martes, 23 de mayo de 2017

EL GORRIÓN ENJAULADO

Este sufrido Planeta está ya acostumbrado a que casi a diario lo vayamos acorralando a base de continuos y devastadores ataques ecológicos que lo están dejando irreconocible. Todo ello a cargo de unos seres humanos que una vez iniciada su loca carrera de ocupación, expoliación y deterioro del medio físico que les permitió surgir sobre su apacible faz un aciago día, no han parado de someterlo a un continuo, penoso y tenaz maltrato hasta el punto de dejarlo irreconocible.
 De todo ello hace apenas unas decenas de milenios, que les han bastado para cambiar la límpida faz de este hermoso planeta, a fuerza de maltratarlo, contaminarlo y ensuciarlo, con un negativo, colosal y sobrecogedor resultado, que ahora pretende frenar, con un mínimo esfuerzo, más formal que efectivo, incapaz de reconocer sus inmensos errores, a la par que muestra una absoluta desgana por renunciar a sus supuestos logros conseguidos a costa de esquilmar y deteriorar el aire, el mar y la tierra.
Empeñados en mejorar nuestra existencia, tratando de lograr una pretendida mejor calidad de vida, nos ofuscamos, nos olvidamos, obcecados como estamos por una obsesión que no tiene sentido si en el empeño destruimos nuestro medio ambiente, donde a una velocidad de vértigo estamos haciendo desaparecer un sin número de especies animales y vegetales que nos precedieron, sin las cuales estamos borrando unas raíces que nos mantienen unidas a la madre tierra.
A lo largo de la historia, se han producido cinco episodios de extinción masiva de especies. El más conocido ocurrió hace 66 millones de años, cuando el impacto de un meteorito provocó la aniquilación de los dinosaurios y del 80% de las especies terrestres. Sin embargo, esta sexta extinción tiene una diferencia fundamental con las demás: nosotros somos los responsables.
Desde el año 1500 se han extinguido 322 especies, pero en la actualidad el proceso está en plena aceleración. Científicos expertos en el funcionamiento de ecosistemas, afirman que si no tomamos medidas ante la crisis actual, los nietos de nuestros hijos vivirán en un mundo en el que tres cuartas partes de las especies que existen en la actualidad habrán desaparecido para siempre, mientras que en los océanos, muchos de los animales de los que nos alimentamos, seguirán el mismo triste y desolador camino.
Las últimas noticias, hablan de un pequeño y tierno animal volador, muy próximo a nosotros, que está desapareciendo a una velocidad de vértigo: el gorrión. Todo indica que la ausencia de huecos en las construcciones modernas para que los gorriones construyan sus nidos es uno de los principales causantes de esta triste pérdida. A esto habría que añadir la escasez de alimento en los barrios, debido a la disminución de áreas verdes, y a la contaminación.
Al mismo tiempo, no haber sido capaz de adaptarse al desarrollo urbano ha provocado que aves como la urraca, la paloma o la cotorra, mejor adaptadas a esta serie de condiciones, hayan sido capaces de hacerse con el hábitat que anteriormente estaba destinado a los gorriones. Los expertos, piden evitar el uso de plaguicidas contra los insectos ya que suponen un alimento imprescindible para los pollos de gorrión en sus primeros días.                                                      
Una nueva sospecha se ha añadido a la desaparición de los gorriones: las radiaciones electromagnéticas de las antenas de teléfonos móviles. A todos estos problemas, es necesario añadir que la población de gorriones disminuye donde la fuerza de los campos electromagnéticos es mayor.
Todo un negativo aporte de las nuevas tecnologías, de las que tan ufanos nos sentimos los seres humanos. Un absurdo alarde más de la inmensa capacidad destructiva que hemos alcanzado, hasta el punto de enjaular definitivamente a un hermoso, pequeño e indefenso animal, que tiene más derecho a la supervivencia que nosotros, porque nos precedió en este Planeta, y porque nació libre como el viento.

martes, 16 de mayo de 2017

LA IMPARABLE FLECHA DEL PROGRESO

En los últimos ciento cincuenta años, la humanidad ha progresado más que en el resto de su pasada historia, que se remonta a varios milenios, durante los cuales se sucedieron largos periodos de tiempos sin que ningún nuevo hallazgo alterase para bien la vida de quienes poblaban entonces la faz del planeta Tierra.
Se sucedían los siglos sin que apenas se experimentaran avances en ninguno de los órdenes establecidos, ya fuera científico, cultural o social, en un mundo atrapado en un círculo vicioso de sobrevivencia, que no daba lugar a progreso alguno, sumidos los pueblos en la miseria, la incultura y el abandono, que conllevaba necesariamente a la ignorancia, la superstición y el miedo.
Las guerras y las epidemias diezmaban a una población sumisa y explotada por los poderes absolutos, mientras los únicos que poseían una cultura mínima, léase la iglesia y sus acólitos en los conventos y monasterios, amenazaban a la plebe con la condenación eterna por sus muchos pecados, mientras los desastres naturales de toda índole, los atribuían a  un Dios intransigente y poderoso, que mostraba así su santa ira.
Y así pasaron los siglos sin más esperanza para el pueblo llano que evitar en la medida de lo posible el sufrimiento y la desesperación, llegando a asumir su doloroso y duro destino en vida, corta por aquel entonces, para afrontar el paso a la otra, temerosos siempre de encontrarse allí con los fuegos del infierno. Condenación eterna a la que se enfrentarían, tal y como se lo describían con fieras amenazas, quienes ostentaban entonces el látigo del oscurantismo más siniestro.
Clero, nobleza y pueblo llano, constituían los pilares de la sociedad en la Eda Media, con el pueblo en el escalón más bajo, soportando el peso de todas las injusticias, unido a una ausencia total de una mínima cultura que se le negaba desde el principio de los tiempos.
El advenimiento del Renacimiento, supuso un impulso de las artes y las ciencias como jamás tuvo lugar, situando al hombre en el centro del universo, con un Humanismo que proporcionó un nuevo concepto del hombre y la sociedad, que no paró de avanzar hasta la llegada de la revolución francesa a finales del siglo XVIII, donde se culmina el nacimiento de una nueva época, con la caída de las monarquías absolutistas y el advenimiento de los ideales de libertad, fraternidad, y el concepto de la soberanía popular.
La revolución industrial, supuso un cambio radical en una sociedad en la que las clases más bajas, se afanaban en las labores propias del campesinado. Desligados ya del feudalismo que los ataba a su señor, se convirtieron en propietarios, mientras el resto se constituían en gremios de artesanos que se establecieron en las ciudades, adonde llegaba un flujo cada vez mayor de las zonas rurales.
Con el descubrimiento de la máquina de vapor y la mecanización consiguiente, se desarrolló un nuevo tipo de obrero esclavizado por durísimas condiciones de trabajo, que incluían en muchos casos a menores, que eran utilizados como fuerza de trabajo, sin ninguna consideración humana hacia quienes apenas eran unos niños.
La aparición de los sindicatos defensores de los derechos de los obreros, supuso un importante salto adelante para conseguir la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores, que con el tiempo alcanzarían la jornada de las ocho horas semanales y otros logros de diversa índole, que unido al derecho del voto universal con la aparición del estado social y de derecho, la consolidación de las democracias, la escolarización obligatoria y la extensión de la cultura y el conocimiento a todos los individuos, elevó a la máxima categoría social y humana a un ser humano nuevo, que con la aparición de las nuevas tecnologías, le condujeron hasta el mítico siglo XX.
Y llegó con la dignidad y la esperanza propias de quien vio cómo durante milenios, tales derechos le fueron negados, en aras de una siniestra e interesada utilización por parte de los diversos poderes establecidos, que le relegaron a un mero objeto, a una simple fuerza de trabajo, llegando a protagonizar un siglo de imparables avances, que le condujeron hasta el siglo XXI.
Inmerso en una globalización a escala mundial a todos los niveles y en una portentosa era de las nuevas tecnologías, el ser humano vuelve estar otra vez en el centro de un nuevo universo, en el que sin duda es el rey, pero donde le resulta imposible conocer el alcance y los límites de un progreso, que como la flecha del tiempo, siempre viaja en el mismo sentido, avanzando hacia delante.

martes, 9 de mayo de 2017

LA SOLEDAD DE LOS PUEBLOS

Recorro con lentos y sosegados pasos, las calles y plazuelas del pueblecito donde nací, hace ya los años suficientes como para mantener lejanos recuerdos en el tiempo, que ocupan un amplio y querido espacio en una memoria que hace afluir a raudales lugares, casas y personas, la mayoría de las cuales, ya no volveré a ver por mucho que a sus puertas llame, en un afán de un imposible retorno a un pasado que se muestra ajeno a mis añorados deseos de retomarlo.
Es un frío y desangelado día de invierno. La sierra, cubierta de un ligero manto blanco, parece abarcarlo todo, describiendo un arco de ciento ochenta grados a una distancia prudencial del pueblo, como si así pareciera querer respetarlo, entre los cuales media un espacio de campo cubierto por montes de encinas, robles y enebros, fincas de cereales, tierras de labor, prados y praderas, plantíos y arboledas, caminos y sendas, y algunos huertos y suaves colinas,  que salpican el paisaje desde la falda de la montaña hasta las inmediaciones del serrano y solitario pueblecito.
El río, leve y silencioso, hasta el extremo de decidirse a serpentear alejado del pueblo, que como quien dice, está a un paso, pero lo suficientemente lejano como para no dejarse oír, en una ceremonia de una sutil y delicada intención de dejarse ver sin molestar, sin alterar su curso, que en verano apenas es un tímido reguerillo y que en invierno troca en caudaloso y sonoro verso de agua.
Un pueblo que como tantos, parece verse abocado a una soledad, que afecta a innumerables zonas rurales de diversas zonas de España, que ven cómo se despueblan, cobrando algunos cierta vida en verano, como si fuera un espejismo, para decaer en invierno, cuando parece desaparecer toda vida en unas calles desiertas, y donde solamente el parsimonioso humo que surge de alguna chimenea, parece contradecir esta impresión, que en cualquier caso nos habla de que aún unas pocas gentes allí habitan, al amor de la lumbre.
La hermosa iglesia se yergue solitaria en el punto más alto, como si se mostrase vigilante ante la llegada de cualquier visitante que lo hiciera a través de las dos entradas de acceso, como si quisiera ser la primera en celebrar su llegada, sabedora de su privilegiada posición, no sólo geográfica, sino en calidad de edificio más representativo y singular del pueblo.
 Adosada al pequeño, cuidado y leve cementerio, se muestra orgullosa de su bella y escultural torre en espadaña, poseedora de centenaria campanas, que han celebrado las fiestas con algarabía, así como bodas y bautizos, y que han despedido a innumerables vecinos con lúgubres sones, cuando llegó su hora de partir, y que trataron de ahuyentar las temibles y demoledoras granizadas que destrozan las cosechas, y que siguen llamando una vez a la semana, a los pocos vecinos que asistir quieren a la misa dominical.
Produce honda tristeza, y una sensación de hondo vacío contemplar este penoso despoblamiento, así como el desolador espectáculo que ofrecen la mayoría de estos hermosos lugares abandonados a su suerte, en medio del silencio que los habita. Un silencio y una paz, que los ciudadanos de las ruidosas ciudades ansían, que tienen ahí, muchas veces a poca distancia, pero que son incapaces de disfrutar, porque acaso ignoran que allí pueden encontrar todo cuanto puedan necesitar, en un entorno idílico y natural.

miércoles, 3 de mayo de 2017

LAS ARMAS DE LA INFAMIA

Pocos temas resultan tan dolorosos y difíciles de tratar, como el de la nefasta, cruel y abyecta historia de la banda terrorista ETA, que durante cincuenta años asoló este País, sembrando el dolor, el sufrimiento y el más atroz y desesperado desconcierto en sus ciudadanos, que durante tantos años vivieron en vilo cada uno de sus días, pendientes de la actividad asesina de sus fanáticos miembros, que ahora dicen, cinco años después, que entregan las armas, seguramente ya obsoletas, caducadas la mayoría, lo que no supondría por lo tanto ninguna medida de claudicación y de asunción de una derrota, que de ninguna manera quieren aceptar.
Un anuncio que tiene más de maniobra publicitaria, de un deseo de dejar constancia del hecho de que siguen ahí, que no se han retirado a sus cavernas, que continúan en una lucha sin armas, de la que jamás han renegado, que de una auténtica y efectiva acción de un desarme humano que debería conducirles a pedir perdón a sus víctimas y a los familiares de los que segaron sus vidas, a la vez que de una vez por todas, se disolvieran definitivamente para cerrar un oscuro y patético capítulo de la historia, que nunca debió abrirse.
Pero fueron sus víctimas, más de ochocientas, y sus familias, quienes han soportado un martirio de gigantescas proporciones durante la mayor parte de esos espantosos años de plomo, en los que sufrieron el escarnio más odioso de cuantos apoyaron a los asesinos, siendo continuamente humillados y vilipendiados, en medio del odio y la incomprensión, justificando y apoyando a los verdugos, en un acto de incomprensible e inadmisible falta de humanidad y de una mínima y elemental compasión, desconocida para ellos y sus ofuscados y siniestros corazones, ciegos de odio y de un fanatismo que ha dejado un inmenso rastro de dolor y sufrimiento.
Hace muchos años, cuando no había semana en la que no nos despertásemos sin un sangriento atentado, que para sembrar más confusión, frustración y desazón en los ciudadanos, llevaban a cabo los lunes, cuando la gente retornaba al trabajo, cuando más podían hacer extensivo el dolor y el miedo, recuerdo haber leído las declaraciones de un etarra que se manifestaba en el sentido de que no contemplaba la posibilidad de perder la lucha armada, que no concebía la posibilidad de no ganar esa guerra, de no conseguir su último fin, su único objetivo, que no era otro que el de la independencia de Euskal Herría.
Y ahora, cuando hace cinco años que dejaron de matar, cuando anuncian la entrega de las armas, que no su disolución, cuando el País Vasco vive en paz, cuando la tensión ha disminuido los suficientes enteros como  para que ya no suponga el problema que llegó a atenazar la vida de todo un País, cuando la normalización ha llegado al punto de que ya casi nadie habla del tema, los presos de la banda que aún quedan en las cárceles, se acogen cada vez en mayor número a una solución individual para acercarlos a sus lugares de origen, reducir sus penas o conseguir la libertad, alejándose de las consignas de la ETA que aún sigue vigente y que les obligaba a cumplir la condena completa.
Nada han conseguido después de tan estúpido y cruel suplicio. Han perdido la inútil y cruenta guerra. Han destrozado las vidas de cientos de personas, de sus familiares, e incluso las suyas. Pero son pocos, muy pocos los que han pedido perdón, los que han reconocido el daño causado. La mayoría sigue pensando que la lucha armada mereció la pena. Vileza, infamia y desprecio por la vida, es lo que destilan tan ofuscadas mentes.