistente inconsciencia, por una inseguridad subjetiva, o simplemente por desidia, hacen dejación de sus prerrogativas como ciudadanos, y dejan las manos libres a quienes han de decidir por ellos con una cierta impunidad, no exenta de responsabilidad legal, que seguramente no esperan, y que les concede así una auténtica patente de corso para seguir con sus irregulares actuaciones.
Estamos pasando en este País por unos momentos críticos, debido a la pandemia que nos asola, y dónde el llamado estado de alarma declarado por el gobierno, lleva vigente casi tres meses, con una anulación casi completa de las libertades de reunión, manifestación y movilidad,recluidos en los domicilios, dónde los ciudadanos, ante el temor al virus, en su inmensa mayoría, no se plantean el hecho de que no se han limitado las libertades, propio de ese estado, sino que se han anulado, que es lo que regula el estado de excepción, que es en el que, en rigor, nos encontramos, lo que apenas ha sido contestado a un gobierno, que no ha dudado en aplicarlo con toda su dureza, y que sólo al cabo de más de dos meses de confinamiento extremo, ha visto cómo se organizaba una mínima parte de la ciudadanía, mostrando el rechazo ante tan severas medidas, que necesariamente han contenido la enfermedad, pero que han causado pese a todo, decenas de miles de muertos y una dolorosa huella anímica en una población maltratada por el encierro, así como una economía devastada.
Nadie sabe aún qué futuro nos espera, aunque parecen abrirse frentes que se orientan hacia un tiempo sin límite, durante el cual, y mientras no se encuentre vacuna efectiva, y se aplique a toda la población, tendríamos que continuar con las medidas de alejamiento social, y otras prevenciones a llevar a cabo durante nuestra vida privada y social, que nos condicionarán y restringirán cada uno de nuestros días, sin saber hasta cuándo, lo cual supondrá una cortapisa más de nuestras libertades, que nos impondrán por decreto, como ya ha adelantado el gobierno, aunque sin citar expresamente las medidas, una vez que termine el estado de alarma impuesto.
En el año 1814, el rey felón por excelencia, de los muchos que ha padecido y soportado este País a lo largo de su historia, Fernando VII, regresó de su destierro para imponer de nuevo el absolutismo, ignorando y despreciando la Constitución de 1812, y otras disposiciones de las Cortes de Cádiz, y lo hizo vitoreado y ensalzado por las masas, que incluso desengancharon los caballos de la carroza real, y en su lugar, tiraron ellos mismos del carruaje, en un acto de sumisión humillante y de enaltecimiento y homenaje hacia un personaje despreciable en extremo y hacia lo que representaba, es decir, el absolutismo, la traición y la tiranía, todo ello al ignominioso y mezquino grito de “vivan las caenas”, que no es preciso explicitarlo para aceptarlo implícitamente, lo cual nos rebajaría al nivel de vasallos y no de ciudadanos de pleno derecho.