viernes, 27 de enero de 2012

CINCO MILLONES DE CONDENAS

La ironía queda a la vuelta de la esquina cuando en tiempos nos afirmaban que el trabajo era un castigo al cual se veía condenado el hombre por sus pecados, que el trabajo nos haría libres, que el trabajo dignifica al hombre – suponemos que también a la mujer, que al fin y al cabo, decían, fue la culpable de la expulsión del Paraíso - que el trabajo es un derecho, una obligación, un deber.
Y aquí estamos, con unas cifras que ofenden e insultan a la inteligencia, a la buena voluntad y a la estabilidad física y emocional de cinco millones de ciudadanos, que aceptarían encantados esa condena a la que desearían ser sometidos de buen grado consiguiendo un trabajo, una actividad remunerada que les permita afrontar el día a día en este absurdo mundo, donde para sobrevivir se llega hasta la súplica y más allá si con ello te asignan una labor a desempeñar que justifique el salario a percibir.
Me atrevo a calificar de espantosa la situación de tanta gente con mucha experiencia laboral y demasiada edad cronológica, ya que según los más recientes cánones, pasar de los treinta y cinco supone entrar en la ancianidad laboral y no llegar a esa cifra, se considera rozar demasiado cerca la adolescencia en cuanto a producir se refiere, por lo que se entra en un bucle, en un círculo viciosos, tendencioso y absurdo, del que es imposible salir.
¿Cómo es posible que en una sociedad opulenta, tecnológicamente avanzada y en pleno siglo XXI, se esté dando una situación en la que más de cinco millones de personas - entre ellas familias enteras, un millón seiscientas mil, que sobreviven no se sabe cómo, sin ningún ingreso – vivan en una permanente angustia que azota sus vidas hasta extremos inimaginables en un país que se autoproclama la décima potencia industrial del mundo?
¿Por qué arrojamos unas cifras de paro que superan a las del resto de los países de Europa hasta el extremo de duplicarlas? ¿Qué se está haciendo tan mal, quienes están obstaculizando el normal desarrollo de una ocupación laboral tan desastrosa, quienes son los culpables de nuestra peculiaridad con respecto al resto de los países de la Eurozona?
No hay respuesta. Bueno, sí, la de siempre, la crisis, ese ente abstracto tan machacado y tan recurrido por los de siempre, que se traduce en una realidad material que está ahogando las economías familiares y de tantas empresas que se ven abocadas al cierre por falta de financiación por parte de unas entidades financieras que han visto cómo el Estado tapaba primero y rellenaba después los agujeros que decían tener y que debería haberles obligado a que volvieran de nuevo a circular en forma de créditos y préstamos en lugar de especular como suelen hacer, comprándolo primero al uno por ciento e invirtiéndolo a renglón seguido al cinco por ciento en subastas que promociona el mismo Estado.
No preguntes lo que el Estado puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por el Estado. Esta expresión resulta humillante para un ciudadano que ve como cada día surgen nuevos escándalos y corruptelas – al igual que en un iceberg, apenas se ve la punta de ese inmenso bloque de corrupción que asola a este País – como los mismos directivos de determinadas entidades financieras atracan sus propias cajas a base de auto asignarse escandalosos sueldos y astronómicas jubilaciones y seguros de toda índole.
Tenemos la clase política que nos merecemos, y es así porque nosotros los hemos elegido y si no que se lo pregunten a determinadas comunidades autónomas, donde la corrupción, el derroche y el despilfarro que han ocasionado sus gobernantes, han dejado las arcas vacías y, sin embargo, siguen eligiendo a los mismos que han causado semejantes destrozos.
Triste y demoledora situación la de tanta gente que no pide sino trabajar, qué ironía, sin poderlo conseguir ni aún suplicándolo. Pero aparte de esas familias en las que ningún ingreso entra, desespera y espanta la desoladora situación de los jóvenes, sin futuro alguno al no vislumbrar la más remota posibilidad de encontrar un trabajo.
Vivir sin esperanza, sin ilusión, sin perspectiva de futuro es una condena.

miércoles, 18 de enero de 2012

LA JUSTICIA EN ENTREDICHO

Quizás recuerden aquella expresión “la justicia es un cachondeo”, que se atrevió a emitir en público el célebre desde entonces alcalde Pacheco y que le supuso importantes y serios problemas con la diosa Themis, asesora de Zeus, portadora de la balanza de la justicia y jueza de los dioses del Olimpo, donde tenía la facultad y el poder de juzgar y castigar a dichas divinidades, si a ello se hicieran acreedores.
Quizás se quedó corto, leo en algunos comentarios que aún pululan por ahí y que ante el espectáculo que esta institución nos depara de vez en cuando, consideran que la imagen de la justicia sigue estando en continuo precario en un País donde se acumulan los expedientes judiciales de tal manera que el efecto que pueda esperarse de la sentencia correspondiente – si es que ha lugar a ella – pierde todo su sentido y efectividad a causa del tiempo transcurrido.
Una justicia lenta no es tal, si se eterniza a la hora de resolver, si se politiza a la hora de dictaminar, si no está al día en cuanto a su funcionamiento interno, si posee importantes carencias tecnológicas, si los métodos burocráticos y administrativos están obsoletos, si adolece de falta de personal, si todas y cada una de estas trabas subsisten en el siglo XXI, entonces la justicia será además de vana e ineficaz, insoportable y dolorosamente injusta para el sufrido administrado que desearía confiar en uno de los tres poderes fundamentales del Estado.
Una justicia que discrimina en función del individuo, no es tal, ya que abomina del principio fundamental de la misma que es la de su aplicación igualitaria independientemente del sujeto al que se le aplica – la diosa Themis lleva los ojos vendados – y estamos demasiado acostumbrados a contemplar como segrega y excluye a quienes no tienen los medios pecuniarios suficientes para pleitear en igualdad de oportunidades con quienes gozan de fama – esto es especialmente grave – y fortuna – esto sobre todo – ya que pueden utilizar numerosos recursos y subterfugios de toda índole a los que el ciudadano de a pie, generalmente no puede acceder.
Una justicia que no es imparcial y ecuánime, - y la historia está llena de sentencias que se oponen frontalmente a la rectitud y la honradez que debería presidirlas – no se le puede aplicar el calificativo de justa, puesto que defrauda y desafía su esencia más elemental, sin la cual no cabe hablar de una de las característica que mejor define el estado de derecho y que constituye el pilar fundamental sobre el que se asienta una democracia consolidada.
Una justicia que no es independiente, porque esté al servicio de los otros poderes del Estado o de determinados grupos o poderes fácticos de diversa índole, no es tal, porque pierde el principio fundamental de autonomía y neutralidad que debe caracterizarla y que demasiadas veces y de forma muy sutil parece contemplarse a la hora de llevar a cabo determinados procesos – o de no llevarlos a término – contra determinados grupos o personas, logrando con ello despertar la sospecha, el recelo y la suspicacia de los ciudadanos.
En estas fechas se está celebrando el juicio que encausa a un conocido juez que ha destacado en su actividad incluso a nivel internacional. Su repercusión ha sido enorme, no solo en nuestro País, donde ha llevado a cabo procedimientos que han levantado ampollas en determinados sectores de la vida política nacional al sacar a la luz determinados procesos que se cerraron en falso tras la dictadura, sino también en otros países, donde es conocido por su intervención contra los integrantes de las dictaduras que tuvieron lugar en Chile y Argentina.
La justicia acusa ahora a un juez por luchar contra la corrupción. Juzguen ustedes.

jueves, 12 de enero de 2012

SOMOS HIJOS DE LAS ESTRELLAS

En una archiconocida y amable película donde se retrata la figura del personaje principal con un retraso psíquico que le acompañará toda su vida, pero que le permitirá desenvolverse en la misma con cierta soltura, incluyendo su incorporación a la guerra y su posterior ejercicio como modélico padre, en un momento determinado de su vida juvenil, cuando siempre estaba a la carrera, unas veces por que le perseguían quienes de él se burlaban y en otras porque era ya su habitual modo de desplazarse, alguien le preguntó por qué lo hacía y su contestación a medio camino entre la realidad, la fantasía y la filosofía fue: no lo sé, pero pese a que siempre estoy corriendo, no he visto que haya llegado a ninguna parte.
Brillante respuesta a una pregunta que nos hacemos con frecuencia a lo largo de nuestra vida y para la que no solemos obtener más respuesta que la que consigue nuestro protagonista, y que parece ser la única fiable aunque nos neguemos a admitirlo, después de analizar la frenética vida en la nos hallamos inmersos, aunque el tiempo que le dediquemos a dicha cuestión sea mínima, ya que de inmediato volvemos a la actividad que nos domina hasta tal punto que dejamos aparcadas esa consideraciones tan recurrentes como vacías de contenido, quizás porque inconscientemente nuestro cerebro así las trata con objeto de liberarnos de semejante dilema.
Somos manifiestamente incapaces de aislarnos por un momento de las tribulaciones en las que diariamente nos hallamos inmersos, de ese universo donde nos encontramos, del que formamos parte como una partícula infinitamente elemental, y vernos de esa manera a través de una ventana cósmica cuya visión nos depararía un hermoso planeta Tierra solitario, aislado del resto de los mundos, sin conexión alguna con ellos, donde la vida bulle en medio de la vorágine que amenaza con consumirnos.
Deberíamos concluir que somos inmensamente insignificantes, que no somos los dueños absolutos de una vida que, sin duda, prolifera y se manifiesta en infinidad de mundos que nos rodean, por lo que deberíamos limitar nuestra soberbia y contener nuestra capacidad de destrucción, no solo de nuestro entorno, que no nos pertenece, sino de nuestra integridad tanto física como moral para conseguir de este modo el respeto de una naturaleza que parece rebelarse contra nosotros en la misma medida que se ve agredida por una especie humana que hace tiempo se olvidó de sus orígenes cuando surgió en el mar.
Somos hijos de las estrellas, afirmaba Carl Sagan, de una energía formidable que puebla un universo ante el cual deberíamos recoger las velas de nuestra soberbia y contemplarlo como una majestuosa obra ante la que deberíamos elevar los ojos con frecuencia para contemplar la fantástica maravilla que nos rodena y que nos recuerda cada día que formamos parte de un cosmos que no se limita a un insignificante planeta como el nuestro, donde la vida se abrió camino con el propósito de poblar una naturaleza con la que convivir en perfecta armonía.
El nuestro es un viaje sin retorno, sólo de ida, con destino quizás a ninguna parte. Es por ello que deberíamos reflexionar, abandonar esa soledad en la que nos recluimos al considerarnos habitantes de este pequeño e insignificante mundo que habitamos y abrir nuestros ojos y nuestra mente a la idea de un universo que nos acoge, pese a nuestra hostil actitud, con los brazos abiertos.