miércoles, 30 de diciembre de 2020

UNA RECONOCIBLE ESPAÑA

En medio de una espantosa pandemia, que dejará su terrible rastro en las generaciones futuras con unas huellas indelebles que durarán decenios en forma de marcas de diversa índole, este inefable País, continúa su proceloso caminar, en medio del sufrimiento y del intento de sus gobernantes por alterar unas brutales cifras de víctimas, que no reconocen oficialmente, pero que diversos medios estadísticos, sanitarios, y de comunicación, establecen en veinte mil más de los dados a conocer, por lo que el número total a día de hoy se aproximan a los setenta mil, lo que sitúa a España, como uno de los primeros países del mundo, en términos relativos, en cuanto a número de muertos se refiere, causados por la epidemia, situándonos una vez más, en esos tristes lugares de negativo y aborrecible privilegio, a los que por desgracia, tan acostumbrados estamos.

Lo mismo sucede con la situación laboral, económica y social, a la que nos han arrastrado quienes tomaron las decisiones, tarde y mal, a la hora de enfrentar una epidemia que ya se había manifestado con toda su cruel y brutal fuerza destructiva en China e Italia, cuando incluso aquí ya se habían dado algunos casos, haciendo caso omiso de todos estos claros avisos, y de una organización mundial de la salud, que, con tiempo, avisó para adquirir material sanitario para enfrentar lo que se avecinaba, algo a lo que se hizo oídos sordos, con las consecuencias espantosas que tuvo para los sanitarios, que se vieron obligados a improvisar, y en la que perdieron la vida tal número de ellos, que una vez más, logramos un primer puesto en el mundo, esta vez en mortandad entre el personal médico, con la brutal consecuencia para los enfermos que colapsaron los hospitales.

Pero nadie, ninguna autoridad sanitaria, ha asumido responsabilidad alguna ante este demoledor desastre, que fue particularmente pavorosa en las residencias de ancianos, dónde no se tomaron las medidas oportunas para evitar un inasumible y estremecedor desastre, que ha causado un sobrecogedor dolor ante tanto sufrimiento por la muerte de decenas de miles de ancianos que se vieron desprotegidos y marginados ante la pasividad de unas autoridades sanitarias, que ahora, como en todo lo demás, evaden toda responsabilidad, que cuentan con el beneplácito de una justicia que ha rechazado las innumerables denuncias presentadas contra el ejecutivo por su irresponsable gestión de la pandemia, y que tan sólo las ha admitido en cuanto a la gestión de las residencias se refiere.

Nada nuevo, por desgracia, para los ciudadanos de un País demasiado acostumbrados ya a unos gobernantes irresponsables e indignos, que en medio de una desastrosa situación nacional, no piensan sino en eludir responsabilidades, tirándose los tratos a la cabeza  y culpándose unos a otros, mintiendo y falseando datos, hechos y circunstancias, en un bochornoso espectáculo que está consiguiendo que los ciudadanos odien y aborrezcan a semejantes individuos de todos los bandos, partidos y tendencias, que están consiguiendo el rechazo absoluto hacia unos políticos que están traicionando a todo un País.

Un estado que se constituye en una monarquía hereditaria, que como todas, está a años de luz de la modernidad propia del siglo XXI, anacronía absurda y fuera de lugar, con el agravante en nuestros País, de haber caído tan bajo, como para que el rey emérito haya salido por pies, huyendo de la que se le venía encima, al descubrirse sus vergüenzas, léase corruptelas, por fraude fiscal, al atesorar grandes cantidades de dinero en diversas cuentas en otros países, sin declarar aquí, y sin que el fisco español lo hubiese denunciado y perseguido.

Algo que ha tenido que sacar a la luz un periódico extranjero, para mayor sonrojo de un gobierno, que pese a las apariencias, siempre ha procurado la opacidad y falta de transparencia de una monarquía que juró los principios del fascista movimiento nacional del dictador, que fue quien lo designó para sucederle, algo profundamente vergonzante, pese a que lo refleje una constitución, que nos coló está circunstancia, sin habernos dado la oportunidad de decidir si aceptábamos semejante situación de una manera clara y rotunda sin ambages ni subterfugios de ningún tipo.

Descripción desalentadora de un País, que como dijo hace ya más de un siglo un político alemán, “España es un País indestructible, porque lleva toda su historia intentándolo, y no lo ha conseguido”. Nada nuevo por lo tanto. Ahí seguimos, ocupando los primeros lugares en las listas más negativas y reprobables en cuanto a avances sociales, científicos, económicos, sanitarios (y nos creíamos los reyes del mambo en este aspecto), y culturales se refiere.

Y eso que no hemos entrado a describir la “España de charanga y pandereta, devota de Frascuelo y de María” tal como dijo Antonio Machado de una España que ahora reconocería, pese a que en este terreno sí ostentamos, y con diferencia, el número uno en las listas de la vulgaridad y la chabacanería, sin que nadie pueda hacernos sombra. Pobre balance para un País que, pese al paso del tiempo, sigue siendo demasiado reconocible.

domingo, 6 de diciembre de 2020

UN AÑO DEPLORABLE

Felices nos las prometíamos, cuando esperanzados, con tiempo, y a futuro, deseábamos la llegada de este peculiar año, más por la singularidad de sus repetitivas cifras, que por otros motivos que alegar pudiéramos de una forma lógica y razonable, que difícilmente podríamos justificar, ya que, en cualquier caso, respondería única y exclusivamente a manías, obsesiones y extravagancias varias, que como tales, están muy lejos de una realidad objetivable y pretendidamente razonable, pero que son perfectamente entendibles, cuando de analizar las reacciones humanas se trata.

Acostumbramos los humanos, a analizar y encasillar períodos y épocas de nuestra vida, y más allá, de nuestra historia, calificándola no sólo por sus acontecimientos reales y sobresalientes, sino por las peculiaridades que de una u otra forma suelen presentar, y que nos dan pie a definirlos con muy pocas palabras que resuman la esencia de dichos tiempos, que reduciéndola a nuestra existencia, siendo ésta limitada, y cíclica, dónde la gran mayoría de nuestras vivencias se repiten una y otra vez, tendemos a definirlos, resumirlos y darles nombre, como si de entes vivos se tratara, algo que seguro llevamos a cabo con lo que hoy nos ocupa, que es la disección y análisis de este último año, tan peculiar e inolvidable para toda una Humanidad, que está sufriendo los espantosos golpes de una devastadora pandemia que afecta a todo el Planeta.

Deplorable año, sin duda, este dos mil veinte del que tanto esperábamos, veinte años después de dejar atrás el siglo veinte, con dos veintes consecutivos en su curiosa y repetitiva cifra, que lamentamos, luctuoso, triste y definitivamente lamentable, que como el diccionario define este último y expresivo término, “es digno de ser lamentado, que está muy desmejorado y maltrecho”, y que aunque queramos, jamás podremos olvidar, que nos ha cambiado la vida presente, y que sin lugar a dudas, nos va dejar tales huellas, que condicionarán nuestros futuro, tales han sido, y son, las traumáticas experiencias vividas, que han dejado un terrible rastro de dolor y sufrimiento.

No es por lo tanto un año para olvidar, sino todo lo contrario, un año para mantener en el recuerdo como uno de los peores vividos en nuestra existencia, con una influencia universal, de la que nadie ha podido escapar, con un enemigo invisible que ha llegado a todos los rincones y ha afectado de una u otra forma a toda la población mundial, cuyos efectos aún perviven, sin que sepamos a estas alturas, después de casi un año de sufrimiento, cuando ni cómo acabará, después de una pavorosa actividad, que deja ya más de un millón y medio de muertos, y un desastre económico y social como el Planeta no conocía desde hace casi cien años.

Particularmente lamentable el caso de nuestros País, dónde al comienzo de la pandemia, y después de seguir la evolución de China e Italia, el gobierno tardó en tomar medidas, permitiendo concentraciones masivas de toda índole, como las manifestaciones del día ocho de marzo, mítines, partidos de fútbol y otros acontecimientos de todo tipo, cuando ya se habían presentado casos en España, en un ejercicio de irresponsabilidad que no tiene explicación alguna, cuando ya se habían confinado cuarenta personas en Haro, precisamente un día antes de la manifestación del 8 M, algo que deja perplejo a cualquiera que conozca estos acontecimientos, y traten de entender cómo se pudo permitir ese y otros eventos, en los que participaron multitudes.

Si a todo esto se suma el sufrimiento de decenas de miles de personas cuyos familiares perdieron la vida por esta pandemia – a estas alturas son ya más de sesenta mil las víctimas en nuestro País – y el de los ciudadanos que han perdido su empleo, su negocio, y su estabilidad emocional, a causa del duro y estricto confinamiento que tuvimos que soportar el País entero, el espantoso balance de este siniestro año, es sencillamente estremecedor, imposible de olvidar, y que sin duda marcará nuestras vidas para siempre.

Un año lamentable y apocalíptico, que pese a todo, y a sus espeluznantes cifras negativas, parece que hemos llegado incluso a soportar estoicamente, algo que en realidad no es así, ya que si en apariencia vivimos el día a día como si no fuésemos conscientes de lo que estaba sucediendo, como si no fuera verdad lo que cada día nos machacan los medios de comunicación, en realidad estábamos tratando de evadirnos de tanto sufrimiento, de tanto espanto, que en cualquier caso, interiorizábamos en nuestro subconsciente, como una forma de aislarnos de unos hechos que nos dejarán una indeleble huella para el resto de nuestros días.