domingo, 4 de noviembre de 2012

EN FLORENCIA


Cruzar el Ponte Vecchio sobre el caudaloso y milenario Arno, entre una multitud multicolor, envuelta en una sonoridad de acentos, tonalidades y giros lingüísticos de una riqueza y variedad infinitas, dotados todos de una misma curiosidad y una admiración difícilmente disimulables y contemplar con emoción difícilmente contenida las increíbles y aparentemente inestables casitas colgantes sobre el río que a ambos lados del puente parecen navegar sobre él o quizá contemplarse en las aguas que tuvieron el honor y el privilegio de verse acompañadas en sus márgenes por Miguel Ángel, Leonardo, Boticcelli y por tantos otros grandes maestros Florentinos del irrepetible y creativo Renacimiento.
 Desde el Palazzo Pitti y a través del viejo puente, llegamos a la gallería degli Ufizzi, donde después de dos horas de espera en una fila donde todas las lenguas imaginables convergen y retrocediendo cinco siglos en el tiempo, a través de un invisible y mágico agujero temporal se inicia un recorrido por los siglos XV y XVI que durará varias horas durante las cuales la belleza, el esplendor y la más grandiosa e insoportable perfección creativa que el ser humano haya creado jamás, se revelará a nuestros ojos con una fuerza y una intensidad que desborda toda la imaginación del amante del arte que ansía contemplar la belleza en estado puro, original y sublime, que le espera en una inmensidad de salas que no parecen acabar nunca, como si quisieran atrapar al viajero del tiempo que en ellas se ha internado procedente de una era que le ha tocado vivir, carente de una creatividad y de una imaginación que en Florencia se derrochó a raudales en aquella portentosa y prodigiosa época.
 Salir de los Ufizzi y entrar en la Piazza della Signoria, produce una indescriptible conmoción que logra detener al viajero en su lugar, impidiéndole avanzar un paso más, mudo, boquiabierto, con los ojos inmensamente abiertos, girando la cabeza a izquierda y derecha una y otra vez por un espacio hermoso, mágico y de una grandeza plástica incomparable, de una sutileza hermosamente sugerente, que embruja, hechiza y atrapa hasta límites que se hacen difícilmente soportables por una angustia vital que ya describió Sthendal en el síndrome que lleva su nombre y que se manifiesta ante la contemplación de una masiva exposición artística como tiene lugar en esta maravillosa Piazza Florentina.
   El palazzio Vecchio con su esbelta y majestuosa torre medieval del siglo XIV, preside la Piazza, con unos impresionantes salones y salas de una belleza incomparable. La Logia dei Lanzi, preciosa galería repleta de estatuas hermosísimas como el rapto de las sabinas de Giambologna o el Perseo de Cellini, que le dan el aspecto de una maravillosa exposición, de una galería de arte al aire libre que el viajero no puede dejar de contemplar una y otra vez por muchas veces que vuelva a visitarla, como lo hará con el David de Miguel Ángel, aunque sea una copia del original que en principio se instaló allí y que después se trasladaría a su definitivo destino donde se encuentra ahora y adonde el viajero dirigirá sus pasos más adelante.
   Desde la Piazza della Signoria dirige sus pasos el viajero por una amplia vía a la Piazza del Duomo, donde de improviso, sin respiro, sin tiempo para poder asimilar las maravillas que le esperan, aparece la radiante y espléndida Santa María dei Fiore, Il Duomo, la impresionante, inmensa y originalísima catedral que despierta la más sorprendente admiración, rematada por una impresionante cúpula diseñada por Brunelleschi y a su lado el esbelto y hermosísimo Campanile, de unas proporcionas increíblemente hermosas, comenzado por Giotto y a unos pasos, frente al Duomo, se erige el Baptisterio, de planta octogonal, con unas puertas de  bronce primorosamente labradas que causan asombro y admiración por su hermoso diseño.
   Callejeando por el casco histórico de esta hermosa ciudad de Firenze, decide el viajero entrar en la Chiesa Ognissanti, iglesia iniciada en el siglo XIII, donde está la tumba de Boticcelli y el Cristo de Giotto, hermosa, increíblemente tapizada toda ella, techos y paredes están repletos de frescos de grandes maestros, como Boticcelli o Ghirlandaio, autor del inmenso y bellísimo fresco de la Sagrada Cena, el Cenácolo de Ognissanti que encontraremos no lejos aquí, en el antiguo convento de los humillados.
  No podía faltar la visita al David de Miguel Ángel en la Galería de la Academia de Florencia. Indescriptible, hermosa y singular como pocas, esta escultura de más de cinco metros de altura, posee unas proporciones perfectas que consiguen que el viajero no pueda apartar su mirada, que la contemple con arrobo y deleite ante una magnífica obra del genio del Renacimiento.   Han sido solamente dos días y medio, irrepetibles, intensos, plenos de una contemplación continua de una belleza que desconcierta, extasía y exalta al sorprendido viajero que no esperaba quizás ver tanto esplendor en tan poco tiempo.
  Yo y mi esposa, los viajeros de este hermoso periplo, hemos de dar las más emocionadas gracias a mi hija Laura, nuestra cicerone, que se encuentra en Florencia con una Beca Leonardo restaurando libros, códices, bulas y otros hermosos documentos de remotos siglos bajo la dirección del Maestro Restaurador Angelo, sabio como pocos en su trabajo, al que mi hija tanto admira: cosi, cosi, Laura, brava, bravísima, le dice Angelo, animándola en su trabajo de aprendiz de restauradora.
   Gracias a mi hija Sara, que organizó el viaje, y a Laura que nos acompañó, gracias a Florencia, gracias al arte, y a los artistas que crearon tanta belleza para deleite y  disfrute de las generaciones futuras.

1 comentario:

sara dijo...

Magnífico artículo,no se puede decir otra cosa. Se respira la belleza de la ciudad a través de tus palabrar.Bravo maestro!