viernes, 1 de julio de 2011

ESOS ESTÚPIDOS GALOS

El chauvinismo o chovinismo según nuestro diccionario, se basa en la creencia narcisista, exaltada y egocéntrica, muy próxima a la paranoia, que considera su país como el más representativo de cuantas excelencias puedan ser narradas, el más elevado a todos los niveles, el mejor, el Olimpo de los dioses, que al igual que ellos, se encuentra a un nivel por encima de lo vulgarmente humano, cuya sola mención envuelve a estos patrioteros en una aura mezcla de estúpida soberbia demencial y de éxtasis contemplativo, que les convierte, de hecho y de derecho en patéticos peleles mojigatos, que si no fuera porque algunos llevan al terreno de la violencia y la barbarie sus pretendidos convencimientos, sus alocadas ideas inducirían a la risa y a la burla más estruendosas.
Este término, por otra parte tan extendido y tan adoptado por gentes de todos los países, se acuñó en honor del patriota francés Nicolás Chauvin, condecorado en las guerras que desató ese personaje tan rimbombante, ufano y pequeño de talla, como grande en ambiciones, llamado Napoleón Bonaparte, decidió un día, chauvinista él, conquistar el mundo para Francia y para él, y así, coronóse él mismo como emperador, y con un ego que multiplicaba por mil su pequeña estatura, recorrió los campos de Europa cubriéndolos de sangre, llegando hasta Egipto, desde cuyas pirámides veinte siglos le contemplaban a él, claro está.
Cito a Napoleón, héroe nacional francés por excelencia, a cuya inefable grandeur colaboró como pocos galos lo han hecho en su historia – Beethoven en un principio, dedicó su quinta sinfonía, la heroica, a Bonaparte, aunque una vez conocidas sus pretensiones, el músico anuló su intención – pero son incontables los personajes de este cariz que podríamos citar como ejemplo de héroe benefactor de la humanidad, de cuya grandeza podemos con toda justicia dudar, ya que la historia miente miserablemente en aras de ese chauvinismo absurdo, estúpido e irracional que conduce a las naciones a encumbrar a sus personajes como ejemplo y representación de su glorioso pasado.
Hablo de un personaje francés, de la grandeur francesa, como el país que mejor representa el típico chauvinismo, del que no obstante todos alardeamos alguna vez y cuyo término origen procede incluso de esa Galia donde se encontraba la famosa aldea que los romanos no podían someter cuando de conquistar el pequeño pueblo de “esos estúpidos Galos”, se trataba.
Ellos sí eran héroes, sin ambages, sin pretensiones, que se limitaban a defenderse de los pobres romanos, a los que traían mártires gracias a la milagrosa poción mágica que los convertía en invencibles. Se divertían, lo celebraban con pantagruélicas comidas e insoportables conciertos de lira y todo ello sin pretensiones de conquistar a nadie. Acabarían sus días apaciblemente golpeando romanos y no como nuestro protagonista que fue desterrado dos veces a sendas islas, en la última de las cuales murió sin gloria alguna.
Recientemente el mejor de nuestros tenistas, Rafa Nadal, fue vergonzosa y despiadadamente abucheado por el público francés mientras disputaba por sexta vez consecutiva la final de Roland Garros, que finalmente y pese a los espectadores ganó nuestro tenista. Insoportable para los chauvinistas franceses que un extranjero, y en concreto un español, tuviese la desfachatez de ganar su torneo tenístico más importante a nivel internacional y además durante seis años seguidos. Era excesivamente insoportable para ellos, inasumible el hecho de que ellos no ganen su trofeo desde hace una eternidad.
Igualmente, nuestro mejor ciclista, Roberto Contador, fue igualmente fue abroncado, pitado y chillado hasta la extenuación en la presentación del Tour, la carrera más importante del mundo que hace siglos que ellos no ganan y que entre Contador que la ha ganado dos veces consecutivas y otros ciclistas españoles están acaparando en los últimos años.
Demasiado para ellos y su caduco chauvinismo. Un pueblo que es incapaz de reconocer las bondades de los demás, no está destinado a ninguna grandeur, porque actitudes de este tipo no engrandecen a nada ni a nadie, sino que lo empequeñecen, por muchas alzasuelas que utilicen sus próceres.
Esos estúpidos romanos están locos, decía Obélix a su amigo Astérix. Nada sabían en ese momento, ni falta que les hacía, de las glorias nacionales franceses que les sucederían y de sus múltiples traumas y complejos a que estarían sometidos por no ganar su Tour y su Roland Garros durante decenios. Ya nos encargamos nosotros de conseguirlos.

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