domingo, 15 de mayo de 2022

LA SOLEDAD INFINITA

Nuestra sutil y limitada mente, no está preparada para concebir nuestro portentoso universo, ni para asimilar sus inauditos límites que nos sobrecogen hasta el punto de renunciar a su entendimiento y comprensión, ante la grandiosa magnitud de tan soberbia obra, que nos sobrepasa de tal manera, que optamos por simplificar estos hechos, calificándolos de incomprensibles, inasumibles, y, finalmente, de inalcanzables para una mente tan limitada y restringida como la de unos seres humanos, cuya capacidad queda muy por debajo de tan fantástico y prodigioso espectáculo como el que nos ofrece el cosmos, ante el que nos sentimos infinitamente reducidos a la mínima expresión, algo que apenas nos suele durar el tiempo que conlleva exhibir este singular razonamiento, pasado el cual, la estúpida soberbia humana retorna a ocupar el resto de nuestro tiempo.

Nos pasamos la vida soñando con nuestro destino en este mínimo y solitario planeta donde la vida surgió hace millones de años, fruto de una contingencia, que como tal, podría no haberse dado, sin tener presente jamás, que no podemos ser los únicos en un inabarcable y asombroso universo, dónde la vida, necesariamente ha de ser la regla y no la excepción, donde nuestro planeta no es, sino un infinitesimal punto de una de las inconmensurables e incontables galaxias que en el cosmos son, un ínfimo y abandonado punto de un pequeño sistema solar que, pese a todo, se nos queda inmensamente grande, dónde sólo la vida ha surgido aquí, en la Tierra, al menos la inteligente, la que denominamos “superior”, aunque no podemos descartar, que al menos, exista o haya existido vida en sus formas más elementales.

Pero nuestra capacidad para comprobarlo, para explorar los planetas y satélites que nos rodean, es tan limitada, pese a que los tenemos aquí, al lado, que no podemos tener un idea aproximada de los mundos que nos rodean, tan cercanos, tan próximos, que apenas en cinco mil años de civilización, nos han dado para llegar a nuestro satélite, a la vuelta de la esquina, en un viaje tan complicado, largo y rocambolesco, que augura un proceloso y más que complicado futuro a los tan cacareados viajes espaciales, de los que nos distancia años luz, dada nuestra incapacidad para abandonar La Tierra, a causa de la insuficiente capacidad tecnológica para lograrlo, pese a la soberbia que nos domina en este aspecto.

Y es así, que nos limitamos a unos esporádicos viajes a nuestro pequeño y próximo satélite, La Luna, y soñar con Marte, el dios de la guerra, inalcanzable por ahora, y que parece haberse naturalizado aquí, para desgracia de una humanidad que lejos de soñar con otros mundos, seguramente más benévolos y pacíficos, se empeña en auto inmolarse, con una destrucción y una violencia, que creíamos desterrada, aquí en la vieja y sufrida Europa, que da nombre a uno de los satélites de Júpiter, el planeta gigante de nuestra Vía Láctea, dónde nos hallamos, y de la que nuestro sistema solar forma parte como un insignificante y minúsculo punto de la misma.

En la década de los setenta, dos naves Voyager, fueron enviadas a un largo y aventurado viaje hacia el frio, oscuro y vacío espacio interestelar, con la inestimable colaboración del científico Carl Sagan, en busca de mundos inteligentes que pudieran interpretar la información que de nuestro mundo y su civilización, portaba una de ellas, detallando en una grabación en un disco de oro y a través de imágenes, música, saludos en cincuenta y cinco idiomas, dibujos del cuerpo humano y de los animales, la cultura, ciencia y la sociedad humanas, en la esperanza de que en un lejano futuro civilizaciones extraterrestres pudieran hallar tan valiosa información, y darnos así a conocer, mitigando de esta forma la infinita soledad en la que nos encontramos los habitantes del planeta Tierra.

El catorce de febrero de mil novecientos noventa, la nave Voyager 1, que se encontraba a miles de millones de kilómetros de la Tierra, recibió la orden de girar sobre sí misma ciento ochenta grados,  dirigiendo por última vez su mirada hacia atrás, con el objetivo de enfocar hacia el lejano lugar desde donde partió, y lo que sus ojos registraron, en la oscura, profunda y solitaria negrura espacial, fue un minúsculo punto, que Carl Sagan, describió como un pálido punto azul, rodeado de minúsculos punto blancos, que parecían escoltar a nuestro hermoso planeta Tierra, inmerso en la soledad del espacio infinito.

Quizás algún día, dentro de miles o millones de años, en alguna remota galaxia, algún ser inteligente llegue a tener conocimiento de la existencia de un planeta azul, dónde la vida se había abierto camino dando lugar a una espléndida naturaleza, verde por sus plantas y azul por su aguas y por sus límpidos y brillantes cielos cubiertos de refulgentes estrellas, que contemplaron cómo surgió una especie humana, que con el tiempo, transformó tanta belleza en un planeta irreconocible y maltratado, encerrado en su profundo, frío y oscuro abismo cósmico, esperando quizás la llegada de unos viajeros de otros mundos, que habiendo tenido noticias de la existencia de este planeta llamado Tierra, respondan a nuestra llamada, y acudan a nosotros para terminar con nuestra infinita soledad.

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