miércoles, 26 de marzo de 2014

TRES PRESIDENTES

Mucho se ha escrito acerca de las inveteradas costumbres, acerca del carácter español, referidas a la innata capacidad de honrar a los que ya no pueden disfrutar de esos honores, que se les negaron en vida, y que ahora, cuando han desaparecido de la faz de la Tierra, todo son elogios, alabanzas y loas, en una acto de extrema hipocresía, cuando no de compadecer al caído en la derrota, en la desgracia o en la desventura, mientras que al que se deleita con las mieles del triunfo y del éxito, recaen sobre él los odios, las envidias y los más enconados deseos de fracaso, en un acto de suprema maldad, absurda e injustificada, que nada dice sobre el autor de dichas fechorías, salvo que su sentido de la verdad, la justicia y la dignidad, están a la misma altura que su nula capacidad para desarrollar una ética vital, que le impide reconocer la valía de aquel o aquella que la posee.
Nos ha dejado Adolfo Suárez, primer presidente de la democracia, procedente del Régimen anterior, donde empezó a destacar por su temperamento abierto, conciliador y con detalles en su comportamiento político que hacían presumir que se trataba de un político diferente, serio, honrado y digno, convencido de que sólo una España democrática, podía tener un futuro y formar parte de las naciones europeas más avanzadas. Mi padre, humilde secretario de Ayuntamiento, a la vez que agricultor, que llevaba tres pueblecitos de la provincia de Segovia como Duruelo - su pueblo y el mío - Sotillo y Santa Marta del Cerro, le  admiraba profundamente.
Decía de él que era un señor, un hombre con mucha categoría, término que empleaba muy a menudo para calificar a la gente que le merecía todo su respeto y admiración, y contaba cómo ya en aquellos tiempos, cuando era gobernador de Segovia, visitaba los pueblos de la provincia con frecuencia y avisaba al ayuntamiento correspondiente para notificarle que no debían suspender las clases en las escuelas, ni llevar a cabo recibimientos multitudinarios con la gente del pueblo, como hicieron hasta entonces los gobernadores precedentes, sino que iba casi de incógnito en el coche oficial y se acercaba al ayuntamiento para allí reunirse con la corporación municipal para hablar de los asuntos que incumbían al pueblo, dialogando con el alcalde, el secretario y los concejales, lo que suponía todo un detalle acerca de sus intenciones, que ya auguraban un estilo diferente, un cambio con respecto a los hábitos que entonces imperaban en los mandatarios de aquellos tiempos.
Con un estilo muy diferente, en otra época, la actual, y en otro País, merece mi atención el actual Presidente de Uruguay, José Múgica, el Pepe, como le llama cariñosamente la gente de un País que está siendo la admiración del mundo y que el periódico The Economist, lo ha elegido como País del año, con unos datos económicos envidiables y con un paro que representa la cuarta parte de la que tenemos aquí. José Múgica, un hombretón de ochenta años, que en su tiempo luchó en la guerrilla, que fue salvajemente torturado, dirige hoy un País que progresa admirablemente, y lo hace desde su chabola – se ve obligado a utilizar un despacho oficial - una humilde casa como la de tantos trabajadores Uruguayos, donde convive con su mujer, que conoció en la guerrilla, haciendo sus compras, sus mandados y conduciendo su viejo y humilde coche, entre la sincera y profunda admiración de la población de este admirable País.
Hago mención por último, de otro Presidente, Salvador Allende, admirado como los dos anteriores, desaparecido ya, asesinado por la dictadura que lo derrocó. que tuvo el coraje y la valentía de morir luchando, en defensa de una legalidad que los militares del dictador de turno se encargarían de derrocar, en un acto supremo de dignidad que le honra y que le acerca a la categoría de héroe, al negarse a rendirse a los usurpadores, que durante veinte años asolaron Chile, llenando los campos de concentración, donde la tortura y la violencia del tirano, arrojaron sobre la población una siniestra capa de oscuro silencio, en medio del dolor y el sufrimiento que se abatió sobre un desdichado País, víctima de la tiránica indefensión que impusieron por la fuerza quienes anularon todas las libertades civiles.
He aquí expuesta de una forma somera y pretendidamente honesta y veraz, la vida de tres grandes Presidentes de tres naciones distintas, dos desaparecidos ya y uno vivo, aún en activo, unidos por algo más que una misma lengua, con signos políticos muy diversos, pero con muchos rasgos comunes que unen a estos personajes, que sin duda alguna pasarán a la historia por méritos propios: el coraje, la dignidad, y la honradez, que han hecho patentes  a lo largo de su vida.

martes, 18 de marzo de 2014

LA MIRADA IMPACTANTE

Hay imágenes que se quedan grabadas para siempre en la retina de quien las contempla, como esculpidas a fuego, estampadas por una poderosa fuerza vital que las convertirá en indelebles, imposible desalojarlas de la mente, donde quedarán almacenadas como vigorosas y pétreas marcas que dejan su férrea huella hasta el final de los días de quien ha osado desafiar con su mirada una realidad que le rodea a su pesar, que quisiera obviar dejándola al margen, como si no existiera, como si fuera una imagen virtual, inexistente de hecho, una ilusión, una vaga alusión incierta e imaginada, una irrealidad que desearía tomar forma corpórea, material, sustancial y determinada, pero que rechazamos, porque ofende a nuestra sensibilidad y a una capacidad de entendimiento que no desea comulgar con aquello que le resulta desagradable y embarazosamente molesto, susceptible de trastocar la concepción de un mundo que se ha creado para sí mismo y que de ninguna manera quisiera ver alterado en lo más mínimo.
Por eso volvemos la mirada cuando contemplamos los destrozos que vemos cada día, no sólo en los medios de comunicación, sino en nuestro espacio vital más próximo, cada vez con mayor frecuencia, hasta el punto de preguntarnos si lo que está sucediendo no es una representación dramatizada, alejada de una realidad que no somos capaces de asimilar, porque se desarrolla a nuestro alrededor, en nuestra proximidad más inmediata, donde no deberían caber semejantes sucesos que calificamos de extraordinarios e impropios de un lugar, de un tiempo y de un País que no sale de su asombro ante los cambios que está experimentando una sociedad en proceso de cambio, que no se reconoce ni a sí misma.
Porque no estamos acostumbrados a visualizar la miseria tan próxima, tan visible, tan real, en un País que se considera inmerso en la modernidad, de una forma palpable e incontestable, pero que ve cómo va perdiendo calidad de vida en los últimos años, fruto de un acoso permanente e insaciable, por parte de las clases gobernantes hacia unos ciudadanos que están pagando los platos que otros han roto, haciéndolo además, de una manera insultante, por soberbia y arrogante, sin vacilación alguna, como si no les cupiera duda alguna de que las clases sociales más bajas, los trabajadores, tienen la culpa de todos los desatinos, en forma de derroches, corruptelas y excesos sin cuento que han asolado a este País en los últimos tiempos.
Pasear por Madrid, pongo por ejemplo, por el centro de la ciudad, por su principales calles, sus amplias y soberbias plazas y vías, contemplar los numerosos escaparates rezumando lujo y esplendor, los grandes almacenes, bares, restaurantes, cines y teatros, que salpican el entorno por doquier, es un espectáculo que se graba y se retiene con agrado, porque agrada a la vista de los numerosos viandantes que se detienen a contemplar unas imágenes amables que deleitan y entretienen a la vez.
Descender al mundo subterráneo, por donde circulan los trenes que trasladan de un punto a otro de la ciudad, el conocido y popular metro, y alejarse de ese centro de la ciudad que halaga la vista y el espíritu, para emerger de nuevo a la superficie, en el extrarradio, en las afueras, en los barrios periféricos, léase Carabanchel, Vallecas, Villaverde, Usera, Latina y otros que podríamos citar, es trasladarse a otro mundo, que no posee ningún parangón con lo antes visto, con intrincadas calles, estrechas, deterioradas y sucias, que se cruzan una y otra vez entre infinidad de bloques apiñados, con pequeños portales que albergan una ingente cantidad de infraviviendas. Es imagen del contraste, impactante, la de la dejadez y el abandono.

viernes, 14 de marzo de 2014

LA ESCALERA DE CARACOL

Andan los ánimos en extremo exaltados, y cada vez más a medida que nuestros gobernantes se empeñan, se empecinan, se obcecan más bien, repitiéndonos una y mil veces, que los números de la macroeconomía y otros índices varios, que al común de los ciudadanos de a pie de calle nos resultan extraños, por ininteligibles y perversamente retorcidos, muestran que la recuperación es ya un hecho, que estamos saliendo del oscuro y profundo bache – eso que se lo digan a las infraestructuras, por ejemplo viarias, como la A1, que en muchos tramos entre Madrid y Segovia, que conozco bien, está ya impracticable, no con baches, sino con auténticos socavones que hay que ir evitando para no caer en ellos – y que por lo tanto la recesión es ya historia, un mal recuerdo que va quedando atrás, muy lejos de la situación en la que nos encontrábamos hace unos pocos años, cuando en lugar de los cinco millones de parados que tenemos ahora, tan sólo teníamos tres, cuando la sanidad, la vivienda, la cultura, los sueldos y las pensiones, aún estaban intactos, inmaculadamente intangibles, y los museos, las bibliotecas y la formación a todos los niveles, gozaban aún de ayudas que les permitían perseverar en incrementar el nivel cultural de este País.
De esta manera, la ciudadanía se lleva las manos a la cabeza, cuando no al bolsillo, en un gesto de airada sorpresa, al escuchar estas reflexiones que los gobernantes exhiben sin el menor pudor, intentando hacer comprender a la población que sus problemas han tocado a su fin, o que al menos están próximos a ello, cuando la cruda realidad es otra muy distinta, que no parecen querer ver – lo cual es más que dudoso, dadas las estadísticas que ellos mismos confeccionan, o quizás precisamente por ello – con unas cifras de desempleo que continúan impertérritas y unos recortes en todos los órdenes sociales que deberían desmontar de inmediato las optimistas afirmaciones de los políticos, que parecen no querer ver lo que pasa a su alrededor, entre sus conciudadanos, donde todos desafortunadamente conocemos a alguien en el paro, y donde las situaciones de extrema necesidad, cada vez son más evidentes y de común alcance.
Pero estos datos parece que no cuentan a la hora de valorar la supuesta recuperación de un País que lleva varios años sumido en la recesión, y donde todo se fía a la llamada macroeconomía, conjunto de enrevesados datos expresados en valores numéricos que no parecen estar pensados ni dirigidos para los ciudadanos de a pie, para el trabajador dependiente de una nómina cada vez más exigua, sino para las altas finanzas, las grandes empresas, los bancos, las sociedades de inversión y sus correspondientes dirigentes blindados en sus exuberantes sueldos, muy alejados todos ellos de quienes tienen en sus manos la fuerza del trabajo, la de los productores, la de los trabajadores, cada vez más hundidos y anclados en ese último escalón por donde se mueven arriba y abajo, a sus anchas, quienes se encargan de publicar esas cifras que airean una recuperación que sólo se divisa en la cúspide de esa perversa escalera de caracol, en sus peldaños más altos, más lustrosos y menos desgastados, por donde sólo pasan quienes habitan los pisos más elevados, opulentos y ostentosos, con los que comunica esa más real que virtual escalera, que se muestra más rica y suntuosa, cuanto más alta se encuentra.
Enredados, atrapados y hundidos en los últimos peldaños de la vertiginosa y helicoidal subida, los ciudadanos miran hacia arriba sin encontrar respuestas a sus cada vez más angustiosas preguntas. Las sugerencias más airadas, cada vez están  más próximas a la violencia. Algo que tampoco se pueden permitir.

lunes, 10 de marzo de 2014

DÍCESE DEL QUE SABE LATÍN

Era yo un chaval, cuando ya por entonces oía decir a mi padre aquello de que “ese sabe latín”, en referencia a alguna persona conocida que él estimaba particularmente y al que sin duda admiraba por su capacidad e inteligencia, afirmación que escuchaba y no entendía entonces, que ignoraba su significado o que seguramente interpretaba literalmente como alguien que conocía y hablaba dicha lengua – no referido necesariamente al cura del pueblo, única persona en el pueblo que la conocía, ya que hasta la misa entonces era en latín - y que más tarde descubrí, no sé cómo, quizás mi padre me la tradujo, es posible que yo la dedujera o, ya que por entonces me gustaba leer, cabe la posibilidad de que diera con dicha expresión en alguna de mis lecturas y cómo no, posiblemente llegara a una conclusión aclarativa, cuando mi padre la aplicase a alguna persona conocida, de la cual no me cabía la menor duda, que dicha lengua ni la conocía ni la manejaba ni mucho menos hablaba, sino que simple y llanamente, destacaba por ser una persona lista, despierta e inteligente, aunque careciese de otros conocimientos que no estaban a su alcance.
En mi vida de estudiante de bachillerato que siempre llevé a cabo de forma libre, que no oficial, el latín constituyó para mí una auténtica cruz, como suele decirse, ya que me resultaba absolutamente intratable, ininteligible y rechazable, donde tratar de hallar donde se posicionaba el sujeto, de encontrarlo en oraciones inmensamente largas, se me antojaba labor absolutamente imposible y descabellada, que no parecía obedecer a ninguna lógica humana y que tuvo como consecuencia que suspendiera casi siempre, salvo en el último curso de bachiller, donde a pesar de que casi nunca fui capaz de copiar -  no porque no tuviera necesidad, sino porque se me antojaba del todo imposible poder hacerlo sin que me pillaran – en esta ocasión y ante la evidencia de que si no lo hacía, suspendería dicho examen- en el Instituto de Enseñanza Media de Segovia – le eché cuanto valor pude reunir y le pedía al compañero más próximo a mí que me echara una mano, cosa que amablemente hizo y que me permitió aprobar, lo cual supuso todo un hito académico para mí, en una asignatura que se me atascó desde siempre, simplemente por haberle cogido una antipatía, que sinceramente, no merecía, y me refiero, claro está, al Latín.
Esta lengua, que merece una consideración, un respeto y una relevancia infinitamente mayor que la que le dedican aquellos que la utilizan para emitir poco más que los llamados “latinajos”, verbi gratia: carpe diem, in pectore, sine qua non, vox populi, sursum corda, sui generis, rara avis, y tantos otros,  pertenece a la familia lingüística del Indoeuropeo, hablada en la antigua Roma, que fue la utilizada en la Edad Media, siendo de uso frecuente entonces y hasta entrada la edad contemporánea, como vehículo de comunicación indispensable, dando origen a numerosas lenguas Europeas, las denominadas lenguas Romances, entre las que figura el Castellano, el gallego y el Catalán, por citar algunas, ciñéndonos exclusivamente a la Península Ibérica.
Sorprende que siga considerándose como una lengua muerta por el mero hecho de que no se utiliza a nivel de calle – damos por hecho que en la Ciudad del Vaticano se sigue utilizando, ya que es lengua oficial, aunque es el Italiano sin duda, la lengua habitual en la que se desenvuelven sus habitantes - y es en la ciencia, fundamentalmente en la taxonomía Linneana, donde cobra su pleno sentido, ya que se utiliza en la clasificación científica de los reinos animal y vegetal, así como en el mundo del Derecho, donde tiene su lugar procedente del Derecho Romano. Es por ello, que su implantación en los planes de enseñanza, fundamentalmente en el ámbito del área de Humanidades, es absolutamente necesaria
Sigue siendo imprescindible hoy en día en el mundo cultural, donde se hace necesario a la hora de traducir las numerosas leyendas que figuran en monumentos y restos históricos – una detenida visita a Roma y a su inmensa colección de restos arquitectónicos la hace imprescindible – como en la descripción de elementos que conforman las catedrales, monasterios, abadías y conventos, donde se describen en un Latín que se hace necesario y para el que no se necesitan profundos conocimientos del mismo, pero sí un somero dominio de una lengua eterna que seguirá estando presente en la cultura y el conocimiento, a lo largo de la historia de la Humanidad.

martes, 4 de marzo de 2014

LA FLECHA DEL TIEMPO

La historia de la Humanidad se caracteriza por un continuo y denodado esfuerzo por seguir la flecha del tiempo, esa que marca nuestro destino, siempre en la misma dirección, hacia delante, en la que la unidad espacio-tiempo, inseparables ambos según demostró Einstein y que la física moderna acepta unánimemente, como una realidad demostrable e inmutable, que nos conduce irremediablemente en el mismo sentido, en un vertiginoso viaje en el que se embarcó el universo hace catorce mil millones de años, cuando comenzó a expandirse en su loca carrera por ensanchar sus fronteras, dejando a su paso la materia estelar condensada que formaría los astros y las galaxias, sin detener su imparable movimiento cada vez más veloz a medida que se expandían y se alejaban entre ellas, hasta que hace cuatro mil quinientos millones de años se formó la Tierra, planeta que aún tuvo que esperar hasta hace unos pocos minutos, en términos astronómicos, para que esa portentosa y tenaz actividad inteligente llamada vida, se abriese camino con vigorosa fuerza.
Habrían de pasar inmensos períodos de tiempo desde que aparecieron los primeros seres vivos en el mar, hasta que el primer ser humano comenzó a labrar los campos y habitar las ciudades y con ello transformar su vida nómada y trashumante en sedentaria y estable, dando lugar así al comienzo de la historia, que tradicionalmente se considera desde que aparece el primer documento escrito hasta nuestros días, aunque de forma real y fehaciente la misma se sitúa varios siglos más atrás, de los que tenemos conocimiento gracias a los restos que quedaron del paso de los viajeros del tiempo que habitaron los campos y las tierras de un planeta virgen por entonces, que nos dejaron las huellas de su paso, en forma de construcciones, objetos de utilidad cotidiana y otros utensilios que nos han permitido reconstruir, sin documentos escritos que lo avalen, la historia que quedó atrapada entre los restos que nos legaron.
Hasta la invención de la imprenta en el siglo XV, la humanidad progresó lenta y paulatinamente, con cortos períodos de paz entre continuas guerras que desangraron el mundo conocido, que apenas encontraba respiro para un progreso ralentizado que se estancó durante siglos. Fue con la llegada del Humanismo y el Renacimiento, cuando el hombre despertó de su largo letargo, saliendo de la oscuridad, la ignorancia y el valle de lágrimas en el que estuvo sumido durante largos siglos, para descubrir la luz que le proporcionó el conocimiento al que fue teniendo acceso lentamente, con el aprendizaje de la escritura y la lectura y con el consiguiente cambio de mentalidad al que estas herramientas contribuyeron y que le condujeron a concebir el mundo y los fenómenos naturales como algo explicable y científicamente razonado, llevándole de esta manera a la modernidad y a la revolución industrial, durante la cual se dieron tales cambios en todos los órdenes, que motivó el hecho de que se avanzase más en un siglo que en todo el pasado de la Humanidad.
Pero la historia no ha sido un continuo, incesante e ininterrumpido salto hacia adelante, ni ha supuesto un prolongado, constante e imparable avance, con continuas e imparables mejoras que ni ha sido un camino de rosas para una Humanidad que ha podido contemplar cómo los vaivenes sociales, políticos, económicos y culturales han jalonado su historia con avances y retrocesos, que en el presente, y desde una perspectiva histórica, se nos presentan como irreales, cuando el progreso que experimentamos parece haberse instalado definitivamente en nuestras vidas, con una pujante tecnología que parece no tener meta ni fin a la vista, en un imparable, obstinado y veloz viaje hacia un futuro incierto e imprevisible.

sábado, 1 de marzo de 2014

UN POCO DE IMAGINACIÓN

Deberíamos los seres humanos de este Planeta, único conocido por ahora donde la vida se ha abierto camino, confraternizar más con el resto de los seres que lo pueblan - que no con los que sin duda habitan otros mundos, aunque deseable sería – no solamente por salir de nuestra diaria y devastadora rutina que nos mantiene unidos indisolublemente a nuestras costumbres y hábitos diarios de siempre, sino por mantener nuestros sentidos al margen de cuanto nos acucia con furor y denodada malicia, fundamentalmente los que al oído y a la vista se refieren, machacados continua, dura y tercamente cada una de las horas de nuestros inevitables días, sin descanso, sin pausa, sin tregua alguna que permita recuperarnos de tanta y tan obstinada y pertinaz persecución por parte de los medios de comunicación que nos martirizan desde hace años, con los mismos contenidos referidos casi siempre a lo mismo, a la crisis, a los recortes, a las corruptelas varias, a los impresentables personajes de todo tipo y condición que pueblan este País, cubriéndolo de miseria y oprobio, hasta extremos ya insoportables.
Sería un ejercicio de relajación y sosiego, de quietud, placidez y calma, que agradeceríamos profundamente ante la actual degradación de la vida diaria que nos maltrata de mil formas diversas, llenando de irritación e incertidumbre cada uno de nuestros días. Y lo haríamos lejos de aquí, en otros lugares donde nunca habíamos vivido, con otras gentes y otras costumbres, bastarían para ello apenas unos meses, durante los cuales nos mantendríamos al margen de cuanto aquí ocurre, como si hubiéramos abandonado este mundo para dar el salto a otro donde todo sucede de otra forma, de otra manera, con otro ritmo, sin parecido alguno a lo ya conocido, con nuevas caras, nuevos lugares, nuevas experiencias que nos permitan sanear nuestro cuerpo y nuestra mente, para así poder retornar a nuestro lugar de origen después de contrastar las vivencias en uno y otro lado y poder extraer conclusiones que nos ayudarán a entender mejor nuestra existencia y nuestra capacidad de observar cuanto nos rodea hasta el punto de intentar cambiar las cosas que puedan y deban modificarse en beneficio nuestro y de cuantos nos rodean, o al menos, de filtrarlas y asimilarlas sobre la base de las nuevas experiencias vividas, para de este modo sobrellevarlas con un mejor, diferente y renovado ánimo.
Nos hallamos sin duda navegando por el insondable océano de la imaginación, allí adonde habitamos con frecuencia, adonde regresamos de vez en cuando, donde nos encontramos cómodos en un mar de límites desconocidos, en un territorio sin fronteras que nos proporciona la paz y la tranquilidad que no hallamos aquí, en el terreno de la cruda y dura realidad que nos acucia y nos ata sin posibilidad de escapar de sus férreos y tenaces tentáculos, proporcionándonos esos momentos de calma que todo ser humano ansía y que nos permite viajar por esos mundos que relatábamos, que están ahí, que serían deseables y hasta necesarios para cambiar de aires, relajando nuestras vidas hasta el extremo de hacerlas irreconocibles.
Todo esto lo puede lograr una imaginación desbordante, que incluso nos puede conducir a mundos paralelos, inventados a nuestro antojo, a nuestro acomodo, a nuestra particular visión de una realidad inventada que nos permita sobrellevar la real, la que vivimos aquí, en este mundo cerrado, que sin embargo posee una inmensidad de fronteras que casi nunca vamos a cruzar, pero que la poderosa fuerza de nuestra mente sobrepasa ampliamente, desplegando toda su maravillosa capacidad imaginativa, su soberbia capacidad de inteligencia y su hermosa y mágica disposición para soñar.