miércoles, 27 de mayo de 2020

EL DESCONCIERTO

Imposible escribir sobre cualquier tema que no verse sobre la pandemia que nos acecha desde hace ya más de dos meses y medio, con sus innumerables,  variadas y diversas circunstancias, que hacen que el abanico de temas a tratar dentro de este triste y omnipresente núcleo central, ofrezca material más que suficiente para poder extenderse sobre el mismo, sin que parezca que jamás vaya a agotarse, algo que por otra parte desearíamos con auténtica fruición, y que parece, que por ahora, desafortunadamente, no va a ser así.
Después de tanto tiempo del mal llamado estado de alarma, que nos ha confinado de una manera radical para evitar la extensión de la epidemia, aún no sabemos con exactitud la exacta magnitud de una tragedia que ha devastado a nuestro País y a sus ciudadanos de una manera brutal, con cifras que según los gobernantes, rondan las treinta mil víctimas, aunque debido al caos existente y al descontrol en el seguimiento del desastre, cada día nos sorprenden con nuevas cifras, que hoy pueden ser dos mil menos, y mañana sumarse quinientos más, que al siguiente pueden variar, sin que nos den una explicación lógica y creíble de semejante desatino.
Todo ello, pese a que afortunadamente, gracias al sacrificio de una enclaustrada y sufrida población, los contagios y las víctimas se han reducido considerablemente, aunque continuamos con una ligera suavización de las medidas de confinamiento, que no obstante no evitan que continuemos recluidos y sin libertad de movimientos, salvo para quienes tengan que ir a trabajar o desplazarse con la correspondiente autorización y justificación debidas, para evitar ser multado por la autoridad competente.
Mientras tanto, el gobierno se halla sumido en una confusión tal, que aparte del desconcierto en las cifras, se ve obligado a pactar con unos o con otros, según le convenga, para poder sacar adelante las prórrogas de esta insoportable reclusión, sin que para ello, repare en si lo ha de llevara cabo pactando con dios o con el diablo, en unos términos que ofenden a la dignidad y a la decencia más elementales, y que no tienen inconveniente en materializarlos pese a que ni a los suyos les satisfaga, a lo que hacen oídos sordos, en una despótica demostración de autoritarismo caudillista a la que pretenden acostumbrarnos, y que lo están llevando a cabo sin el menor de los sonrojos, ni de las vergüenzas ajenas que están provocando.
Es sin lugar a dudas, una trepidante y continua huida hacia adelante, que no tiene sentido alguno, salvo para quienes quieren salvar unadelicada situación, con una legislatura de una fragilidad extrema, cogida con alfileres, que ven como se les cae a pedazos cada día que pasa, en una patética demostración de debilidad extrema, pretendidamente disfrazada de una inexistente fortaleza, que no hace sino dejarlos en evidencia ante una sociedad que continúa sufriendo los efectos de su mala gestión en los comienzos de la pandemia, que ha dejado exhausto al País.
Tal es el grado de fragilidad de este gobierno, que se dice progresista, que ante la avalancha de denuncias que se les vienen encima, recurren a una pretendida higiene democrática, que no es sino un escudo protector para defenderse de las acusaciones como la de permitir numerosos actos masivos como la del ocho de marzo, y otros, con la dimisión de cargos de la guardia civil, que han aportado información a petición judicial, sobre dicho tema, en un vergonzoso acto de autoritarismo, y que ante las protestas habidas, han respondido con una subida de sueldo para acallar voces, algo que nos recuerda comportamientos de otros tiempos, que no quisiéramos volver a contemplar.
Mientras tanto, los ciudadanos tratan de salir delante, en medio del dolor por sus víctimas, el paro, una economía devastada, y la confusión reinante, que en nada ayuda a suavizar tanto sufrimiento, para el que no se ha previsto más bálsamo que algunas ayudas, que no bastarán para calmar y soportar tanta angustia y tantos sufrimientos, ya que ni siquiera se ha pedido público perdón por los errores cometidos con desastrosas consecuencias, salvo algunas tímidas excusas, apenas audibles, y que no han tenido reflejo alguno en futuros comportamientos, antidemocráticos en ocasiones, e impropios de una democracia correspondiente a un país europeo.

jueves, 21 de mayo de 2020

EL MERCADER DE LA MONCLOA

En plena y devastadora pandemia, que ya arroja la espeluznante cifra de casi treinta mil muertos en nuestro atormentado País, con dos meses y medio de insoportable confinamiento, donde no se repara si se lleva a cabo en viviendas de cincuenta o de cien metros cuadrados, donde pueden convivir dos o diez sufridos ciudadanos, seguimos padeciendo, una prórroga tras otra, del mal llamado estado de alerta, que está causando un dolor y un sufrimiento indecible en una población, que tardará, si lo logra, en superar esta espantosa situación personal, anímica, laboral y económica, que no sabemos ni cuándo ni cómo acabará.
Mientras tanto, el extraño gobierno cogido con alfileres, y siempre en el alero, continúa mostrando su cara más altanera, soberbia, y lo que es peor, caudillista, al mostrarse como una falsa unidad pétrea, cuando más bien, parece una frágil piña, con continuos debates internos y contradicciones, en una estúpida lucha por mantener su débil e inestable acuerdo, que haciendo agua por todos lados, no impide que sigan adelante, aunque para ello tengan que alterar la verdad, utilizando una propaganda, que no es sino una auto promoción interna, para ocultar los muchos errores cometidos en la gestión de esta espantosa pandemia.
Para ello no dudan en intentar mostrar una unidad inexistente, que se manifiesta casi cada día, a la hora de llevar a cabo una toma de decisiones, que en absoluto responden a una unanimidad, fingida, con importantes tensiones, que les obligan a intentar disfrazar una falsa paz entre ellos, que a toda costa necesitan para poder sobrevivir, ya que ambos grupos se necesitan mutuamente, como al resto de quienes les apoyan, en una ceremonia de la confusión, en la que todos penden de un delgado y frágil hilo, a punto de romperse en cualquier momento, y al que se aferran con desesperación.
Mientras tanto, y para asegurarse la prórroga del estado de alarma, pactan con quién se les ponga a tiro, con quién sea, con aquellos que estén dispuestos a apoyarles, a firmar, consiguiendo a cambio casi lo que quieran, sin apenas limitaciones, ya sean de derechas, de izquierdas o de centro, en una escena mercantilista que causa auténtico asombro y desesperación entre los ciudadanos, cuando contemplan cómo un gobierno que debiera luchar por su salud, como primera y más importante prioridad, lleva a cabo una denodada lucha para sobrevivir, por encima de todo y de todos, negociando con cualquiera, como si de mercaderes se tratara, que ceden y conceden lo que sea necesario para seguir en la poltrona.
A tal extremo ha llegado el presidente del gobierno, que a espaldas incluso de su consejo de ministros, y de las organizaciones empresariales y sindicales, ha firmado un documento con los independentistas vascos más radicales, en el que se comprometen a derogar íntegramente la reforma laboral, lo que ha hecho saltar por los aires todas las alarmas en todos los estamentos sociales, que han puesto él grito en el cielo ante semejante soberbia e irresponsabilidad puesta de manifiesto con la firma de este documento.
Ahora, sus actuales compañeros de viaje en el mantenimiento de la legislatura, se preguntan qué pueden esperar de quién actuando por su cuenta, toman las decisiones que en cada momento más les convengan, sin tenerlos en consideración, ni consultarlos, como ha sucedido en esta ocasión, o como cuando pactaron con Ciudadanos, para sacar adelante una prórroga que tenían en precario sacar adelante, y que confirma el hecho de que la política para este extraño y desconcertante gobierno, es puro mercadeo, al margen de una ciudadanía que está sufriendo lo indecible, y que contempla con estupor, las malas artes y maneras del presidente del gobierno, que se está ganando a pulso eltítulo de mercader de la Moncloa.

sábado, 16 de mayo de 2020

ALGÚN DÍA

Algún día habrá que pedir responsabilidades por la tragedia que ha sufrido nuestro País, con unas cifras de víctimas inasumibles desde cualquier punto de vista, que han dejado decenas de miles de muertos en apenas dos meses, y que han devastado pueblos y ciudades de toda nuestra geografía, por una pandemia que las autoridades vieron venir, pero ante la que actuaron tarde y mal, sin capacidad de iniciativa al principio ni de reacción después, lo que ha incrementado el espantoso desastre que ha dejado desolados a los ciudadanos, y destruida la economía.
Algún día habrá que pedir explicaciones a quienes ante la que se nos venía encima, con los casos de China e Italia bien próximos y visibles, no actuaron de inmediato  cerrando estadios de fútbol, cines, teatros, discotecas y actos multitudinarios de todo tipo, que hubieran evitado un alto porcentaje de víctimas, como demuestran los estudios y estadísticas al efecto, que hubieran aliviado en parte el inmenso sufrimiento de una población abandonada a la ineptitud e ineficiencia de sus gobernantes.
Algún día habría que denunciar a los responsables de autorizar la manifestación del día de la mujer del ocho de marzo, dónde 120.000 personas, sólo en Madrid, convocaron una auténtico suicidio colectivo, de dónde se calcula que un 10% es decir 12.000 personas, se contagiaron, en un acto de suprema irresponsabilidad, que salvo unos pocos  han pedido disculpas, mientras que los principales responsables de semejante barbaridad, no han tenido la mínima dignidad de hacerlo, pretextando consejos técnicos y de los expertos, cuando para entonces pocos dudaban de su enorme peligrosidad, sin que se necesitase informe alguno al efecto.
Algún día alguien debería explicar cómo es posible que si ya el día anterior a ese multitudinario acto, se confinaron a 40 personas contagiadas en la ciudad riojana de Haro, nadie hiciera nada por evitar esa manifestación y permitiera otros actos masivos, cuando en países, como por ejemplo Suiza, hacía ya diez días que no se permitían reuniones de más de mil personas, mientras que aquí, los gobernantes, bien por acción, bien por omisión, se mantuvieron inactivos, permitiendo de esta forma que la ola de contagios se extendiera por todo el País.
Algún día deberían responder, quienes ante la  advertencia de la Organización Mundial de la Salud, ocho días antes, en el sentido de acaparar material sanitario de todo tipo, ante la epidemia ya desatada, desoyeron esta recomendación, con las atroces consecuencias que ha tenido en los sanitarios, que se encontraron indefensos e inermes ante la brutal avalancha de enfermos, hasta el punto de que tuvieron que utilizar las bolsas de basura como protección, y que nos ha llevado a ostentar el triste récord de la tasa mundial de sanitarios contagiados, lo que ha motivado un altísimo número de víctimas entre estos auténticos héroes de esta pandemia.
Algún día, alguien deberían exigir a las autoridades, las responsabilidades oportunas por la declaración de un estado de excepción disfrazado de estado de alarma, ya que este solo limita algunas libertades, mientras que aquel, conculca, como así ha sido de hecho, la libertad de movimiento, reunión y manifestación, al tiempo que ha propiciado una solapada intención de eliminar las críticas a la actuación del ejecutivo, que ha quedado de manifiesto ante el descubrimiento de mensajes internos que trataban de silenciar toda emisión de opiniones negativas en las redes sociales, en un claro ejercicio de autoritarismo incompatible con la democracia.
Algún día, debería pedirse que se considerase como abuso de poder manifiesto, el repetido hecho de tomar todo tipo de decisiones de suma importancia para el País, que se han llevado a cabo sin contar con el resto de partidos políticos, a los que se ha informado siempre a posteriori, o a través de los medios de comunicación, sin que ello fuese obstáculo para que después pidiesen su apoyo y acuerdo para llevar a cabo unas medidas, que en muchos casos, van a dejar una profunda huella en la ciudadanía, tanto anímica como laboral, así como en una economía que ha quedado profundamente devastada.
Algún día, alguien debiera responsabilizarse por esta espantosa masacre que va a dejar una indeleble huella en una población que ha sufrido de mil formas diferentes, que se ha visto confinada en sus casas, que no ha podido visitar a sus enfermos en el hospital, que no ha podido despedirlos ni honrarlos en sus exequias, que ha perdido su trabajo, su negocio y su estabilidad emocional, y en muchos casos, su futuro, ante una pandemia que es la principal culpable, pero no la única, ya que la mala gestión de sus gobernantes ha propiciado que este terrible drama se haya visto incrementado en sus atroces consecuencias.

martes, 12 de mayo de 2020

TODO EL DOLOR DEL MUNDO

Cuan frágil puede llegar a ser la memoria, si así podemos denominar a la capacidad para el olvido que a corto plazo demostramos hoy, mientras se suceden los atroces momentos que estamos viviendo, en medio de un drama que estamos padeciendo, y que en apenas dos meses de pandemia y forzoso confinamiento, un dolor que debería ser casi inasumible ante las terroríficas cifras de víctimas, cuya cuenta se ha cebado fundamentalmente y con fiera crueldad en nuestros mayores y en el admirable personal sanitario, indefenso por falta del material necesario, ante la barbarie de una brutal enfermedad, que a nadie ha perdonado.
Y no solamente en ellos, sino que lo ha llevado a cabo también en los más débiles, como si la naturaleza hubiera elegido a ambos grupos, en cualquier caso, los más vulnerables, para llevar a cabo una siniestra y pérfida labor, que no parece propia de tan sabía madre, sino de la malvada y estúpida indolencia de la especie humana, que ha cometido demasiados errores, como para que eternamente nos sean perdonados.
Cifras que espantan y horrorizan ante su tamaño, que hoy, apenas dos meses después del comienzo de la tragedia, arrojan un tétrico valor de más de treinta mil seres humanos, que en tan poco espacio de tiempo han desaparecido de la faz de la tierra, sin poder ser visitados en su lecho del dolor, ni visitados, ni despedidos, ni acompañados en sus silenciosos y solitarios funerales, algo que ha aumentado el sufrimiento de sus familiares de una durísima y penosa manera, que sólo ellos pueden llegar a asumir, y que nosotros, el resto, los afortunados que no hemos sido tocados por la desgracia, jamás podremos entender, y que parece tratamos de olvidar, como si fuera un mal sueño.
Y es este sublime padecimiento el que debería golpearnos cada día de nuestras vidas, más allá de los aplausos de las ocho de la tarde,  convertidos en ocasiones en auténticas verbenas y exageradas jaranas, que comenzaron para recordarlos a ellos y a los héroes que los atienden en los hospitales y centros sanitarios, y están acabando, cuando así sucede, en unas apenas audibles palmadas, que desde contadas ventanas continúan homenajeándolos, en un loable acto de reconocimiento, ante el sufrimiento de unos y el valor de otros, y que no debería decaer en ningún momento.
Las dantescas cifras, tan brutalmente abrumadoras, sin duda nos superan anímicamente, ya que las reacciones ante las mismas, llegado un momento apenas se manifiestan en una expresión de asombro y poco más, hasta el punto, que ni siquiera se ha llevado a cabo una declaración de duelo nacional, que al menos, denotaría el hondo sentimiento de una población, ante semejante tragedia que nos desborda en todos los órdenes.
Quizás hayamos perdido la capacidad para manifestar públicamente el sufrimiento que nos produce, quizás el dolor es tan profundo que nos impide exteriorizarlo, o quizás, hemos perdido ya a estas alturas la suficiente madurez anímica y moral como para sentir algo nuevo, acostumbrados como estamos a vivir en directo todo el dolor del mundo, todo el sufrimiento posible, sin apenas inmutarnos, acomodados en nuestros sofás, como si de una serie televisiva se tratara, a través de los medios de comunicación y de unas redes sociales omnipresentes, y fruto de todo ello, hemos quedado inmunizados ante todo tipo de desastres por crueles que sean
Como ocurre con el caso presente, algo que no tiene parangón con las tragedias vividas desde hace mucho tiempo, y que no debería dejarnos en un estado de una imperdonable e insoportable indolencia, que si ahora no somos capaces de manejar con la debida sensibilidad y respeto, jamás nos lo perdonaríamos, cuando más adelante repasemos estos terribles tiempos que nos ha tocado vivir.

jueves, 7 de mayo de 2020

EL AVISPERO

Tiempos hay que desearíamos no haber conocido, que quisiéramos no haber dado con ellos, no saber de su existencia, sino haberlos dejado al margen de nuestras vidas, ignorarlos, sin tener el menor conocimiento de lo que nos esperaba a la vuelta de la esquina, rondándonos la desgracia y el mal que ahora nos acecha y nos hiere con brutal fiereza, despertándonos de un sueño en el que parecía nos habíamos instalado desde hace ya mucho tiempo, para disfrutarlo mientras tanto, pese a que sabíamos que no hay mal, ni bien, que cien años dure.
Ahí estábamos cuando llegó la tormenta en forma de pandemia, que ha acabado con un ciclo que quizás ya duraba demasiado tiempo, y que nos ha encontrado indefensos, inermes y siempre asombrados, ante lo que no podíamos creer que jamás nos sucediera, pero que ha supuesto un durísimo y trágico golpe, mortal en lo que ha supuesto una espantosa cifra de víctimas espantosamente dramática, y de innumerables sufrimientos soportados por unos ciudadanos, que contemplan con estupor la que se les viene encima cuando todo esto acabe.
Claro está, siempre y cuando sea así, ya que tampoco existe una seguridad ni absoluta ni relativa, ya que las previsiones que nos anticipan los padres de la patria, no son muy halagüeñas, con meses por delante de un insufrible desescalamiento hacia una anómala normalidad, quellegará en todo caso cuando acaben las demostradas fases por las que nos dicen hemos de pasar.
Etapas que se están llevando a cabo de una manera tal, que están suscitando toda clase de oposiciones y enfrentamientos por parte de la mayoría del arco parlamentario, que no encuentra sino continuos obstáculos ante un gobierno autoritario y, en consecuencia, muy poco dialogante, que no se resigna a compartir una responsabilidad, que aunque le ahoga, y que se ha ganado a pulso por los muchos errores cometidos al comienzo de la pandemia, no está dispuesto a ceder, quizás por miedo a que salgan a la luz sus muchas vergüenzas, que en cualquier caso, una vez termine este desastre, no podrán evitar.
Y que se sustanciará, sin duda, en forma de denuncias y reclamaciones a un gobierno que actuó tarde y mal, y que después, ya metidos en el atroz y pavoroso drama, dejó indefensos por falta de una elemental y urgente previsión, a la sanidad en general, que dejó expuestos a los miles de sanitarios de este País, que han sufrido lo indecible, pagando con sus vidas una gran cantidad de estos héroes, y como consecuencia, deteriorándose la atención en unos hospitales atestados de enfermos que en  número ya próximo a los treinta mil, han muerto, en medio de un caos que se tendría que haber evitado, si se hubiera escuchado a la Organización Mundial de la Salud, que con tiempo avisó de la que se venía encima.
Pero no fueron capaces de acaparar material sanitario, ni preparar los hospitales para la que ya se veía venir, pero que estos incapaces no supieron llevar a cabo, con las desastrosa consecuencias que ahora contemplamos, y que ni siquiera son capaces, no ya de reconocer, sino al menos de entonar un mínimo mea culpa por los múltiples y graves fallos cometidos.
Aquellas desmesuradas intenciones de asumir al poder, de conseguir como fuera una mínima mayoría para gobernar, vistas ahora desde esta durísima perspectiva, resultan dramáticamente irónicas, cuando apenas comenzada la inestablecoalición, cogida con pinzas para poder sobrevivir, se encontraron con una pandemia que los ha sobrepasado y que los ha dejado a los pies de los caballos.
Y es que lejos de mostrar un mínimo de humildad, lo han enfrentado con una soberbia casi despótica, que los descalifica ante una sociedad muy castigada, que ve ahora cómo para mantener los pasos que han diseñado sin consultar con nadie, se ven obligados a buscar alianzas como han hecho con Ciudadanos, mientras que los catalanes de Esquerra, que les apoyaron en la investidura, les niegan ahora su voto, y les amenazan con romper la legislatura, si no atienden sus demandas.
Algo que pronto o tarde harán, cediendo como siempre, porque sin ellos, no son nada, y es que como ingenua y cándidamente afirman, en un gesto muy de andar por casa, son un gobierno progresista, aunque mientras tanto, y para sobrevivir, pactarán con quién haga falta, en una ceremonia de la confusión y de la charanga más estridente, que nos recuerda a un avispero, lo cual puede sonar a broma, algo que está absolutamente fuera de lugar, dados los crueles y estremecedores tiempos por los que estamos pasando.

martes, 5 de mayo de 2020

VUELTA A LA NORMALIDAD

Cincuenta insoportables días, con sus correspondientes noches. Cincuenta insufribles series de veinticuatro horas, con sus inevitables minutos. Cincuenta irritantes sucesiones de luz y oscuridad, que están dejando huella en unos ciudadanos que soportan cada vez de menor grado un confinamiento, un encierro, una reclusión, una clausura sin claustro conventual, pero con celdas, algunas, por desgracia, de un tamaño ínfimo como para soportar a toda una familia completa, de un número de miembros tal, que supera con creces la necesaria salubridad, intimidad y libertad necesarias, para una estancia tan larga y deprimente, que con todo, aún no ha terminado.
Después de más de treinta mil fallecidos, una economía devastada y una sociedad asolada por una pandemia a la que se tardó en hacer frente, pese a las devastadoras y precedentes consecuencias en China e Italia, el gobierno, sin apenas dialogar con el resto de los partidos políticos, a su aire, en plan padres de la patria, ha elaborado una salida hacia lo que denominan nueva normalidad, que los ciudadanos, perplejos ellos por la que se les viene encima, dada la complejidad y la incertidumbre que han desatado las fases por las que habrá que pasar, se encuentran desorientados y a la espera de una mayor concreción de los pasos a seguir.
Pasos, que según nos dicen nos conducirán a una nueva etapa de nuestras vidas, a una nueva sociedad con unas característica y unas nuevas e imprevisibles circunstancias, que nadie se atreve a sustanciar, dadas las muchas dudas que se nos presentan ante un futuro que no resulta fácil de augurar, y que no nos garantiza una tranquila existencia, una seguridad y la esperanza de un futuro cierto y esperanzador para todos los seres humanos que habitamos este Planeta.
Apenas sesenta minutos, de los tres mil seiscientos que tiene el día, han comenzado a permitir salir a los más pequeños, mientras al resto, después de tanto tiempo, han tenido la bondad de abrirnos las puertas de nuestras casas para permitirnos pasear durante ese breve período de tiempo, con un ceremonial estrictamente calculado para todos, grandes y pequeños, estipulando cada paso que hemos de dar, cómo lo hemos de ejecutar, y en qué condiciones lo hemos de llevar a cabo, para evitar que papá estado nos sancione por desobediencia.
Ahora, comienzan a hablarnos de un supuesto comienzo hacia una incierta normalidad, que habrá de desarrollarse paso a paso, aplicando, cómo no, un protocolo que se sustanciará en una serie de fases o escalas que nos conducirían a ese nuevo estado de regularidad, que nadie se atreve a desentrañar cómo, cuando y cómo se ha de desarrollar, pero que contiene, a priori, las suficientes connotaciones, si no negativas, sí de una incrédula y suspicaz desconfianza, que nos hace sospechar que una nueva etapa de directrices, reglas y normas, podrían regir un futuro incierto.
Triste futuro nos espera, si hemos de continuar con este estado de estrecha, aunque disimulada vigilancia, que llaman estado de alarma, cuando en realidad es un auténtico estado de excepción disfrazado, que espero no soportemos durante mucho más tiempo, ya que el confinamiento extremo al que nos están obligando está causando estragos en todos los órdenes, sin saber hasta cuándo, ni cómo acabaremos cuando recuperemos la libertad perdida.
Claro que, una vez recuperada, si es que así podemos denominarla, ignoramos por completo cómo habrá de desarrollarse en el nuevo día a día, si es que tendremos que continuar con las mascarillas, con el distanciamiento social, con precauciones de todo tipo, que nos hagan salir a la calle sospechando de todo y de todos, cuidando no tocar a nada ni a nadie, saludando desde la distancia, evitando toda clase de efusividades, y, en definitiva, viviendo con miedo, que es lo último que podríamos desear, y que seguro, durante mucho tiempo, nos acompañará en nuestras procelosas y vacilantes vidas.