miércoles, 20 de marzo de 2013

ATRACO A DISCRECIÓN


Acabado el racimo, el ciego dijo al Lazarillo: engañado me has, juraré yo a Dios que has comido tú las uvas de tres en tres, ¿y sabes en qué veo que las comiste de tres en tres? En que comía yo dos a dos y callabas. Así reza un pequeño pasaje de una de las obras cumbre de la novela picaresca española, La vida de Lazarillo de Tormes y de sus Fortunas y Adversidades, de autor desconocido, en la que se traza un retrato despiadado de la sociedad de la época, de sus vicios y actitudes hipócritas, sobre todo de los clérigos y religiosos, y que por este motivo estuvo prohibida por la Inquisición, la cual permitió después su publicación, una vez convenientemente recortada.
Con la que nos está cayendo, y para hacer verdad y darle carta de naturaleza a aquello de, encima de cornudos apaleados, hay gente que traslada la picaresca del lazarillo, con sus trampas, trucos y artimañas varias, a la situación actual, al ciudadano de la calle, llegando a la conclusión absurda de que todos somos unos pícaros, que engañamos en la forma que podemos, bien sea ocultando al fisco lo poco que poseemos, lo cual es harto difícil, pues la nómina es un recibo que la administración conoce al dedillo y por lo tanto no hay manera de ocultar nada, o bien a través del iva que evitamos pagar en las facturas, cuatro euros en definitiva, lo cual equivale a decir que somos tan culpables como ellos, que estamos al mismo nivel que los corruptos de manga ancha y de aquellos que nos tienen contra la pared y que no paran de exprimirnos hasta el último céntimo.
No, en absoluto, radicalmente no. Flaco favor nos hacemos si a esas conclusiones llegamos. Somos en este tablero de ajedrez, los más débiles, los agraviados, los que sufrimos las consecuencias de las jugadas de los poderosos, que acaban siempre ganando la partida, que nos dan el jaque mate de cientos de formas diferentes, unas más sutiles que otras, pero siempre dolorosas para los mismos, por lo que no podemos ni debemos sentirnos culpables como los que así piensan, pretextando que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, - a lo mejor compramos un frigorífico un poco más caro, o una tele mejor, o nos atrevimos a comprar un lavavajillas o a cambiar de coche, o en el colmo del despilfarro, un piso dónde poder cobijarnos – con lo cual les estamos dando argumentos a aquellos que están al otro lado del tablero de ajedrez.
Me imagino la sonrisa que exhibirán, su cara de satisfacción, la expresión ufana y morbosamente ostentosa con que se mostrarán abiertamente entre ellos al leer semejantes desatinos que les dejan el camino expedito, limpio y despejado para tomar las medidas que crean adecuadas, ya que creerán justificadas, dirán ellos, dichas resoluciones, con las que parecen estar de acuerdo aquellos que han de sufrirlas, aunque no lo dirán abiertamente, sino que se limitarán a llevarlas a cabo sin argumentar nada, pese a la oposición evidente que ven y oyen, tanto en la calle como en los puestos de trabajo, instituciones y otros medios, y que parece explicar el por qué obran con tanta soberbia, sin dar ni un paso atrás.
Leo sobre el atraco, que bajo un disfraz legal se va a llevar a cabo en Chipre, donde van a entrar a saco en las cuentas de los desafortunados ciudadanos – los peces gordos hace tiempo que habrán retirado su imposiciones, si es que las tuvieran en los bancos de los de a pie, lo cual dudo – con nocturnidad y alevosía, para llevarse una parte de los menguados ahorros de los sufridos ciudadanos, lo cual me lleva a recordar la genial película, Atraco a las Tres, que seguramente habrán visto, en la que se narra cómo unos empleados del banco planean atracar la oficina dónde trabajan. El mismo día del atraco, a la misma hora, unos atracadores de verdad coinciden con ellos en el intento del robo. Los trabajadores aprendices de ladrones, no sólo no roban el banco, sino que impiden que los otros lleven a cabo el atraco. El director del banco, agradecido, les premia con una paga extra.
Encima de pobres, honrados. Demasiados quijotes para tanto bribón, truhán y maleante suelto.

domingo, 17 de marzo de 2013

NO NOS QUEDA OTRA

Es ésta una expresión para mí muy gráfica y significativa que desde siempre he tenido presente porque se utilizaba con mucha frecuencia en el ambiente familiar y social en el que desde la infancia me he desenvuelto, que sigue siendo tan elocuente y expresiva como entonces y que cada día va cobrando más sentido dados los tiempos que corren, preocupantes, frustrantes y absolutamente omnipresentes, hasta el punto de convertirse en el tema casi obligado en cualquier ambiente donde se reúnen un mínimo de dos personas, conocidas o no, ya que se puede entablar una conversación sobre los difíciles momentos presentes tanto en una cola de espera, ya sea en una fila de una institución oficial,  como en la del autobús, como en la del supermercado o cualquier otra, donde algo o alguien dará motivo para que se encienda la mecha que iniciará la cadena de quejas, lamentos y consideraciones sobre lo mal que funciona el susodicho servicio oficial, el citado transporte público o la correspondiente tienda de alimentación que se extenderá al resto de los problemas que acucian diariamente a las sufridas gentes.
No nos queda otra, dadas las preocupantes circunstancias actuales, que la queja continua y perseverante, la protesta obstinada y tenaz, para intentar cambiar la prolongada y pertinaz situación que aqueja a una población que no sabe ya que hacer, cómo oponerse, adónde dirigirse para decir basta ya. Horroriza contemplar a la gente pidiendo, como en Portugal que vuelva un segundo veinticinco de abril, una segunda revolución de los claveles – revolución ilusionante donde las haya pero que desgraciadamente la desactivaron más pronto que tarde – en Grecia y en Italia, dónde como aquí, en España, se invita a la desobediencia civil, a asaltar los mercados donde buscar el alimento que ya no pueden conseguir civilizadamente porque no les llega para tanto el mísero sueldo o la mínima prestación, si es que la tienen.
No nos queda otra que denunciar a viva voz, en la calle, en el trabajo, en los medios de comunicación, allí donde nos podamos hacer oír, que en nuestro País más de seiscientas mi familias viven, más bien sobreviven, no se sabe cómo, sin que ninguno de sus intrigantes lleve a casa un sueldo, todos ellos sin trabajo, sin ilusión, sin esperanza, condenados a recibir cada nuevo día sin una mínima perspectiva de hallar un empleo, con la tremenda y desesperada certeza interior de que quizás nunca lo van a encontrar, todos los días al sol, de lunes a domingo, con la insoportable angustia gobernando sus vidas.
No nos queda otra que rezar, tal como repite una y otra vez el Papa Francisco, que desde que llegó, parece haberse convertido en una obsesión para un sacerdote – da la impresión de que quiere que lo veamos así, como un cura argentino de sotana blanca y anillo papal – que pide para él esas preces que supongo utilizará para devolvérnoslas multiplicadas por mil, gracias a la intervención divina porque si esperamos a que lo haga su iglesia, la de los pobres a la que suele hacer referencia, y que nadie ve ni verá, porque aunque fuera sincero, aunque lo intentase, simplemente se lo impedirían, ya que dudo mucho que, salvo honrosísimas excepciones, la iglesia oficial haga otra cosa que ocuparse y preocuparse de su supervivencia, de perpetuarse en el tiempo por los siglos de los siglos.
No nos queda otra que la resignación. Estamos en el bando equivocado, nos ha tocado en el lado de los menesterosos, con voto pero sin voz. Sólo queda esperar que en la otra vida haya una nueva oportunidad. Pero esto sería válido sólo para los que creen, por lo que yo, desde este momento, pido la baja inmediata.

martes, 12 de marzo de 2013

DESDE MI AGNOSTICISMO

Y con todo mi respeto hacia los que creen, precisamente cuando los cardenales electores se encierran por primera vez en la Capilla Sixtina – joya del Renacimiento y obra maestra del genial Miguel Angel, bastante maltratada ya por los miles de visitantes diarios – con el objeto de elegir a un nuevo Papa después de la sorprendente renuncia de Benedicto XVI, que ha dejado perplejos tanto a unos como a otros, ya que como de costumbre, las intrigas palaciegas del Vaticano y sus trapos sucios, quedan de puertas adentro, lo que imposibilita conocer con exactitud los motivos que han movido al Papa Ratzinger a tomar una decisión harto extraña en la historia del Papado, aunque todo parece indicar que lo que él aduce en cuando al cansancio y la fatiga que le impedían seguir con sus funciones no estaría lejos de la realidad, es más, es seguro a la vista de su aspecto y del progresivo agotamiento que se le ha venido observando.
Dicha incapacidad para continuar con su cargo, como él mismo ha reconocido, gesto que considero digno de halago, pese a que muchos de sus fieles se lo recriminan, no excluye el hecho de que haya sido debido a presiones de todo tipo por parte de los llamados lobos del Vaticano, que los hay, como suelen abundar en toda organización con una influencia a nivel mundial como la que sigue ejerciendo una Iglesia Católica aún poderosa, con enormes intereses económicos, más terrenales que espirituales, a los que de ninguna forma renunciarán jamás los oscuros jerarcas que mueven los hilos de la Curia Romana, a espaldas del Sumo Pontífice, que como en todas las instituciones de este calibre, vigilan al ocupante de la vértice de la pirámide del poder, velando que no cometa desviación alguna que pueda poner en peligro la buena marcha de la institución, que en este caso cuenta con una trayectoria de dos mil años.
Cuando el cardenal Ratzinger fue elegido Papa, ya era conocido como el Rotweiler de Dios, debido a su fama de de hombre riguroso y profundamente dogmático. Fue Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe – antigua inquisición – hombre muy culto y preparado, domina varios idiomas y hombre de confianza del anterior Papa, le precedía por lo tanto una ejecutoria de dureza que en realidad no ha llevado a cabo en su Pontificado, que pese a seguir una línea más o menos continuista en cuanto a la incapacidad de la Iglesia para ponerse al día y aliarse con una modernidad que no es capaz de asimilar, tuvo el atrevimiento de  denunciar algunos errores de la iglesia y pedir perdón por ellos, así como tímidos intentos de modernización y cambios en los turbios y oscuros manejos económicos, todo lo cual le ha llevado a granjearse la oposición de los elementos más duros e intransigentes de quienes velan por que nada cambie en la Iglesia Católica.
Imposible evitar el recuerdo del cardenal Albino Luciani, nombrado Papa como Juan Pablo I, que ocupó el trono de San Pedro durante treinta y tres días, en un suceso sumamente oscuro y siniestro como tantos por los que ha atravesado la Iglesia Católica, y que nunca se desvelará, aunque hay motivos más que suficientes para suponer que lo eliminaron los mismos que han removido de su puesto a Benedicto XVI. Juan Pablo I, pretendió llevar a cabo cambios que suponían de hecho el acercamiento de la Iglesia a los pobres y desheredados de la Tierra, es decir, materializar el mensaje de Jesús, para lo que estaba decidido a cambiar la Sede del Vaticano a un barrio pobre de Roma, y otras radicales y sustanciales medidas que los lobos no estaban dispuestos de ninguna manera a permitir.
La Iglesia continúa alejándose día a día del mundo real en el que vivimos y el nuevo elegido para ocupar el sillón de Pedro, tal como hablan los medios de comunicación, teniendo en cuenta los cardenales con más posibilidades,  no parece que posea un historial como para esperar que transforme una institución tan anquilosada, anclada en un pasado que es incapaz de abandonar, con un historial tan turbio y con tan pocos deseos de cambiar, cuya única obsesión es la de continuar y perpetuarse en unos tiempos que cambian a una velocidad tal que son incapaces de seguir y que los va relegando poco a poco, mientras continúan haciendo ostentación de un poder más terrenal que divino a través de un boato y de una soberbia impropios de una institución, que no predica con el ejemplo y que va perdiendo adeptos en un camino que no se perpetuará en el tiempo, y que exige cambios profundos para adecuarse a una modernidad de la que ha renegado siempre a lo largo de su historia.

viernes, 8 de marzo de 2013

RECULAR, DIFERIR Y SIMULAR

Malos tiempos corren para el diccionario, y por ende para la lengua cuyos términos y voces recoge, acosado continuamente por tirios y troyanos, golpeado en cuantos ámbitos se desenvuelve, donde más se requieren sus servicios, maltratado por quienes deberían velar por él, porque de alguna forma de él viven, ya que gracias a él y a su variado contenido desarrollan su profesión y viven de la palabra que utilizan, de tal forma que parecen renegar de él, relegándolo a un segundo plano, y no hablamos necesariamente de los más jóvenes, que tienden a utilizar los vocablos reduciéndolos a su menor expresión, alterándolos y simplificándolos en un afán de reducir al máximo la longitud del mensaje, siempre con la intención de economizar en el mismo, no sólo por comodidad, sino por exigencias de la tecnología que les condiciona a la hora de comunicarse, cosa que por otra parte les ocupa gran parte de su tiempo.
Son los políticos, personajes públicos, famosos, famosillos y desafortunadamente demasiados profesionales de la comunicación, los que utilizan incorrectamente y con harta frecuencia una lengua que a menudo desconocen lo suficiente para emitir adecuadamente el discurso, que de una forma a veces grotesca, a veces ridícula y las más, simplemente incorrecta, usan vocablos cuyo significado desconocen, cayendo en un espantoso y bochornoso ridículo, en su pretensión de elaborar un mensaje que en su ingenuo atrevimiento consideran de alto nivel, correcto, culto y altisonante, que en boca de tanto famosillo cutre, vulgar y de una incultura rayana en la estupidez más atrevida, resultan ofensivos a la inteligencia, la sensibilidad y el respeto debido a una lengua, que todos deberíamos observar, adaptando nuestro discurso a los conocimientos que de nuestro idiomas poseemos.
Hablar con propiedad, debería ser la norma, con conocimiento de causa, con el objeto y la intención de que el receptor logre entender el mensaje emitido, sin ambages, empleando los términos adecuados al auditorio, sin que haya posibilidad de confusión a la hora de comprender lo emitido y sin rodeos, que no hacen sino confundir y desorientar, medio al que suelen recurrir quienes no desean arrojar luz, ni aportar verdad sobre oscuros asuntos acerca de los cuales no tienen intención alguna de aclarar.
            Basta con que a alguien relevante, se le ocurra un término, digamos original, no utilizado hasta el momento, mitad  novedoso, mitad cutre, para que todo el personal afín se lance a utilizarlo, como si de posesos se tratara, ufanos ellos, como si su uso conllevara un prestigio y un estar al día que en absoluto tiene, ya que más bien, lo que denota es una falta de personalidad, de originalidad y de sensatez notables, de lo cual el personaje en cuestión, evidentemente carece.
            Y así nos encontramos hoy en día con un término – recular -  que aunque el diccionario lo admita a la hora de utilizarlo para indicar un cambio de postura, una enmienda, una corrección, su simple sonido, por desagradable, así como la imagen semántica que en principio nos deja escépticos, aconsejan su utilización para otros usos, y que en mi caso siempre lo he asociado, desde mi más tierna infancia, al hecho de indicar a un animal, sólo o uncido a un carro, que debe retroceder, dar marcha atrás. Esto me recuerda al Presidente del Gobierno “reculando”, cuando se encontró, creo que en los pasillos del Congreso, con una nube de periodistas, evitándolos de la forma más burda que he visto en la vida, haciendo mutis por la primera puerta lateral que encontró.
            El último ejemplo de discurso ininteligible, embrollado y confuso, lo tenemos sin duda en la incalificable intervención de la Sra. Cospedal, a la hora de responder a una pregunta sobre la indemnización que su partido había concedido al último gran corrupto, cuyo nombre prefiero no citar. Lo hizo de tal forma, con un lenguaje tan enredado y difuso, que provoca sorpresa, hilaridad y pasmo, pues utiliza dos términos “simulación” y “diferido”, vocablos correctos en sí mismos, pero haciéndolo en un contexto tal, que incurre en una incorrección lingüística absoluta, con la consiguiente incapacidad por parte del receptor de comprender un mensaje totalmente incomprensible.
            Hablar con propiedad y corrección absolutas, no está alcance de cualquiera. No es necesario llegar a ello, basta con utilizar los términos que conocemos, sin pretensiones absurdas, fuera de nuestro alcance, mostrándonos tal como somos y sobre todo, interviniendo en los temas que conocemos. En caso contrario, caeremos en el ridículo más espantoso. Pero ya se sabe. Hay gente para todo.

martes, 5 de marzo de 2013

MAQUIAVELO Y LA RAZÓN DE ESTADO

Nicolás Maquiavelo, en su obra El Príncipe, afirma que el poder consiste en la capacidad de obligar a otros a la obediencia rechazando en este ejercicio cualquier norma ética o moral, siempre a favor de la razón de Estado y la eficacia, ya que todo es válido en la práctica del poder, no sólo manteniendo contento al pueblo, proporcionándole educación cívica, sino que puede utilizar la religión, instrumentalizándola en su beneficio y llegado el caso, utilizando la violencia con medida, todo para mantener el poder, ya que éste  está por encima de la ley y la moral que se exige al pueblo, merced a la razón de Estado y la eficacia política.
Nada pues ha cambiado en estos quinientos años que justamente se cumplen ahora, ya que Maquiavelo escribió el Príncipe en el año mil quinientos trece en la hermosa ciudad de Florencia que le vio nacer y morir. Mientras escribía esta obra, tres monarquías absolutas se consolidaban en Europa; Inglaterra, Francia y España, lo cual debió ilustrarle poderosamente a la hora de llevar a cabo su ideario político que hoy sigue vigente pese al paso del tiempo, matizado, claro está, por esos quinientos años que han ido depositándose en capas históricas, con numerosos vaivenes sociales, políticos y económicos, de tal forma que la última de ellas, la más superficial, sobre la que ahora estamos, continúa de alguna manera en contacto con la primera, con la más antigua, reconociéndose y recogiendo sus ecos, todo ello a la vista de los modos y maneras de la política actual, convenientemente civilizados y adaptados a los tiempos modernos.
La política, decía, consiste en un gobierno fuerte, autónomo y sabio que prevenga de los desastres de la fortuna, advirtiendo que la anarquía ha de ser evitada a toda costa, recurriendo a un poder fuerte, para volver a la monarquía, al poder absoluto, aunque con los límites establecidos, procurando disponer del favor del pueblo, incentivándolo y/o reprimiéndolo cuando fuera necesario, recurriendo para ello a los medios oportunos para mantener la ley y el orden. En definitiva, el Poder – El Príncipe – debe parecer magnánimo, honesto  y virtuoso, pero sólo parecerlo.
Seguramente si Maquiavelo a través de una ventana en el tiempo asistiera al espectáculo político que nos brindan por estos lares los profesionales de esta profesión, que se está convirtiendo en la más demandada de nuestra época, por las sumas facilidades que proporciona a sus protagonistas para vivir del cuento y no perecer en el intento, no mostraría sorpresa alguna, es más, se mostraría satisfecho de cómo han seguido rigurosamente sus dictados los políticos actuales, los cuales se comportan de tal manera que parece que cada uno de ellos poseen un ejemplar del Príncipe a buen recaudo por si algún día son ellos los que están en la cima, mientras que los que ya lo han logrado, se dedican a aplicar los numerosos conocimientos y enseñanzas adquiridos en la lectura de tan singular obra.
Vivimos en países donde afortunadamente la forma de gobierno es la democracia, donde el Estado Social y de Derecho es la norma que debe regir todos los ámbitos de una sociedad que no soporta al tirano de turno, al Príncipe de Maquiavelo, cuya única razón de ser era la de conquistar el poder a cualquier precio sin escrúpulo alguno – se dice que era el libro que Stalin siempre tenía a mano – por lo que los ciudadanos de los estados modernos nada deberían temer.
Veo en televisión cómo en Portugal piden la vuelta al veinticinco de abril, a la revolución de los claveles, que pese a la ilusión inicial, también quedó en nada, cómo en España, Grecia e Italia, cientos de miles de personas se lanzan a la calle indignadas por la situación actual de recortes y de pobreza generalizada en la que está inmersa una sociedad que ya no soporta más, con pancartas contra los políticos, la corrupción y la tiranía de los poderosos que dictan las normas, las leyes y las órdenes desde arriba, desde sus poltronas, sin bajar al nivel de la ciudadanía, pese a que saben cuál es su situación, pese a que no ignoran que los numerosos recortes en todas las áreas no sólo empobrecen a los ciudadanos, sino a todo un País, que ve cómo la  educación, la sanidad, la vivienda, la investigación y las infraestructuras en general están sufriendo una regresión tal que nos hará retroceder decenios, y todo ello en medio del sufrimiento general de una población que no sabe ya qué hacer, cómo luchar contra este despropósito generalizado.
Pero no hay nada que hacer, ellos seguirán alimentando el monstruo que les permite continuar en sus puestos de privilegio y para ello dictan continuas medidas cada vez más restrictivas, pese a las terroríficas cifras del paro, a los recortes, a los comedores sociales, a los desahucios, y llevarán a cabo lo que consideren necesario con tal de que el poder, El Príncipe, continúe en su trono, de que cobre pleno sentido su existencia y la de quienes ostentan dicho poder.
Nada podemos hacer para cambiar las cosas definitivamente y eso desespera a los ciudadanos. Tampoco gritar más alto sirve de algo y cambiar el sentido del voto, ya hemos visto los resultados perversos que ha tenido. Si utilizamos otras vías distintas a éstas, esgrimirán la Razón de Estado como poderoso justificante de sus actos para evitar los posibles desmanes, y según la doctrina política de Maquiavelo, ella tiene preeminencia absoluta sobre cualquier otra razón de carácter moral, por lo que sólo nos queda la resignación y esperar mejores tiempos y meditar sobre aquello de que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos. Pero el malo no es el sistema, sino los maquiavélicos políticos que lo integran.

viernes, 1 de marzo de 2013

EL ESTADO DE LA BURLA

Es difícil asumir día tras día, que comienza una nueva jornada en un País que parece asolado, triste y desesperanzado, como si no quisiera continuar, como si ya hubiera vivido lo bastante como para no seguir soportando tanto desaire, tanto escarnio, tanta estafa continua e insoportable, que se está convirtiendo con el paso del tiempo en una sensación de engaño, de fraude, de desprecio hacia una ciudadanía golpeada por unos desalmados con aires de señoritos en unos casos, de chulos en otros y de soberbios, inútiles e ineptos en los demás, mensajeros todos de la más recia y cutre sabiduría española del todo vale con tal de llenarse los bolsillos, de mantenerse en la poltrona y de permanecer en ella a toda costa, que para eso me han elegido, a mí, que soy un demócrata de toda la vida.
            Desalentador hablar con la gente y comprobar como más pronto que tarde, saldrá el tema del paro, de los conocidos próximos que ya llevan años desempleados, muchos sin prestación alguna, de que con esa edad ya no encontrará nada, pese a su experiencia, y con quince o veinte años por delante para poder cobrar algo de jubilación, si es que lo logra, ya ves, le pueden quedar, como suele decirse, cuatro euros, y no digamos si salen a colación los jóvenes, en casa con treinta años, sin oficio ni beneficio, con un porcentaje del cincuenta por ciento de desempleo, porque salir al extranjero lo tienen difícil, sin preparación suficiente, sin idiomas, sin cualificación, y más ahora que han reducido de forma trágica la formación a todos los niveles, y si no que se lo digan a los parados, que antes podían reciclarse, formarse, adquirir nuevos conocimientos que les fueran útiles para encontrar un trabajo, que por otra parte ya no hay, pero que los tenía en el aula durante varios meses cinco horas al día en contacto con otra gente, ocupados en definitiva el cuerpo y la mente.
            Y ahora están en casa, dándole vueltas a lo mismo cada día, cada hora, tratando de encontrar una salida, una respuesta, una solución, para volver siempre al mismo punto de partida, y volver a comenzar, para acabar entrando en una desesperación que les tortura y que trastoca y perturba el ambiente familiar, que generalmente poco puede hacer sino darle ánimos, dárselos entre todos, porque desgraciadamente hay muchas unidades familiares en las que todos sus integrantes están sin trabajo.
            La gente está soportando lo indecible, y por ahora todo queda en gestos de ira, frases llenas de una mal contenida indignación, cabreos, enfados. ¿Pero hasta cuando va mostrarse así de moderada una ciudadanía que soporta tanta villanía, tanta necedad, tanta burla cruel? Escucho la radio y oigo a la gente cuando interviene en los programas en los que se les da paso para que se muestren abierta y libremente y se expresen con cuanta rotundidad puedan hacerlo. Ira, rabia, furia incontenible desprenden la mayoría de las personas que descargan toda su indignación sobre el estado de las cosas, sobre el corrupto de turno que se permite la desfachatez de apuntarse al paro, de los ladrones de guante blanco que abundan por doquier, del titulado nobiliario que se aprovecha de su posición para enriquecerse, de los derroches habidos por políticos estúpidos y corruptos, de los bancos rescatados con cantidades inimaginables, de los banqueros con sueldos y pensiones millonarias, de los trágicos y sobrecogedores desahucios.
       Y muchos, después de dos o tres minutos que les permiten decir lo que piensan, terminan con aquello de sacar la escopeta y salir a la calle, se cabrean, maldicen, alguno llega a las lágrimas, y casi siempre, se preguntan por qué los políticos, el gobierno, la oposición, se burlan de ellos, de nosotros. Y no hay respuesta.