lunes, 17 de diciembre de 2007

EL JUGUETE DE CARTÓN

Parece un cuento adaptado a estas fecha Navideñas pero la anécdota que refiero a continuación protagonizada por una tierna niña, es real y supone un fiel reflejo, subjetivo donde los haya, del sentimiento de los niños ante una actividad tan importante para ellos como es el juego. Lo relata su abuelo, una persona conocida para mí y lo hace con una mezcla de incredulidad, emoción y ternura ante la reacción de su nietecita.
Lo relato aquí, porque creo que es una preciosa y hermosa lección la que esta niña nos da con su espontánea y tierna actitud ante el juego con un sorprendente juguete que la llena de felicidad y gozo y que a nosotros debería hacernos pensar y extraer la correspondiente lección sobre la infancia, el juego y los juguetes sencillos y no por eso menos mágicos y divertidos para el mundo infantil.
Era el día del cumpleaños de la niña. La familia se encontraba alrededor de ella, expectante, esperando su reacción ante el ingente montón de juguetes de todas clases, tamaños y colores esparcidos a su alrededor.
Muñecas, casitas, peluches y otros muchos juguetes multicolores, unos estáticos y otros en movimiento danzando y bailando formaban un coro a su alrededor que mantenían a la niña con una expresíon que era una mezcla de susto, sorpresa y contenida alegría.
Sus ojitos desorbitados miraban nerviosamente de un lado a otro, girando su cabecita a izquierda y derecha, siguiendo la trayectoria de los muñecos andantes y bailarines que giraban y giraban a su alrededor.
No se decidía. Trataba de atrapar a uno de los ositos danzantes y al momento se volvía hacia una preciosa muñeca que le hablaba con insistente y repetitiva dulzura con un mensaje inaudible entre el barullo general que dominaba el circo multicolor.
Volvía su carita hacia sus padres sonriendo nerviosa, interrogándoles con la mirada qué decisión tomar. A continuación volvía la vista sobre el montón de juguetes donde descubrió algunos sin abrir, envueltos primorosamente y rematados con un encantador lacito. Se dirigió hacia uno de ellos y lo desprendió con un ligero toque de sus deditos para descubrir una linda muñequita que la miraba fijamente.
Pronto descubrió otro paquete, este mucho más grande, el mayor de todos y de vivos colores. Desató el lacito y, oh sorpresa, un encantador osito, blanco como la nieve surgió como por encanto de su encierro de cartón. Lo tomó en sus brazos, lo besó y acarició para depositarlo después en el suelo. Se quedó observando de nuevo el jolgorio general orquestado a su alrededor. Nada quedaba por abrir, nada por mirar.
No sabía por cual decidirse. Seguía a uno, tocaba a otro, acercaba sus manitas a los juguetes bailarines que se le escapaban danzando en otra dirección. Ninguno parecía convencerla. Le era imposible decidirse por uno de ellos. Miraba y miraba girando nerviosa y rápidamente su carita hacia sus familiares que con una contenida emoción la seguían con la vista, hasta que de pronto, su cara se iluminó.
Entre la multicolor montaña de papel de envolver que se había formado, apenas aparecía un caja grande con múltiples dibujos de miles de colores, abierta y colocada en una posición inestable. Exhibiendo unos nerviosos grititos, con pasos decididos y tan rápidos como inseguros, hacia ella se dirigió.
Colocó sus leves manitas sobre el paquete de cartón y lo empujó. Al comprobar que se movía, continuó impulsándolo hasta extraerlo del montón de papeles de colores que salieron despedidos hacia los lados. Qué exclamaciones de satisfacción, qué alegría desbordada, qué placer comprobar que controlaba y dirigía el movimiento del cartón alrededor del montón de juguetes ahora olvidados. Cómo lucían sus ojitos convertidos en dos puntitos luminosos abiertos al compás de su boquita que gritaba de gozo y satisfacción.
Lo movía, lo paraba lo giraba y lo volvía a empujar. Diríase que había descubierto su juguete ideal. El más preciado para ella. El juguete que le hacía feliz. El juguete de cartón.