lunes, 18 de diciembre de 2023

Inolvidable Janis Joplin

Janis cumpliría este año ochenta años, la primera cantante que destacó en el mundo del rock acaparado hasta entonces por hombres, aunque ya destacaba en el jazz y el blues, con una peculiar voz y una arrolladora personalidad, con un magnetismo muy especial que dejó una huella indeleble en la música de la época, que no ha perdido ni un ápice con el curso de los años, siempre jovial alegre, excesiva en todas sus manifestaciones y adicciones, que la llevaron a un trágico final como a otras muchas figuras de la época.

Con su impresionante voz y su desbordante magnetismo en el escenario, logró triunfar rápidamente en una actividad que ansiaba desde niña, imponiendo un estilo único, que marcó a toda una generación llegando hasta hoy, dónde en cualquier colección de buena música, no puede faltar un vinilo de Janis, admirada, respetada y escuchada sin descanso a lo largo de estos cincuenta y tres años desde que desapareció con apenas veintisiete años de edad, una auténtica leyenda del blues, el jazz y el rock, con una impresionante voz, con un magnético y vibrante hechizo personal, que sigue poseyendo hoy en día para convertirse definitivamente, y para siempre, en mito.

Incalificable, distinta, original y singular a partes iguales, abiertamente bisexual, hoy Janis sería una auténtica feminista, una mujer que destacó en el mundo del rock dónde apenas figuraban mujeres. Era la mayor de tres hermanos y nunca encajó en las instituciones educativas dónde sufrió persecución por parte de otros alumnos, incluso en la universidad, algo que nunca llegó a superar.

Le encantaba la música negra, algo que le reprochaban a ella, mujer blanca, procedente de uno de los estados más conservadores de los Estados Unidos, lo que no gustaba por no ser algo común, lo que provocaba amplio rechazo en aquellos tiempos, pero ella distinta, y empezó a cantar en bares y pubs, de Texas, hasta que con veinte años, haciendo autostop con un amigo se dirigió a San Francisco, dónde existía una contracultura que le atraía poderosamente.

Fueron los años más duros para ella, ya que tratando de encontrarse a sí misma, cayó en el mundo de la droga y el alcohol, hasta el punto de ser detenida por un robo, hundiéndose de tal modo que decidió regresar a casa de sus padres, volviendo a la universidad, y consiguiendo recuperarse y mantenerse limpia, hasta el punto de entrar a formar parte de un quinteto que hacían una música más tradicional, más próxima al blues, obteniendo un rotundo éxito y de paso una enorme popularidad en el área de San Francisco.

Con veinticinco años ya había sacado al mercado su segundo disco, mientras su fama no paraba de crecer, incluso por encima de su banda, a la que opacaba con su magnífica voz e intenso y brillante magnetismo que todo lo acaparaba, hasta el punto de que en mil novecientos sesenta y nueve inició su carrera en solitario.

En su LP de culto, Pearl, conviven el rock, el soul, el folk y el blues, disco emitido de forma póstuma el once de enero de mil novecientos setenta y uno, convirtiéndose en el disco más vendido de su carrera, dónde figura la versión de Me and Bobby McGee, original de Kris Kristofferson, con quien mantuvo una breve relación, y que se sigue escuchando hoy en día, como si de un reciente éxito se tratara de una artista actual.

Fue una estrella extraordinaria, cuya amplia aureola y profundo magnetismo siguen sobrevolando los días que nos ha tocado vivir. Absolutamente reconocible, su voz lo impregna todo, y pocas buenas discotecas, incluso personales, pueden permitirse el lujo de prescindir de Janis. Su hermana Laura Joplin, afirmó en su día, que Janis representaba la fuerza de las mujeres por sí mismas, ya que además de una superlativa intérprete, fue un símbolo del empoderamiento femenino, antes de que dicho concepto entrara en el léxico universal.

Hoy mismo, mientras pensaba en escribir estas líneas, he escuchado con profundo deleite y emocionada admiración, la inconfundible voz de Janis Joplin. Escribir sobre ella, me ha resultado a la vez un ejercicio sencillo, agradable y profunda y sinceramente emocional. La seguiré escuchando mientras mis sentidos me permitan disfrutar de la voz única e inolvidable de Janis Joplin, que ahora, con sus joviales ochenta años, seguro nos contempla con su jovial y perenne sonrisa.

En defensa del docente

Un cuarenta por ciento del profesorado de este país, confiesa haber sufrido malos tratos por parte de sus alumnos, así como padecido ansiedad y agotamiento físico y mental en el ejercicio de su profesión, lo que les ha llevado a solicitar la baja temporal en numerosos casos, a pedir ayuda médica en otros, y lo que es más triste y sumamente penoso, a abandonar una hermosa profesión, que no pueden soportar, debido a la agresividad de un alumnado que ha perdido el respeto y el aprecio debido hacia quién desempeña la impagable labor de enseñar a quien no sabe, sin pedir a cambio otra cosa que la atención, la consideración y el respeto.

La indisciplina se está apoderando en muchos casos de unas aulas dónde ejercer la labor de los profesores se ha tornado en algo imposible de llevar a cabo, con la consiguiente pérdida de rendimiento por un alumnado que abandonado el interés por el aprendizaje, somete al docente a una tremenda presión que le impide desarrollar su labor con normalidad y eficiencia, a la par que le conduce a un estado de tensión tal que le conduce inexorablemente a una baja en su rendimiento, incapaz de enseñar y luchar al mismo tiempo con un alumnado indisciplinado y y agresivo con su profesor, al que ha perdido el respeto.

Siete de cada diez docentes confiesan haber sufrido agresiones por parte de los alumnos, mientras que un cuarenta por cierto lo han padecido por parte las familias de los alumnos, según datos facilitados por los sindicatos de funcionarios, que ha llegado a conclusiones como la de que se nada sirve pedir respeto hacia los profesores si los padres no colaboran, si les dan la razón a sus hijos antes de hablar con ellos, y afirman “hemos pasado de padres analfabeto que educaban a hijos educados, a padres con estudios que están criando a niños de cristal en burbujas, que se creen todo lo que les cuentan, anteponiendo su palabra a la de sus profesores”.

Desafortunadamente, parece que se ha perdido en educación, lo que se ha ganado en progreso y tecnología, dejando de lado algo tan preciado y precioso como es la admiración y la consideración hacia quienes dedican su tiempo y su vida a una profesión antaño valorada y respetada, tanto por padres como por alumnos, por una sociedad que dejaba en manos de los docentes, de los profesores, de los maestros en suma, toda la responsabilidad y toda la confianza depositada en ellos, sin el menor atisbo de duda, con una absoluta tranquilidad, que denotaba una franca seguridad mutua que redundaba en beneficio de todos.

 Esto suponía de hecho un gesto, mediante el cual se les concedía el seguro y libre desempeño de sus funciones, que podían llevar a cabo con toda la libertad que dicha consideración les otorgaba, y que en el presente, y desde hace ya demasiado tiempo, parece haber desaparecido, sumido en la desconfianza, la duda, y la continua puesta en cuestión de unos enseñantes, que ven así coartada su libertad de acción, merced a la excesiva intromisión de demasiados actores extraños a la enseñanza, necesitada de menos cambios legislativos, más autoridad a cargo del profesor y una serena y relajada actitud por parte de un alumnado, carente en gran medida de la disciplina necesaria, no siempre bien entendida por los padres, para que de esta forma y con estas premisas pueda llevarse a cabo su formación con plenas garantías.

Si a esta situación nada halagüeña, añadimos el hecho de que tanto profesores como alumnos soportan un sistema anárquico, donde el gobierno de turno tiende a cambiar las reglas del anterior ejecutivo, el resultado es desesperanzador a la par que insufrible para todos, que ven así cómo se llevan a cabo cambios continuos y permanentes, sin objetividad alguna, sin consultas previas a quienes más y mejor podrían asesorar sobre su conveniencia, es decir, los enseñantes, y en todo caso, si se han de llevar a cabo, serían ellos, quienes por su condición de actores protagonistas de la enseñanza, quienes mejor y con más autoridad podrían informar, ayudar y colaborar en los cambios a que hubiere lugar.

  Constituye un auténtico despropósito el incesante cúmulo de cambios legislativos, pedagógicos y metodológicos, que apenas se mantienen unos pocos años, y que consiguen que los docentes continúen sintiéndose permanentemente frustrados, limitados permanentemente en su importante y decisiva función de director y gestor de su clase, sin interferencias de ningún tipo, donde se siente utilizado por una sociedad que ni siquiera reconoce su labor, y donde el profesor no tiene ni poder ni autorización para cambiar nada, lo que repercute en un conformismo inercial, por insatisfacción y hartazgo, pese a sus buenas intenciones.

Los alumnos también son víctimas de este absurdo que ya dura demasiado, y que no tiene perspectivas de cambiar, en unas aulas donde el progreso lento ya de por sí, se ve ralentizado más aún por los problemas que crea una integración no siempre bien gestionada, que a veces entorpece más que resuelve los múltiples problemas que afectan a una educación que nos coloca a la cola de Europa en cuanto a resultados se refiere.

Tiempos aquellos, a los que ni es posible ni necesario volver, pertenecientes a los tiempos en los que yo comencé mi labor de enseñante, hace ya demasiados años, por escuelas rurales de pueblos de Segovia, donde tanto  el profesor como su labor, eran considerados y reverenciados, quizás incluso en extremo, lo que repercutía en una actitud por parte de padres y alumnos, que muchos hoy calificarían de absurdos, otros de ridículos y los más de anacrónicos, cuando al maestro se le saludaba con inmenso respeto a su paso por las calles del pueblo, y dónde de los niños le mostraban una devoción que no era sumisión, sino respeto que los padres les inculcaban en el seno de la familia, y que mostraban tanto fuera del aula como dentro de la escuela, dónde cada día le recibían con un sonoro y respetuoso, buenos días señor maestro.

A tal señor tal honor

¡Qué buen vasallo si tuviera buen señor! lamentan las gentes de la ciudad de Burgos cuando Rodrigo Díaz de Vivar parte al destierro ordenado por Alfonso VI, prohibiendo le den comida o alojamiento, bajo amenaza de terribles consecuencias para quién se atreva a desobedecer su mandato, pretendiendo el pueblo burgalés que el rey comete una injusticia con su más valiente y leal caballero, El Cid Campeador.

Héroe inmortal, noble, leal y esforzado caballero, que al margen de las interpretaciones que sobre este insigne personaje se han escrito a lo largo de los siglos, no ha perdido un ápice de su leyenda, que tantos ríos de tinta y de dramatizaciones de todo orden, ya sea sobre las tablas de un teatro o registrado en soportes de celuloide se han llevado a cabo sobre él, que dejarán una huella indeleble para los siglos venideros, en un alarde de legendaria admiración que siempre despierta el valiente y aventurero guerrero, como lo hizo con quienes ya en la escuela leímos sobre él, curtido en cien batallas, cuyas hazañas vivimos con una intensa y emocionada ilusión, hasta convertirlo en nuestro más respetado y admirado héroe.

En el cantar de Mio Cid, se narran las gestas y el destierro de Rodrigo Díaz de Vivar, en el que se incluye el conocido verso veinte, “dios qué buen vassallo si oviesse buen señor”, que denota la queja del pueblo ante el destierro de Castilla, al que el rey Alfonso VI somete al Cid, en una acción injusta y cruel con un vasallo leal, expresión que cabe interpretarse en ambos sentidos, ya que no sólo es el rey el que debe poder confiar en unos vasallos leales y valientes, sino que los vasallos también deben exigir un señor justo y confiable, que se haga  merecedor de tal honor por parte de sus súbditos.

O lo que es lo mismo, “ a tal señor, tal honor”, afirmación absoluta, justa y plena de honestidad, equitativa y respetable a  partes iguales, pero desigualmente respetada en ocasiones por parte del señor de turno, que no es una cosa, ni es otra, pues ni reúne las virtudes mínimas para que le admiren, ni él aporta nada para que pueda atribuírsele ninguna de las bondades necesarias para con sus vasallos, súbditos, o actualizando a los tiempos que nos ha tocado vivir, ciudadanos de derecho, que no vasallos, que lo han elegido en democrática votación popular.

Y llegados a este punto, henos aquí, casi mil años después, ante la duda más que razonable de las virtudes del moderno caballero que, en este caso no rinde cuentas ante su rey, sino que ha de hacerlo ante los ciudadanos libres que lo han elegido en las urnas para que los represente, gobierne y gestione sus vidas y haciendas, con justicia y equidad, como corresponde a un señor elegido por unos súbditos que deberían confiar en él para sentirse seguros y protegidos, sin rastro alguno de la menor incertidumbre y duda que pudieran albergar sobre su exigible honradez, y su absoluta, necesaria e indudable honestidad a la hora no sólo de ejercer su mandato, sino, y esto es crucial, a la hora de acceder a tan alta responsabilidad.

Y es aquí, en este último punto dónde las dudas y suspicacias surgen y conmueven al ciudadano que contempla sobresaltado cómo su señor accede a tan alto honor utilizando como moneda de cambio cuántas estrategias de dudosa legalidad y limpieza ética y estética quedan al alcance de su mano, jugando con las instituciones que maneja a su antojo, en respuesta a su desmedida ambición personal, pretextando su utilización como medidas urgentes de “convivencia”, cuando detrás de sus pactos, concesiones, privilegios y ventas varias, se esconden las verdaderas razones que no son otras que sus “conveniencias”, en un alarde de hipocresía, ambición y falta de escrúpulos, que no tiene parangón en los últimos tiempos.

Es por todo esto que el ciudadano de hoy, vasallo de tiempos del Cid, trabajador libre de a pie, del día a día de nuestros azarosos tiempos, capaz de discriminar, de pensar y de decidir su lugar en este contrato implícito entre ambas partes, se muestra inseguro e inquieto ante lo que con asombro contempla, dónde le quieren hacer confesar con ruedas de molino, con continuas mentiras e insoportables vaivenes,  que le dicen no son tales, sino simples cambios de opinión.

 Todo ello en una actitud detestable que denota una total falta de respeto hacia los ciudadanos, que rememorando tiempos más honestos y leales como los de nuestro caballero Mío Cid, desearían pronunciar al unísono, alto y claro, la siempre acertada expresión “A tal señor, tal honor”, que en este caso no queda a la altura de su desmedida ambición, sino a la de su manifiesta y mejorable carencia de una absoluta y exigible honestidad, que brilla por su ausencia.

Qué lejos quedan el uno del otro estos dos personajes separados por diez siglos, pero dónde los valores humanos no han variado ni un ápice. Nuestro Mío Cid y su leyenda tiene un lugar para siempre en nuestra historia, algo que nos permitimos dudar del personaje que en paralelo hemos tratado en estas líneas, que pese a sus ínfulas de grandeza, jamás logrará alcanzar semejante honor, al alcance sólo de quienes poseen virtudes humanas tales como la humildad la honradez y la honestidad, que no suelen prodigarse ni ahora ni en los lejanos y legendarios tiempos de Mío Cid.

miércoles, 6 de diciembre de 2023

No hay derecho

Recupero esta expresión, mil veces utilizada, añorada incluso, desde siempre, pero un tanto olvidada en estos últimos tiempos tan denostados para el lenguaje, que está siendo maltratado de demasiadas formas, desde demasiadas instancias, con atrevimientos inmisericordes sin capacidad, competencia ni autoridad alguna, con una ignorancia que llega a la cursilería ñoña y despectiva en ocasiones, y siempre al esperpento más atrevido.

Sin relación directa con  el sistema institucional que regula la conducta externa de las personas, aunque vinculada a ella, se utiliza cuando alguien quiere expresar su contrariedad ante un hecho o acción determinada, por su injusticia manifiesta o su rechazo frontal, que equivale en definitiva a mostrar su oposición, su discrepancia, su desacuerdo en definitiva ante unos determinados hechos, y suele expresarse con contundencia y un énfasis especial para que conste que la apreciación es una queja manifiesta, por lo que al pasarlo al papel, se inscribe dentro de unos signos de exclamación, que no dejan lugar a duda sobre su intencionalidad.

Hoy más que nunca, esta expresión cobra todo su valor, en un momento en que están teniendo lugar unos hechos manifiestamente discordantes con la apreciación de una mayoría silenciosa que tiene razones más que suficientes para exclamar ¡no hay derecho! a lo que está pasando, con un personaje que enredado en su megalomanía, y enfangándose cada vez más en un vano intento por justificar su ególatra comportamiento, trata de hacernos comulgar con ruedas de molino, ante un hecho constatable, que no tiene más objetivo que el de eternizarse en el poder.

No hay derecho a soportar a quien sin escrúpulos de ningún tipo se ha saltado demasiadas buenas costumbres, utilizando como moneda de cambio lo que sea menester, siempre para continuar en el poder, poniendo en venta su acceso al mismo, negociando para tal fin con prófugos de la justicia, perdonando para ello a quienes en su dia se levantaron contra la legalidad constitucional, saltándose de paso al poder judicial que a todos nos debería acoger por igual.

 Todo ello con una serie de cesiones y prebendas de todo tipo  que rompen la necesaria igualdad entre instancias institucionales, con un único objetivo, por todos conocido, salvo por quienes no tienen otra motivación que la conquista de la ansiada poltrona, y por quienes los apoyan cerrando los ojos para no admitir lo evidente, en contra incluso de una importante mayoría de la población que asiste a este denigrante espectáculo, en medio de los problemas que le acucian, con una mezcla de incredulidad y asombro, que cada día surge con más fuerza en las conversaciones cotidianas de barra, pasillo y ascensor.

No hay derecho a soportar continuamente a quienes mienten más que hablan, pretendiendo que no es así, que se trata de un cambio de opinión de una rectificación, en un alarde de una total falta de respeto hacia los ciudadanos, a quienes se pretende tomar el pelo, a los que no se toma en serio, a los que no se considera como seres pensantes que tienen formada una opinión sobre el tema, que discriminan, que separan claramente entre lo que afirman y lo que ellos perciben y conciben en consecuencia, que por otra parte, está meridianamente claro, por lo que por mucho que lo intenten, no engañan a nadie.

No hay derecho a que este señor, a la sazón presidente del gobierno, se haya adueñado de un partido político, el suyo, al que ha transformado hasta dejarlo irreconocible, convirtiéndolo en una imagen de sí mismo, manejándolo y adueñándose de él, de tal forma, que lo ha convertido en una ficción de un partido con mas de cien años de antigüedad, con una trayectoria intachable, que ahora, integrantes del PSOE, se permiten el lujo de descalificar, ningunear y despreciar a antiguos militantes que ocuparon importantes cargos en tiempos que mejores fueron que los presentes.

No hay derecho a que con harta frecuencia, el presidente del país meta la pata con declaraciones a nivel internacional con las que consigue enfrentamientos innecesarios que nos complican la vida, como cuando habla sobre la delicada y espantosa situación que sufren en Palestina, mientras se olvida del triste y penoso estado en el que se encuentran  los Saharauis, a los que abandonó en brazos de Marruecos, lo que constituye una falta total de tacto político, mientras se empeña en tratar de demostrar lo contrario.

No hay derecho a todo lo expuesto, según mi opinión, y de tantos que no lo pueden expresar públicamente, pero que piensan lo mismo. En su nombre y en el mío, manifestamos alto y claro, con respeto, pero con toda rotundidad, que no hay derecho a tanto desvarío, tanto disparate y tanto despropósito como aquí se expone.


lunes, 4 de diciembre de 2023

Qué fué del bipartidismo

Nadie lo sabe, nadie parece querer hablar de aquel viejo sistema de dos partidos que se alternaban en el gobierno, dos concepciones diferentes de la política, de una forma de gobernanza que, alternándose, solía garantizar el acceso al poder de la izquierda y la derecha, de conservadores y progresistas, que entonces parecían bastar para representar  dos tendencias suficientes para unos votantes que no tenían que preocuparse por las posibles dudas que les pudieran surgir a la hora de depositar su voto – insuficientes para quienes no optaban ni por una ni por la otra - y que ahora suele llenar de dudas a quienes no tienen muy claro ni la intención del mismo, ni si realmente deberían llevarlo a cabo, entre tanta y tan abundante oferta.

Ahora apenas se habla del bipartidismo, de un viejo sistema que se considera caduco para unos, aún vigente para otros, y tema tabú para quienes no quieren reconocer su nostálgica añoranza que les impide hablar de ello porque lo consideran políticamente incorrecto y socialmente rechazable, condenable incluso por parte de quienes se arrogan la condición de progresistas, que detestan un sistema tan escueto y simple que de ninguna forma llega a recoger sus pretensiones.

 Para éstos últimos, mantener esa opción bipartidista, es propia de retrógrados, y otras absurdas y acostumbradas descalificaciones que suelen dedicarse hoy - tanto unos como otros – que no soportan que contradigan sus “verdades”, indiscutibles e incontrovertibles, en un alarde de una sonora falta de respeto, y de una incapacidad absoluta para reconocer y considerar mínimamente las posiciones del que no mantiene sus mismos puntos de vista.

 Algo que se ha incrementado con el tiempo, y que ha llevado a una penosa polaridad palpable a pie de calle, de barra de bar, de pasillo y ascensor, así como a una crispación galopante, que no favorece en absoluto una necesaria paz social, que no está rota como aseguran los agoreros de siempre, pero que pesa y se palpa en el ambiente, y que deberíamos desterrar de nuestros comportamientos, sobre todo ahora, cuando la situación política y sus circunstancias, no ayuda precisamente a ello.

Analizar las circunstancias que han motivado este paso del bipartidismo de siempre al multipartidismo actual, puede darnos cierta claves, como el inconformismo y el descontento de las clases sociales más desfavorecidas, que han motivado con sus protestas y sus manifestaciones llevadas a cabo utilizando la calle y las redes sociales, provocando la aparición de nuevos movimientos sociales que han calado hondo en los sectores más jóvenes y más deprimidos, motivando con ello la aparición de nuevos partidos políticos, que han ocasionado una fragmentación política de considerables dimensiones.

Una situación que ha dividido a un electorado que se encuentra ante un panorama político complicado, diverso y segmentado de tal manera, que la elección que antes creía tener asegurada y firmemente decidida, ahora trata de contrastarla con la dispar oferta que se le presenta, y obrando en consecuencia, elegir si procede, la nueva opción que corresponda.

Asegurar que el bipartidismo ha quedado definitivamente atrás, que ha quedado relegado del sistema político de este país, es ir demasiado deprisa, aventurar un futuro que no podemos predecir, ya que no se trata de una moda pasajera, o de un cálculo matemático al alcance de una omnipresente y absurda inteligencia artificial que nos pueda adelantar los avatares electorales a los que estamos expuestos, que no dependen de nosotros, sino de unos condicionamientos sociales, políticos y económicos imposibles de prever.

Cuanto más amplia es la oferta a nivel de mercado, más posibilidades de elección tendremos y mejores condiciones económicas de adquisición por parte de un consumidor que agradecerá una situación que sin duda le beneficia.

 Pero ¿es aplicable este ejemplo comercial a una oferta política amplia y variada, tal como la presentamos aquí? ¿Resulta realmente ventajosa para el ciudadano elector semejante dispersión de propuestas de todo signo, con promesas y propuestas de gobierno tan diferentes como partidos se presenten a las elecciones? ¿Verdaderamente se justifica, y sobre todo existe de hecho y de derecho una oferta política y social tan amplia?  ¿No se correría el riesgo de confundir, de pervertir la oferta con promesas vanas, como ocurriría con una oferta comercial a base de productos de ínfima calidad?

La ley de la oferta y la demanda ampara esta situación que puede darse también en este sector, el político, que aparece, no necesariamente por una perentoria necesidad vital, sino por un movimiento social que, como ha sucedido en nuestro país, y otros, aporta nuevas vías, ideas y soluciones, destinadas a mejorar las vidas y haciendas de los ciudadanos, que gozan de esta manera de un arco de posibilidades mayor a la hora de una elección política, que en muchos casos no es sencilla.

Y no lo es porque elegir entre dos únicas opciones,  no le satisface, ni llena sus expectativas, por lo que desde este punto de vista, el bipartidismo, lógicamente, no tendría razón de ser al contrario que el multipartidismo, que satisfaría, casi con toda seguridad, sus aspiraciones de elección política.

Otra cuestión a analizar, y que no queremos dejar al margen, ya que está íntimamente conectada con lo aquí expuesto, es el hecho de que la opción múltiple, implica  si no necesariamente, casi con toda seguridad, que el resultado de las oportunas elecciones obligaría a la formación de un gobierno de coalición con sus correspondientes roces y contradicciones, que pueden hacerle morir de éxito, mientras que el bipartidismo suele desembocar con frecuencia en unas mayorías absolutas, no siempre deseables ni satisfactorias para nadie, lo que inexorablemente nos conduce a una famosa frase del final de una conocida película: nadie es perfecto.

viernes, 1 de diciembre de 2023

Aquel entrañable coche de línea

Procedía de Sepúlveda, desde dónde partía cada mañana, todo el año, sin faltar un solo día, en su lento y añorado  recorrido a través de los pueblecitos como el mío, Duruelo, llegaba cada día la Rápida, el coche de línea, que tenía como destino Segovia, la capital, adonde iba por la mañana y regresaba por la tarde, siempre puntual, siempre con el toque de bocina que avisaba de su entrada en el pueblo para recoger o apear a sus pasajeros, que en mayor o menor número, casi nunca faltaban a su cita.

Pese a las frecuentes nevadas y abundantes heladas que en los largos inviernos teñían de blanco las descarnadas y polvorientas carreteras que por aquel entonces sembraban los campos de Castilla, jamás faltaba a su cita. Era un viejo autobús, de morro prominente, dónde se alojaba un incansable motor que no recuerdo llegase a fallar en ningún momento, lento y ruidoso, con un rugir tan peculiar, que después de tantos años como han pasado, lo mantengo en mi memoria, entre los muchos sonidos inolvidables de mi infancia.

Renqueante, el viejo y pesado autobús entraba en el pueblo después de pasar por aldeas y pequeños pueblos como Duratón, Sotillo y La Aldehuela, a pocos kilómetros de Duruelo, haciéndose notar su llegada, con el ruido característico de su viejo y ruidoso motor que despedía un penetrante olor, que a los más pequeños nos encantaba, nos embriagaba hasta tal punto, que corriendo tras él, lo seguíamos por la travesía del pueblo, hasta que desaparecía, camino de la siguiente parada, en su decidido camino hacia Segovia, o en su vuelta, hacia Sepúlveda, dónde disfrutaba de un merecido descanso hasta la mañana siguiente.

La parada en el pueblo, siempre constituía un pequeño acontecimiento, o al menos, así nos lo parecía a los pequeños, que siempre estábamos allí a la hora de la vuelta por la tarde. Era un motivo para reunirse, ya que además, la parada tenía lugar en la puerta de un pequeño bar, donde casi siempre había gente ya fueran clientes del mismo, ya fueran curiosos lugareños que acudían cada tarde con el objeto de ver a los contados viajeros que bajaban, o bien porque fueran a recoger algún paquete que esperaban de la ciudad o de cualquier pueblo del recorrido, o algún encargo particular hecho al conductor, algo bastante frecuente.

Viajar hasta Segovia, poseía un encanto muy especial - Manolo, el conductor, siempre me ponía a su lado, en el primer asiento, charlando con él, cuando iba a examinarme al instituto -  disfrutando del viaje, sobre todo en invierno, en aquellos inmensamente largos inviernos, eternos, intensamente fríos y hermosamente blancos, que comenzaban en octubre y llegaban hasta finales de marzo e incluso abril, mes en el que recuerdo haber contemplado alguna nevada, algo que hoy resulta extraordinariamente raro, en una estación, que entonces ocupaba la mitad del año.

El viaje desde Sepúlveda a Segovia, solía durar más de dos horas, con entradas y salidas de la carretera principal a recoger a los posibles viajeros, si es que el pueblo quedaba alejado, por infames carreteras, caminos más bien, que maltrataban a la máquina y a los viajeros, que no obstante disfrutaban en santa compaña, pues solían conocerse entre ellos, a base de ser habituales del trayecto y de proceder de pueblecitos, que en pocos casos superaban los cien habitantes.

Después de Duruelo, pasaba por Tanarro, Perorrubio, San Pedro de Gaíllos, La Matilla, La Velilla, y otros, dónde solía recoger por la mañana y devolver por la tarde, a las pocas gentes que decidían ir a la Capital, a resolver asuntos administrativos, a citas hospitalarias, a hacer compras diversas, que tan sólo allí podían encontrarse, a visitar a familiares o a coger La Sepulvedana o la Serrana, con destino a Madrid, pasando por el puerto de Navacerrada, que en invierno casi siempre había que subirlo con las cadenas montadas, en un viaje épico, que yo hice en numerosas ocasiones, y de los que guardo un recuerdo imborrable.

Para la mayoría de la gente, era un viaje de ida y vuelta en el mismo día, que daba para mucho, sobre todo para quedarse a comer en los numerosos, deliciosos y económicos restaurantes que como siempre han poblado nuestra hermosa ciudad. Qué maravilla comer entonces en Segovia, a base de lo que hoy denominaríamos plato del día, auténtico, sabroso, verdadera comida casera servida en platos y cuencos de barro, como la inigualable sopa castellana que degustaba cuando iba con mi padre y comíamos en un restaurante a escasos metros de nuestro majestuoso y soberbio Acueducto, en la subida hacia la plaza Diaz Sanz.

Algunas de estas pequeñas casas de comida, aún permanecen abiertas, pese a que son más las que no han resistido el paso del tiempo y han desaparecido del entorno de la ciudad, que no de nuestra memoria. Como aquellos coches de línea, auténticas reliquias hoy, a aquellos esforzados conductores que tuvieron su tiempo y su lugar en una España que comenzaba a despertar de un largo y duro letargo, y que hoy me permito recordar aquí, en lo que deseo y espero constituya un merecido homenaje a las gentes de ayer y de hoy, que siguen habitando aquellos encantadores pueblos de los campos de nuestra hermosa y ancha Castilla.

Como Duruelo, mi querido pueblo, testigo de mi nacimiento, infancia y adolescencia dónde reposan mis padres y hermano, que descansan en el pequeño cementerio aledaño a la bella espadaña de la hermosa iglesia, seña de identidad de mi añorado pueblo, que en las estribaciones de Somosierra, disfruta de la visión del manto blanco con que se cubre en invierno y del azul plateado con que se viste el resto del año, como si quisiera recordar a sus gentes, que está ahí, vigilante, con su imponente mole, para cuidarlo y protegerlo para siempre.

No somos culpables

Nadie puede serlo, nadie que provenga del pueblo llano y trabajador, del ciudadano que pelea cada día con su destino, con su suerte, con las interminables veinticuatro horas que le esperan desde el ocaso hasta el alba, con las que se enfrentará el resto de su vida, intentando pasar por encima de las incontables circunstancias negativas que habrá de afrontar y disfrutando de las pequeñas grandes satisfacciones que de vez en cuando le deparará una existencia que no eligió en su momento, pero que afrontará sin que se enrede en estas abstractas consideraciones, que a ningún lugar le llevará.

No somos culpables, en ningún caso, de sufrir las perversas consecuencias derivadas de los actos y decisiones de unos gobernantes, que elegimos sobre la base de un programa de gobierno y de unas promesas alardeadas en su momento que no llegaron a llevar a cabo, que nos llevaron a engaño y nos condujeron a una errónea elección que habremos después de lamentar, cuando instalados en su sólida posición, se desdigan, nieguen o afirmen haber cambiado de opinión, siempre, como no, para mejor servir a una ciudadanía, que entonces ya, sin margen de maniobra, nada puede hacer, salvo un recurso al pataleo que a ningún lugar le ha de llevar.

La situación política actual ha quedado determinada por la conformación de dos bloques, uno de los cuales, el ganador, fue elegido por quienes confiaban en un programa electoral, que a la postre no se corresponde con lo que se prometió, utilizando este vacío para, utilizándolo como moneda de cambio, mercadear con los beneficiados,  y conseguir formar gobierno, lo que ha irritado profundamente a sus oponentes, a parte de sus fieles, y a un importante sector de la población, que le recriminan esta compra venta,  y han dejado satisfechos a la mayoría de los suyos, que no necesitan plantearse este hecho, aunque no lo esperaran, ya que colma los deseos de ver a los suyos en el poder.

No podemos considerar culpables a éstos últimos por haberlos votado, es su libre e indiscutible opción, aunque hayan sido, si no engañados, sí han falseado su discurso por parte de unos políticos que no incluyeron en su plan de gobierno la medida que ha causado una colosal controversia, y que está llevando a la población a una situación como hace muchos tiempos que no se vivía en este País, polarizado en dos extremos, a favor y en contra de una medida extrema, no contemplada ni divulgada antes de las elecciones, y que está siendo objeto de discusiones y controversias a nivel de calle, barra y ascensor, llegando incluso, y esto es lo más lamentable, a nivel familiar, laboral, incluso de amistad, que siempre ensombrece la vida social por sus perniciosas consecuencias.

No somos culpables de soportar a una clase política cuyos componentes no se respetan, que llegan al insulto y a la descalificación con harta frecuencia, que no dedican su tiempo al servicio público como es su obligación, tal como prometieron en su momento, cuando necesitados estaban de votos, sino a su exclusivo interés de una desmedida ambición personal.

No es la política el arte de la perversión, sino los políticos que la desvirtúan con sus inconfesables manejos y su ambición sin límites, que les lleva en unos casos a mentir para conseguir su fines, a ocultar sus aviesas intenciones y en otros a asegurar que todo lo hacen por los ciudadanos, cuando no por España, que es el colmo de la hipocresía más abyecta.

No necesitamos salvadores, no precisamos de mesías que nos rediman, somos ciudadanos que confiamos el poder que nos corresponde por derecho, a quienes democráticamente son elegidos por todos, sin artimañas sin engaños, sin usos indebidos y absolutamente repudiables de las instituciones y los poderes de un Estado Social y de Derecho, que no les corresponde a ellos, que no pueden utilizar a su antojo saltándose la división de poderes, sin la cual, la democracia brilla por su ausencia al perder todo su sentido.

Rechazo todo dogmatismo y subjetividad al analizar éstos hechos (aunque reconozco que esto último es sumamente complicado), al escribir estas líneas, todo partidismo que no haría sino contaminarlo todo, ya que no me inclino por una u otra opción, de hecho no soy votante desde hace ya muchos años, descontento no con la política, que juzgo necesaria, sino con unos políticos que no representan a nadie, salvo a sus inconfesables intereses personales, que de ninguna forma deberíamos admitir, soberbios, ególatras y con una ausencia total de escrúpulos, que ocultos bajo un disfraz de salvadores patrios, pretenden eternizarse en un poder que no les corresponde ni hemos solicitado.

No somos culpables, pero quizás debiéramos tentarnos la ropa, la mente, y el espíritu que nos anima cada día, para concienciarnos de que los titulares de nuestras vidas y haciendas no son quienes se sienten con derecho a manejarlos a su antojo, una vez obtenidos los votos  necesarios, sino a rendirnos cuentas de ello, y a cesar en su  cargo y su empeño, cuando incumplen en el mismo, cuando abusen de él, o en último caso, cuando quienes los eligieron, pública y manifiestamente los rechacen, algo que desafortunadamente está muy lejos de sus posibilidades, ya que la expresión pública de sus opiniones políticas, se limita a una escueta papeleta introducida en las socorridas urnas. Fuera de ahí, el ciudadano de a pie, no tiene otra opción, salvo salir a la calle y mostrar su desacuerdo, algo siempre problemático, con todo el riesgo que ello conlleva. Tampoco de esto, el sufrido ciudadano, es culpable.