domingo, 4 de enero de 2009

CINCUENTA AÑOS DE REVOLUCIÓN

Cuando pienso, hablo o escribo sobre ese país tan querido por estos lares como lo es Cuba, tiendo a recordar una anécdota que tuvo lugar en la peluquería a la que solía acudir con frecuencia con el objeto de retocar mi entonces espléndida cabellera resuelta en las clásicas melenas que por aquel entonces abundaban por doquier entre los jóvenes que ha tiempo ya dejamos de serlo.
En esa época hallábanos inmersos en una plena, fecunda y efervescente fiebre revolucionaria que nos llevaba a dar por bueno cualquier hecho que supusiese romper con los moldes tradicionales a que acostumbrados nos tenía la por entonces cada vez más acorralada dictadura.
La imagen del Che Guevara presidía las habitaciones de los jóvenes contestatarios y el fervor comunista, marxista leninista nos devoraba con delirante pasión, trasladándolo a la calle donde entonando himnos revolucionarios nos sentíamos unidos a todos los pueblos de la tierra que sufrían la falta de libertad a causa de los tiranos que los gobernaban.
La anécdota a la que hago mención, tuvo lugar cuando con el amigo que me acompañaba entablé una conversación acerca de las bondades del régimen de Fidel que por aquel entonces había logrado unas cotas de bienestar social impensables hacía una década, lo que convertía a Cuba en una auténtico paraíso de libertad, igualdad y prosperidad.
En ello estábamos, entusiasmados con nuestro tema, cuando un cliente nos interrumpió aduciendo que él era cubano, que no teníamos ni idea de lo que estábamos diciendo y que el tal paraíso sólo existía en nuestras jóvenes e inexpertas mentas calenturientas.
Nos soltó una perorata tal – indudablemente tenía muchos más elementos objetivos de juicio para hablar del tema que nosotros – con tantos datos y detalles que lógicamente nosotros desconocíamos, que no supimos por donde salir. Lo hizo, además, con tal rabia y seguridad, que nos descolocó de tal forma que nos sentimos obligados a revisar nuestra opinión sobre Cuba o al menos a dudar razonablemente de las tan hace poco firmes convicciones.
Poco nos duró la duda. Concluimos que se trataba, sin duda alguna, de un contrarrevolucionario expulsado por Fidel con el objeto de que no contaminara la revolución, es decir, un enemigo del pueblo que no era merecedor ni un minuto más de nuestra atención.
Han pasado muchos años desde entonces y cincuenta desde el triunfo de la Revolución Cubana. Fidel hace ya dos años que dejó el mando liberándonos de sus interminables discursos, aunque continúa en la trastienda vigilando, según nos dicen, – lo que es mucho suponer – que la revolución siga adelante bajo la batuta de su hermano Raúl, que representa a la línea sucesoria de la dinastía que él inició.
Con motivo de la celebración de dicho cincuentenario, un discreto Raúl Castro que apenas empleó media hora en su alocución, vino a pedir a los sufridos cubanos que aún les queda lo peor, que aguanten otros cincuenta años, que la revolución así lo exige, que medio siglo de sufrimiento y desesperación no son nada.
El miedo a la libertad suele mostrar esta cara, la de estos gobernantes que nadie ha elegido y que se resisten a devolver el poder a sus legítimos dueños, al pueblo cubano que ya no puede ni debe soportar más los caprichos falsamente revolucionarios de los usurpadores que rigen sus destinos.
La revolución se apagó hace muchos años, cuando debieron devolver las riendas a los ciudadanos, después de expulsar al dictador y estabilizar el país al que lograron dotar de un cierto bienestar social y de unas instituciones que consiguieron mejorar considerablemente la vida de la población.
Pero Fidel se dejó tentar por el poder y acabó como todos los que en su lugar se sienten en posesión de la verdad absoluta y se erigen en salvadores de su atribulado pueblo al que dicen guiar por la senda del progreso y la libertad, de esa libertad que les niegan desde el momento en que se convierten en dictadores a perpetuidad, lo que les deja sin argumentos a la hora de pretender ser considerados por la historia como liberadores de su país.
Solamente los acomodados nostálgicos y los trasnochados y falsos románticos que siguen aplaudiendo la “resistencia del valiente pueblo cubano”, siguen justificando una situación que coloca a Cuba en las antípodas de la modernidad, y que supone un absoluto anacronismo en los tiempos que corren.Ahora, más que nunca, cobra pleno sentido aquel grito de guerra: ¡viva Cuba libre!.

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