lunes, 30 de mayo de 2016

LA DÉCIMA Y UNA MÁS

Hace apenas dos años, y tras doce de paciente espera,  llegó por fin la Décima Copa de Europa que los madridistas celebramos con una inmensa ilusión, que nos llenó de una absoluta y completa satisfacción, que consideramos incluso suficiente para sentirnos satisfechos por unos pocos años más, al ver colmadas y resueltas las esperanzas que teníamos depositadas en tan emblemática cifra, conseguido por este legendario club, especialista como nadie en esta reputada competición.
Recuerdo con emoción, aquella generación de las cinco copas de Europa que el Madrid obtuvo de forma consecutiva, cuando este club reinaba de forma absoluta y contundente en una Europa admirada ante el contundente potencial futbolístico de un equipo procedente de una España sumida en una férrea dictadura.
Tendría yo apenas siete u ocho años, pero mantengo intactos, como estoy seguro lo harán multitud de aficionados de aquellos tiempos, los recuerdos de aquella maravillosa época, en los que el Real Madrid causaba admiración en todo el mundo, con aquellos míticos jugadores que marcaron toda una época.
El himno de Eurovisión, lo asociábamos de inmediato con la Copa de Europa, pues los partidos que tenían lugar en los campos de todo el Continente, comenzaban con dicha sintonía, obligatoria mientras se realizaba la conexión con el País donde se celebraba el encuentro.
Cuando lo oigo, los recuerdos afloran de inmediato, ya que era presagio de una de las muchas finales que todos seguíamos con una incontenible emoción y que tantas veces disputó el Real Madrid, y que mantenía pegado a la pequeña pantalla a todo un País que estaba pendiente de un ya glorioso Real Madrid.
Y he aquí, que al cabo de apenas dos años, este equipo ha conseguido una Copa de Europa más La Undécima, algo que nos ha llenado de una grandísima satisfacción a los aficionados madridistas, y que ha colmado totalmente las aspiraciones de unos seguidores que han visto cómo en tres años conseguían dos grandes éxitos, cuando habíamos tenido que esperar doce para lograr la ansiada, mítica y legendaria Décima Copa de Europa.
Se ha conseguido frente al mismo rival de entonces, el Atlético de Madrid, en una apasionante final que hemos vuelto a ganar y que nos enfrentó a un serio y digno rival, donde dos equipos españoles se enfrentaban de nuevo, y dónde sólo uno de ellos gozaría del ansiado triunfo.
Dos caras opuestas de la moneda, muy diferentes y extremadamente distintas, con emociones y sentimientos radicalmente distintos, que han ido de la alegría desbordante de unos, a la tristeza y frustración de los otros, que han sufrido la amarga derrota en dos finales a las que brillantemente han accedido en los últimos tres años, ante el mismo rival.
Profundamente desolados, los seguidores del Atlético de Madrid, mostraban en sus rostros la amargura de una nueva derrota que les sume en una infinita tristeza, que no obstante el tiempo borrará. De nada sirve llegar a la final, ningún consuelo de ello se obtiene si no se logra el triunfo final.
La historia, en todos los deportes, sólo destaca y recuerda al vencedor, aunque la victoria refleje una diferencia mínima de un gol, de un punto, o de un segundo. Es duro, y hasta cruel, pero el segundo clasificado no figurará jamás como un ganador, sino como el primero de los perdedores, de los desafortunados derrotados, a los que nunca nadie conservará en el recuerdo, sino en el más injusto de los olvidos, en un acto de suprema y dura ingratitud.
 Pero así se escribe la historia desde el principio de los tiempos. Nos ha tocado a nosotros, los seguidores del Real Madrid, disfrutar de las mieles del triunfo, y en ello estamos. Gozaremos de esta nueva Copa de Europa, y esperaremos felices a la llegada de la próxima. ¡Hala Madrid!

lunes, 23 de mayo de 2016

CERVANTES EN EL OLVIDO

Solemos pecar de excesos en esta nuestra vieja patria, con inusitada y continua frecuencia, tanto en un sentido como en el otro, si de solo dos hablamos, porque si los posibles fueran tan numerosos como erráticos nuestros despropósitos, las descalificaciones superarían de tal forma a los reconocimientos, halagos y alabanzas que debieran reconocerse, que el término gratitud y todos sus sinónimos desaparecerían de nuestro lenguaje, para dejar paso a la negación y la indiferencia hacia todo valor humano, material o inmaterial que objetivamente fuera merecedor del más estricto reconocimiento.
Así pasen cuatro días o cuatrocientos años, no tenemos inconveniente ni pudor alguno en tornarnos olvidadizos y remolones a la hora de cantar las alabanzas y aleluyas debidas hacia quien haya hecho los méritos suficientes para ser públicamente cantados de viva y sincera voz, pues ello parece escarnecer dolorosamente a quienes les pesa en exceso, no solamente su capacidad de valorar lo ajeno, sino su incapacidad para hacerse merecedor de los méritos cuyo reconocimiento deniegan.
No siempre estos comportamientos son debidos a ese vicio nacional tan negativo y persistente en el tiempo, que hemos dado en llamar envidia, sino a una desidia injustificable y consciente, casi siempre llevada a cabo por personas e instituciones que debieran tomar la iniciativa en determinadas y puntuales ocasiones, y que parecen mantenerse ajenas a toda responsabilidad que pudieran tener, y de la que suelen deshacerse con ese otro defecto, tan recurrido como necio e hipócrita, que es pasarle la pelota al de al lado, en un gesto que nos conduce al origen de toda esta maraña de despropósitos, que no es otro que la falta de una seriedad exigible, origen de tantos males.
Algo que nada ni nadie puede permitirse, y que nos ha perseguido a lo largo de toda nuestra procelosa y dilatada historia, que pese a nuestra indudable huella cultural en todos los órdenes, que nos acerca y ancla por un lado al mundo occidental, y por el otro, la picaresca, la chapuza y la desidia, nos han procurado una bien ganada fama de país de charanga y pandereta, que tanto daño nos ha hecho, y de lo que no tenemos obstáculo en reconocer, hasta el punto de hacer chanza y chirigota a su costa, en un gesto más de una insensatez y falta de conciencia histórica.
Ni siquiera ahora, cuatrocientos años después de la desaparición del más ilustre representante de la literatura española y universal, Miguel de Cervantes, hemos sido capaces de honrar en su justa medida a quién ya entonces dejó entrever en sus escritos algunos de los aspectos más característicos que siempre han acompañado al temperamento hispánico, que no parece haberse visto modificado sustancialmente desde entonces. “Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes”.
En sus obras, y sobre todo en su inmortal Quijote, Cervantes deja constancia de la ligereza, la desidia, la desmesura, y la ausencia de una seria y trascendente actitud ante determinados actos humanos que se suelen sustanciar con una frívola y negativa manera de afrontarlos mediante la burla, la chanza y la ridiculización de hechos y personas, como en el caso de Don Quijote, ingenioso personaje, cuya bondad e ingenua actitud, siempre dispuesto a hacer el bien y a deshacer entuertos, es tomado como objeto de burla y diversión, donde los más bajos instintos humanos, como la crueldad y el afán de ridiculizar y despreciar al indefenso, alcanzan su más alta amplia y alta expresión.
Dos genios de la literatura universal, Cervantes y Shakespeare, son celebrados en sus respectivos países, con motivo de los cuatrocientos años transcurridos desde su muerte, con muy desigual empeño. En Inglaterra, hay programados una inmensidad de actos y acontecimientos diversos que se desarrollarán a lo largo de todo el año, por todo el país, y en numerosos escenarios que alcanzan a todas las instituciones y organismos sociales, culturales y educativos.
Sin embargo en nuestro país, las críticas alzan su voz ante la indiferencia y la cicatera y manifiesta falta de interés por parte de las instituciones oficiales y culturales a la hora de exaltar y divulgar la vida y obra de nuestro más insigne escritor, algo que solo puede surgir de las insensatas y despectivas instancias encargadas de desarrollar y divulgar una cultura que ahora, más que nunca, ahora se hallan bajo mínimos.
Piensa Unamuno, que es mejor tener ideales, aunque no sean los más pertinentes, que no tenerlos, lamentándose de que la España de Sancho Panza haya perdido su fe en don Quijote y su esperanza en la ínsula Barataria.
Un genio de la literatura, que hace cuatrocientos años, escribió el texto que sigue, acerca de un bien que el ser humano ha perseguido siempre con denuedo y por el que tantas vidas y se han sacrificado, merece nuestra más absoluta y total dedicación, algo que hasta ahora, de forma inexplicable, le estamos en gran medida negando.
"La libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida".

lunes, 16 de mayo de 2016

LA LETRADA ESPELUZNADA

Se acercaba la señora letrada a la sala donde se desarrollaba el juicio, donde ella forma parte de la acusación, en un conocido proceso que dada su popularidad y resonancia mediática que tiene lugar en un juzgado de cuyo nombre todos tenemos constancia y que en todo caso resultaría harto sencillo su localización, para cualquiera que se lo propusiese, dadas las  considerables facilidades que hoy en  día pone a nuestra disposición el mundo digital en el que vivimos.
Caminaba con paso firme y decidido, que diríase, parecía más bien apresurado, dispuesta a no hacerse esperar por el resto de los miembros de la mesa, con las carpetas de documentos en ristre, y con una sonrisa de circunstancias que exhibía a su paso entre las dos filas de periodistas que flanqueaban la entrada a los juzgados.
Uno de ellos le hizo una pregunta sobre una cuestión que ella no debía ignorar, dada la importancia de la cuestión planteada, que atañía a su gabinete, que además era de dominio popular, y que podía poner en cuestión su continuidad como letrada representante del mismo en el susodicho proceso, en principio no por causa achacable a ella – aunque a última hora, están surgiendo dudas al respecto -  sino por un posible delito del más alto representante del gabinete al que ella pertenece.
La respuesta que dio al representante de la prensa y que no se hizo esperar, siempre con una cara de sorpresa, que no podemos saber si era impostada o no, pero que por su tono y timbre, daba la impresión de ser absolutamente sincera, ya que según ella era la primera noticia que tenía fue la que sigue: "estoy espeluznada”.
Sorprendido ante el inesperado vocablo, de inmediato analicé la expresión, que me pareció de una oportunidad impropia y excesiva, y de una rotundidad pretendida, que lejos de conseguir su objetivo, que no era otro que el de impresionar vivamente en el auditorio, juzgué, con perdón, constituía un despropósito inapropiado en una letrada acostumbrada a hablar en público, y que debiera hacer honor al nombre que su cargo representa.
Ignoro si en las intervenciones en las fases orales de los procesos en los que actúa, suele utilizar estos desfases lingüísticos que aunque tuviesen cabida dentro de un uso admitido por la lengua y los órganos que la cuidan y rigen, suponen en todo caso, un empleo desproporcionado y excesivamente burdo y rudo de expresión, que en este caso hubiese bastado con "estoy asombrada, sorprendida, anonadada, estremecida, horrorizada”, y tantos otros a los que hubiera podido recurrir, dada su supuesta preparación cultural, que debiera ser más que suficiente para capear estos imprevistos.
Y no es que no pueda utilizarse dicho término, "espeluznada", sino que no debiera recurrirse a semejante improperio, cuando se utiliza en un contexto, como en el que se daba en este caso, algo que no siempre tienen en cuenta tantos personajes públicos y representantes de los medios de comunicación, que nos tienen acostumbrarnos a frecuentes dislates lingüísticos, que en este año del cuatrocientos aniversario de la muerte de Cervantes, golpean con más fuerza aún en nuestros ya maltratados oídos, por parte de aquellos que más debieran velar por la pureza de la lengua, ya que de ella se valen al utilizarla como herramienta de un trabajo que los dignifica, cuando de ella hacen un correcto, preciso y precioso uso.
Espeluznantes - ahora mejor empleado el vocablo - resultan estas traumáticas incursiones lingüísticas, que suelen maltratar continua y persistentemente nuestra lengua cervantina, que tenemos el deber, la obligación y la satisfacción de velar por ella y por su pureza, con el ánimo siempre dispuesto para dar cabida a nuevos términos, con una flexibilidad lógica y razonable, que los nuevos tiempos demandan.

lunes, 9 de mayo de 2016

LA MALA GENTE

No siempre resulta fácil calificar determinados comportamientos humanos, sobre todo a nivel de grupos de diferente signo, y entidades se refiere, cuando la responsabilidad se ampara en lo corporativo, aunque de hecho siempre reside en una persona o grupo de personas físicas, que son de las que en definitiva emanan las oportunas órdenes, ideas y tomas de decisión.
Y así nos encontramos con escándalos, y despropósitos varios, fundamentalmente a nivel político, dónde las consecuencias de los correspondientes estragos causados, merced a la inapelable e imperiosa decisión del responsable de turno, quedan camuflados y ocultos tras un mar de difusos, oscuros e intrincados intentos de confundir y desviar la atención, algo que consiguen lograr con frecuencia, con sorprendente y relativa facilidad.
Se intenta así diluir toda posible autoría en un mar de inconfesables desatinos, que a modo de intrincadas y laberínticas excusas, tratan de desviar las culpas, alejándolas de sus verdaderos autores, y depositándolas en los brazos del grupo, que al final eludirá toda responsabilidad, sobre la base de su mole administrativa, ante la que los órganos competentes de la administración y la justicia, poco suelen y a veces pueden hacer.
Son maniobras  que conllevan una indudable dosis de maldad, muchas veces permitidas por quienes deben velar por la ética y la limpieza de unos actos que tienden a ocultar inconfesables decisiones llevadas a cabo por parte de quienes tienen un ineludible y determinante compromiso con la legalidad y la limpia ejecución a las que su cargo obliga.
Todas estas circunstancias, suelen darse no solamente en corporaciones bien oficiales, bien privadas, de mayor o menor entidad y tamaño, sino que en ocasiones, el nivel del listón se halla a una mayor y más importante y determinante altura, que suele ser intocable.
Es el caso de los responsables políticos situados al máximo nivel, llegando incluso a su más alta expresión, que llegado el caso, se blinda tras la muralla del ejército de subordinados y de obstáculos administrativos y jurídicos de todo orden y condición, para desviar la carga culpable hacia ellos, cuando toda la responsabilidad última es única y exclusivamente suya.
Casos tenemos en nuestro país en los que el que debiera dar la cara y afrontar las oportunas consecuencias, se evade de las mismas, alegando un desconocimiento no creíble, de lo que está sucediendo en su propia casa, llámese despacho, departamento, ministerio o zonas nobles del más alto y decisivo nivel.
Despilfarros vergonzantes, corruptelas miserables, sobres que se pasean por los despachos, mordidas y porcentajes del tres y cinco por ciento, cantidades que van en negro y retornan en blanco, discos duros que desaparecen en diferido y formateos en directo, whatsapp animando al personal a ser fuerte, correos obscenos en las inmediaciones de palacio, y en fin, toda clase de desvaríos imaginables, que denotan una picaresca subida de tono, que denotan una absoluta falta de control de tal entidad, que no se corresponde con un país serio.
Y sin embargo, aquí nadie dimite, nadie reconoce sus errores, nadie toma las decisiones que debiera por mor de su posición, nadie quiere enfrentarse a sus responsabilidades.
Y es que eso de dimitir, aquí, y desde siempre, nunca ha estado bien visto.

martes, 3 de mayo de 2016

LA SOSEGADA COCINA DE LAS ABUELAS

Un precioso día de invierno, como tantos suelen darse por allí, llamo a la casa del pueblo: madre, vamos este fin de semana, no se te olviden las alubias, las mejores del mundo, las tuyas, las que pones a cocer en el puchero de barro desde primera hora de la mañana.
Claro, hijo, me responde la tía María, como yo la llamo.
No te preocupes, en cuanto me levante, enciendo la cocina y las pongo en la placa a fuego lento hasta que lleguéis.
Encargaré un cuarto lantero de cordero, y lo aso en el horno de la cocina económica.
Gracias, madre, seguro que estará todo buenísimo. Tú asas como nadie en el pueblo, y tus judías, son las mejores, con ese toque que sólo tú le sabes dar
Ay qué hijo. Cuanto me alegra que vengáis.                     
Tened cuidado, que hay bastante nieve, y desde Somosierra a Cerezo, dicen que está mal la carretera. Venid despacio.
Tranquila, estaremos allí a la hora de comer. Un beso, tía María. Hasta mañana.
            Adiós hijo. Un beso para las niñas.
            ¡Cuantas veces he disfrutado con esta conversación hablando con mi madre!
Se fue para siempre hace años, que no parecen haber transcurrido, que no han pasado, porque la tengo en mis recuerdos permanentemente, junto con mi padre.
Ambos yacen juntos y para siempre en el pequeño cementerio de Duruelo, el pueblecito de Segovia donde nací, y al que regreso de vez en cuando.
            Como vuelvo también, con el recuerdo, a sus sencillos y deliciosos platos, cocinados en la acogedora y encantadora cocina de la casa del pueblo.
Las alubias eran espectaculares. El cordero un auténtico festín para el paladar, maravillosamente asado, sin más añadidos que un poco de agua y un ligero toque de manteca, y todo ello elaborado en un horno sencillo como el que tenían las cocinas económicas de entonces.
Son los platos que más recuerdo, aunque mención especial merecen también otros, como el cocido, las patatas guisadas, la tortilla, las sopas de ajo, la sopa castellana, el arroz con leche, los flanes, enormes y deliciosos, y tantos otros platos y postres que hacían las delicias de todos.
Una cocina basada en la natural sencillez de los ingredientes, en la autenticidad de los alimentos empleados, en la infinita paciencia y el tiempo empleado para cocinarlos, así como en el amor y la dedicación que nuestras madres ponían a la hora de condimentarlos.
            Uno de los grandes placeres de este terrenal mundo, lo constituye sin lugar a dudas el disfrute de la buena mesa, la tradicional, la que excita los sentidos sólo con el disfrute de su sugerente visión, y todo ello, pese a la existencia y el auge de la denominada cocina minimalista, que parece oponerse a semejante y celestial disfrute, que no obstante jamás podrá competir con el deleite que proporciona la cocina clásica.
No se trata tampoco, de la mesa ampulosa, cara y  sofisticada, al alcance de tan sólo unos cuantos, que disfrutarán sumamente de la exquisitez de unos productos de primera categoría, regados por unos fabulosos caldos, rodeados por cubertería de plata y envueltos en manteles de exquisitos tejidos, sino de la cocina sencilla, natural, ingeniosa y audazmente cotidiana que siempre elaboraron en nuestras casas nuestras madres, a base de legumbres, patatas, alubias y ensaladas, regadas con un buen aceite de oliva.
Metidos en faena, merece la pena recordar, yo que soy de Segovia, cómo se celebraban las bodas en los tiempos de mi infancia, en los pueblos. Se habilitaba el corral, allí donde se guardaban el carro y los aperos de labranza, se disponían unas borriquillas de madera y encima unos largos tablones de madera.
Sobre ellos se disponían  las tarteras de barro, cada una de ellas con un par de cuartos de asado, uno lantero y otro trasero, los platos de ensalada, el pan y las jarras de vino. Eso era todo. Casi nada.
            Y hoy contemplamos con sorpresa y un poco de hartazgo, cómo proliferan en los medios de comunicación los programas de cocina, algunos excesivamente  sofisticados, mientras surgen chefs a diestro y siniestro, incluidos los infantiles, lo cual resulta en ocasiones un poco excesivo y desproporcionado.
Un despropósito que en ocasiones tiene más de espectáculo que de auténtico, pero que puede servirnos para tomar didácticas notas, y nunca mejor dicho, porque no estaría nada mal que se introdujera en la escuela  la gastronomía y la cocina.
Aprender a cocinar desde pequeños, chicos y chicas. Una práctica y divertida asignatura.