lunes, 5 de junio de 2023

¿Es el enemigo?

Que se ponga. Así respondía el inefable Gila, cuando nos deleitaba con su peculiar humor, utilizando para ello el teléfono como vía para comunicarse con el omnipresente y siempre invisible enemigo, con el que mantenía largas, permanentes y divertidas charlas, que hacían mención a intentos de retrasar la guerra para ver el fútbol, echar la siesta o reunir las balas necesarias para la surrealista batalla que se avecinaba, y que jamás se teñía de bajas, heridos o desaparecidos en una ingenua e incruenta guerra de juguete, que nunca, en ningún aspecto, causó daño alguno a nadie, y sí ataques de risa, que hoy muchos parecen no entender.

Cañones que no tenían agujero, submarinos que estaban bien de color, pero que no flotaban, tanques que se los había llevado la grúa, paracaidistas sin paracaídas para ahorrar, intentos de parar la guerra un par de horas, acuerdos para comenzar el avance más tarde y así un sinfín de ingeniosos monólogos con el comprensivo enemigo, y que era algo que entonces nadie cuestionaba, y que hoy detestan tantas intransigentes mentes.

Y es que hoy son legión los detractores que no comparten un humor que dicen está fuera de lugar, que ni entienden ni comprenden al que no encuentran lógica ni justificación alguna, ética y moralmente rechazable, sin concederle ni el beneficio de la duda ni el más leve respiro ante lo que consideran un insoportable exceso que nada tiene que ver con el humor.

Pero pese a ello, y después de tanto tiempo, Gila sigue teniendo muchos seguidores, incluso dentro de su gremio que son quienes más le entienden, defienden y comprenden lo que supone un auténtico soplo de aire fresco entre tanta atmósfera viciada como se ha extendido alrededor de este singular y admirado genio del género.

Gila, no solamente actuaba en el escenario, sino que lo hacía en diversas e importantes publicaciones de humor, dónde reflejaba sus grandes capacidades para hacer sonreír a sus agradecidos lectores, con un indudable éxito, que hoy parece querer negársele, cuando la violencia, el mal gusto y las perversiones más diversas inundan los medios de comunicación, sobre todo a través de las redes sociales, llegando a un público de todas las edades, que queda expuesto e inerme ante ellas.

Gila no frivolizaba con sus monólogos acerca de la guerra, no la banalizaba, no le hacía el juego de una manera irresponsable y vulgar como muchos apuntan, sino que ejercía con ello una permanente y sutil crítica de la misma, denunciando su violencia, su barbarie y su sinsentido, a través de sus monólogos, con un humor que tendía la mano a la paz entre los seres humanos,cuando dialogaba con un enemigo con el que se entendía, integrado también por seres humanos con los que llegaba a acuerdos, más o menos extravagantes, pero representativos de la capacidad de entendimiento entre los seres humanos, soldados que antes que enemigos, son hombres que dialogan, dónde no hay sombra alguna de violencia, ni verbal, ni física, sino entendimiento, por muy surrealista que pueda llegar a ser.

Sorprende esta actitud que consiste en cuestionar y rechazar el humor de un representante de este género, el humorístico, tan necesitado por todos, en un momento en el que la guerra de verdad, la detestable y criminal violencia propiciada por humanos, asola parte de este sufrido planeta, mientras que la guerra de Gila, además de incruenta, nos hace reflexionar precisamente sobre ello, sobre la necesidad de no olvidar que la violencia se halla instalada entre los seres humanos como una maldición, que él trata de convertir a través de su humor, en una permanente esperanza de paz entre los hombres, mediante una comprensiva, inocente y necesaria sonrisa.

jueves, 1 de junio de 2023

La izquierda cuqui

Con frecuencia pienso que vivimos tiempos melifluos, suaves flojos, delicados, tiernos, cuquis, en definitiva, que nos hacen comportarnos en demasiadas ocasiones con una excesiva y sutil delicadeza temperamental, que nos confiere un aspecto ñoño, quejica, desmadejado hasta extremos de una intolerable e insípida compostura blandengue, que nos lleva a quejarnos de todos y de todo, si hace frío porque lo hace, y si no es así, porque el calor nos aprieta demasiado, y no lo podemos soportar, en una ceremonia de la confusión, que avergonzaría a nuestros ancestros.

A ellos, que acostumbrados a todo, jamás se les escucharía a una queja de este jaez, que nos sitúa en el extremo inferior de una medida de la capacidad de aguante, que no poseemos, a fuerza de mostrarnos y manifestarnos con una suavidad sedosa, dulzona y frágil, que nos convierte en seres sutilmente etéreos, a punto de cambiar de estado físico, a poco que un pequeño cambio de temperatura nos azote y nos disuelva en sus transparentes matraces de laboratorio.

Disculpen la introducción, que apenas viene a cuento, ya que el título, que ya es bastante expresivo, no tiene por qué aplicarse a nadie de una forma ligera y gratuita como acabo de llevar a cabo, por lo que pido disculpas a quién ofendido pueda sentirse, y a otra cosa, que, en definitiva, es a lo que iba, ya que la expresión que da título a este texto, la he tomado de una frase, que más que expresada sin más, diríase lanzada cual arma arrojadiza por parte de una fracción de la izquierda política a otra parte de la misma izquierda, en el curso de la soporífera e interminable campaña electoral que está teniendo lugar en nuestro país.

Ignoro con qué intención, una misma orientación ideológica puede utilizar el término “cuqui” para designar a otra que sigue sus mismos principios políticos, salvo que haya por medio un deseo de ofender, molestar, o en el más que posible seguro de los casos, ridiculizar sin más, con una expresión que mueve a la sorpresa en primer lugar, a la perplejidad después, y a la más tenue de las sonrisas en último lugar, que casi con toda seguridad, finalizará con una amplia y sonora risa, que culminará con una carcajada abierta y radiante, ante tamaña y original idea, que ya nos gustaría saber de quién procede, para felicitar a tan singular y destacado/a protagonista, que bien merece un aplauso a cargo de quienes nos aburrimos profundamente de los insoportables y soporíferos discursos electorales.

Mentimos cuando decimos ignorar el motivo, como argumento para justificar nuestra inicial sorpresa, que ha venido a poner un punto de jovial humor a tanta charlatanería como padecemos, ya que estamos convencidos de su cristalina intención de ridiculizar a la “otra parte”, con un lenguaje fácil, rápido y directo, que viene a darnos la razón cuando al principio hablábamos de ñoñeces y melifluidades varias, utilizando el sarcasmo que suele hacer más daño que la afrenta directa, el insulto o la descalificación, ya que descoloca al contrario y lo sitúa en los ámbitos de una débil y desmadejada situación, que suele llevar al ridículo, algo que no está al alcance de todos a la hora de llevar dignamente semejante deshonra, que suele aparejar estas delicadas situaciones, sobre todo sin son públicas, que no necesariamente notorias, pues en ese pantanoso y complicado espacio conceptual, preferimos no entrar.

Ningún ánimo de molestar, criticar o cuestionar a nadie, ni a los autores de esta “cuqui” expresión, ni a los destinatarios a quién iba destinada, y mucho menos, sembrar la discordia y el ridículo entre quienes protagonistas son de estos hechos, más bien resaltar una situación en gran medida hilarante, que ha puesto de manifiesto el excelente sentido del humor de unos y de otros, que al menos, ha denotado la existencia de un singular lenguaje empleado en unas broncas elecciones, que ha puesto una nota de humor entre tantas caras largas como a diario contemplamos.

Agradecemos por lo tanto, que entre tanto lenguaje sinuoso, redundante y soporíferamente cuqui, como últimamente padecemos, surja una agradecida, simpática y directa expresión, que al margen de su mayor o menor acierto y de su intencionalidad, haya alegrado los ojos y los oídos de tantos amantes de uno de los mayores tesoros que poseemos, al margen de cualquier consideración humana, como es el lenguaje.