miércoles, 10 de septiembre de 2008

AL AMOR DE LA LUMBRE

Esta entrañable expresión, tan evocadora de tiempos pasados, tan olvidada en el cada vez más denostado lenguaje actual, no obstante y pese a todo, no deja de tener sentido en los tiempos actuales donde el frenético y absurdo ritmo de vida que sufrimos no favorece precisamente esta actitud de puesta en común entre las gentes.
Las generaciones más jóvenes, en su mayoría, ignorarán el significado que encierra esta bella y musical expresión, que nos trae a la memoria los más tiernos y queridos recuerdos de nuestra infancia, cuando la familia, los vecinos, los amigos, la buena gente de entonces, se reunía en torno a la lumbre baja de la chimenea o del brasero, que en aquel entonces poseían todas las casas en la principal pieza de la casa: la cocina.
Y lo hacían con motivo de la matanza, de la fiesta del lugar o por cualquier otro motivo que supusiera la juntanza de los elementos de la familia y de los vecinos, incluidos los más pequeños, para disfrutar de los relatos de los padres, de los abuelos, de los tíos y de todo aquel que fuera capaz de deleitarnos con sus historias.
Historias que versaban sobre leyendas que fueron pasando de padres a hijos, sobre hechos sucedidos en los pueblos de alrededor, a veces reales, a veces mezcla de ficción y realidad, sobre vivencias de ellos mismos en sus tiempos mozos, o simplemente para hablar de sus venturas y desventuras del quehacer diario.
Y reían, y compartían y eran felices con lo poco que tenían. Les bastaba con muy poco y como no necesitaban ni ansiaban más, disfrutaban de la vida pese a las privaciones que con frecuencia padecían.
Pero eran solidarios, eran gente de buena voluntad. Se ayudaban los unos a los otros y en los tiempos difíciles se echaban una mano entre ellos. Cuantas veces mi querida madre me lo decía, ella que siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás.
Recordaré siempre aquellos fríos pero deliciosos inviernos en el pueblecito de Segovia donde nací, Duruelo, en la falda de Somosierra, al amor de la lumbre que alimentábamos con la leña que traíamos del monte, con la sierra nevada al fondo, y las eras cubiertas de una blanco manto, mientras la familia reunida escuchaba a mi padre y a mi tío contar sus historias y relatos que hacían la delicia de todos.
Nostalgia de tiempos pasados, nunca obsoletos ni anacrónicos, pese al paso del tiempo y que aún hoy hecho de menos. Lamento la ausencia de aquella paz y sosiego que hoy se ha convertido en un ridículo, absurdo y frenético ritmo de vida que no conduce a ninguna parte.

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