Los recientes desastres acaecidos en nuestro país, con el apoteósico final del gran apagón, lo han colocado a ojos del mundo a un nivel tercermundista que debiera avergonzar a cualquier gobierno serio y responsable del que desafortunadamente carecemos, incapaz de dirigir, gestionar y resolver con eficacia y rapidez, limitándose a resistir, continuando al precio que sea, utilizando la moneda de cambio que más le convenga en cada momento, no importa de qué naturaleza sea, utilizando recursos oficiales si es menester, y negando, tergiversando y ocultando hechos evidentes, con una falta absoluta de respeto hacia unos ciudadanos que ya no confían en absoluto en un ejecutivo que los defrauda constantemente, a cuyo frente se encuentra un presidente que hace tiempo perdió la capacidad de sentirse digno, responsable y honesto, abrazando exclusivamente el único valor que desesperadamente concibe y persigue, que dada su infinita soberbia y extremo narcisismo no es otro que el de eternizarse en el poder, algo que su desmedida ambición le impone como única meta política a mantener a perpetuidad.
El reciente apagón a nivel nacional que ha causado unos enormes trastornos en todos los órdenes con desenlaces dramáticos en algunos casos, ha demostrado una vez más la incapacidad manifiesta de un gobierno que no ha asumido la indudable responsabilidad que le corresponde, evadiéndose como de costumbre, con sus responsables directos, la directora de Red Eléctrica y la ministra correspondiente desaparecidas, con las divagaciones explicativas banas, vacías y sin aclarar absolutamente nada de un presidente sobrepasado por los acontecimientos que han dejado a este país en un mal lugar, una vez más, por la incompetencia de un gobierno cuyo jefe del ejecutivo debería olvidar su tan cacareado manual de resistencia y acostumbrarse a un manual de incompetencia en el que se ha instalado desde hace ya demasiado tiempo, y actuar en consecuencia ante tanto desastre que no conlleva responsabilidad alguna, ni por su parte ni por responsables a su mando.
No solamente no reconoce los fallos y errores habidos en este colosal apagón, sino que tiene la desfachatez de acusar a las empresas eléctricas, cuando el responsable último de Red Eléctrica es el gobierno, que tiene la obligación de conocer lo sucedido y repararlo en todos sus aspectos, sino que utiliza el apagón para cargar además, de una forma ferozmente extemporánea, contra las nucleares, cuando en Francia, por ejemplo, que posee 56 reactores – en España hay 7 reactores – aseguraban, ante el desastre en nuestro país, que jamás allí podría suceder lo que pasó aquí, ya que las nucleares frenan estas hecatombes energéticas, con un potencial inmensamente superior al de las renovables – sin renunciar a ellas - y que hacen de ese país galo, una indudable potencia mundial energética.
No cabe la menor duda que el gobierno supo mucho antes de lo que se afirma – ya avisaron las eléctricas que esto podría pasar - pero este jefe del ejecutivo, soberbia incluída, parece haberse entregado a una guerra contra todo lo privado, ni quiso ni supo escuchar, al tiempo que pocas dudas quedan acerca de que conoció más pronto que tarde lo sucedido y su reparación, que no obstante llevó a cabo demasiado tarde, sin querer reconocer ni un extremo ni otro, evadiéndose de responsabilidades que intentó cargar sobre otros.
La imagen de nuestro país se ve deteriorada por momentos con escándalos y desastres cada vez más reiterados, que denotan incompetencias que no se asumen, como las de las comunicaciones ferroviarias de alta velocidad que nos dejan en muy mal lugar ante los ciudadanos víctimas de la ineptitud de este gobierno, y ante nuestros colegas europeos, que no entienden de manuales de resistencia inútiles, sino de otros que hablan de competencias, eficacias y responsabilidades que no admiten subterfugio alguno para evadirlas.