jueves, 10 de noviembre de 2011

SIN PERDÓN

No se trata de hablar de una gran película cuyo título figura en la cabecera de este escrito al que le da título y ocasión, sino que es la excusa para iniciar un tema sobre el que se ha escrito y se escribirá a raudales en el futuro, pero que pese a ello, deja, ha dejado y dejará siempre grandes y a veces dolorosos flecos que quizás nunca se tocarán, que quedarán expuestos a la visión y conciencia de todos y que solamente la sinrazón humana unida a la soberbia y a la injusticia, pueden explicar su inalterable permanencia en el tiempo.
La historia está plagada de hechos y sucesos por los que se debería haber perdido perdón, así como de personajes que desaparecieron sin que sus culpas fueran públicamente confesadas, bien porque no se sentían culpables, pese a la universal constancia de su maldad, bien porque su arrogante altivez se lo impedía.
No es la nuestra una sociedad que se distinga por su capacidad para reconocer las culpas, sino que más bien se distingue por sostenella y no enmendalla, por no dar nuestro brazo a torcer, por no reconocer una culpabilidad que en ocasiones es tan evidente que causaría sonrojo y vergüenza ajena si no fuera porque es tan indignante el hecho y rastrero el personaje, que mostrar esa debilidad sería un auténtico y vacuo lujo que no nos deberíamos permitir.
Dictadores de todo signo, políticos de todas las tendencias, militares, personajes de alta y baja alcurnia, unos con uniforme al uso, otros con sotana y/o alzacuello, los demás con traje y corbata y el resto con vaqueros, personajes públicos todos, que tienen y han tenido motivos para pedir perdón en público por sus múltiples fechorías, jamás lo harán, porque es un signo de debilidad, pensarán unos, porque no tienen conciencia del mal hecho, se justificarán otros, y los demás, la mayoría, porque su arrogancia no se lo permite.
Podríamos citar innumerables y flagrantes hechos de la historia de la humanidad que han quedado huérfanos del perdón al que se hicieron acreedores sus autores, porque siempre hay un causante o causantes de los hechos, y que seguramente jamás veremos plasmado en los anales de la historia, porque en su momento no lo hicieron y porque sus descendientes, que en muchos casos los hay y los seguirá habiendo, no lo llegarán a hacer jamás.
Y así nos encontramos con crueldades sin cuento cometidas por individuos responsables de haber cometidos atroces actos contra la humanidad que no dejaron descendencia o si la dejaron no se les puede pedir responsabilidades. Pero en muchos casos, sobre todo en el caso de de sociedades, organizaciones y entidades de diversa índole que han permanecido en el tiempo y que deberían pedir perdón por su trayectoria.
Países cuyos gobiernos cometieron auténticas atrocidades en el pasado, contra otros países, y contra la libertad de sus ciudadanos, mantienen ahora y siempre la obligación de excusarse. La Iglesia católica, aquí en España, por su nefasta y parcial actitud durante la dictadura, a la que le dieron la aberrante categoría de Cruzada, tiene aún hoy en día la inexcusable obligación de pedir perdón – no digamos si tomamos en consideración la denominada Santa Inquisición, institución aborrecible y cruel por excelencia, que la iglesia se encargó de gestionar – son ejemplos, que junto a otros muchos, aún tienen pendiente de pedir las oportunas disculpas.
Aquí, en nuestro País, vivimos el fin del terrorismo después de casi cincuenta años de una violencia que ha causado cerca de novecientos muertos. No basta con detener la barbarie. Las víctimas, sus familiares y la sociedad en general exige que los causante de tanto dolor y sufrimiento pidan públicamente perdón.
Sin perdón no hay descanso ni reparación.

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