Un interminable año está a punto
de transcurrir desde que comenzó en este País la alerta de una pandemia
espantosa, que ya había causado miles de víctimas en China, y aquí al lado, en
Italia, sin que nadie tomara unas medidas que ya muchos considerábamos
urgentes, que nadie llegó a poner en práctica, pese a que los primeros casos ya
se habían dado, permitiéndose todo tipo de reuniones de masas, ya fueran espectáculos
deportivos, culturales o sociales, como la manifestación del 8 de marzo dónde
una ingente masa de ciento veinte mil personas, conmemorando el Día
Internacional de la mujer, ocasionó según cálculo de entonces, un diez por
ciento de contagios, cuando el día anterior, día 7 de marzo, se habían
confinado cuarenta personas en la ciudad riojana de Haro.
Aún habría de pasar una semana más, para que un negligente gobierno
impusiera un estricto, tardío y necesario confinamiento, que duró tres duros y
terribles meses, que dejó exhausto al país, sus ciudadanos, y una economía que
quedó maltrecha y destrozada al cerrar rigurosamente toda actividad no
esencial, dejando por el camino cientos de miles de desempleados, de pequeñas y
medianas empresas, que al cabo de un año, ven como todo sigue prácticamente
igual, mientras la ciudadanía, en un porcentaje muy elevado, sufre las
negativas consecuencias del confinamiento y las restricciones de todo tipo que
han ido sucediéndose durante todo este tiempo, sin que veamos fecha límite para
el final de esta terrible y dramática historia, que ya dura un año, y que
arroja una cifra de más de noventa mil víctimas, y tres millones de afectados.
Un año agobiante, que pesa enormemente en el ánimo de la gente, que ahora
espera pacientemente la única esperanza que alberga, que no es otra que la
vacuna, que avanza despacio, que llevará casi todo el año presente, pese a que
ya se habla de salvar el verano, cuando apenas se han vacunado poco más del dos
por ciento de la población, siendo necesario un setenta y cinco por ciento,
para empezar a ver la luz, y comenzar a vislumbrar una salida a esta nefasta
situación, que al cabo de un año, nos sigue obligando a guardar estrictas
normas de seguridad, de higiene, y de distanciamiento social, que están dejando
profundas marcas en un País, que ya va por la tercera ola de contagios, debido
a desescaladas en exceso precipitadas, y que ya está pensando en las vacaciones
de semana Santa, cuando aún tenemos una media de más de trescientas víctimas
diarias y varios miles de contagios.
Mientras tanto, al margen de una unidad de acción Nacional, cada Comunidad
se rige por sus propias normas, estableciendo sus horarios de toque de queda,
la apertura de comercios, y, sobre todo, bares y terrazas, algo que parece
fundamental en este País de charanga y pandereta, con restricciones por
barrios, ciudades y pueblos, en un maremágnum múltiple y desigual, que confunde
e indigna a unos ciudadanos, que no dan crédito a semejante descoordinación por
parte de unos políticos, que en lugar de dar ejemplo, están más desacreditados
que nunca, en una carrera que se han ganado a pulso, a base de indignar a la
población con sus detestables, odiosos e ineptos comportamientos, que no tienen
justificación alguna.
Nada parece ser igual que hace un año, cuando el mundo se nos vino
abajo con un confinamiento brutal, con unas interminables y sucesivas
limitaciones restrictivas que nos han sumido en un agobio anímico que está
dejando en la gente un pesado rastro de pesimismo fatal y permanente, cuando de
mirar hacia el futuro se trata, tanto desde una perspectiva vital inmediata,
personal y laboral, como de una visión amplia del porvenir de una civilización
humana que necesita cambios a todos los niveles para no vernos inmersos en
nuevos desastres.
Catástrofes como la que sufrimos, que no sabemos aún cómo y cuándo
terminará, y que en cualquier caso debería movernos a modificar tanto nuestro
estilo actual de vida en sociedad, como el radical cambio en el cuidado de un
Planeta que está dando muestras de cansancio y de protesta indignada, desde
hace ya mucho tiempo, mientras nuestra respuesta no parece ser otra, que hacer
oídos sordos a su clamor constante, que es algo muy propio de una especie
humana, que parece dirigirse hacia su aniquilamiento programado desde la noche
de los tiempos, hacia la que parece que nos dirigimos de nuevo, en un camino de
vuelta, que no tendría posibilidad alguna de retroceso, si no rectificamos ya,
de inmediato, cuando aún estamos a tiempo.
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