miércoles, 7 de octubre de 2009

TARANTINO Y SUS BASTARDOS

Acabo de ver la última película del inefable Tarantino, cuyo título, Malditos bastardos, refleja a la perfección el sentimiento que despiertan los nazis hoy, setenta años después de aquella incalificable barbarie, y que seguirán suscitando en las mentes de las futuras generaciones como remedio, vacuna y curación contra tanta maldad, en la esperanza de que el olvido y el perdón jamás recaerán sobre una de las épocas más vergonzosas de la historia de este atribulado planeta.
Aunque el adjetivo bastardos no se aplica precisamente a los nazis, sino a sus implacables cazadores, el espectador tiende a confundir esta situación, que de paso no deja de ser una anécdota, ya que se da por hecho que los primeros reúnen todos los requisitos necesarios para que dicho epíteto se les pueda aplicar. Es un juego más de Tarantino.
La historia no deja imperturbable a nadie, y cada uno extrae sus conclusiones, desde quienes ven en ella un simple divertimento del autor o una frívola y teatral representación de una fase de la historia, hasta quienes la consideran una excelente película de género, dura, mordaz y violenta, muy en su estilo.
En cualquier caso, la mayoría coincide en que se trata de una feroz crítica al fascismo en un cierto tono de humor, con un ligero toque de falso romanticismo que, unido a su gusto por la violencia más extrema, sin tapujos ni disimulos, desenmascara una vez más a los protagonistas de aquel atroz capítulo de la historia.
Parece presentar a los personajes, no como monstruos que son, sino como peles ridículos, como personajes bufos, como muñecos de trapo, sumidos en sus sueños de grandeza, pero dejando meridianamente claro, que esos en apariencia absurdos personajes, son también diabólicos criminales genocidas, que con sus desvaríos fanáticos sembraron la muerte y la destrucción en la desolada y sufrida Europa.
En esta época que nos ha tocado vivir en la que el resurgir de los fascismos, la intolerancia contra los inmigrantes y el odio hacia el diferente por motivos raciales, sexuales o religiosos, están cobrando un irrefrenable impulso, se hace necesario más que nunca manifestar alto y bien claro y de cuantas maneras nos podamos servir, que estos comportamientos de odio y fanática intolerancia pueden sumirnos otra vez en los tiempos más oscuros, siniestros y atroces de la historia de la humanidad.
La escuela, fundamentalmente, tiene una enorme responsabilidad a la hora de inculcar en los alumnos el rechazo más absoluto y razonado hacia estos comportamientos que sitúan al hombre al nivel de seres irracionales, primitivos y bárbaros, incapaces de considerar como igual a sus semejantes, despreciándolos por el simple hecho de ser diferentes a ellos.
Es por ello que esta película, como tantas otras en las que se denuncian las atrocidades de las que desgraciadamente el hombre es capaz, deberían prodigarse con el objeto de servir de ejemplo a las jóvenes generaciones y como medio de desenmascarar a sus autores para erradicar el odio, la barbarie y la violencia de la faz de la tierra.
Leo con una mezcla de incredulidad y espanto, como en una importante ciudad italiana, su alcalde ha expulsado a los gitanos del casco histórico. El siguiente paso que podría dar, me recuerda a los guetos de los judíos en la Varsovia ocupada por los alemanes.
Quien olvida su historia, está condenado a repetirla.

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