jueves, 23 de marzo de 2023

LAS DUDAS DE MONTESQUIEU

No hay peor tiranía que la que se ejerce a la sombra de las leyes y bajo el calor de la justicia, afirmaba el filósofo y jurista francés, figura clave en el surgimiento de la Revolución Francesa, y por ende, en el desarrollo de las democracias modernas, que de alguna forma tuvieron su origen y fundamento en aquel convulso movimiento, difícilmente comparable en forma y contenido con cualquier otro de características parecidas, que cambió para siempre la historia de la humanidad, y que aún hoy en día se sigue analizando, como un acontecimiento,  que después de dos siglos y medio, continúa atrayendo a los más interesados en la búsqueda de la mejor manera de conformar, dirigir y representar a los ciudadanos del mundo.

Montesquieu propuso la clásica separación de los poderes del estado democrático que hoy sigue vigente, allí dónde el poder sigue residiendo en el pueblo, en la ciudadanía, que elige a sus representantes para que lleven a cabo las acciones pertinentes en todos los órdenes, para el bienestar de sus representados, y la mejor gestión de los asuntos públicos dirigidos a la conclusión de esos objetivos, basados en la igualdad, la libertad, y el resto de los derechos humanos que asisten a los ciudadanos, para que pueda considerarse una democracia social y de derecho, que vele por la defensa de quienes ostentan el poder delegado, que no es otro que la ciudadanía.

Estas ideas plasmadas en la división de poderes que Montesquieu plasmó en sus escritos, léase legislativo, judicial y ejecutivo, supuso un componente innovador, cuyas ideas básicas continúan vigentes en las democracias modernas, aunque no puede olvidarse el carácter conservador de la monarquía limitada que proponía Montesquieu, en la que procuró salvaguardar el declive del poder de los grupos privilegiados, como la nobleza, a la que él mismo pertenecía, aconsejando, por ejemplo, su representación exclusiva en una de las dos cámaras del parlamento, aunque pese a ello, debe considerársele, como un personaje clave en la fundamentación de  la filosofía política moderna, con innegables implicaciones en la configuración del estado moderno, tal como lo conocemos.

En pleno siglo XXI, aún existen países dónde la teoría de la división de poderes del filósofo francés, es interpretada de una genuina forma, que llevada a la práctica, da como resultado una forma de estado que, pese a existir una representación política, una asamblea nacional, un presidente, ministros, legisladores y unos órganos que gestionan los asuntos que atañen a los ciudadanos, nadie, ninguno de ellos ha sido elegido por los atribulados ciudadanos, que contemplan como son gobernados, sin haber pasado por las urnas en ningún momento.

Y no sólo esto, sino que ignorando absolutamente a la población, se obvia por completo su intervención en la redacción de la ley fundamental en una democracia, la ley de leyes, la Constitución, impidiendo de esta forma que los ciudadanos se otorguen unos principios que garanticen sus derechos fundamentales, y sin que nadie les haya preguntado quienes desearían que los representase, en una ceremonia de la confusión tal, que nadie osa desafiar, ante semejante ofensa, los más sagrados principios que Montesquieu a principios del siglo XVIII,  dejó para la posteridad, y que afortunadamente están vigentes en la inmensa mayoría de los países civilizados de este Planeta.

Pero las dudas a la que el título de estas líneas hace referencia, no son atribuibles a Montesquieu, sino que lo son de aquellos para quienes el filósofo y sus ideas suponen una molestia, un inconveniente, un obstáculo para llevar a cabo su labor de gobierno, o más bien de desgobierno, como Tamames dejó claro en la reciente moción de censura, cuando dijo al presidente del gobierno, que no siempre respetaba celosamente la división de poderes, ilustrando esta afirmación con ejemplos que dejaban bien a las claras, que tenía una enorme facilidad para saltarse a la torera la tajante separación entre el ejecutivo, el legislativo y el judicial.

Y así, abusa con frecuencia de su condición de presidente de un gobierno de coalición, que cierra filas con él, pese a las continuas discrepancias habidas en su seno, en una absoluta determinación de formar parte de un ejecutivo que, a pesar de Montesquieu, demuestra sentir añoranza por apropiarse de los otros dos, legislativo y judicial, acaparando así los tres, y demostrando con ello, que  carece de escrúpulo alguno cuando de ostentar el poder se trata.