miércoles, 15 de diciembre de 2021

FARISEOS

Que el ser humano es sumamente acomodaticio, es algo que nadie puede negar, y que la mayoría ha podido comprobar cuando ha experimentado esta capacidad tan resolutiva para quien la experimenta, ya que su puesta en práctica suele ser de sumo interés para quién, egoísta o necesariamente, tiene que acomodarse a las circunstancias que le condicionan para amoldarse a los vaivenes de la humana existencia, sin posibilidad de evadirse de los condicionamientos que le obligan, tomando las decisiones pertinentes para adecuarse a los nuevos tiempos que las circunstancias vitales le han obligado a considerar como inevitables para proseguir su forzado e inevitable caminar.

Tan adaptables son los protagonista de estos habituales hechos, tan comunes y frecuentes en la existencia humana, que su repercusión en el quehacer humano suele ser mínimo, y sus efectos adversos pasajeros, de tal forma, que pese a las incomodidades y trastornos, que indudablemente causan, no acostumbran a ser tan traumáticos como para quedar marcados por ello, llegando a aceptar los inevitables cambios originados, como un mal menor que se debe asumir, que nos permitirá continuar nuestra trastocada actividad, ya sea personal, familiar, o de cualquiera otra índole, sin alterar, de esta forma, nuestra diaria existencia, aún a costa de la obligada alteración de la diaria rutina existencial.

Pero no siempre los cambios, variaciones y alteraciones del rumbo vital de los seres humanos, están condicionados por una inevitable y obligada contingencia que no podemos evitar, que no depende de nuestra voluntad, de nuestra libre capacidad para dirigir nuestras acciones y más fervientes deseos, sino que dichas alteraciones existenciales, son asumidas libremente por motivos más o menos inconfesables, que no obligan, porque no son una imposición, que como tal, no depende del individuo, sino que es decidida libre y voluntariamente en un ejercicio del libre albedrío, que no supone imposición alguna más o menos rechazable e indeseada, sino una manifestación buscada y realizada con la intención de mejorar una determinada situación, con propósitos quizás egoístas, quizás inconfesables, pero siempre decididos y dirigidos racionalmente, sin presión exterior alguna.

Sus manifestaciones, sus facetas, sus expresiones materializadas en hechos determinados y concretos, son tantos y tan variados como la mente y la voluntad humanas pueden llevar a término, de tal forma que su pretendida intención de relacionar todos y cada una de ellas, resultaría un vano y fútil intento por desentrañar la capacidad del ser humano para llevar a cabo sus más íntimas y recónditas perversidades, más o menos retorcidas, de las que es capaz, y de las que a lo largo de la historia ha dado amplia y nutrida muestra, a través de ejemplos que no han llegadoa traspasar la barrera de lo meramente personal, y de aquellos que han logrado tal eco, que han trascendido el ámbito individual, para llegar a alcanzar metas mucho más elevadas y tocar techos tan altos que no conocen fronteras.

Así, podemos encontrar innumerables casos de personajes famosos a nivel internacional, de todas las épocas, de todos los orígenes, y de todas las ocupaciones, actividades, y dedicaciones posibles, con preferencia por los políticos, pero dónde no faltan los genios más o menos dotados, de las diversas y variadas artes, los militares, los artistas, los dedicados a la ciencia y la tecnología, las grandes fortunas y  cómo no, y en gran medida, los que se habían inclinado por dedicarse al lucrativo y falsario negocio de la religión, desde el más bajo servidor, hasta el que representa las más altas instancias a las que se puede llegar en ese proceloso mundo que conduce a las alturas más altas e inmateriales a las que el ser humano puede llegar a alcanzar, una vez se ha traspasado la línea que divide esta vida terrena, de la que ellos dicen, sin el menor sonrojo, ostentar por divino y sobrenatural  mandato.

Estos últimos son, sin duda, junto a los denostados y soberbios políticos, los que se llevan sin duda la palma en esta singular pelea farisaica, con su enorme capacidad para engañar, aquellos a sus fieles y devotos seguidores, y éstos últimos a sus crédulos e ingenuos votantes, con sus falsas promesas, eternas en un caso y temporales en el otro, pero siempre basadas en la enorme capacidad para convertirse en lo que no son, salvadores de almas, los unos, y repartidores de dádivas y bienes materiales sin cuento los otros, en un ejercicio de engaño, falsedad manifiesta e impostura desleal e hipócrita, que difícilmente admite parangón en este engañoso y malicioso mundo en el que nos movemos, dónde todo vale si con ello se obtienen los jugosos réditos que suelen estar en juego, y que con tanta facilidad suelen obtener.

miércoles, 1 de diciembre de 2021

EL DOGMA Y LA RAZÓN

Asistimos con asombro a numerosos debates e incontables tertulias en todos los medios de comunicación, sin duda con un insoportable predominio televisivo, que suele mantener en vilo a una entregada audiencia, que se mantiene fiel a sus principios que no abandonarán jamás para dar paso preferente al enemigo tertuliano, que exhibe sus argumentos opuestos, como está mandado, a los que defienden los suyos, y por los que están dispuestos a mantener y bregar a capa y espada, aunque pierdan el hilo, y muy poco entiendan de lo que allí se trata.

Todo ello, en un ejercicio de disciplina auto impuesta que les obliga a convertirse en palmeros impenitentes de los razonamientos allí expuestos, sin molestarse lo más mínimo en tratar de entender las propuestas del bando contrario, que desde el principio desechan con contundente, intolerante y despectiva sinrazón, al negarse, no ya a analizarlos, no sea que les convenzan, sino a escucharlos, anulando así toda posible contaminación identitaria, que inquiete y trastoque su monolítico ideario.

Constituye todo un privilegiado regalo de la inteligencia, el hecho de mantener una actitud independiente y neutral a la hora de adoptar una postura libre, en cuanto a la asimilación y respuesta intelectual desapasionada pueda darse, acerca de las manifestaciones de los asistentes a estos modernos foros, donde se suelen agrupar los que mantienen posturas similares o muy cercanas, separándose incluso físicamente, de tal manera que reconozcamos de antemano las dos opuestas opiniones que se van a manifestar, generalmente de izquierdas a un lado y de derechas en el otro, cómo no, siempre intransigentes, sin que haya posibilidad alguna, ni exista la más remota esperanza de que desde uno de los extremos se le reconozca algo, por nimio que sea, al contendiente del lado opuesto.

Dogmáticos irreconciliables con otra doctrina que no sea la suya, mantienen sus dictados sin concesión alguna a quienes piensan y argumentan lo contrario o simplemente de forma diferente, sin ceder en absoluto en sus postulados, ni conceder el menor beneficio de la duda a su opositor, algo que, aunque parezca elemental, y le haya rebatido con lógica razonada, jamás reconocerá, ya que semejante acción, se interpretaría como un insoportable e inadmisible signo de debilidad.

Algo que no puede permitirse el vocero de turno, ni sus partidarios se lo perdonarían jamás, en un ejercicio de irracionalidad, cinismo y estupidez, que afectaría tanto a los tertulianos como a sus dogmáticos y sectarios partidarios, que no se preocupan por el hecho de que la verdad y la razón se impongan, sino por su intocable y absurdo fanatismo dogmático, que les lleva a engañarse a ellos mismos, sin el menor resquicio, ni la mínima concesión a los más elementales y ridículos prejuicios, que le pudieran hacer dudar, por un instante, de sus blindadas, fanáticas y radicales posiciones.

Se insultan con más o menos sutilezas, se levantan la voz, se interrumpen, se tachan de fascistas, de comunistas, o de sus equivalentes, con intención malévola y peyorativa, se faltan el respeto con denodada frecuencia, se cuestionan despectivamente, sin hacerse la mínima concesión, sin reconocer nada al contrincante, como si se tratase de una pelea de gallos, ordinarios y cutres, ignorantes y falsarios, todo vale, todo se permite, arrabaleros irredentos, sin educación ni cultura suficiente para debatir sobre ciertos temas, permitiéndoselos todos, como si de sabios se trataran, cuando apenas conocen un par de teclas del piano que del que se creen auténticos virtuosos, cuando no son, sino simples y vulgares charlatanes, que carecen  en su mayoría, de la capacidad, la preparación, y la categoría suficiente para debatir sobre los variados temas que suelen tratar.

Mientras tanto, los fieles e intolerantes seguidores, siguen a los suyos con la misma e inflexible intransigencia, permitiéndose el lujo de desoír a los otros, dando por hecho que su discurso está equivocado y viciado de razón alguna, permitiéndose el lujo de cambiar de canal hasta que termine su intervención, que para nada les interesa, en un bárbaro ejercicio de un dogmatismo siempre insólito y negativamente irracional, que ofende a la inteligencia más elemental y humana, que nos debería permitir escuchar a todos, y a no prejuzgar acerca de sus ideas allí expuestas, a las que negamos, a priori, todo valor y credibilidad, concediéndoles el beneficio de la razón, si así lo consideran, algo que les niegan a priori, faltaría más.

Craso error que se comete con excesiva y ordinaria frecuencia, cuando se obstinan en negar sus razones y argumentos, por alejados que en un principio consideren que están de los suyos, demostrando con ello la capacidad que se le supone al ser humano pensante, de escuchar, razonar y discriminar, antes de emitir juicios de valor precipitados, arriesgando con ello la posibilidad de acercar posturas que nos permitan vislumbrar, si no la verdad, que nadie posee en exclusiva, sí la posibilidad de reconocer y valorar las posiciones contrarias, para sumándolas a las nuestras, lograr un mundo mejor, más libre y más razonablemente compartido por todos.

martes, 16 de noviembre de 2021

UNIVERSOS PARALELOS

Después de milenios de difícil y traumática convivencia, la especie humana sigue comportándose y, por lo tanto, pensando, como si fuese acreedora de ser considerada como la civilización única y singular, que ocupa el centro del universo, sin posibilidad alguna de que otras, aunque no neguemos su existencia, puedan hacernos la menor competencia, por lo que vivimos, como si de hecho fuésemos una auténtica y completa singularidad en un universo de proporciones gigantescamente desproporcionadas para nuestra limitada mente, dónde encontramos acomodo, como si nada existiera a nuestro alrededor, salvo nosotros mismos.

Nuestro ritmo de vida no nos permite entrar en estas disquisiciones, que nos harían perder la perspectiva de nuestra existencia en un mundo que identificamos con el Cosmos, cuando apenas somos un levísimo intento de un sueño de sutil y etérea existencia, que se sustenta en un mínimo espacio que ocupamos en un planeta, que forma parte de un sistema mínimo y elemental, dónde nos consideramos propietarios de una civilización única y prodigiosamente poderosa, sin intento alguno de relativizar tan soberbias apreciaciones, tratando de ampliar nuestras cortas miradas hacia el ciclópeo y vasto universo dónde nos encontramos, centrándonos en exclusiva en este minúsculo espacio vital que nos acoge, y que tendemos a considerar único y exclusivo.

Sin embargo, los científicos, como humanos que parecen de otros mundos, sí están empeñados en encontrar nuestro lugar en el universo, y no cesan, afortunadamente, y como es su obligado deber, de pensar por nosotros, y tratar de encontrar respuestas a cuál es nuestro sitio en este gigantesco escenario, y así, elaboran teorías, por ahora indemostrables, acerca de los llamados universos paralelos, que nos situarían en un multiverso, dónde tendríamos realidades múltiples, dónde cabrían todas las posibilidades, vivencias y circunstancias que rodearían nuestra existencia, con infinitas situaciones que nos afectarían, y que condicionarían nuestras múltiples vidas, haciéndolas diferentes y singulares, sin que posiblemente, estos mundos  pudieran encontrarse jamás.

Réplicas de nosotros mismos, de nuestro mundo conocido, que nos acompañarían en paralelo, sin posibilidad de coincidir, ni en el tiempo ni en el espacio, mundos adyacentes al nuestro, que podrían dejar rastro en la radiación de fondo de microondas, lo que daría oportunidad para comprobar su existencia, algo que no ha sucedido hasta el presente, pero que no se puede descartar, junto con la teoría de cuerdas, que el desarrollo de la física cuántica y la búsqueda de la teoría unificada – teoría cuántica de la gravedad –podrían dar lugar a facilitar la comprensión de los universos paralelos, que darían un gigantesco impulso a la búsqueda de otros mundos diferentes y simultáneos al nuestro, lo que daría una respuesta tan ansiada como hasta ahora negada a los seres que habitamos este mundo en el que vivimos, y que pensamos no es el único que puebla el universo.

Bajándonos al nivel de los humanos no científicos, de los seres que nos movemos al nivel del día a día, sin inquietudes ni pretensiones que  nos lleven más allá del mundo que habitamos, sin entrar siquiera en consideraciones filosóficas, aunque pudiera parecerlo al elaborar pretendidas teorías más o menos fantasiosas e ilusorias, cabe llegar a pensar, que una vez percibido y apenas imaginado el concepto tan inalcanzable para nuestra mente como el de la ciclópea magnitud del universo, resulta fácil pensar que semejante espectáculo, tan prodigioso y soberbio como fascinante, no puede existir para ser contemplado solamente por nosotros, apenas un puñado de seres humanos, en un minúsculo planeta.

 Debe de estar ahí, para ser admirado por billones de civilizaciones que han de poblar un inmenso universo, que de ninguna forma podría existir sin ellos, sin los oportunos espectadores, sin la existencia de la vida, al margen de consideraciones creacionistas, que no son necesarias, ni por supuesto creíbles, para la existencia de tan maravilloso, soberbio y gigantesco espectáculo, surgido de la materia, la energía y la magia de tan prodigioso universo.

lunes, 1 de noviembre de 2021

CON LAS MANOS ABIERTAS

Abro mis manos, con las palmas mirando al cielo, y las contemplo larga e intensamente, tratando de leer en ellas la historia de mi vida, de los largos años  pasados, hasta llegar a un presente cierto y lúcido, que me permite observar el mundo con serena y abierta reflexión, tratando de no engañarme, de no decepcionarme, de seguir creyendo en lo que soy, de no relegar de un pasado, que aunque amable y grato, ya no tiene razón de ser, salvo para distraer la mente y atesorar recuerdos, que no logran condicionar mi existencia, pese a su persistencia en una memoria, que los albergará para siempre, sin renegar de ellos, para aprender, para mejorar,  aunque las comparaciones, no siempre son válidas.

Miro mis manos abiertas, como si leyera en ellas, y les doy la vuelta con las palmas hacia abajo, y así, extendidas, contemplo las de mi madre, idénticas, copia fiel, absoluta y original, de las suyas, con la piel tersamente agrietada, con largas y profundas nervaduras que guían las venas por donde corre su misma sangre, la de una mujer amable, buena y cariñosa, que tanto echo de menos, que tanto recuerdo cada día, cada vez que mis ojos se posan en estas manos que son las suyas, las que ella me dio, las que conservaré para siempre, las que harán que su perenne recuerdo me acompañe amablemente hasta el fin de mis días.

Manos que me hablan, que se dirigen a mí como si fueran algo externo, algo extraño a mi cuerpo, un ser completo y diverso, pero dialogante y familiar, como si tuviesen vida propia, que me miran, me observan y se dirigen a mí con confianza, de una forma transparente y cristalina, como si me hablaran, comunicándose conmigo para recordarme que, al fin y al cabo, somos una unidad, un solo cuerpo, dónde ambos se compenetran y entienden, hasta el extremo de establecer un diálogo permanente, que se inicia en cuanto mis ojos se encuentran con ellas en actitud de mostrar su conocimiento contenido en ellas, como si de una fuente de sabiduría se tratara.

Manos que me reconocen, que me hablan en silencio cuando las miro, frente a mí, con las blancas y vacías palmas, que como cuencos de madera agrietada, me interrogan al mismo tiempo, preguntando cómo me siento, cómo llevo cada uno de los días que llevamos juntos, que son muchos e inseparables de nuestra forzosa unión, manos que dejan de mirarme cuando las bajo, pegadas a mi cuerpo, en un gesto de reposo, de sumisión, de descanso tan necesario como deseado por ellas y por mí, después de tanto tiempo juntos, conviviendo amigablemente, en un consentido y deseado acuerdo, que a ambos nos llena y nos conviene.

Me miro las manos como si fueran un espejo dónde mi imagen se refleja sin alteraciones, sin falsas apariencias, devolviéndome la expresión de mi rostro de forma clara y real, sin pretensiones que pudieran intentar falsear mis gestos, mi mirada, mi expresión serena mientras las contemplo, en un gesto de agradecimiento que ellas entienden y comprenden, con una absoluta precisión, que no deja lugar a duda alguna, en cuanto a firmeza y sinceridad se refiere, a la hora de replicar cuanto mis manos observan, siempre con una absoluta y decidida entrega y dedicación, que valoro y sinceramente agradezco.

Levanto las manos a la altura de mi cara, en una actitud religiosa, de respeto, de sumisa y devota veneración, las acerco para visualizar mejor los surcos que las cruzan, que las atraviesan de una limpia y sutil forma, como si estuviesen prodigiosamente delineadas por una portentosa y clara inteligencia que definiese con ellas las claves de la longevidad, del corazón, y del destino que la vida me reserva, grabadas en unos centímetros de piel que me acompañarán inmutables y permanentes como señas de identidad del cuerpo y la mente a los que están indefectiblemente unidas.

Las contemplo con suma atención, tratando de leer en ellas el relato de mi existencia, de mi vida, como si ellas contuvieran los capítulos que narran cada uno de los días de mi ya larga existencia, de mis vivencias escritas en las invisibles páginas que adivino escritas en cada milímetro de la ya leve y sutilmente arrugada piel, surcada por las venas y arterias que se encargan de almacenar los recuerdos del pasado, a fuerza de circular por ellas, cada uno de los minutos de los días de mi vida, recogiendo incansables todas y cada una de las vicisitudes de mi diaria presencia en este atribulado mundo en el que me ha tocado vivir.

Las miro con una mezcla de admiración y tristeza, pensando en su aspecto dentro de diez, de veinte años, cuando quizás ya no se me conceda el privilegio de observarlas, cuando ya no sean ni ellas, ni yo, de este mundo, cuando se hayan convertido en polvo de estrellas que alimentarán otras vidas, ajenas a la mía, pero con un poso de mi esencia que renacerá en un nuevo ser nacido de mi cuerpo, y de estas manos que contemplo de nuevo con una renovada alegría, que compensa con creces, la ausencia que serán un día.

viernes, 15 de octubre de 2021

LA DESMEMORIA

El cerebro tiene entre otras muchas y esenciales funciones, la capacidad de almacenar recuerdos de nuestro pasado, de nuestro día a día, con una capacidad inmensa de memorizar cuanto los sentidos son capaces de recoger del exterior a través de sus múltiples sensores, así como de recoger y almacenar emociones, pensamientos y sensaciones vividas o ensoñadas, que constituyen el acervo vital de una persona, con una gigantesca y portentosa capacidad de almacenamiento.

Ningún superordenador actual, por potente que sea, ha sido capaz de igualar semejante volumen de información, pese al gigantesco avance que la tecnología actual observa en este aspecto, en un siglo XXI, que sigue contemplando con fascinación un órgano como el cerebro, del que aún queda casi todo por descubrir y desentrañar, dados los incontables secretos que sigue albergando, ante la mirada atónita, sorprendida y profundamente admirada de la ciencia.

El cerebro tiene una auténtica facultad contrastada para olvidar los recuerdos que no desea evocar, hasta el punto que posee una independencia absoluta para seleccionar los que desea recordar, y los que quiere mantener ocultos en el olvido, en un segundo plano, aquellos que no le interesa exponer a la luz, como forma de mantener una integridad, de la que celosamente cuida y vigila escrupulosamente, blindando su contenido para gozar así de una salud de superviviente que lo convierte en una órgano autónomo, poderoso y prodigiosamente capaz de controlar su portentosa actividad a todos los niveles.

Se ha demostrado fehacientemente, que nuestro cerebro, a través de los recuerdos, no siempre muestra fiel reflejo de lo que nos ocurrió en el pasado, ya que nuestras vivencias y emociones almacenadas, se deforman y moldean continuamente, habiéndose logrado aislar el mecanismo automático del olvido, que se encarga de recordar lo que le conviene.

Existe una indudable relación entre memoria y olvido que es incuestionable, dado que el olvido y la memoria están íntimamente relacionados, por lo que olvidar, no es negativo, sino, que de hecho, es necesario y beneficioso, ya que si pudiéramos recordar cada minuto y cada detalle de nuestra existencia, sería insoportable y no resultaría efectivo cuando en algún momento quisiéramos recuperar una determinada información.

Es indudable que nos preocupa olvidar cosas que consideramos importantes y que nos resultan útiles para nuestra vida cotidiana, y a  medida que envejecemos, el funcionamiento de este vital órgano va variando y no tenemos exactamente las mismas capacidades que de jóvenes, pero esto no supone que algo vaya mal, ya que no hay nada extraño en olvidar ocasionalmente fechas concretas o cometer errores puntuales en actividades rutinarias, algo que es frecuente que suceda, y que no debe preocupar, pues no supone un obstáculo para el desarrollo normal de nuestras actividades cotidianas.

Otra situación muy diferente, es el del olvido voluntario y colectivo, el de la desmemoria consciente aplicada a una situación concreta, cuyo recuerdo nos desagrada y golpea duramente, como el de la dolorosa experiencia vivida durante la pandemia que hemos sufrido, con un confinamiento que nos ha dejado desagradables recuerdos, con cientos de muertes diarias durante una largo periodo de tiempo, que han dejado una insoportable cifra de más de cien mil víctimas, y un espantoso desastre económico, social y laboral, que nos ha dejado unas profundas huellas difíciles de borrar, pero que nos empeñamos en olvidar a toda costa, evitando el tema en conversaciones y en reuniones sociales, dónde nuestro cerebro parece evitar tan dolorosos recuerdos.

Otro caso similar en cuanto a la severa dureza de los recuerdos, pero de una naturaleza muy distinta, es el de la desmemoria histórica llevada a cabo por este País, acerca de la espantos guerra civil y sus terribles, violentas y sangrientas secuelas posteriores a dicha contienda, que dejaron decenas de miles de víctimas desaparecidas, enterradas en fosas comunes y en las cunetas de las carreteras, fruto de una brutal venganza de los vencedores

Lo hicieron de tal forma, que no tuvieron piedad alguna con los vencidos, con una crueldad tal, que no dieron a sus familiares la oportunidad de enterrar a sus seres queridos, algo que la sociedad reclama, pero que los políticos niegan, pretendiendo un olvido social que jamás lograrán, porque la memoria, en este caso, jamás permitirá semejante olvido colectivo, ya que en su memoria permanecerá la sangrante maldad de estos hechos, así como en la mente de los seres humanos  de buena voluntad, que reniegan de la inhumana y cruel desmemoria que ello supone.


martes, 5 de octubre de 2021

EL LENGUAJE DEL PLANETA

Nada es inmutable, todo cambia en este mundo, en esta vida que nos ha tocado llevar a cabo, en un planeta que sigue esta norma al pie de la letra, vivo y cambiante sin ambages, algo que demuestra cada día, y que acostumbra a recordarnos de vez en cuando, que suele hacernos ver lo pequeños que somos, lo despreciables que parecemos a su lado, minúsculos e insignificantes hasta el extremo de permitirse el lujo de mostrase impasible, ajeno a cuanto nos acontece, como si nada tuviera que ver con él, dejándonos hacer, hasta que la paciencia se le agota, y nos recuerda cual es nuestro lugar en el universo que nos envuelve.

Y mientras tanto, no cejamos en la estúpida soberbia que nos caracteriza, que suele dominarnos, y que nos conduce a cometer continuos errores que nos colocan en una delicada situación, que somos incapaces de reconocer, lo que nos supone caer de nuevo una y otra vez, como si no fuéramos conscientes de lo grotescamente ridículos que nos mostramos ante un cúmulo de situaciones que deberían hacer sonrojarnos con demasiada y vergonzante frecuencia.

Un planeta con cuatro mil quinientos millones de años, que ha ido evolucionando desde sus orígenes hasta ahora, que ha sobrevivido a todas las pruebas a las que se le ha sometido en un universo a su vez cambiante, que lo alberga en una de sus galaxias, rodeado de otros planetas, de su satélite, y del astro rey, el Sol, autor del surgimiento y desarrollo de la vida en la Tierra, que surgió hace millones de años, y que se ha ido abriendo camino sin interrupción, hasta la aparición del ser humano, momento en el que entró en competencia directa con el resto de los seres vivos.

Y lo hizo limitando su existencia al ocupar progresivamente su espacio, y exterminando especies animales y vegetales sin cesar, contaminando los ecosistemas que habitan, sin cesar, sin contemplaciones, en una espantosa ceremonia de la degradación más brutal, que deja en un triste y penoso lugar a la especie humana, que se ha convertido en un depravado y devastador depredador de la vida en un planeta que contempló su llegada millones de años después de los animales y vegetales que ya estaban aquí cuando surgió el ser humano.

Y todo se fue al traste, la vida se resintió, y ya nada fue igual, mientras, el hermoso lugar destinado quizás sólo para la vida vegetal, los animales y el agua, se resintió en extremo, contemplando impertérrito cómo unos seres supuestamente inteligentes, denigraban y maltrataban su faz, contaminando su aire, sus mares y océanos, destrozando, deformando y desfigurando su pétreo, limpio y verde rostro, con carreteras y autopistas, con cemento y rascacielos, con residuos industriales y con combustibles  que envenenan el aire, haciéndolo irrespirable.

Mientras tanto, se empeña en construir ruidosas y contaminantes máquinas, por tierra, mar y aire, cuyos terribles efectos, el planea sufre en silencio, hasta que dice basta, en su portentoso y elocuente lenguaje, despertando al hombre de su absurdo sueño, que le recuerda su locura, y le insta a rectificar, a cambiar el rumbo de una nave a la deriva, que apenas tiene tiempo de maniobrar para sobrevivir en medio de la tormenta que se ha desatado por la ausencia de una necesaria humildad, que se ha transformado en una estúpida, ridícula y fatal soberbia, que le está conduciendo al desastre, si no cambia su agresiva y voraz labor destructiva, arrasando el planeta a pasos agigantados, y lo hace de una forma inmediata, que no admite retraso alguno, ni duda de ningún tipo, que convierta el proceso en irreversible.

Algo de lo que nuestro hermosa y herida Tierra está avisándonos con gestos cada vez más claros y alarmantes, de formas muy diversas, que no dejan lugar para la duda, para aquel que es capaz de interpretar el lenguaje que utiliza para comunicarse con sus belicosos y destructivos viajeros, a través de catástrofes de diverso origen, que causan miedo y perplejidad, pero que no parecen reconocer como señales inequívocas del sufrimiento de un planeta maltratado, que nos avisa mediante un claro y rotundo lenguaje acerca del dolor que le causamos, y que somos incapaces de reconocer y menos aún de rectificar, para lo que cada vez nos queda menos tiempo.

viernes, 17 de septiembre de 2021

MAREAR LA PERDIZ

Esta expresión tan conocida, tan nuestra, tan campechana y al mismo tiempo tan culta y refinada, tan cristalina y gráfica, ilustra a la perfección determinadas situaciones, no solo de la vida diaria, sino de acontecimientos más o menos puntuales, dónde alcanza plenamente todo su significado y todo el alcance que semejante dicho, que no refrán ni chascarrillo, logra en numerosas ocasiones, a las que fielmente se presta, y que puede aplicarse a numerosos y jugosos casos, a los que sienta como un guante a fuerza de ajustarse a la perfección su literal significado, claro, conciso y ausente de posibles ambigüedades, a las que es totalmente ajena.

Dicha expresión, corresponde al ámbito de la cinegética, cuando se cazaban perdices, dónde con frecuencia se las “marea”, con el fin de cansarlas, ya que es un ave muy terrestre y de vuelo corto, por lo que son susceptibles de fatigarse con rapidez, con lo que ello supone a la hora de capturarlas. Existe una definición precisa como pocas, que la define como tratar un mismo asunto una y otra vez, sin la intención de llegar a ninguna conclusión, perdiendo el tiempo o dando largas, a fin de no llegar a nada, a base de agotar, cansar y aburrir al contrincante, opositor, o interlocutor que tenga la desdicha de aguantar semejante lastre.

Hacer perder el tiempo a los demás de forma intencionada, sin interés alguno por llegar a acuerdo alguno, demorando o retrasando más de la cuenta una determinada acción, y evitando ser directos, con el fin último de incumplir un compromiso, un acuerdo o una obligación contraída, y así podríamos señalar mil y un casos aplicables a  nosotros mismos y a otros, que sin duda conocemos, y que suelen pasar desapercibidos a la hora de calificarlos con la susodicha expresión, pero que están ahí, y que a todos, de alguna manera, alguna vez nos han afectado en nuestra vida diaria, y, sobre todo en la de otros, como es el caso de los políticos, que, cómo no, suelen ser los mejores especialistas en este reto de no ir al grano,  de dar mil vueltas sin decir ni hacer nada, en definitiva, de marear la perdiz.

Repetir lo mismo una y otra vez, a sabiendas de que no se está respondiendo a lo que se pregunta, evadirse, eludir la respuesta que corresponde, salirse por la tangente, son sinónimos de la expresión aquí tratada, y que los políticos practican con harta, pertinaz, excesiva e insoportable frecuencia, arte en la que son auténticos expertos, y en la que son permanente adiestrados por los asesores de imagen que los instruyen al efecto, con la clara intención de no decir nada, de no ir al fondo del asunto, evitando complicarse la vida, dejando al margen cualquier complicación que les pudiera reportar una respuesta directa, clara y concisa, que es justamente lo que de esta forma quieren y suelen evitar.

Tenemos en el presidente del gobierno de este País, a un excelente experto en estos menesteres, hábil como pocos en estas mareantes labores que despliega con una increíble y frecuente facilidad, mostrándose como un auténtico maestro en estas actitudes, que prodiga en sus declaraciones políticas, con una asombrosa facilidad para hacer lo contrario de lo que dice pensar, cambiando de un día para otro lo que dijo, tergiversando, retorciendo y haciendo auténticos equilibrios malabares a la hora de llevar a cabo sus acuerdos, alianzas y pactos.

Todo ello constituye una auténtica ceremonia de la confusión, que deja perplejos a quienes negocian con él, como sucede con la llamada mesa de negociación con los catalanes, que ahora afirma durará un mínimo de dos años, a largo plazo, sin afirmar ni negar nada, sin dejar nada claro, nada nítido, sin dejar espacio ni lugar para duda alguna, y así, se dedica a dar rodeos en un eterno circunloquio que tiene en vilo a la otra parte, que aún así, y conociéndolo, sin fiarse  por lo tanto, dada su trayectoria, quieren no obstante sentarse a dicha mesa, confiando en que quizás esta vez logren algo, algún progreso, algún avance pese a las continuas promesas defraudadas, debido todo ello a lo necesitados que están de alcanzar algo positivo, pero siempre, no obstante, con las precauciones debidas ante quién es, por derecho propio, un maestro en el viejo y sutil arte de marear la perdiz.


miércoles, 8 de septiembre de 2021

LA IMAGEN EN POLÍTICA

La imagen personal, siempre ha jugado un importantísimo papel en la carrera de un político, hasta el punto que su influencia trasciende todas las barreras habidas y por haber, a la hora de superar cuantos avatares han de afrontar estos personajes en su trayectoria personal, inseparable de su papel como representante de los ciudadanos, ante los que su apariencia física juega un decisivo rol a la hora de arrancarles el tan deseado voto, sin el cual nada pueden conseguir, por el que son capaces de falsear su imagen, dramatizando cuanto sea necesario, llevando a cabo cambios de todo tipo, camaleónicos a tiempo completo,  en pleno y permanente cambio, en función de las necesidades que en cada momento se presenten, en un afán decisivo por llegar a las gentes al precio que sea, para conseguir el premio que tan denodada y agotadora actividad teatral exige.

Todo con tal de conseguir llegar al poder, a la cima, al objetivo propuesto por estos peculiares actores de la farsa, que no dudan ni por un momento en convertirse en aquello que la ocasión demande, y que su amplio y activo gabinete de imagen se encargará de recordarle a cada paso que den, que no es poco, teniendo en cuenta que de ellos depende, en gran medida los resultados electorales obtenidos, ya sea para bien o para mal, jugándose el puesto ambos, pues sin estos asesores, no tienen sentido los protagonistas, ya que se necesitan mutuamente, en una asociación que puede dar excelentes resultados, o todo lo contrario, por lo que ambas partes, sin duda, se afanarán en su exhaustivo y peculiar trabajo, ya que de su aplicada y correcta actitud, dependen sus dispares trabajos.

Y es que esta labor es absolutamente decisiva,  y es por ello que tanto se esfuerzan unos y otros, ya que la imagen que presenta un político, más allá de la ideología y de la capacidad del mismo para expresarla, puede ser decisiva para inclinar la balanza hacia uno u otro lado, a la hora de decidir entre los políticos que se juegan un importante puesto, por lo que el cuidado de la imagen, es una actividad permanente que no pueden descuidar, y que deben actualizar con frecuencia, siempre en función de los resultados obtenidos, que son la mejor vara de medir, para corregir, si es necesario, posibles errores cometidos, así como afianzar cuanto de positivo hayan tenido los usos y actitudes acertadamente introducidos, que han de tenerse en cuenta en sucesivas campañas que hayan de afrontar.

A veces, simplemente, una determinada indumentaria, constituye una auténtico y determinante mensaje hacia el electorado, como ocurrió con un presidente español, famoso por sus chaquetas de pana, que se relacionaban con toda una ideología al contactar con las masas más populares, suponiendo todo un acierto a la hora de conseguir votos entre un importante sector de la población, con el que conectaban estas actitudes, cercanas a los trabajadores y a los sectores más progresistas que congeniaban a la perfección con esta imagen, como tantas otras, léase las mangas remangadas y la camisa blanca sin corbata, las camisetas con mensajes reivindicativos o con colores corporativos de una determinada entidad o partido, todo ello con un indudable afán de proyectar una imagen que capte la atención de unos ciudadanos ávidos de sentirse próximo a un líder que los represente.

Hoy en día, Internet y las redes sociales, suponen todo un desafío para los gabinetes de imagen de las figuras públicas, que las utilizan habitualmente como herramientas estratégicas de comunicación entre los políticos y los ciudadanos, estableciendo con ello un nuevo escenario político para una puesta en escena que tiene que ser creíble, fiable  y auténtica, para unas ingentes masas de población a las que llegan los mensajes de una manera inmediata, a sabiendas de que una inmensa cantidad de posibles votantes, están al otro lado del emisor, con un enorme porcentaje de receptores, que a buen seguro, no se les escapa el mensaje emitido por los interesados en mejorar su imagen.

Pero no siempre se consigue acertar de pleno a la hora de mejorar la imagen de un político necesitado del retoque estético, que no ético, con el fin de mejorar sus resultados, ya que en ocasiones, se consiguen los objetivos opuestos, debido a una mala campaña de imagen, bien porque está mal diseñada, bien porque no se ejecuta adecuadamente, bien porque el perfil del personaje no se ajusta a los cánones previstos, resultando de esta manera un fracaso absoluto que puede desembocar en un estrepitoso y fallido resultado, que no sólo no consigue los objetivos propuestos, sino todo lo contrario, con lo que los resultados electorales, sin duda, se resentirán por ello.

En nuestro País, el actual presidente se halla inmerso en una auténtica batalla por mejorar su imagen, que parece basar en hacerse la foto con personajes de la alta política mundial, como el fallido intento con el presidente de los Estados Unidos, con quien le prepararon una teatral y absurda reunión que duró treinta segundos, en un paseíllo grotesco, del que el líder americano pareció no darse por aludido, consiguiendo con esto todo lo contrario de lo que intentaba, mientras que otras ocasiones intenta por todos los medios aparecer con personajes de la Unión Europea, o con quién considera le puede reportar alguna mejora de su imagen.

Acostumbra también a llevar a cabo declaraciones altisonantes de los resultados conseguidos con su gestión, que no son tales, ya que nos corresponden a su ámbito personal, sino al de la Europa que los lleva a cabo, así como el intento de mejorar la imagen de su gobierno, y por ende la suya, al cesar a importantes nombres y relevarlos por otros, posiblemente  menos aptos, pero más jóvenes y con mejor presencia, en un intento que raya en una auténtica obsesión, no exenta de patetismo, por perpetuarse en el poder, que tanto tiempo y medios consume, y que no siempre consigue, como en este caso, los resultados esperados para mejorar su deteriorada imagen.

lunes, 16 de agosto de 2021

UN DISPARATADO MUNDO

Nunca las prisas fueron buenas, tanto ahora, como en el pasado más reciente y en el pretérito más remoto, desde que nuestros ancestros dejaron su hábitat de altura, y bajaron a tierra para dar comienzo a la bipedestación, y con ello, a la larga caminata que desde entonces, hace veinte millones de años, ha recorrido el ser humano hasta nuestros procelosos días, pasando por largas y enormes fases y travesías, siempre lentas, acompañadas de todo tipo de fenómenos naturales que acompañaron a los seres vivos que entonces poblaban la Tierra, entre los que comenzaban a vislumbrarse los futuros humanos, que con el paso de los miles de milenios, fueron evolucionando hasta llegar a los que nos autodenominados seres inteligentes, quizás de una presuntuosa y excesiva forma de reconocer unas capacidades, que con el paso del tiempo, cada vez queda más claro que ni poseemos, ni merecemos, ya que carecemos de la mayoría de ellas, como venimos demostrando sobre todo en los siglos pasados más inmediatos.

Los últimos milenios, desde que tenemos documentos del paso del hombre por la historia, están llenos de sucesos de toda índole que revelan la necesidad de progresar en todos los órdenes, con una continua, pera lenta marcha hacia el futuro, con épocas plenas de una continuidad que supuso un estancamiento en dicho avance, como si el hombre se hubiera dado un prolongado respiro ante un futuro que no podía prever, pero que de alguna forma adivinaba iba a ser largo y complicado, ante lo que no valía la pena correr en exceso, sino llevar a cabo las tareas diarias, sin precipitaciones que pudieran trastocar sus indudables progresos, tratando siempre de reposarlos, disfrutarlos, y sobre todo, legarlos a una  posteridad, que veían muy lejana.

Y así, al margen de las complicaciones que engendraban las continuas guerras, la violencia, y los desastres naturales de todo orden, que sobrellevaban con una paciente resignación, fruto de sus creencias, y de la falta del conocimiento que  no estaba a disposición de la inmensa mayoría de la gente, se llegó a épocas sobresalientes e irrepetibles, como el Renacimiento, cuando la mayoría de las artes florecieron como jamás lo habían hecho, precedidas del surgimiento del Románico, y sobre todo del Gótico, que llevaron la arquitectura a una altura gigantesca para la época, con bellísimos ejemplos materializados en la arquitectura, como las portentosas y majestuosas catedrales, obras llevadas a cabo por mentes brillantes, que dedicaron siglos para su construcción, sin prisas, artesanalmente concebidas, y prodigiosamente construidas por mentes inteligentes y brillantes en extremo.

Pero hemos de remontarnos quince mil años atrás, como mínimo, para maravillarnos con el arte rupestre, con las hermosas pinturas que nos legaron aquellos pobladores de las cavernas, que siempre consideramos habitaron la prehistoria, algo que cada día queda más claro y demostrado, es de todo punto inexacto, erróneo, y sobre todo, injusto, a la par que presuntuoso por nuestra parte, al pretender negarles la inteligencia, la habilidad, y el gusto por la belleza, que con esas maravillas pictóricas demuestran, y que les insertan directamente en la historia con mayúsculas, al mismo nivel que los maestros renacentistas, a los que se comparan ahora, ante la soberbia maestría de una creación pictórica, que denota una sensibilidad que siempre se les negó a aquellos artistas, hoy plenamente integrados en el mundo del arte, que ha llevado a este mundo creativo, a considerar Altamira, como la Capilla Sixtina del arte Rupestre.

Después de veinte millones de años transcurridos desde que nuestros ancestros abandonaran los árboles, y posaran sus aún inestables pies en tierra firme, tras haber pasado tan inmenso período de tiempo evolucionando lentamente, sin prisas, y con largas pausas, condicionados por un medio siempre hostil que les imponía sus tremendas fuerzas naturales, luchando contra una enorme cadena de circunstancias adversas, el ser humano llegó hasta nuestros días, y en el último segundo de este gigantesco lapso de tiempo, logró más avances, conquistas y progresos de todo tipo, que en todo el inmenso período de tiempo pasado, a base de recorrer este último segundo a una velocidad de vértigo, que nos ha conducido hasta dónde ahora nos encontramos, con un planeta devastado y agotado en extremo, brutalmente esquilmado a base de explotarlo en todos los órdenes, que hemos dejado irreconocible.

Hasta el punto de preguntarnos ahora si merecía la pena, si tiene sentido construir una civilización, que creíamos avanzada, a nuestro pesar, dónde no tienen cabida ni las obras de arte rupestres, ni las catedrales, ni el Renacimiento, ni ninguna manifestación artística que comparárselas pueda, porque las prisas por hacer todo más y más rápido, llegar más lejos, consumir en mayor cantidad, comprar y comprar, tirar y tirar sin reparar nada, sin haberlo usado apenas, y así, hasta la extenuación más absoluta, que está provocando el hastío más absoluto de un hermoso planeta Tierra, que de múltiples formas nos está avisando con su desatada ira que muestra cada vez con más frecuencia, y que le estamos creando cada día, unos seres humanos que lo maltratamos de tal forma, que, sin duda, el castigo que nos merecemos, será proporcional al daño que le estamos causando, si no nos detenemos de inmediato, y abandonamos las prisas absurdas, y rectificamos de inmediato, algo que apenas está ya a nuestro alcance.


martes, 3 de agosto de 2021

LA POBREZA OCULTA


Paseando por las callejuelas de una población próxima a la capital del Estado, con una renta per cápita que según las estadísticas presume ser una de las más altas del País, el ocasional peatón transita por una estrecha acera, casi inexistente, a base de verse reducida a los pocos centímetros estrictamente necesarios, los justos, para que pase una persona y obligue a la que circula en sentido contrario a bajarse a la calzada, por ser incompatible con el espacio necesario para ambas, con el consiguiente peligro de verse arrollada por el turismo, que a su vez tampoco dispone de una vía ancha y segura, para poder evitar estos posibles atropellos que pese a la baja velocidad supuesta, podría tener consecuencias no deseadas para el atribulado peatón, que por allí deambulaba.

Sin duda, el viajero andante, iba en busca de su destino ciudadano, allá dónde sus pasos le dirigían, bien hacia las calles adyacentes, próximas o lejanas, bien quizás, hacia la población limítrofe, muy cercana, de la que apenas le separa una gran avenida, muy transitada por la circulación de vehículos, que a modo de ruidoso muro, hace de frontera entre ambas ciudades, a su vez muy distintas entre ellas, en todos los aspectos, incluidos los que las susodichas estadísticas reflejaban, siempre en detrimento de esta última, con más sabor a pueblo, dados sus orígenes, sus costumbres y sus tradiciones, que una vez, hace tiempo ya, fue invitada a unirse a su vecina, que declinó tan sutil oferta, temerosa, sin duda, a ser absorbida y perder con ello sus esencias a todos los niveles, algo que los vecinos no estaban dispuestos a asumir.

El caminante se dirige por la mínima acera, hasta una pequeña puerta situada a pie de la misma, sin espacio alguno entre ella y la reducida superficie por la que transita, de tal modo, que si la puerta estuviera entreabierta, un pequeño traspiés podría provocar la involuntaria entrada del sorprendido viandante en la casa a la que dicha entrada da acceso, adónde se dirige, con el propósito de visitar a su única inquilina, una mujer de ochenta y tres años, que habita una vivienda que apenas supera los veinte metros cuadrados, alquilada, dónde vive desde siempre, y que se reduce a un diminuto salón que linda con la calle, un pequeño hueco a modo de cocina, otro, aún más escaso, que hace las veces de lavabo, y un dormitorio mínimo, irregular, dónde apenas cabe la cama de esta mujer, enferma, sola, que apenas se vale por sí misma, con los pies hinchados, cojeando, que abre la puerta al visitante, y que penosamente le saluda con gestos de dolor, sorprendida ante la inesperada visita.

Apenas espacio para sentarse un par de personas, una mesita, un viejo frigorífico y un pequeño televisor, es cuanto se divisa desde el exterior, a pie de calle, desde la acera, dónde el paseante se sitúa para charlar un rato con la habitante de tan mísera vivienda, que con una mínima pensión de viudedad, sobrevive a duras penas, en unas condiciones que claman al cielo, al infierno y al purgatorio, si existieran, en una ciudad que posee una alta renta de media, pero que ignora por completo a esta y muchas otras ciudadanas y ciudadanos que viven en condiciones más que precarias, en espacios inhabitables, reducidos y miserables, que nadie debería permitir.

Todo esto, en una ciudad, de las que suelen autodenominarse como poblaciones ricas, de alto nivel adquisitivo, que deberían avergonzarse de ello, si lo conocieran, que sin duda, algo sabrán, algo sabremos, y que preferimos ignorar, cuando muchos de sus habitantes sobreviven en la pobreza y en el olvido de una sociedad infame que permite estos atropellos, con las autoridades y servicios sociales en primer lugar, que fueron elegidos para, entre otros menesteres, ocuparse de estos lamentables casos, y lograr que, al menos, dispongan de una vivienda digna, y de los más elementales servicios necesarios para la subsistencia diaria, más aún, cuando se trata de personas ancianas e impedidas, como el caso que aquí se trata, real como la vida misma.

Se despide animando a la desolada anciana, y callejea ahora hacia la avenida que separa dos pueblos, dos ciudades, dos modos de vivir tan distantes, tan iguales, deteniéndose ante el mar de tráfico que hace de muro infranqueable entre ambas poblaciones, hasta que el semáforo detiene el rugir de las máquinas ruidosas y humeantes, y el peatón se decide a cruzar por ese espacio abierto entre dos mares, y posa sus pies sobre la acera que le espera para conducirle por unas aún más estrechas callejuelas hasta su próximo destino, subiendo una empinadas cuestas, que le conducen a un callejón sin salida, dónde modernos bloque de ladrillo y cemento, se mezclan con pequeñas casas bajas, de una sola planta.

Viviendas antiguas, casi centenarias, con puertas a pie de calle, en una de las cuales, vive una señora de noventa y tres años, que ante la llamada del viajero, llama a su hija para que abra la puerta, a la que saluda y pregunta por su madre: aquí estoy dice al oírle, pasa al salón, cosa que hace, saludando a la anciana, que postrada en la silla de ruedas, sonríe al verlo, sentada junto a la ventana, del pequeño espacio donde se encuentra, en una antigua casa con muchos años encima, con una habitación, una cocina, el baño y un pequeño corral en la trasera de la casa, todo muy pequeño, muy antiguo, muy rural, entre bloques modernos, dónde han quedado atrapados en medio de la ciudad, dónde está mujer, y otros ciudadanos viven desde siempre, desde que el pueblo era aún más pueblo todavía, más pequeño, menos ciudad de lo que ahora parece querer ser, dónde viven y sobreviven tantas gentes inmersas en el abandono y la pobreza, olvidados y marginados por la indiferencia y la soberbia de sus semejantes, que no desconocen estos dos ejemplos aquí expuestos, pero que prefieren cerrar los ojos ante lo que no quieren ver, como sucede con las instituciones, que de una forma imperdonable, apenas se ocupan de quienes los necesitan, primero, porque es su obligación, y siempre, por un elemental y necesario sentido de la humanidad, a los que no deben ni pueden renunciar.

jueves, 22 de julio de 2021

EL CONCEPTO DEL ARTE

Miguel Ángel, el mayor genio que el arte ha conocido desde el principio de los tiempos, desarrolló pictórica, como le ocurrió con Julio II, que le encargó los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina, que finalmente llegó a pintar, no sin continuas discusiones entre ambos, debido al fuerte carácter del artista, y a las continuas llamadas al orden del inquieto e impaciente papa, que le urgía para que terminase la monumental obra, en la que el genio invirtió cuatro largos años, en penosas condiciones, debido a la postura que debió adoptar, de espaldas, y a escasos centímetros del techo, con peligro para su integridad física y para su vista, que no le impidió terminar una de las obras maestras de la pintura de todos los tiempos, que veinte años después remató con los frescos del Juicio Final en la pared del coro de dicha Capilla.

El Renacimiento, la época más asombrosa de la historia del arte, supuso un portentoso impulso para la mayoría de las artes, que alcanzaron una irrepetible cima, que aunque no ha tenido parangón en los siglos sucesivos, fue un acicate para los artistas y el arte en general, que originó múltiples movimientos, barroco, neoclasicismo, modernismo, realismo,  impresionismo, surrealismo, entre otros, que han continuado aquella soberbia explosión de la capacidad humana para crear, valorar y disfrutar de la belleza a través del arte en sus múltiples formas y expresiones a través de la historia.

Hoy, contemplamos también con asombro, las pinturas de la cueva de Altamira, que curiosamente ha sido reconocida como la Capilla Sixtina del arte rupestre, en un claro homenaje de reconocimiento a los artistas que hace catorce mil años fueron capaces de crear, con su indudable genio, tan singulares y admirables obras de arte, que otro genio de la pintura de nuestra tiempo, Picasso, describió con una frase, su entrega y reconocimiento hacia el genio creativo de los pintores que fueron capaces de desarrollar tan maravillosa y asombrosa obra: “después de Altamira, todo es decadencia”, denotando con ello su sincera y total admiración hacia quienes fueron capaces de generar tanta belleza con una extrema delicadeza y creatividad, que se ha conservado para nuestro asombro a través del tiempo.

El arte conceptual, último de los movimientos concebidos por sus autores, se alejan poderosa y sensiblemente del arte por antonomasia, por el arte clásico, tal como lo entendemos, desde admirar un cuadro, una hermosa sinfonía, o un conmovedor poema, hasta extasiarse ante una portentosa Y majestuosa catedral, o una pequeña ermita románica, algo al alcance de cualquier sensibilidad mínimamente receptiva, capaz de dejarse llevar por la belleza, por la emoción de la contemplación del arte en sus múltiples manifestaciones, que nos conducen, invariablemente, a un estado tal, que nos conmueve, nos emociona y nos traslada a otros mundos dónde la belleza se erige en la razón de ser, y que han llevado a considerar a los artistas de Altamira, Lascaux, y otros templos del arte rupestre, como pertenecientes a la Historia del arte, como sus precursores, y no a la Prehistoria, como siempre  se les ha considerado.


martes, 6 de julio de 2021

EL RESPETO

Hubo un tiempo, no hace muchos años, que en este País, el término “Pueblo”, llenaba la boca y oídos de una ingente cantidad de personas y grupos, ya fueran cantautores, políticos, sindicalistas, y otros, que usaban y abusaban de esta palabra con connotaciones románticas, entonces, y que hoy ha perdido, si no todo su sentido, sí todo su encanto, todo su contenido poético y aglutinador de masas, generalmente desfavorecidas en todos los órdenes, sociales y económicos, que denotaban un conjunto de seres, privados de los más elementales derechos ciudadanos, comenzando por el de la libertad de expresión, y continuando con el resto de los que una dictadura prohibía tajantemente, como medio de sobrevivir a la amenaza de esa temida mala costumbre de los seres humanos que es la libertad, la democracia, en definitiva, el reinado de los derechos humanos.

Los partidos políticos que los reclamaban para sí mismos y para el “pueblo” al que representaban y defendían, enarbolaban sus pancartas con el grito que emanaba de las manifestaciones, casi siempre reprimidas, prohibidas y rotas a la carrera entre las cargas policiales, y que no era otro que el del famoso y repetido millones de veces “el pueblo unido, jamás será vencido”, que entonces cobraba pleno sentido, y que hoy, en democracia, y con un nivel de vida superior, ya no parece estar para nadie que esté en sus cabales, y que ha quedado en los anales de la historia, como un singular, solidario y nostálgico verso suelto.

Y aunque ya nadie parece recurrir, pase lo que pase, ya se transgredan leyes justas, se dicten normas bárbaras, o se lleven a cabo ofensas de todo tipo contra las gentes gobernadas, por parte de quienes han recibido en las urnas el encargo de gobernar a las masas, al pueblo, los ciudadanos, ya no suelen salir a las calles, manifestándose, pese a todo, a gritar que ellos son los titulares del poder, del Estado de Derecho, que sólo han delegado en ellos, temporalmente, para que cumplan con sus obligaciones y deberes asumidos en tantas y tan dudosas promesas, que los votantes les encomendaron, cuando depositaron su voto en las urnas.

Con una frase no se gana a un pueblo / ni con un disfrazarse de poeta / a un pueblo hay que tratarlo con respeto / un pueblo es algo más que una maleta / son versos de una conocida cantautora española de la transición, cuando la democracia, comenzaba a dar sus primeros y titubeantes pasos, que ya antes, cuando la dictadura campaba por sus respetos, dio lugar a multitud de cantautores, que lucharon contra la represión con sus letras cargadas de denuncia, dónde el vocablo pueblo, llenaba los versos que pedían libertad, derechos, democracia, en fin.

El “Pueblo” estaba en omnipresente en boca de los políticos, en su machacona e insoportable publicidad, en todos los medios de comunicación, en los carteles, en la calle, y en la música, como los que siguen, y que pertenecen a un poema de un importante poeta Español: quisiera cantar, ser flor de mi pueblo / que me paciera una vaca de mi pueblo / que me mojaran los mares y ríos de mi pueblo / que junto con otros muchos que podríamos citar, constituyen todo un canto, un grito de libertad en defensa de los más necesitados, no sólo por cuestiones políticas, sino de los pobres, de los olvidados, de los desheredados de la Tierra, que ya no parecen existir, pese a que el tercer mundo cada día está más alejado del primero, que ya no se reconoce como Pueblo, porque las diferencias sociales y económicas han creado un abismo entre los ciudadanos, que ya no creen en una solidaridad, ahora inexistente, inmersos en una democracia formal, que ya no es preciso reivindicar.

Como la que se logró en nuestro País, apenas hace poco más de cuarenta años, que no es nada, y que sigue padeciendo vicios y defectos clamorosos, fruto, no sólo de la poca experiencia en estas lides, tanto por parte de los gobernados, como de los gobernantes, sobre todo por estos últimos, incapaces de mostrar respeto por unos ciudadanos que los han elegido, en una España complicada desde los orígenes de los tiempos, con muchos tópicos que nos siguen persiguiendo, que son reales, verdaderos, asentados en un País de charanga y pandereta a todos los niveles, que nos hemos ganado a pulso a lo largo de nuestra historia.

De todo ello se aprovechan estos ineptos, falsarios y aborrecibles políticos como los que soportamos ahora, que desprecian al pueblo, que no le respetan, que se aborrecen entre ellos, discuten, se insultan y despreocupan de los problemas de la gente, con un presidente sin escrúpulos, que se muestra como un zar, soberbio, irresponsable y presuntuoso, con una ambición desmedida, que le ha llevado a mentir continuamente a sus ciudadanos, con promesas continuamente incumplidas, con pactos y acuerdos que dijo jamás llevaría a cabo, con acciones de gobierno que aseguró  jamás llevaría a efecto, con una insaciable capacidad para engañar y desdecirse sin el menor sonrojo, con una hemeroteca, que le coloca en una situación imposible para cualquiera, y que él afronta sin inmutarse lo más mínimo, demostrando con todo esto, que el Pueblo no merece su aprecio, su lealtad, y mucho menos aún, su respeto.

lunes, 28 de junio de 2021

EL PALEONTÓLOGO EL ESCRITOR Y EL GÉNESIS

Hay libros cuya lectura deja una notable huella en el afortunado lector que tiene el placer de disfrutar su ameno y agradecido relato, en oposición a esos insoportables y rudos mamotretos, imposibles de digerir, de avanzar en su costosa y aburrida lectura, que nos invita continuamente a llevar a cabo una lectura rápida, a saltos intermitentes, que generalmente nos conducen, en última e inevitable instancia, a abandonarlo, después de intentar lo irremediable, que no es otra, que la devolución del libro a la biblioteca, al ocasional prestamista del libro, o a la estantería propia de dónde procede, para dormir allí el sueño doloroso y eterno de la indiferencia más absoluta, salvo que alguna mano inocente e ignorante de su contenido, lo libere de semejante castigo.

No es precisamente este, el caso del libro que el lector disfruta en este momento, y que aunque apenas ha leído un poco más de sus amenas y sabías páginas, ya puede emitir un positivo juicio que le lleva a ese deseado estado al que llega quien ansía volver a su lectura, a abrirlo de nuevo por aquella página dónde lo dejó la última vez, para volver a continuar con un disfrute que nos llena, que nos  traslada a una acción con la que hemos congeniado, que hace olvidarnos de cuanto nos rodea, en una agradable y afortunada sensación de bienestar, que nos ata a sus páginas impregnadas de caracteres negros, sobre un blanco y luminoso papel, que nos satisface plenamente, invitándonos a pasar a la página siguiente, con la esperanza segura de encontrar nuevos y gozosos hallazgos, que nos conducen inevitablemente a un final desconocido, que desearíamos prolongar en la medida de lo posible, con el objeto de retrasar la llegada a una última página, que ya adivinamos próxima y que quisiéramos evitar.

Sus protagonistas, son también sus autores, un conocido y reputado paleontólogo, y un reconocido y leído escritor (Arsuaga y Millás), que forman un dúo ameno y singular, bien avenido, expertos ambos, cada uno en su materia, que congenian a la perfección, dónde uno de ellos, habla casi sin interrupción, mientras el otro toma nota y registra documentalmente, para después pasar al papel que conformará el libro objeto de estas líneas, mientras recorren lugares de lo más insólito, como un mercado, un colegio, un valle, un parque infantil, un museo, una cueva prehistórica de hace setenta mil años, un enclave Celta, una sierra erosionada por doscientos cincuenta mil años transcurridos, que fue similar a la cordillera del Himalaya unas excavaciones, y otros múltiples y variados lugares, de lo más imprevisibles, mezclados con citas de neandertales y homo sapiens, que hacen las esforzadas delicias de un escritor, maravillado ante tanta sabiduría.

A través de estas y otras incontables incursiones, el inefable paleontólogo, siempre encuentra motivos para explicar los orígenes de nuestros ancestros, desde la bajada de los árboles a la bipedación, así como los fundamentos mecánicos de la locomoción bípeda, pasando por detalles, explicaciones y otras aclaraciones sobre lo cerca que estamos de los neandertales, que no dejan indiferente al esforzado escribidor, que no ceja en su empeño de tratar de seguir y preguntar al eminente científico, que no se detiene en ningún momento en su tenaz labor, con citas ocasionales al paleolítico y al neolítico, que desborda en ocasiones la buena disposición del esforzado relator, que apenas encuentra reposo en su documental labor.

Exhausto por tanta actividad, que igual se puede desarrollar en cualquier punto de la ciudad de ambos, que en sus alrededores, que a cientos de kilómetros, el paciente escritor, no exento de un una curiosidad bañada en un admirable humor, apenas se las ve y se las consigue para anotar y grabar la cuantiosa información que de una forma imparable, genera el paleontólogo, que inasequible al desaliento, asedia continuamente al relator con citas, a pie de casa, en la calle, con el coche listo para la siguiente excursión que les conducirá a algún lugar secreto que sólo desvelará cuando allí se encuentren, y que concluirá en algunos casos en el restaurante o casa de comidas de algún pequeño pueblo, dónde degustarán unas sencillas y apetitosas viandas, que colmarán tantos paseos, tantas caminatas, sierra arriba, sierra abajo, por valles, caminos y sendas, que agotan a ambos protagonistas de tan singular relato.

A medida que progresa tan singular aventura, el entendimiento entre científico y escritor se afianza, las preguntas son más frecuentes, los acuerdos, más notables y significativos, y el sentido del humor se ve reflejado en múltiples ocasiones, que amenizan un relato, en ocasiones excesivamente científico, que el escritor asume con una admirable filosofía, compartida por el paleontólogo, como cuando a una pregunta de su inseparable compañero, sobre qué le parecen los que prometen una larga vida de ciento veinte años sin ningún costo y los que te aseguran el paraíso  en la otra vida, le responde que ambos profetas son unos sinvergüenzas, añadiendo la ingeniosa, inteligente, y científica respuesta siguiente: si quieres un cuento, lee el Génesis. Brillante, divertido y lúcido final, para tan singular, docto y ameno relato.


miércoles, 2 de junio de 2021

EL EMPERADOR EN LA MONCLOA

En la antigua Roma, hubo un tiempo, en que los emperadores llegaron a sucederse de tan vertiginosa manera, que con apenas unos meses de reinado, los Augustos Imperator eran relevados de su cargo, pasando a mejor vida, dónde según parece, aunque no dispongamos de fuentes fiables, no iban a poder disfrutar de los honores y privilegios regios como los que gozaron en su ya pasada existencia, que abandonaron por las buenas, que en nuestra rica lengua universal, equivale a asegurar que lo hicieron por las malas, es decir, a la obligada, descortés y grosera fuerza.

Conjuras varias y monumentales urdidas por sus enemigos, que eran muchos y variopintos, ya fueran gobernadores de las provincias romanas extendidas por el mundo conquistado por esta poderosa y creativa civilización, ya fueran senadores, grandes fortunas, o su misma  guardia pretoriana encargada de protegerlo, descontenta con el salario prometido y no percibido, o por el donativum acostumbrado, y no satisfecho, cuando un emperador llegaba al trono, y que acababa costándole la vida, ante la promesa del oponente que les aseguraba su cobro sin demora alguna, y ante lo que los pretorianos no dudaban a la hora de finiquitarlo y sustituirlo por quién les daba las suficientes garantías.

Y así, entre una intriga y otra, se iban sucediendo los regios Emperadores de turno, en sus áureos tronos, dónde una vez accedido a tan Augusto lugar, solían olvidarse de sus promesas, no sólo a su guardia pretoriana, sino a los ciudadanos romanos, que veían cómo les subían los impuestos, a la par que un bien tan preciado como el pan, pongamos por ejemplo, motivando revueltas por el descontento, que al emperador de turno, no le solían preocupar en exceso, y que a la larga, y con el beneplácito de los intrigantes de siempre, solían costarle el cargo, y de paso, cómo no, la vida.

En el tiempo que se mantuvo el Imperio Romano de occidente, aproximadamente quinientos años, alrededor del veinte por ciento de los ochenta y dos emperadores que gobernaron Roma, fueron asesinados, como César, Calígula, Claudio, Galba, Domiciano, Cómodo, Pértinax, Caracalla, Geta, Macrinus, que son algunos de ese enorme porcentaje al que le costó la vida tan grande honor, y del que muchos, aunque no se sea ni humana, ni social, ni políticamente aceptable, se hicieron acreedores por su actitud déspota y tiránica ante el pueblo de Roma, mientras que otros, fueron ejecutados por odios, venganzas, y afán desmedido de poder por parte de otros.

Es la historia del irresistible ascenso hacia el poder, que a través de los siglos no ha dejado de tentar a los seres humanos, desde que en las sociedades primitivas, alguien se distinguía en el grupo, pugnando por sobresalir, dirigir y controlar y, con el tiempo, manipular, para instalarse en el poder, absoluto durante milenios, hasta llegar a los tiempos modernos, dónde, sin grandes cambios de hecho, se guardan las formas, se humanizan, se adaptan a los tiempos que corren, con composturas formales que la democracia impone, y que no obstante, no impide que el poder siga atrayendo a los más ambiciosos, a los más ávidos de poseer el gobierno de los demás, siempre con promesas, a menudo incumplidas, que los ciudadanos suelen creer, cayendo así en las redes de estos modernos Imperators del siglo veintiuno.

Afortunadamente en los países democráticos como el nuestro, el ascenso al trono, y el posterior e inevitable descenso, más o menos tardío, no tiene lugar de aquella violenta y traumática manera con la que muchos emperadores accedían primero, y dejaban vacante después, a la fuerza, el trono imperial, debido al avance social experimentado a lo largo de estos siglos transcurridos, pero ello, no obstante, no es obstáculo, para que los modernos emperadores de occidente, como el que soportamos en este país, continúen campando por sus respetos, con malas formas, métodos y aires dictatoriales, que está dejando irreconocible al partido al que pertenece, sin que parezca que esto le preocupe lo más mínimo

Con Aires de moderno César, instalado en su palacio imperial, léase La Moncloa, nuestro regio presidente, mantiene los mismos afanes de grandeza, los mismos métodos, las mismas artimañas, sustanciadas en acuerdos, pactos y coaliciones, concesiones y dádivas  varias, siempre con la contraprestación de mantenerse en el poder, sin detenerse a valorar la ética y la estética de los compañeros de viaje, y con la única y exclusiva intención de mantenerse en la poltrona imperial a toda costa, sin pararse ni un momento a pensar en que subir tan alto, y a toda costa, suele comportar una dura y vertiginosa caída.

Utiliza para ello una notable falta de escrúpulos, que le han llevado a mentir, falsear y contradecirse una y otra vez, sin el menor atisbo de sonrojo en su impenetrable rostro, en un gesto que mantiene siempre impertérrito, como si de un robot se tratara, inasequible al desaliento, a la menor de las debilidades, y con una notable capacidad, realmente demoledora y eficaz, para seguir adelante a toda costa, caiga quien caiga, como buen Augusto, título que todo emperador romano ostentaba por el hecho de serlo. Alea jacta est, dijo Julio César al atravesar el Rubicón con sus legiones. Pues eso. Que conste. El que avisa, no es traidor.


domingo, 23 de mayo de 2021

Luna

Ese absurdo e injusto mundo, presenta a veces unas caras, que por mucho que acostumbrados estemos a contemplarlas, nunca dejarán de sorprendernos, hasta el punto de que no nos resultarán increíbles por negativas, bárbaras y crueles, sino por infrecuentes, si no se dan con una asiduidad determinada, que suele ser lo habitual para colmo y desgracia de este loco lugar del universo, donde la vida se abre camino de una forma grata y sorprendente, y donde a veces, su destrucción parece ser el camino elegido por quienes no sienten por ella el menor de los respetos exigidos hacia esa maravillosa explosión de luz y de energía que representa tan singular acontecimiento que sin duda, no constituirá algo exclusivo de nuestro hermoso planeta Tierra.

No obstante, hasta tal punto se implica el ser humano, que nuestra mente, tiende a rechazar por instinto toda vulneración de las leyes que la determinan, toda violencia y opresión, por inhumanas, unas veces, otras, por que representan la pura maldad, y las más, porque nos aconseja que giremos la cabeza, a la que suele acompañarle una cara, cuyos ojos no soportan visiones espantosas, ya sea por escrúpulos varios, por cansancio de lo mismo, o por una elemental e hipócrita decencia, que suele estar absolutamente injustificada, ya que obviamos, simplemente, lo que no que remos ver, lo que molesta a nuestra área de comodidad y confort, en la que estamos instalados.

Y así, frente a nuestro televisor que nos protege de la proximidad y el peligro de lo que nos asusta contemplar, nos incomoda, o nos desagrada, somos capaces de soportar la mirada, debido a que lo que vemos no es lo suficientemente duro ni nos parece tan próximo, como para cambiar de canal, y de esta forma, llegamos a seguir los hechos relatados, con una cierta curiosidad, no exenta de una morbosidad no reconocida, por lo que todo ello, nos lleva a comentar los acontecimientos que por lejanos, parecen no afectarnos.

Es como si la pantalla ejerciera de escudo defensor, cuando en realidad, todo lo que vemos, está teniendo lugar en nuestro pequeño mundo, más o menos lejano, quizás, hasta en nuestro propio País, o en cualquier otro lugar, que a estas alturas, y con tantos medios de comunicación físicos y tecnológicos, que las distancias se han visto drásticamente reducidas, hasta el extremo, de que de una u otra forma, lo que nos parece tan distante, tan lejano, en realidad, está a la vuelta de la esquina.

Los sucesos que han tenido lugar en esto días del florido mes de mayo en las ciudades de Ceuta y Melilla, sobre todo en la primera de ellas, con una auténtica invasión, sobre todo de jóvenes del otro lado de la frontera, es decir, de África, los hemos vivido como si de una dramatización escénica se trataran, siguiendo en la pantalla durante interminables horas, cómo miles de personas, la mayoría menores de edad, cruzaban la frontera a nado, con riesgo de sus vidas.

Y lo han hecho, salvando apenas unos metros que separan dos mundos, dos continentes, dos países, rodeando un simple espigón de cemento, una valla metálica, niños incluso, de meses, atados a la espalda de sus madres, que exhaustos, han conseguido llegar a la playa, en unos casos, y en otros, han sido recogidos por los agentes de policía, soldados y voluntarios de la Cruz Roja, que han llevado a cabo una ingente, preciosa y preciada labor para salvar sus vidas, que no obstante no ha podido evitar la muerte de dos de estos parias de la tierra, que en plena juventud, han dejado su vida a unos pasos de su país, por cruzar la muralla prohibida.

Luna, una joven voluntaria de la Cruz Roja, ha sido una de las personas que han derrochado esfuerzos sin nombre para recoger y ayudar a estos jóvenes, sufriendo una vejación vergonzosa, con críticas feroces, crueles y desalmadas, por el hecho de recoger y abrazar a uno de ellos, consolándolo ante la desesperación, el miedo y el llanto de este joven, que acababan de rescatar del mar, y que los malvados, amparados en el anonimato de las redes, han interpretado como un gesto, por parte de la víctima, con connotaciones sexuales por increíble que parezca.

 Esta denigrante posición, aberrante e injusta, por falda y aberrante, les ha valido el repudio y la condena más absoluta por parte de la sociedad, que ha asistido a este triste acontecimiento, a través de los medios de comunicación, como si de un espectáculo televisivo más se tratara, analizando si el intento ha sido una maniobra de las autoridades del país vecino, una invasión como algunos afirman, o se ha tratado de una reacción espontánea de unos ciudadanos procedentes del tercer mundo, huyendo de la miseria, que no obstante, al final, salvo los menores, han sido devueltos al otro lado del muro, que supone, por unos solos metros, un cambio terrible y radical, para el deterioro de sus vidas, al pasar de Europa a África, con todo lo que ello supone para su existencia, en este atribulado e injusto mundo.

viernes, 14 de mayo de 2021

ES DE BIEN NACIDOS

                   Mi madre, La Tía María, con ese título familiar que utilizamos en los pueblecitos por tierras de Segovia, en este caso, Duruelo, dónde nacimos, era una mujer buena, en el mejor sentido de la palabra, buena a carta cabal, buenamente reconocida por todos los que la conocieron, que hablan de ella como la persona que poseía una bondad sin tacha, que se preocupaba por todos los que la necesitaban, y que que acostumbraba a decir aquello de “es de bien nacidos ser agradecidos”, que a mí no se me ha olvidado, que recordaré siempre, y que procuro aplicar cuando la ocasión lo requiere, y que ha surgido ahora, cuando me dispongo a escribir una carta de agradecimiento a las gentes del un pueblo de Segovia, Muñoveros, adónde llegué, con mi familia, al comienzo de la década de los años sesenta.

              Mi padre, Marcelino, fue destinado allí, como secretario del ayuntamiento, dónde ejerció durante diez años, aproximadamente. Mi madre, María, y mis hermanos, Antonio y Pablo, completaban esta familia, que siempre guardó, y guarda, un excelente y grato recuerdo de Muñoveros y sus gentes. Un amigo que conservo de aquellos tiempos, me ha enviado el libro Juan Bravo y Muñoveros, por el que felicito a todos sus colaboradores, al centro cultural Juan Bravo, y al ayuntamiento que ha colaborado en su brillante edición, que ha despertado en mí, numerosos recuerdos de aquella feliz época, intensa en vivencias y amistades que celosamente conservo y que mantendré para el resto de mis días.

Tenía apenas una decena de años, o pocos más, cuando llegué. Uno de mis primeros recuerdos me conducen de inmediato a una entrevista con el inefable Don Basilio, el cura del pueblo, genio y figura, con un fuerte temperamento, y un carácter de tres pares de demonios, con perdón, que igual detenía la misa en cualquier momento para echarnos la bronca a los que armábamos jaleo al fondo de la iglesia, que cerraba las puertas al cabo de unos minutos de comenzada la misa, como nos ocurrió a mí y al alcalde, que en vista de los acontecimientos, decidimos ir al bar a tomarnos algo, para celebrar el año nuevo, ya que, a la sazón, era el primer día del año.

La entrevista con Don Basilio, no tiene desperdicio. Yo, en Duruelo, cobraba dos pesetas por ayudar a misa, lo que por entonces constituía toda una fortuna. De hecho, mi primer reloj, me lo financié con los ahorros de tan rentable, religiosa, y loable labor diaria. Cuando Don Basilio me ofreció entrar en la nómina de monaguillo, que para eso me llamó, pregunté por el sueldo. Como su repuesta fue, que semejante trabajo era oficio de ángeles, mi respuesta inmediata, que pueden imaginar, fue recomendarle a quien debía recurrir entonces. Por supuesto, allí acabaron todas las negociaciones laborales con el Sr. Cura. Jamás ejercí de monaguillo.

Fueron años que jamás olvidaré, durante los cuales disfruté en todos los sentidos e hice mis mejores amigos. No se me olvidan los lugares de encuentro, los bares, en casa de La Bárbara, La Dolores, y Paco. En éste último, vimos la llegada a la Luna en el sesenta y nueve. En verano, los que disponíamos de coche, los llevábamos a la plaza, y allí, rápido, los llenábamos para cualquiera de las numerosas fiestas de los pueblos de los alrededores. Los domingos, invariablemente, a la discoteca de Cantalejo, ya lloviese, nevase o cayesen chuzos de punta.

Impagables las noches de verano cuando nos reuníamos para robar sandías, afición que en más de una ocasión acababa en carreras de fondo, cuando el propietario nos pillaba con las manos en la masa. Recuerdo las fiestas de San Félix, la romería de Ecce Homo y San Cristóbal, con la degustación del exquisito cuarto de asado que solía tener lugar en el salón de otro bar, en la salida hacia Turégano, y cuyo nombre no recuerdo.

Mi hermano Pablo, que poseía una minusvalía severa, que no obstante no le impidió incluso conducir, mantuvo contacto con Muñoveros y sus gentes durante muchos años después de irnos. Quiero agradecer a todos, el excelente trato que siempre le dispensaron. Para él, siempre dijo, su pueblo era Muñoveros. Nos contaba, que llegaba al pueblo y entraba en cualquier casa, ¡se puede! decía mi hermano ¡pasa Pablo, hasta la cocina! Lo mismo sucedía con el resto de la familia. Mientras estuvimos allí, en aquellos agradables años, todos fuimos acogidos con un sincero y respetuoso afecto, que siempre agradeceremos.

Tengo una asignatura pendiente con Muñoveros. Mis amigos de entonces, que lo siguen siendo ahora, me recuerdan y censuran, el hecho de que hace muchos años que no voy por aquellos lares. Llevan razón. Sin duda volveré. No me unen más que gratos recuerdos hacia ese pueblo y sus buenas gentes. Con la mano en el corazón, en mi nombre y en el de mi familia, gracias a todos, pues como decía mi madre, es de bien nacidos ser agradecidos. Un abrazo.