viernes, 29 de septiembre de 2023

Pasión por el Universo

La necesidad de conocimiento es una absoluta urgencia para el ser humano, que nunca debería cejar en el empeño de saber y conocer acerca de cuánto le rodea, con preferencia de aquello que nos afecta de una manera especial, por el hecho de resultarnos especialmente complicado y próximo a la vez, como es el caso de un universo en el que nos encontramos inmersos, por el que navegamos en una sorprendente nave llamada Tierra, acompañados de otros planetas, girando todos alrededor del Sol, en una danza celestial en el interior de nuestra galaxia, la Vía Láctea, que a modo de nave nodriza nos conduce por el colosal universo en un viaje que dura ya miles de millones de años, del que ignoramos aún gran parte de su gigantesca dimensión, y del que, ocupados en nuestro diario y mundano ajetreo, atados a nuestra esférica nave, nos olvidamos que somos pasajeros de un viaje galáctico a bordo de una nave que no conoce paradas ni destino conocido adónde llegar.

Esto no debería representar obstáculo alguno, ni justificación gratuita posible para desentendernos de algo, cuyo desconocimiento, no afecta a nuestra vida diaria, lo que no deja de ser una verdad relativa, que no absoluta, ya que el universo, en definitiva, es nuestro hogar, y no intentar conocerlo, no deja de ser una dejación del interés que deberíamos mostrar por desentrañar los aparentes misterios que semejante lugar presenta a quienes no se consideran iniciados, es decir, se sienten profanos en un tema que consideran ajenos a sus vidas, cuando no lo es en realidad, ya que cualquiera, si se lo propone, puede llegar a desentrañar mínimamente, la majestuosidad, la magia, y la soberbia dimensión de un universo que nos maravilla y nos acoge en sus sobrecogedores brazos, cuyas dimensiones se miden en miles de millones de años luz, algo que debería ocupar nuestra mente en intentar descifrar, al menos, de dónde surgió, cómo evoluciona, y adónde nos lleva.

Conveniente y necesario resulta asumir el concepto de año luz, utilizado con suma frecuencia en astronomía, y que solemos leer y oír con asiduidad en los medios, entendido como una unidad de longitud necesario para medir las distancias en el universo, ya que las habituales que conocemos, se quedan excesivamente pequeñas ante la magnitud del cosmos, y que se define como la distancia recorrida por un rayo de luz en un año, y considerando que ésta viaja a 300.000 kilómetros por segundo, nos arroja una cifra de 9 billones de kilómetros, es decir, un nueve con doce ceros, que nos sirven para mostrar los valores de nuestra galaxia, un disco de cien mil años luz de diámetro y dos mil años luz de espesor.

Se estima que nuestro universo se originó a partir de la gran explosión o Big Bang, hace 14.000 millones de años, expandiéndose desde entonces en una gigantesca carrera, en la que las galaxias se van separando unas de otras, a una velocidad que es tanto mayor cuanto más separadas se encuentran, y así, indefinidamente, salvo que algo detenta esta apasionante carrera, como podría ser la gravedad aportada por la escurridiza materia oscura, cuyos efectos son conocidos, que no su presencia, que lograría contrarrestar la velocidad de escape de las galaxias, algo que no podemos aventurar, ni los científicos asegurar, salvo que el universo en expansión parece ser un hecho admitido por la inmensa mayoría de la comunidad científica internacional.

Las galaxias se reúnen en cúmulos de galaxias, que a su vez se agrupan en un gigantesco supercúmulo, que se conoce como red cósmica, dónde se mantienen unidad entre sí a través de filamentos de hidrógeno y materia, a modo de redes neuronales se mantienen unidas formando una colosal estructura, cuyo diámetro se cifra en 520 millones de años luz, es decir, la luz , viajando a 300.000 km/s, tarda 520 millones de años en cruzar la portentosa red cósmica de galaxias, lo que da una ligera idea de la descomunal magnitud del universo, dónde se estima que el número de galaxias, alcanzaría la cifra de dos billones un dos con doce ceros, conteniendo cada una de ellas hasta 400.000.000.000 de estrellas, cuatrocientos mil millones, lo que da una idea de la prodigiosa cifra que alcanza el número de estrellas en el universo, medida en sextillones, algo que supera nuestra limitada capacidad  de entendimiento, que puede asumir semejante valor, y que nos da una idea del majestuoso universo en el que nos encontramos.

Seguimos, no obstante, con un desconocimiento muy importante, tanto acerca del origen del universo, como de su evolución, y gracias a modernos telescopios situados en órbita terrestre como el Hubble y el James Web, entre otros, conocemos más en profundidad un universo, cuyos secretos más escondidos se nos escapan, y aunque progresamos, lo hacemos muy lentamente, como el conocimiento de los agujeros negros, zonas del universo con una colosal capacidad de atrapar cuanta materia se encuentra en sus proximidades, incluida la luz, que siguen constituyendo un tema aún muy discutido por los astrónomos, y que siguen procurando una amplia capacidad de información dado su enorme complejidad al no ser posible estudiarlos más que por métodos indirectos.

Albert Einstein, afirmó que tenía dos certezas sobre lo infinito: la estupidez humana y el universo, y de esto último,  no estaba seguro, lo que nos da una idea sobre esta cuestión, ya que no podemos asegurar nada en este sentido, salvo que el universo se encuentra en expansión, y hasta este extremo, como el del Big Bang, últimamente se están poniendo en cuestión por parte de la comunidad científica, en cuyo seno se debaten teorías que afirman que la edad del universo es el doble de la que se admitía hasta ahora, es decir, de 28.000 millones de años, o las que afirman que el universo es un ser pensante, con una estructura neuronal parecida a la de nuestro cerebro, o la que propugna que somos parte de un gigantesco experimento dirigido por una inteligencia superior o la teoría más reciente, que afirma que el universo es un soberbio e inmenso ordenador cuántico, lo que resulta apasionante en cualquier caso, sobre todo considerando que nuestro hogar, el planeta Tierra, navega en ese inmenso mar que hemos dado en llamar universo.

Sí podemos afirmar con casi total seguridad, datos acerca de las impresionante distancias que nos asombran poderosamente, como la del objeto observado más lejano, situado 14.000 millones de años luz, lo que supone que la luz de ese objeto que ahora nos visita, salió de allí, hace 14.000 millones años, como en el caso de la luz solar, que supone que la imagen que en un momento vemos del sol, es la que corresponde a la que tenía dicho astro hace ocho minutos, que es el tiempo que tarda la luz en recorrer los 150 millones de kilómetros que nos separan del astro rey, mientras que la estrella más cercana a nosotros después de la nuestra, es Próxima Centauri, a poco más de cuatro años luz.

Cada día, la ciencia nos sorprende con nuevos datos y cifras, que no dejan de sorprendernos y que confirman el sobrecogedor tamaño de un universo sometido últimamente a continuas teorías como el de los universos paralelos que plantean varios universos o realidades relativamente independientes, así como las que se refieren a su final, entre las que aseguran que se expandirá eternamente, y las que afirman que llegará un momento que se contraerá, para llegar de nuevo al punto inicial de origen y comenzar con un nuevo Big Bang, proceso que se repetiría infinitamente, y por último, la que precisa que el universo se evaporará, basada en una teoría original de Stephen Hawking, con lo que el destino de esta colosal maravilla, alcanzaría probablemente su final, en una majestuosa y sobrecogedora acción autodestructiva, que nuestra mente no puede ni remotamente imaginar.

martes, 26 de septiembre de 2023

La masificación del turismo

 

La insigne y emblemática ciudad de Venecia, recibe al año treinta millones de turistas, alrededor de ochenta mil visitantes al día, una auténtica barbaridad, que supone una catástrofe, que deterior el patrimonio artístico y cultural, colapsa servicios, provoca desorbitadas aglomeraciones, colas interminables, precios astronómicos y huidas de la población local, harta de una masificación salvaje que no les permite vivir como solían, antes de este desastre humano y social, que les ha supuesto este desenfrenado y  brutal turismo, que ha convertido la bella ciudad de Venecia, en un espacio dedicado única y exclusivamente a una invasión descontrolada que llena calles, plazas y canales, dónde la vida se ha vuelto insoportable, hasta el punto que sus gobernantes han decidido cobrar un impuesto a todos los turistas que no pernocten en la ciudad, como medida disuasiva.

Los artesanos, se quejan con inmenso pesar asegurando que antes los turistas entraban en sus talleres para admirar sus obras y trabajos artísticos, siempre en reducido número, y con un gusto especial por el arte, mientras que ahora, entran en tropel, en grupos, como elefante por cacharrería, con cámaras y móviles dedicándose oor completo a fotografiar todo, sin mirar, ni admirar nada de lo expuesto, con el único objeto de registrar cuanto ven, para certificar que estuvieron en Venecia, ante sí mismos y ante quienes después tendrán que soportar el inmenso torrente de fotos, cuya visión tendrán que aguantar estoicamente los que tengan la desafortunada suerte de coincidir con los pedantes turistas venecianos.

En España, numerosas ciudades tanto las bañadas por el mar, como con un considerable patrimonio monumental, están sufriendo en éstos últimos años un considerable aumento del turismo que desborda todos los cálculos más optimistas para una buena atención siempre deseable con el objeto de conciliar la vida de los ciudadanos residentes, con la de los visitantes, algo que cada vez resulta más complicado de llevar a cabo, de tal forma que lo que es positivo para las infraestructuras turísticas, lo sea también para las gentes que viven desde siempre en una ciudad asaltada por los turistas que lo invaden  de una forma a veces traumática para la ciudadanía, sobre todo en las ciudades más pequeñas, más acostumbradas a una tranquilidad que ahora se les niega.

Entre los motivos conocidos de esta masificación, cabe señalar el hecho conocido  en el sentido de la bajada en los precios, que determina un turismo más al alcance de una mayoría que antes no podía viajar, los vuelos de bajo coste, con aviones y cruceros de mayor capacidad, salarios más bajos en las empresas turísticas, nuevos mercados emisores como China e India, dónde han surgido nuevas clases sociales que ahora pueden viajar, nuevos hábitos de consumo, con una población cada día más numerosa que desea disfrutar de los viajes, así como de la gastronomía, los hoteles y las compras, son alguno de los motivos que están ocasionando este auge del turismo masivo.

La imponente imagen de un gigantesco crucero expulsando por sus rampas a miles de enfervorizados turistas deseosos de llenar las calles de la ciudad, de aeropuertos llenos a rebosar, de estaciones de trenes y autobuses con sus vagones y asientos completos, nos obliga a intentar contrarrestar las motivaciones antes relacionadas, así como las siempre difíciles decisiones a tomar para evitar el colapso turístico, en un mundo cada día más globalizado, donde los ciudadanos del mundo pueden conocerlo y disfrutar de los múltiples alicientes que presentan las diversas culturas y civilizaciones que se ofrecen ante sus ojos a través de los medios tecnológicos que los presentan con todos sus atractivos, al tiempo que ofertan y gestionan la posibilidad de visitarlos, sin moverse de su casa, facilitando todos los trámites necesarios, así como si financiación si lo consideran oportuno.

Nada que objetar al respecto, ya que la libertad de decisión de los ciudadanos del planeta, determina y dirige estas circunstancias, que nadie puede impedir ni limitar, salvo las medidas ocasionales que las ciudades que sufren esta masificación decidan tomar para relajar los inconvenientes, que en cualquier caso, siempre entrarían en conflicto  con la economía local, debido a los lógicos intereses de los diferentes sectores que se benefician y se lucran del incremento del turismo, por lo que el problema es complejo, y sólo el tiempo, y las posibles ideas y soluciones que se puedan aportar para conciliar ambas circunstancias, contribuirían a aliviar las tensiones que este turismo masivo está creando desde hace ya tiempo, y que se recrudece con el paso del mismo, a la espera de una posible solución que se antoja harto complicada y difícil de resolver.

Viva Cuéllar libre (1)

 

Es Cuéllar un precioso y próspero pueblo segoviano, situado en la ruta hacia Valladolid, famoso por sus encierros, su castillo y en tiempos, que eran los míos de juventud, por una sana actitud anárquica de sus jóvenes, que los llevaba a pedir, y así lo proclamaban en las pancartas de una de sus peñas, el grito de guerra que rezaba como sigue:
“Viva Cuéllar libre, queremos puerto de mar”.
Era una actitud simpática, alegre, jovial y llena del ímpetu, el buen humor y la envidiable  vitalidad que rebosaban los jóvenes de entonces y que en tiempos llevó a contagiar a la capital, Segovia, hasta el extremo de que llegó a haber un movimiento que preconizaba la independencia de esta bellísima ciudad, dónde estudié unos años, y me gradué como maestro de enseñanza primaria en la Normal de Magisterio, de esta incomparable Segovia, que me honro en disfrutar siempre que puedo y que no dejo de recomendar a quienes aman el arte más excelso y la gastronomía más, exigente y suculenta. Quince años después, me permito retomar este tema que ya escribí entonces, y que publicó nuestro estimado periódico El Adelantado, adaptándolo a las circunstancias actuales, lamentando, en todo caso, siempre con un amigable bien humor, que seguimos sin puerto de mar.

En honor a nuestra Comunidad, y abriendo un breve inciso, me permito recordar los movimientos comuneros de Castilla en el siglo XVI, Padilla, Maldonado y Juan Bravo, éste último de Segovia, que se alzaron contra las pretensiones absolutistas de la Monarquía y en defensa de las libertades municipales y que fueron aplastados en la batalla de Villalar el 23 de abril de 1521, dando lugar esta fecha a la fiesta de la comunidad de Castilla y León.
Comentaba hace casi cuatro lustros, cómo escuché en la radio a un político catalán que intervenía en una tertulia, al que debieron de sacarle los colores en diversas ocasiones cuando en un perfecto castellano se dirigía a ellos con "ustedes los españoles", y éstos, sonriendo, ironizaban con preguntas como qué opinaba sobre las intenciones independentistas del Valle de Arán, o del Valle del Bierzo, o de cualquier otra Comunidad. La respuesta fue como sigue: “si sus habitantes así lo determinan, así debería ser”. Es decir, Cuéllar, Cataluña y Castilla y León, se constituirían, cada una de ellas, en una nación más de la nación de naciones que era España.

En este sentido nada ha cambiado, resultando tediosa e insoportable, la pertinaz obsesión de ciertos políticos que con sus ansias nacionalistas consiguen tensionar la vida de unos ciudadanos que en su inmensa mayoría viven al margen de semejantes avatares. Son ellos y no los ciudadanos los que incitan a la población a aventuras que suponen una insolidaridad manifiesta hacia el resto y a una solución anacrónica a todas vistas y que no responde a una sociedad que vive y se desarrolla en el siglo XXI.

Hoy, muchos años después, y con la perspectiva del tiempo pasado, poco ha cambiado en este aspecto, y sobra decir que ni Cuéllar ni Segovia,  ni Castilla y León se han independizado del resto del País, ya que ni lo queremos, ni lo necesitamos, no deseamos poner puertas al campo somos demasiado inteligentes para ello, y estamos absolutamente satisfechos, ya que en lugar de separar, preferimos unir y compartir nuestra historia, nuestro pasado, nuestro inigualable patrimonio histórico-cultural, y cómo no,  nuestra magnífica y envidiable gastronomía.

Por supuesto, invitamos a disfrutar de nuestro castellano, lengua común que une y comunica a las gentes en lugar de separarlas en un absurdo babel que incomunica y distancia a las gentes, y en cuanto a Cuéllar y su puerto de mar, aún no se ha logrado, pero con aquella pancarta se abrió una reivindicación en la que persistimos inasequibles al desaliento, ya que los segovianos en general, y los de Cuéllar en particular, somos muy tozudos, y seguiremos en ello, ya que el buen sentido del humor no nos falta, y las ganas de vivir,  y la siempre bienvenida, amigable e ilusionada esperanza, nos aconseja que persistamos en dicho empeño.

Es por ello, que hemos decidido que ahí estaremos, firmes y decididos hasta lograr un objetivo para el que no se ha fijado fecha alguna, sino una constante y delirante ilusión, que nos mantenga alegres y vitales, pese a los agoreros que lo consideran una utopía, un desvarío, una desmedida aventura, una fantasía irrealizable, porque carecen de algo tan indispensable en esta vida como es la capacidad para imaginar, para soñar, para disfrutar cada día.

Además, estas ensoñaciones, ni tensionan ni molestan ni irritan a nadie, por lo que invitamos a esos políticos trasnochados que preconizan lo que no son sino intereses individualistas alejados de la realidad de las gentes a las que dicen representar, que se preocupen y ocupen de los verdaderos problemas a los que los ciudadanos se enfrentan cada día, que en el caso de Cuéllar, se reduce a disfrutar de un puerto de mar, que al fin y al cabo, se mire por donde se mire, tampoco es para tanto, y es que, según aquella célebre frase, castillos más grandes han caído, por lo que persistiremos en el empeño sin desfallecer en el intento.

Quién suscribe estas líneas, pide a los ilustres ciudadanos de Cuéllar, con todo el respeto del mundo, mil disculpas, si se sienten molestos por lo que aquí se aventura. Nada más lejos de mi intención. No es una frivolidad, ni una desconsideración. Parto de una pancarta de una peña, cuyo texto ya entonces me resultó genial, y que ahora, no sólo no pongo en cuestión, sino que reivindico nuevamente, en aras de un sentido del humor y de una capacidad de iniciativa, a los que jamás hemos de renunciar.

 Ahora lo recuerdo con una especial simpatía, y aunque soy segoviano, no nací en Cuéllar, de cuya ciudadanía, con perdón, me he apropiado. El humor y la imaginación, no deberían tener límites, ya que nos mantienen alegremente vivos, e ilusionadamente  esperanzados, que no es poco en los tiempos que corren. Con el mayor de mis respetos, gracias a todos.

Teresa la santa rebelde

 

En el año del señor de mil quinientos y setenta y ocho, el nuncio de Su Santidad en España, llegó a calificar a Teresa de Cepeda y Ahumada, como “fémina inquieta, andariega, desobediente y contumaz que inventa doctrinas, anda fuera de clausura, enseña como maestra, contradiciendo a San Pablo que mandó que las mujeres no enseñasen”, a la par que un confesor la denunció en Sevilla a la Santa Inquisición, por supuestas faltas, sobre lo cual se formó un ruidoso expediente, que puso en claro su inocencia, hasta tal punto, que ya en Ávila, Teresa, muy triste, aseguró en una carta, que “le hacían guerra todos los demonios”.

Personaje singular, mujer antes que santa, inteligente y audaz, decidida y resuelta, siempre dispuesta a llevar a cabo una ingente cantidad de fundaciones conventuales, que la tuvieron constantemente viajando por todo el país, de norte a sur y de este a oeste, con una poderosa capacidad de iniciativa que la condujeron a enfrentamientos con personalidades influyentes en la sociedad de aquella época, muchos de ellos de alta alcurnia tanto del clero como laicos, que no lograron detener su frenética actividad, pese a los numerosos obstáculos que pusieron en su camino

Quinientos años no parecen representar nada en el tiempo, y la huella indeleble que en Ávila dejó para siempre Teresa de Cepeda y Ahumada, continúa intacta, como si más bien diera la impresión que los siglos parecen haber devenido en acrecentar su leyenda, la de una mujer única e irrepetible en su tiempo, capaz de sobresalir por encima de cuantos la rodeaban, en una sociedad dominada absolutamente por los hombres.

Y es que ya fueran confesores, que solían encontrarse muy por debajo de su  nivel y capacidad intelectual, ya fueran príncipes, princesas, hidalgos, gentilhombres, obispos, cardenales, hasta el mismísimo papa y el rey, a los que se dirigió, escucharon a Teresa con suma atención, pues tal era su relevancia, pese a su humilde y serena actitud, no exenta de firmeza, que ante todos mantenía.

Con una inmensa capacidad para el trabajo, siempre llevó una actitud frenética, dedicando gran parte de sus energías a la fundación de nuevos conventos, que según decía, su Amado le inspiraba y ordenaba, como también lo hizo la Virgen, de la que era gratísima y devota sierva. En el plano terrenal, mantuvo una profunda y próxima amistad con San Juan de la Cruz, que durante cinco años actuó como confesor de las monjas en el convento de la Encarnación de Ávila.

Teresa fue una lectora compulsiva, que leía cuanto encontraba y pasaba por sus manos, que no era mucho, en aquellos duros tiempos en que la Santa Inquisición arrojaba a la hoguera lo poco o mucho que se escribiera, ya procediera de dentro, ya viniera de fuera.

Poseía una gran facilidad para escribir. La censura oficial le corrigió muchos de sus escritos, que se los devolvían acortados y mutilados, en tiempos en que la hoguera campaba por sus respetos al mínimo desvío o desliz que se cometiera, lo que demuestra su increíble valentía, disposición y temperamento como mujer y sierva de su Señor al que tanto amaba.

Poseía un inquebrantable carácter, y una acusada personalidad, no exenta de un sentido del humor que le llevaba tanto a reprender a sus pupilas por su falta de rigor en el desempeño de sus labores domésticas, de oración y de absoluta y extrema pobreza, como a gastarles bromas al tiempo que era capaz de enfrentarse a personajes como la princesa de Éboli, que se presentó en el convento con todo su séquito, y a la que ante ciertas exigencias de la misma, la Santa le replicó: “brava fue ella y brava fui yo”.

Incansable, desarrolló una ingente tarea de renovación y  expansión de su orden religiosa, desde el convento de la Encarnación de Ávila, donde ingresó con veinticinco años,  llegando a. ser Priora, comenzando por el convento de San José en Ávila, que fue el primero que fundó, para ya no parar y desarrollar una frenética actividad durante toda su vida, hasta su muerte en Alba de Tormes.

Su fe rayaba en un fanatismo religioso que le llevó a experimentar visiones,  éxtasis y contemplaciones que ella relata y que ha dado lugar a numerosas interpretaciones a cargo de médicos, psicólogos y psiquiatras, que parecen coincidir en interpretar estos hechos como resultado de las secuelas que en ella dejó una salud quebrada por la enfermedad que desde muy joven le afectó, incluidos los períodos de epilepsia, que unido a su inmensa y profunda fe le llevaron a la convicción de haber vivido tan místicas experiencias.

Su legado tanto espiritual como cultural es inmenso, teniendo en cuenta su no muy largo paso por este mundo, su delicada salud, y los numerosos obstáculos que encontró a su paso en una sociedad dominada por completo por los varones. Lectora incansable, escribió numerosas obras en prosa y en verso, así como un gran número de cartas.

La Inquisición llegó a registrar la pequeña biblioteca que tenía en el convento de la Encarnación. Le tachaban párrafos, le arrancaban hojas, le requisaban libros de romances y caballerías, y hasta le obligaron a rehacer por completo Camino de Perfección, una de sus obras más conocidas, como también, entre otras, El Libro de las fundaciones, Las Moradas y El Libro de La Vida, su autobiografía,

“Ándese con tiento”, le dijeron. Ella siempre obediente ante estos hechos reescribió tan señalada obra, pero conservó el cuaderno primero en el convento de San José, que hoy se conserva en el Escorial. La Santa, sabía ser, además de sumisa, rebelde.

Animó a sus monjas a leer: “la lectura de buenos libros, es alimento tanto para el alma como para el cuerpo”, les decía. Ella misma enseñaba a sus monjas a leer y a escribir, cuando como novicias, ingresaban analfabetas en la orden, hasta tal punto se preocupaba por ellas, que este gesto se interpreta como una forma de separarlas y alejarlas de la vida que las esperaba en sus pueblos, con el único y triste futuro de casarse y someterse al marido que le tocara en suerte y a cuidar de los hijos que llegaran.

Teresa de Jesús fue una mujer adelantada a su tiempo, una mujer que en la época actual hubiera destacado con una indudable fuerza, llegando, sin duda, a alcanzar altas cimas en una sociedad como la nuestra, y siempre en Ávila, su ciudad, dónde es fácil encontrarla quinientos años después en cualquiera de sus históricos rincones, así como en nuestra literatura, y en las mentes de las gentes, creyentes o no, que admiran, valoran y respetan a personas como Teresa, mujer universal y santa.

sábado, 2 de septiembre de 2023

El respeto

Todas las relaciones humanas, de cualquier orden, de cualquier signo, al margen del ámbito de dónde se desarrollen, necesariamente han de basarse en la facultad de considerar a los demás, sobre la base de una coexistencia que ha de exigir la observancia de un derecho que a todos nos corresponde, tanto de recibir, como de reconocer, sin el cual el ser humano no puede desarrollarse con la dignidad que merece todo ser vivo que conforma la existencia sobre este planeta.

Tan necesitados estamos de ese reconocimiento llamado respeto, que no suele pasar mucho tiempo sin que  pronunciemos su nombre para denotar de nuevo su presencia ante lamentables hechos que con harta frecuencias contemplamos al leer las escalofriantes cifras de violencia hacia las mujeres, materializada en sus diversas variantes, que arrojan unas estadísticas vergonzantes para el otro género en particular, y para la sociedad en general, que deberían sonrojarnos para siempre.

En diversos idiomas, tanto en prendas de equipamiento deportivo como en vallas publicitarias, anuncios, pancartas y soportes de todo tipo, de campañas políticas, nacionales, internacionales, privadas y oficiales, el término “respeto”, sobre todo en su acepción inglesa “respect”, luce invariablemente tanto a nivel individual como grupal, en el primer y en el tercer mundo, como un reclamo universal, que a nadie sorprende ya, como una seña de identidad que, aceptada por todos, nos obliga a seguir su sugerente dictado, que no es otro que el de la consideración por la dignidad y los derechos de los demás.

Algo tan infrecuente y ninguneado que no necesita de una seria y determinada investigación para sacarlo a la luz, pues basta con hojear cualquier medio de comunicación, ya sea escrito o audiovisual, para comprobar cómo la falta de respeto brilla por su ausencia, campando por sus respetos, como si de una mala, pero permisiva costumbre se tratara, con una patente de corso que parece se les ha concedido a todos los que publican,  tanto de forma anónima, como los que sin necesidad de ocultarse, usan de una grosera y detestable manera, para insultar, denigrar y vejar a propios y extraños, cuando de conseguir sus inconfesables objetivos se trata.

El respeto era una de las reglas más elementales, nunca escritas, que en nuestros tiempos infantiles regían para con nuestros mayores en general, por el simple hecho de serlo, en especial con padres y abuelos, respetados siempre aquellos y sumamente reverenciados éstos últimos, algo que, sobre todo con los padres de nuestros padres, ha decaído en gran manera, no por falta del respeto debido, sino por una relajación en el afecto que antes los teníamos, que nos llevaba a visitarlos con frecuencia y a considerarlos con un caluroso y tierno cariño, que agradecían inmensamente, y que alegraba cada día de esa etapa de sus vida.

Lo mismo sucedía con los maestros de aquellas remotas épocas, queridos y admirados por padres e hijos, reverenciados en extremo, repartidos por toda la geografía nacional, destinados en pueblos y aldeas alejados de la mano de Dios y de los hombres, encerrados en sus escuelitas con sus alumnos de todas las edades, chicos y chicas, sentados en sus pupitres con la enciclopedia, el catecismo y las cien figuras españolas para leer, cantando las tablas de multiplicar, practicando la escritura en los cuadernos de caligrafía, escribiendo al dictado, y haciendo cuentas en la pizarra que presidía la vieja escuela, maestros que hoy son en gran manera, si no  ninguneados, sí en cierta manera relegados tristemente,  a un segundo plano por padres y alumnos, que no reconocen como debieran su esencial y entregada labor.

Y llegados a este punto, si hay una parcela donde el respeto brilla por su absoluta y total falta de presencia, es en la política, falta de respeto hacia los ciudadanos a los que se supone que representan y hacia la más elemental de los principios éticos y estéticos que rigen las relaciones humanas, con un desprecio absoluto hacia quienes ostentan el verdadero poder, que son los ciudadanos que los han votado.

Ciudadanos a los que olvidan continuamente, dedicándose a menospreciarse entre ellos, tanto en público como en sede parlamentaria, crispando una sociedad que no se merece a estos representantes, ni a un gobierno que falsea y oculta los hechos que no le interesa que salgan a la luz, y que no tiene objeción alguna en pactar con quién más le conviene, en una demostración palpable del todo vale, pese a que repulse a una mayoría de la población, siempre para permanecer en el poder, demostrando con ello el nulo respeto que le merecen los ciudadanos que los han votado, a los que defraudan continua y permanentemente, en un gesto de egolatría, altanería y soberbia, ajenos al más elemental de los respeto debidos.