miércoles, 29 de junio de 2011

UNA POLÉMICA DECISIÓN

Hermosas y bellas ciudades cargadas de historia, de arte y de cultura, algunas de ellas declaradas Patrimonio de la Humanidad, con un legado cultural de miles de años, representantes de lo más bello que el ser humano puede concebir a través de sus monumentos centenarios, testigos del paso de generaciones a través de los siglos que han dejado su indeleble huella en ellas, han sido descartadas por el comité de expertos internacional para ser designadas como Capital Europea de la Cultura 2016, y han decidido que sea San Sebastián – Donosti, quien represente a España a tal efecto junto con la ciudad Polaca de Wroclaw.
Segovia, Burgos, Córdoba, Las Palmas y Zaragoza han quedado descartadas en la competición por este preciado reconocimiento que tiene como objetivo principal contribuir al acercamiento de los pueblos y de promover la riqueza, la diversidad y el patrimonio cultural de Europa, debiendo quedar patente la vinculación de la ciudad, así como la cooperación e implicación ciudadana en dicho proyecto.
De las ciudades mencionadas, cualquiera de ellas poseen méritos suficientes para ser elegidas. Las tres primeras, son ciudades milenarias, tres joyas de la cultura occidental, con una pasado histórico que las hacía quizás más merecedoras de este preciado galardón, y sin embargo han quedado fuera, olvidadas, relegadas a un segundo plano en esta disputa pese a su intachable trayectoria cultural, su contribución diaria al culto de la belleza que rezuman sus calles por doquier, y el paso de las diversas civilizaciones que la han ido conformando y enriqueciendo a través de los siglos.
Nada que objetar a la bellísima ciudad del norte, cuyos encantos nadie puede negar. Una ciudad bañada por el mar Cantábrico y anclada en la preciosa bahía de la Concha, a los pies de los montes Igueldo, Urgull y Ulía, y recorrida por el río Urumea. Ciudad fronteriza con la vecina Francia, es una de las más reconocidas ciudades europeas por sus numerosos encantos geográficos y eventos culturales que en ella tienen lugar, que la hacen destacar y ser reconocida en todo el mundo.
Pero si hacemos constar los motivos por los que Donosti ha sido elegida y que ha exhibido el comité que ha decidido su designación, dicha elección es inapropiada por estar fuera de lugar la argumentación que aduce el susodicho comité y que reza como sigue: se considera que la elección de San Sebastián puede contribuir a que cese la violencia en el País Vasco.
Asombra comprobar cómo se han tenido en cuenta consideraciones políticas en lugar de culturales, denotando por otra parte un desconocimiento absoluto de la situación en Euskadi, donde según el jurado parece tener lugar una guerra abierta que necesita de este galardón para conseguir la paz, una paz que no es sino la excusa que desde siempre exhiben los fanáticos y violentos con el fin de conseguir sus objetivos.
Tiene lugar este acontecimiento precisamente ahora que la situación política ha dado un cambio radical con la acaparación por parte de los independentistas de la mayoría de las ciudades y de las instituciones más importantes, lo cual supondrá – ya lo han advertido - que van a hacer suya esta elección y la desarrollen como un proyecto propio, de su Euskalherría, en lugar de actuar en representación de España, ya que dicho proyecto fue creado, elaborado, y defendido por la antigua corporación socialista.
Difícil de entender por lo tanto esta polémica decisión que no está basada en términos estrictamente culturales, sino más bien políticos que no deberían tenerse en cuenta, pues además de no responder a los criterios establecidos, sientan un pésimo precedente a la hora de elegir futuras Capitales Europeas de la Cultura que verían cómo se alteran los criterios de selección en función de determinadas circunstancias que puedan darse en un momento dado, ajenas por completo al peso cultural que dichas ciudades puedan ostentar.

miércoles, 8 de junio de 2011

EL TIEMPO DETENIDO

Tendemos los seres humanos a volver la vista atrás, a mantener los recuerdos de los hechos pasados, a rememorar la historia, que como tal, siempre mira hacia nuestras espaldas, a retornar a los lugares que recordamos con nostalgia, añorando los buenos tiempos que ya no volverán, porque la flecha del tiempo siempre, indefectiblemente, indica hacia adelante, hacia el futuro, y eso pese a que solemos hablar de no volver la vista, que hay que vivir el presente y mirar hacia adelante, que el pasado, pasado está. Pero no podemos evitarlo, y de vez en cuando nos recreamos en él y lo disfrutamos de mil formas diferentes, a sabiendas de que no hay posibilidad alguna de retorno.
Gran misterio el del tiempo, cuya naturaleza se nos escapa, salvo a los físicos que lo identifican con el espacio en una unidad indivisible e inseparable, que denominan espacio-tiempo, en una cuarta dimensión, relativizándolo cuando nos afirman que cada uno de nosotros posee una medida personal del mismo, lo cual se convierte en certidumbre cuando experimentamos con frecuencia en función de determinados parámetros vitales y circunstancias diversas, que determinan que pase volando o se nos hagan eternos determinados acontecimientos y vivencias que experimentados a lo largo de nuestra existencia.
Podemos viajar hacia el futuro, pero se nos niega hacerlo hacia el pasado. Si lográsemos viajar a una velocidad próxima a la de la luz – velocidad que las leyes físicas impiden superar – y lo hiciésemos durante años, al volver, seríamos unos jovencitos al lado de los que dejamos cuando partimos en nuestra nave espacial. Para nosotros el tiempo se habría detenido, habría pasado más lentamente, mientras que para ellos todo habría sucedido de la forma habitual y habrían envejecido antes que los afortunados pasajeros espaciales. No es ciencia ficción, es Ciencia con mayúsculas y no seré yo quien contradiga a Einstein y su Teoría de la Relatividad.
Viajar hacia el pasado, no obstante, nos está vedado. Imposible volver atrás. Las contradicciones que provocaría lo hacen inviable. Podríamos con ello evitar, por ejemplo, que nuestros padres pudieran conocerse y evitar por lo tanto nuestro nacimiento, lo cual nos sumiría de lleno en la paradoja que ello supone, ya que en el presente, ahora, estamos aquí, y ello es innegable, salvo que todo, la vida, como algunos presuponen y Calderón de la Barca ya plasmó en una de sus obras, sea un sueño, una irrealidad, una mera sucesión de experiencias ilusorias.
Siempre estamos dispuestos a retroceder, a avanzar más despacio, a recrearnos en lugares que rezuman historia, en paisajes y espacios con encanto, en museos, catedrales, abadías, obras de arte en general, todas ellos con siglos a sus espaldas. Intentamos de múltiples y diversas formas detener el tiempo y así, nos cuidamos en ocasiones más allá de lo que requiere una normal y lógica exigencia biológica, llegando a extremos que rayan en la obsesión por mantener la línea, la estética a través de la dieta y de potingues y, en definitiva, el deseo de eternizarnos en el tiempo, de no avanzar, de frenar un deterioro físico imparable contra el que nos revelamos inútilmente.
Recientemente, he visitado una vez más la hermosa ciudad de Burgos. En el Arco de Santa María, entrada a la plaza de la bellísima catedral, tenía lugar una exposición fotográfica: Memoria del tiempo: fotografía y sociedad en Castilla y León (1839-1936). Honda impresión me causó al contemplar la maravillosa, soberbia y documentada exposición de una importante cantidad de fotografías de los siglos XIX y XX, que plasman la sociedad de la época a través de imágenes tomadas en pueblos, ciudades y lugares de Castilla y León.
El tiempo, efectivamente, se detiene al contemplar las instantáneas que reflejan una época bien distinta a la actual, donde se muestran las miserias y carencias de aquellos tiempos al entrar la cámara en las míseras casas de los campesinos y mostrar las penurias, estrecheces de todo orden y, en general, la pobreza reinante. Pero también puede contemplarse la algarabía de las ferias, las fiestas y los mercados en la plaza de tantos pueblos que el visitante conoce y donde ha estado recientemente, y que apenas reconoce debido al paso del tiempo.
Lejos quedan los años de la infancia, de la adolescencia y la juventud. En el camino perdimos a nuestros padres y a tantos seres queridos, admirados o simplemente conocidos. Gozamos de nuestros hijos y de la compañía de aquellos a los que amamos y estimamos y de todo aquello que da sentido a nuestra vida. Y Seguimos adelante con ilusión y esperanzas siempre renovadas, a sabiendas que el tiempo no se detiene y que no tiene sentido intentar frenar su avance, porque la naturaleza sigue su curso y la vida siempre se abre camino.