sábado, 14 de julio de 2007

Segovia en el corazón

Guardo una especial relación de amor hacia esta bellísima ciudad que admiro y quiero profundamente desde mi infancia y donde residí durante varios años de mi época de estudiante. La visito de vez en cuando y siempre menos de lo que yo quisiera, recomendándola encarecidamente al viajero que desea disfrutar del arte, de la gastronomía y de sus afables gentes.
Es como volver a casa, como regresar al punto de partida. Cada vez que vuelvo me recibe con los brazos abiertos. Recorro sus calles y sus plazas deleitándome con la impresionante, apacible y relajante visión de sus innumerables tesoros artísticos presididos por el majestuoso acueducto, maravilla de las maravillas que no me canso de contemplar, de sus innumerables iglesias, auténticos tesoros, de sus torres y torreones que jalonan la ciudad, de la majestuosa catedral, la dama de las catedrales, ante la que me extasío disfrutando de su armoniosa figura vista desde la concurrida plaza mayor, del imponente Alcázar, elegante y majestuoso y de tantas otros regalos que Segovia ofrece para deleite de los ojos y del espíritu de quien sabe valorar la belleza.
Fueron años de estudiante que hoy, repasándolos, envidio, y que volvería a repetir si pudiera volver atrás. Me parecen increíbles aquellos tiempos en una deliciosa pensión de la plaza de Díaz Sanz, con el acueducto permanentemente visible a través de las ventanas, casi al alcance de la mano y el instituto viejo al lado. Todo un lujo, que hoy recuerdo con emoción y profunda nostalgia.
Recuerdo a la Sra. Fuencisla, la patrona de la pensión, una venerable y bondadosa mujer que nos trataba como a sus hijos y a la que tratábamos con todo el respeto del mundo. Poseía una impresionante biblioteca heredada del sacerdote con el que estuvo de ama durante toda su vida. En paz y en gracia de Dios, hijo mío, nos decía cada vez que le pagábamos a final de mes. La recuerdo con todo el cariño del mundo. Son personas, lugares y anécdotas inolvidables e impagables para quien, como yo, valora, recuerda y mantiene lazos de admiración y amistad hacia esta ciudad y hacia los personajes que formaron parte de mi pasado.
Y aquellos años en la antigua Normal de Magisterio. Que tiempos. No se me olvida que corría la voz de que para aprobar la asignatura de religión, bastaba con hablarle de la virgen al profesor. Por lo menos a mí me funcionó. Pasear por la calle Real desde el acueducto hasta la plaza mayor es recorrido obligado, como visitar la casa de D. Antonio Machado que fue profesor en el Instituto o disfrutar de la profusa actividad cultural que Segovia mantiene.
Esta ciudad se vende sola, no necesita publicidad. Quienes la conocemos, la recomendamos y nunca vemos defraudada esta sugerencia pues los viajeros vuelven encantados con la magia que desprende. Siempre volveré a Segovia y si un día pudiera, allí me quedaría, aunque una parte de mí, hace tiempo que reside en ella.