miércoles, 8 de junio de 2011

EL TIEMPO DETENIDO

Tendemos los seres humanos a volver la vista atrás, a mantener los recuerdos de los hechos pasados, a rememorar la historia, que como tal, siempre mira hacia nuestras espaldas, a retornar a los lugares que recordamos con nostalgia, añorando los buenos tiempos que ya no volverán, porque la flecha del tiempo siempre, indefectiblemente, indica hacia adelante, hacia el futuro, y eso pese a que solemos hablar de no volver la vista, que hay que vivir el presente y mirar hacia adelante, que el pasado, pasado está. Pero no podemos evitarlo, y de vez en cuando nos recreamos en él y lo disfrutamos de mil formas diferentes, a sabiendas de que no hay posibilidad alguna de retorno.
Gran misterio el del tiempo, cuya naturaleza se nos escapa, salvo a los físicos que lo identifican con el espacio en una unidad indivisible e inseparable, que denominan espacio-tiempo, en una cuarta dimensión, relativizándolo cuando nos afirman que cada uno de nosotros posee una medida personal del mismo, lo cual se convierte en certidumbre cuando experimentamos con frecuencia en función de determinados parámetros vitales y circunstancias diversas, que determinan que pase volando o se nos hagan eternos determinados acontecimientos y vivencias que experimentados a lo largo de nuestra existencia.
Podemos viajar hacia el futuro, pero se nos niega hacerlo hacia el pasado. Si lográsemos viajar a una velocidad próxima a la de la luz – velocidad que las leyes físicas impiden superar – y lo hiciésemos durante años, al volver, seríamos unos jovencitos al lado de los que dejamos cuando partimos en nuestra nave espacial. Para nosotros el tiempo se habría detenido, habría pasado más lentamente, mientras que para ellos todo habría sucedido de la forma habitual y habrían envejecido antes que los afortunados pasajeros espaciales. No es ciencia ficción, es Ciencia con mayúsculas y no seré yo quien contradiga a Einstein y su Teoría de la Relatividad.
Viajar hacia el pasado, no obstante, nos está vedado. Imposible volver atrás. Las contradicciones que provocaría lo hacen inviable. Podríamos con ello evitar, por ejemplo, que nuestros padres pudieran conocerse y evitar por lo tanto nuestro nacimiento, lo cual nos sumiría de lleno en la paradoja que ello supone, ya que en el presente, ahora, estamos aquí, y ello es innegable, salvo que todo, la vida, como algunos presuponen y Calderón de la Barca ya plasmó en una de sus obras, sea un sueño, una irrealidad, una mera sucesión de experiencias ilusorias.
Siempre estamos dispuestos a retroceder, a avanzar más despacio, a recrearnos en lugares que rezuman historia, en paisajes y espacios con encanto, en museos, catedrales, abadías, obras de arte en general, todas ellos con siglos a sus espaldas. Intentamos de múltiples y diversas formas detener el tiempo y así, nos cuidamos en ocasiones más allá de lo que requiere una normal y lógica exigencia biológica, llegando a extremos que rayan en la obsesión por mantener la línea, la estética a través de la dieta y de potingues y, en definitiva, el deseo de eternizarnos en el tiempo, de no avanzar, de frenar un deterioro físico imparable contra el que nos revelamos inútilmente.
Recientemente, he visitado una vez más la hermosa ciudad de Burgos. En el Arco de Santa María, entrada a la plaza de la bellísima catedral, tenía lugar una exposición fotográfica: Memoria del tiempo: fotografía y sociedad en Castilla y León (1839-1936). Honda impresión me causó al contemplar la maravillosa, soberbia y documentada exposición de una importante cantidad de fotografías de los siglos XIX y XX, que plasman la sociedad de la época a través de imágenes tomadas en pueblos, ciudades y lugares de Castilla y León.
El tiempo, efectivamente, se detiene al contemplar las instantáneas que reflejan una época bien distinta a la actual, donde se muestran las miserias y carencias de aquellos tiempos al entrar la cámara en las míseras casas de los campesinos y mostrar las penurias, estrecheces de todo orden y, en general, la pobreza reinante. Pero también puede contemplarse la algarabía de las ferias, las fiestas y los mercados en la plaza de tantos pueblos que el visitante conoce y donde ha estado recientemente, y que apenas reconoce debido al paso del tiempo.
Lejos quedan los años de la infancia, de la adolescencia y la juventud. En el camino perdimos a nuestros padres y a tantos seres queridos, admirados o simplemente conocidos. Gozamos de nuestros hijos y de la compañía de aquellos a los que amamos y estimamos y de todo aquello que da sentido a nuestra vida. Y Seguimos adelante con ilusión y esperanzas siempre renovadas, a sabiendas que el tiempo no se detiene y que no tiene sentido intentar frenar su avance, porque la naturaleza sigue su curso y la vida siempre se abre camino.

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