La espantosa catástrofe humana y material que ha devastado amplias zonas de Valencia y Albacete, que ha supuesto un inmenso dolor y sufrimiento para las gentes de estas poblaciones arrasadas por la imparable fuerza destructiva de los elementos desatados de la naturaleza, ha puesto de manifiesto, una vez más, la bajeza humana y moral de un gobierno desprovisto por completo de una mínima capacidad para asumir con dignidad unos hechos de los que intenta por todos los medios evadirse, cuando su responsabilidad es absolutamente ineludible, dada la magnitud de un gigantesco desastre natural que se ha cobrado cientos de vidas y unos inmensos daños materiales.
Una tragedia humana a nivel nacional, que una Comunidad Autónoma no puede gestionar ni afrontar por sí sola, y que el Estado, a través del gobierno que lo representa, no puede de ninguna manera tratar de rehuir, esquivando, eludiendo y sorteando todo tipo de obligaciones responsables, descargando todas las culpas, carencias y errores habidos, en los gobernantes autonómicos de los territorios afectados por la catástrofe, en una mezquina maniobra que los deshonra y los convierte en una mísera y cobarde legión de gobernantes sin pudor, sin vergüenza, y sobre todo, sin escrúpulos de ningún tipo, algo que no nos sorprende a estas alturas de un ejecutivo que no conoce más empatía que la de eternizarse en el poder al precio que sea necesario, tal como nos viene demostrando desde sus orígenes, con un presidente cuya soberbia y desmedida ambición, no conoce límites.
Al margen de las consideraciones que pudiéramos llevar a cabo sobre los fallos, errores y estudio de las competencias que pudieran entrar en colisión entre las administraciones central y autonómica, la colosal magnitud del desastre, debería haber movido al gobierno a actuar de inmediato, sin esperar a la estúpida y absurda alegación de petición de ayuda, que aducen, deberían haber solicitado, algo que no se sostiene, ya que el Estado no puede cruzarse de brazos ante una espantosa tragedia de nivel nacional, y no puede utilizar esos subterfugios evasivos de una responsabilidad que le atañe poderosa y directamente, sin posibilidad alguna de sustraerse a unas ineludibles obligaciones como garante de la seguridad de todos los ciudadanos del país.
No debemos olvidarnos de que en todas las Comunidades Autonómicas existe un delegado del gobierno que tiene la potestad y la facilidad de poner en contacto ambas administraciones, por lo que aunque hubiera habido déficit de contactos entre ellas, el delegado puede solventarlo con la inmediatez precisa, declarando de inmediato el estado de emergencia nacional y actuando en consecuencia con la rapidez necesaria.
El retraso en el envío del ejército, es algo que no tiene justificación alguna. Tiene todos los medios materiales, técnicos y humanos para luchar contra estos desastres, como ha demostrado en multitud de ocasiones, y sólo el gobierno central puede movilizarlo, sin necesidad alguna de que sea solicitada su intervención, algo absurdo ante la magnitud de la tragedia, que debería haber motivado y bastado para su envío e intervención inmediata.
Y sin embargo, se pospuso demasiado tiempo, lo que no tiene explicación alguna, y que motiva que tantos ciudadanos de este país se pregunten por la inexplicable tardanza de una decisión inexcusable, que no se llevó a cabo hasta pasado demasiado tiempo, y que estuvo en la mente de muchos ciudadanos que se preguntaban por qué no se enviaba a un ejército absolutamente necesario ante lo que contemplaban sus atónitos ojos a través de los medios de comunicación, que en directo nos mostraban las espantosas imágenes de la tragedia material y humana que estaban sufriendo las gentes de las poblaciones afectadas por la catástrofe.
Ciudadanos, que indignados, recibieron con una hostilidad comprensible a los gobernantes que se dignaron aparecer por allí, una vez consumada la catástrofe, y que como el presidente del gobierno, responsable primero, tuvo que huir ante la ira de las sufridas gentes que le reprochaban su inacción y su falta de empatía ante tanto dolor y tanto abandono por parte de un gobierno inepto, incapaz y profundamente mezquino, mostrándole abiertamente, que quien siembra vientos recoge tempestades.