lunes, 3 de marzo de 2008

EN LA CATEDRAL

No existe emoción comparable ni experiencia humana parecida a la que se experimenta ante la arrebatadora, hermosa e incomparable contemplación de la imponente y serena belleza de una catedral.
La soberbia estampa que ofrecen sus centenarios y colosales muros integrados por magníficos sillares de piedra salpicados de hermosas vidrieras y luminosos rosetones armonizan majestuosamente con los estilizados y delicados arbotantes y los formidables contrafuertes que adosados a ellas dan al conjunto un aire de hermosa proporcionalidad que arrebata y desborda los sentidos ante la contemplación de tanta belleza destinada a la eternidad y que nos permite aún un atisbo de esperanza en el ser humano capaz de concebir y crear tan hermosas obras.
Elevamos la vista y contemplamos sus esbeltos muros coronados por las estilizadas y espigadas torres que culminan en bellísimos pináculos de una belleza que sobrecoge por sus formas imposibles, frágiles y delicadas que parecen extenderse hasta el infinito.
No parece obra de humanos, sino de dioses. Pero fueron los admirables maestros arquitectos, escultores, canteros, albañiles, carpinteros y tantos otros representantes de venerables oficios que hace decenas de siglos, mil años en algunos casos, colaboraron con su sabiduría y su paciencia a la creación de estos magníficos y soberbios ejemplos del amor por la estética y el arte que afortunadamente el hombre ha sido de capaz desarrollar.
Sobrecogidos, contemplamos el tímpano de la entrada, las bellas arquivoltas preciosamente esculpidas con diferentes motivos y el parteluz hermosamente decorado de la puerta principal que nos introduce en un instante ante la inolvidable visión de la soberbia grandeza de sus naves dispuestas en crucero con las bóvedas surcadas de hermosas nervaduras que dispuestas radialmente se cruzan entre ellas, a veces en caprichosas formas concurriendo armoniosamente en los pilares que soportan el peso de las bóvedas.
El viajero, extasiado ante tanta belleza, eleva la vista desde la base de las colosales columnas que soportan todo el conjunto hasta las bóvedas de la nave central, recorriendo emocionado los bellísimos arcos ojivales y de medio punto, deleitándose con la contemplación de la hermosa precisión de los ajustes de la piedra que los componen y en su hermosa disposición.
Se desplaza el emocionado viajero hasta una de las naves laterales, contemplando el triforio y los hermosos y luminosos vitrales del claristorio que dan al conjunto un majestuoso aspecto que se queda grabado en su mente para siempre. Avanza religiosamente deteniéndose ante cada una de las bellas capillas, auténticas ermitas algunas de ellas por su tamaño y contenido que merecen una visita detenida.
Llega a la girola o deambulatorio - prolongación de las naves laterales - que rodea el altar mayor y que nos conduce a la otra nave lateral. Nos detenemos al llegar al transepto o crucero en el punto donde se cruzan las dos naves principales. Elevamos la vista y la dirigimos hacia la cúpula, majestuosa, gigantesca, de una belleza indescriptible que nos llena de una profunda emoción.
Al bajar la vista nos encontramos con el retablo profusamente decorado donde se encuentra el altar mayor del templo y al girarnos, divisamos el espléndido coro, zona reservada para el clero que se encuentra rodeado de una preciosa sillería tallada en madera, - las misericordias – obra de venerables artesanos escultores de la talla en madera.
Abandona el viajero la catedral con un nudo en la garganta y la impresión de que el tiempo se ha detenido entre sus muros. La contemplación de tan serena y majestuosa belleza le ha llenado de tal forma que necesita reposar y repasar cuanto sus ojos han visto y su corazón ha gozado