lunes, 8 de junio de 2009

LA LUNA AL ALCANCE DE LA MANO

El veinte de julio de mil novecientos sesenta nueve, cuentan las crónicas que tuvo lugar uno de los hechos más trascendentales llevados a cabo por los seres humanos a lo largo de la historia de este atribulado y solitario planeta, al hollar con sus pies el virginal e inmaculado suelo lunar, nunca antes profanado por ser vivo alguno.
Utilizo la expresión “cuentan”, porque durante estos años se ha especulado con el supuesto de que todo fue una farsa, un engaño que los Estados Unidos montaron en unos estudios cinematográficos que recreaban las condiciones lunares y que han propiciado que muchos adictos lunáticos intentaran dejar en evidencia a la NASA ante lo que ellos consideran fallos garrafales en dicha recreación, mediante los cuales intentan demostrar que en realidad, todo se fraguó aquí en la Tierra.
A primera vista, repasando la información que nos proporcionan los escépticos y visualizando multitud de reportajes y documentales que sobre el tema se han llevado a cabo, uno se permite dudar hasta el extremo de que cuanto más te informas, más llegas a tener la seguridad de que nos timaron miserablemente, que todo se pudo grabar en un estudio en el desierto de Nevada, que, en definitiva, nos engañaron.
La verdad es que sorprende que hace cuarenta años pudieran llevar a cabo semejante hazaña, cuando hoy en día vemos los problemas que tienen que sortear de vez en cuando en misiones aparentemente menos complicadas. Ponen como ejemplo el del ordenador central, una cacharrillo con una potencia semejante al del que hoy gobierna una lavadora o un sencillo aparato doméstico. Como mínimo, este hecho, al lado de otros más que podríamos citar, no deja de sorprender.
Pero la inteligencia más elemental, más medianamente lógica, no debería alimentar semejantes razonamientos que chocan frontalmente contra una mentalidad que a nada que se esfuerce, concluiría que semejantes alucinaciones son un completo desatino que trocaría uno de los más gigantescos pasos dados por el hombre en una burda y ridícula farsa que avergonzaría para siempre a sus supuestos autores y que el resto de las potencias habría dejado en evidencia.
Y es que fue una aventura maravillosa que vivimos todos aquel mágico veinte de julio de hace cuarenta años. El mundo entero se sintió a la par que emocionado, un poco aliviado al contemplar al hombre sobre otro cuerpo celeste. Ya no estábamos tan solos, tan aislados en este planeta.
Por primera vez podíamos contemplarnos desde allí, y nos veíamos como una hermosa esfera azul, solitaria en la inmensa negrura del universo, y descubrir de paso lo insignificantes que somos inmersos en la grandiosidad del cosmos.
Somos apenas un incipiente soplo de vida entre las galaxias y las estrellas que las componen. Sin duda no somos los únicos y seguro que ese milagro que llamamos vida abunda en la inmensidad del soberbio e infinito universo. Experimentamos una necesidad imperiosa de conocer a nuestros vecinos estelares, de saber si están ahí, y no descansaremos jamás en intentarlo
Quizás nos encuentren ellos, quizás jamás lo consigamos, quizás nos hayamos extinguido antes de lograrlo, pero aquel paseo lunar significó el comienzo de la aventura. Los poetas que tanto la cantaron, debieron avisarla para mantenerla lúbrica y pura, con aquellos versos de Federico:
Huye luna, luna, luna / que ya siento sus caballos.

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