Imposible
escribir sobre cualquier tema que no verse sobre la pandemia que nos acecha
desde hace ya más de dos meses y medio, con sus innumerables, variadas y diversas circunstancias, que hacen
que el abanico de temas a tratar dentro de este triste y omnipresente núcleo
central, ofrezca material más que suficiente para poder extenderse sobre el
mismo, sin que parezca que jamás vaya a agotarse, algo que por otra parte
desearíamos con auténtica fruición, y que parece, que por ahora,
desafortunadamente, no va a ser así.
Después de
tanto tiempo del mal llamado estado de alarma, que nos ha confinado de una
manera radical para evitar la extensión de la epidemia, aún no sabemos con
exactitud la exacta magnitud de una tragedia que ha devastado a nuestro País y
a sus ciudadanos de una manera brutal, con cifras que según los gobernantes,
rondan las treinta mil víctimas, aunque debido al caos existente y al
descontrol en el seguimiento del desastre, cada día nos sorprenden con nuevas
cifras, que hoy pueden ser dos mil menos, y mañana sumarse quinientos más, que
al siguiente pueden variar, sin que nos den una explicación lógica y creíble de
semejante desatino.
Todo ello,
pese a que afortunadamente, gracias al sacrificio de una enclaustrada y sufrida
población, los contagios y las víctimas se han reducido considerablemente,
aunque continuamos con una ligera suavización de las medidas de confinamiento,
que no obstante no evitan que continuemos recluidos y sin libertad de
movimientos, salvo para quienes tengan que ir a trabajar o desplazarse con la
correspondiente autorización y justificación debidas, para evitar ser multado
por la autoridad competente.
Mientras
tanto, el gobierno se halla sumido en una confusión tal, que aparte del
desconcierto en las cifras, se ve obligado a pactar con unos o con otros, según
le convenga, para poder sacar adelante las prórrogas de esta insoportable reclusión,
sin que para ello, repare en si lo ha de llevara cabo pactando con dios o con
el diablo, en unos términos que ofenden a la dignidad y a la decencia más
elementales, y que no tienen inconveniente en materializarlos pese a que ni a
los suyos les satisfaga, a lo que hacen oídos sordos, en una despótica
demostración de autoritarismo caudillista a la que pretenden acostumbrarnos, y
que lo están llevando a cabo sin el menor de los sonrojos, ni de las vergüenzas
ajenas que están provocando.
Es sin lugar
a dudas, una trepidante y continua huida hacia adelante, que no tiene sentido
alguno, salvo para quienes quieren salvar unadelicada situación, con una
legislatura de una fragilidad extrema, cogida con alfileres, que ven como se
les cae a pedazos cada día que pasa, en una patética demostración de debilidad
extrema, pretendidamente disfrazada de una inexistente fortaleza, que no hace
sino dejarlos en evidencia ante una sociedad que continúa sufriendo los efectos
de su mala gestión en los comienzos de la pandemia, que ha dejado exhausto al
País.
Tal es el grado
de fragilidad de este gobierno, que se dice progresista, que ante la avalancha
de denuncias que se les vienen encima, recurren a una pretendida higiene
democrática, que no es sino un escudo protector para defenderse de las
acusaciones como la de permitir numerosos actos masivos como la del ocho de
marzo, y otros, con la dimisión de cargos de la guardia civil, que han aportado
información a petición judicial, sobre dicho tema, en un vergonzoso acto de
autoritarismo, y que ante las protestas habidas, han respondido con una subida
de sueldo para acallar voces, algo que nos recuerda comportamientos de otros
tiempos, que no quisiéramos volver a contemplar.
Mientras
tanto, los ciudadanos tratan de salir delante, en medio del dolor por sus
víctimas, el paro, una economía devastada, y la confusión reinante, que en nada
ayuda a suavizar tanto sufrimiento, para el que no se ha previsto más bálsamo
que algunas ayudas, que no bastarán para calmar y soportar tanta angustia y tantos
sufrimientos, ya que ni siquiera se ha pedido público perdón por los errores
cometidos con desastrosas consecuencias, salvo algunas tímidas excusas, apenas
audibles, y que no han tenido reflejo alguno en futuros comportamientos,
antidemocráticos en ocasiones, e impropios de una democracia correspondiente a un
país europeo.