Soy partidario de vivir el día a día, de mirar mínimamente hacia atrás, de no recurrir a añoranzas, nostalgias y recuerdos que muchas veces se transforman en ataduras, de árboles que no te dejan ver el bosque y que te impiden observar la realidad de una forma imparcial y objetiva, porque al transformarla, se altera tu auténtico yo convirtiéndote en rehén de una realidad que ya no existe.
Echar un vistazo atrás es positivo siempre y cuando se explore el mismo con vistas a rectificar y aprender de los errores cometidos, a cambiar las actitudes que se han demostrado vacuas e inútiles, en definitiva a evolucionar y adaptarse a los tiempos presentes con proyección de futuro.
Esta filosofía de la vida, es aplicable no solamente a los individuos, sino aún más a las instituciones de todo tipo que han quedado ancladas en el pasado de tal forma que hoy en día se revelan anacrónicas, obsoletas y fuera de lugar en un mundo que se mueve a la velocidad de la luz, de esa luz que merced a sus trasnochadas ideas y a su incapacidad de seguir el ritmo de la modernidad en la que vivimos, se ha transformado en sombras.
Pongo por ejemplo a la Iglesia Católica, ejemplo de institución incapaz de ponerse al día, opuesta como siempre a todo avance, con la vista siempre en el pasado, contraria a todo movimiento, no digamos ya progresista, sino simplemente acorde con los tiempos que corren. Se opone a los anticonceptivos, al aborto, a los avances en la ingeniería genética y se alía con la derecha más recalcitrante, en definitiva, se ancla en el pasado.
Y qué decir de la derecha política española, ejemplo de partido político que parece empeñarse en seguir atado a tiempos pasados que ya casi nadie quiere recordar, incapaz de liberarse de unas ataduras que dudo que los más jóvenes de dicho partido lleguen a compartir.
Sonroja comprobar como se oponen a todo lo que suponga romper con un pasado Franquista al que sin duda no pertenecen pero que da la impresión de que se siente herederos de semejante rémora. Cualquier alusión a aquellos tiempos les saca de sus casillas. Se niegan a condenar esa época, a retirar las estatuas del dictador, a llevar adelante la Ley de la Memoria Histórica y para rematar la faena, se alían con la Iglesia Católica, avalando todas las manifestaciones y salidas de tono de sus jerarcas.
Siempre he sido votante de izquierdas, aunque hace años que me he acogí al abstencionismo. No puedo votar, ni a unos ni a otros. Considero que tenemos una clase política, que ni nosotros ni nadie nos merecemos, o quizás sí porque somos nosotros quienes los elegimos, pero en cualquier caso soy incapaz de votar a unos políticos vocingleros, que dedican todo su tiempo a insultarse y airear los defectos ajenos en lugar de proclamar sus bondades, si las tuvieren y de paso echar un vistazo a su casa por si fuera necesario reparar los desperfectos propios.
Y es que, aunque nos pese, en el caso de la política y los políticos, este país apenas cuenta con treinta años de democracia. Si a esto, unimos el carácter típico español aplicado a la política, seguramente concluyamos que la cosa no da para más, aunque claro está, esto no justifica sus desmanes.
En cuanto a la Iglesia católica, cuenta con dos mil años de antigüedad. Si a estas alturas no ha evolucionado, ya nada cabe esperar. Seguro que sus feligreses, fieles ovejas de su rebaño, se ganarán el cielo más que por sus rezos, por su paciencia.