jueves, 24 de septiembre de 2009

CUARTO Y MITAD

Hay expresiones, términos y giros lingüísticos, que milagrosamente aún forman parte del acervo cultural y han logrado sobrevivir en medio de la vorágine de nuevos tecnicismos y, como no, vulgarismos, con los que nos obsequia casi diariamente el formidable torrente de información proveniente de los innumerables medios de comunicación que nos envuelven en sus redes, acechándonos continuamente y en cualquier lugar, las veinticuatro horas del día.
Viene a cuento esta cita, por el hecho de que después de tanto tiempo sin noticias suyas, llegó a mis oídos en una pequeña tienda de las que, afortunadamente aún sobreviven, una expresión que años ha que no escuchaba, y lo hizo de labios de una señora a la hora de hacer un pedido de galletas a la “dependienta” del susodicho “establecimiento”. Entrecomillo estas palabras, al igual que haré con otras que citaré, como términos prácticamente olvidados y en desuso en el lenguaje diario, con cierta lógica en algunos casos y menos justificado en otros en los que la belleza y sonoridad de la expresión, deberían seguir regalándonos los oídos.
“Cuarto y mitad”, es una expresión que ha caído en desuso por motivos obvios, pero que ahora saco del olvido debido a que en tiempos pretéritos fue muy utilizada. Siendo yo niño mi madre me mandaba a la tiendecita del pueblo donde vivíamos, a por cuarto y mitad de garbanzos, de judías, de aceitunas, etc. Durante todo el camino iba repitiendo esta expresión con el objeto de recordarla al llegar a la tienda de “ultramarinos”, que es como se denominaban entonces las tiendas con el objeto de adquirir los “coloniales”, que eran los productos que tenían a la venta.
Y qué me dicen del “boticario” y su “botica”, del “herrero” y su “fragua”, “la bodega” “la cantina”, “el molinero”, “el caminero”. Pocos ya se escuchan o se citan, constituyendo una auténtica sorpresa para los oídos que recuerdan estos términos, algunos con pleno significado todavía pero con casi nula utilización salvo en algunas zonas rurales donde aún pueden llegar a oírse.
“Fresquera”, “alacena”, “cochera”, “alambique”, “alharaca”, “alféizar”, son palabras que posiblemente jamás volvamos a escuchar y que quedarán en la memoria de las gentes que las utilizaron toda su vida.
Nuestras madres nos daban para merendar una “onza” de chocolate, que era, y es, un trozo de la “media libra de chocolate”, hoy “tableta de chocolate”, que era como se designaba a la pieza completa. Aunque no venga muy a cuento y “sacando los pies del tiesto”, solíamos merendar una rebanada de pan con aceite rociado o no con azúcar, que hoy se revela como un excelente tentempié mediterráneo.
La “arroba”, que curiosamente ahora cobra hoy una altísima utilización en informátic@, aunque nada tenga que ver con aquella medida agraria, al igual que la “fanega” y el “celemín”, para medir y la “romana” para pesar, términos todos que no desearíamos que desaparecieran para siempre, cuando se han utilizado durante siglos.
Quiero citar dos términos que siempre han gozado de mi favor y que aún trato de utilizar que son “baladí, es decir, de poca importancia, y “es menester”, o lo que es lo mismo, es necesario. Son vocablos que no deberían desaparecer de una lenguaje cada vez más infravalorado y sometido a todo tipo de deformaciones por los jóvenes cuando utilizando los medios que pone a su alcance la tecnología moderna para comunicarse, lo infrautilizan con expresiones abreviadas y destrozos varios, cuando ellos son los naturales transmisores del conocimiento a las generaciones futuras.
Resultan alentadores, no obstante, los esfuerzos que determinadas instituciones tratan de llevar a cabo en defensa de la lengua de Cervantes. Desgraciadamente, resulta descorazonador escuchar a representantes de los medios de comunicación audiovisual como corrompen el lenguaje, en unos casos utilizándolo incorrectamente y en otros, y esto es incalificable, haciendo un uso vulgar, grosero y soez en determinados programas basura que deberían estar sometidos a un consejo ético regulador que los hiciera desaparecer del mapa para siempre.
No caerá esa breva.

jueves, 17 de septiembre de 2009

UNA HERMOSA PROFESIÓN

Me conmovió profundamente mi hija, estudiante de historia del arte en la universidad Autónoma de Madrid, cuando hace unos días, con la voz embargada por la emoción y la tristeza, nos trasladó su sincera pena por la inesperada y repentina muerte de un profesor al que todos sus alumnos estimaban sincera y profundamente y al que van a echar inmensamente de menos.
Tal ha sido la conmoción que ha causado este hecho, que todos los compañeros han utilizado - en este caso de una manera encomiable - las redes sociales de Internet para comunicar al mundo su pena por la desaparición de un profesor al que querían y valoraban por sus enormes cualidades, no solamente profesionales, sino humanas. Adiós a un gran profesor, titulan sus comentarios en Facebook.
Yo que he sido docente durante muchos años, y que he amado profundamente esta más que profesión, dedicación, me alegra inmensamente que una hija mía exprese y sienta esa devoción por una persona que ha dedicado su vida a enseñar y que lo hacía de una manera humilde, cercana, abierto siempre, tanto de espíritu como de mente, que era comprensivo con todos y que consiguió que sus alumnos amaran la belleza que el arte lleva consigo.
En estos momentos en los que la sociedad eleva su voz en defensa del profesor, me causa tanta vergüenza como indignación que sea necesario tomar medidas para defenderlo de sus propios alumnos – está claro que no de todos ellos – para quienes la figura del enseñante no es sino la del represor que les impone diariamente su autoridad y a quien con la ausencia absoluta del más elemental de los respetos, ofenden, agreden y desprecian en el aula y fuera de ella.
Prácticamente desde siempre se ha infravalorado la figura del profesor en este país, y han sido los padres los primeros que comenzaron a perderle el respeto de múltiples formas, comenzando por el hecho de darle la razón al niño antes que al maestro, reprobando su actitud si el niño era castigado, tuteándolo – ojalá volviera él "usted" como síntoma de respeto – de una manera absurda y en ocasiones despectiva. En definitiva despojándolo de su autoridad y del respeto debido delante del hijo.
Esa sociedad que hoy se asombra ante estos hechos, en gran medida es la culpable de estas actitudes absolutamente injustificables. La ejemplificación a todos los niveles es nula y en muchas ocasiones totalmente negativa. Las instituciones, los grupos sociales, los medios de comunicación y demasiadas veces la familia, han hecho dejación de sus obligaciones y ahí tenemos los resultados.
Es triste que haya que imponer el respeto mediante medidas legales con el objeto de defender a quienes dedican su vida a formar a las generaciones futuras. Ese respeto ha de ser voluntario, libre y ha de surgir del propio alumno agradecido a la persona que le transmite sus conocimientos preparándolo para la dura y competitiva vida que le espera allende las aulas.
Mantengo un cálido y afectuoso recuerdo de cuantos profesores he tenido. No me cabe duda de que es una de las profesiones más hermosas que existen. El maestro lo da todo por sus alumnos y cuando constatan su progreso, su alegría y satisfacción es enorme, tanta como profunda es su frustración cuando no logran sus objetivos.
Un país que no valora y respeta a sus enseñantes, es un país sin futuro.

jueves, 10 de septiembre de 2009

LA DICTADURA TECNOLÓGICA

Vivimos en una sociedad inmersa en un desenfrenado ritmo competitivo a todos los niveles que nos desquicia hasta el extremo de convertirnos en todo aquello que jamás hubiéramos admitido tiempo atrás y que ha conseguido que nos miremos en el espejo de vez en cuando y no nos reconozcamos ante lo que nos muestra de una forma objetiva, sin engaños ni tapujos que deformen la realidad.
Nos desagrada de tal manera lo que vemos, que llevándonos las manos a la cabeza nos preguntamos cómo hemos llegado a esta situación en la que todo discurre a una velocidad vertiginosa, siempre con prisas, cargados de obligaciones, de insatisfacciones, permanentemente estresados y privados en ocasiones de una intimidad que nos niegan los medios tecnológicos que nos atan con su dictatorial y omnipresente presencia.
Nos desenvolvemos en una sociedad mediatizada por estos avances que nos mantienen en una permanente comunicación y ante la que no somos conscientes del control que se ejerce sobre nosotros, al mismo tiempo que se nos condiciona, aliena e influye subliminalmente, con una información y un torrente de datos y mensajes tal, que nos priva, de nuestra capacidad de decidir libremente, de discrimar y en definitiva, en más ocasiones de las que podemos sospechar, de pensar y razonar clara y libremente.
Con frecuencia tendemos a ridiculizar, incluso despreciar a aquellas sociedades menos evolucionadas, más atrasadas, que no han dado el salto tecnológico de la sociedad occidental y que por lo tanto no disponen de toda la tecnología mediática moderna, como si el hecho de disponer de ella nos encumbrase, orgullosos, por encima de los demás, en una absurda actitud de soberbia y absoluta falta de respeto, cuando en Occidente tenemos mucho que aprender de ellos.
Hablamos del tercer mundo, con otras prioridades más inmediatas y necesarias que las que aquí citamos y a las que no obstante está llegando esta modernidad que les hacen mirar con ojos de asombro desde su mundo miserable hacia el nuestro, opulento, egoísta y derrochador, al que se dirigen obnubilados por lo que ven, con unas esperanzas e ilusiones que casi siempre se ven defraudadas por la triste realidad que desgraciadamente les espera a su llegada.
Con frecuencia estamos siendo testigos de hechos violentos protagonizados por jóvenes que han despertado la alarma en la sociedad, la cual, poniendo el grito en el cielo se pregunta que está pasando con un sector de la juventud que encuentra diversión y acomodo en estos hechos reprobables a los que se llega precisamente mediante la utilización de los modernos medios de comunicación que utilizan para sus convocatorias y cuyos desmanes publican sin el menor rubor en las redes sociales que esos medios les brindan sin límite alguno.
Esa violencia se manifiesta también a nivel de pequeños grupos en los que se maltrata ridiculiza y veja a compañeros y profesores grabando los hechos con un simple móvil, con el objeto de publicar después sus hazañas en Internet a través de las herramientas que Internet pone al alcance de todos y que permiten divulgar sus maldades sin límite alguno jactándose de las mismas en un alarde de brutalidad e incultura impropia de una generación que tiene a su disposición todos los medios necesarios para formarse e informarse como jamás tuvieron los jóvenes de tiempos pasados.La tecnología que disfrutamos en el siglo XXI es una auténtica maravilla fruto del ingenio del ser humano y no tenemos por qué culparla de su mala utilización. La evolución es y debe ser continua y no podemos detener un progreso que es inherente a la especie humana. No obstante, estas consideraciones deberían hacernos reflexionar. Como siempre, un uso racional de la tecnología, facilitará nuestras vidas y las hará más llevaderas y confortables. Es absurdo volver la vista atrás; es mentira que cualquier tiempo pasado fue mejor; pero no podemos dejar que los árboles nos impidan ver el bosque. La tecnología debe humanizarse, debe servir a la sociedad. No invirtamos los términos.

CUÉNTAME LOS AMORES REVUELTOS DE LA SEÑORA

Lectores habrá que hayan descifrado el extraño título que precede a estas líneas, desentrañando su misterioso y laberíntico significado que no es otro que la concatenación de tres de las series televisivas que nos azotan diariamente con sus contenidos machacones, repetitivos e insufribles y que gozan de un favor popular que debería sorprendernos a estas alturas, pero que dado el hecho del nivel cultural - no digamos ya del morboso nivel televisivo, de que goza este país - pues, oiga usted, lo entiendo perfectamente.
Las tres citadas series - hay muchas más que podríamos citar – siguen, para mayor inri, la misma temática tan reiterativa por estos lares como es la de la posguerra, que ya cansa, hastía y aburre hasta límites insoportables, tan tratada, manida y utilizada durante tantos años y que vuelve otra vez con inusitada fuerza y con una elevada audiencia que da que pensar, aunque esto último no es absolutamente necesario para seguirlas, ya que los contenidos de las misma no dan para tanto.
Me imagino a los guionistas confeccionando el rollo diario, desternillándose ante semejantes atropellos culturales que se ven obligados a inventar, sabiendo que no tienen que devanarse mucho el intelecto, puesto que las situaciones y los planteamientos son a veces tan absurdos y ridículos que les basta con situar a los personajes en un determinado entorno y poner en boca suya los textos más vulgares que a veces ni siquiera vienen a cuento.
Algunas ni siquiera se molestan en documentarse, otras en cambio parecen más elaboradas y es que han encontrado un auténtico filón con el que pueden eternizarse elaborando miles de capítulos – de un mes de un año de aquella época son capaces de extraer material suficiente para decenas de capítulos - y así durante toda la posguerra, sabiendo además que van a gozar del favor de un público fiel que no se va a perder un solo día el rolllo correspondiente.
Claro que hay mucho más. Tenemos las siniestras, patéticas y espeluznantes historias de un internado ubicado en un misterioso bosque donde habitan horrendas criaturas, protagonizado por unos tiernos/as infantes/as absolutamente creciditos/as, que se las ven y se las desean para representar el papel de adolescentes que, en la vida real, ha tiempo dejaron de serlo. Afortunadamente tenemos también alguna serie policíaca, muy a la española, otra de tetas y paraísos ejemplarizantes y alguna que otra de jueces insobornables, hospitales insufribles y colegios con niñatos consentidos e insoportables. Como ven, no falta de nada.
Afortunadamente, y para desengrasar, podemos disfrutar de la más aborrecible programación-basura que pueda uno imaginarse. El cotilleo, el mal gusto, la vulgaridad, la mala educación, la falta de respeto y la cutrez más absolutas, se encuentran allí representadas. Es sumamente difícil expresar con palabras el mal gusto y la incultura más recalcitrante que rezuman semejantes bodrios televisivos. Menos mal que de vez en cuando nos ponen alguna película que puede verse. Eso sí seguro que ya la habrán exhibido diez veces. No esperen una obra de teatro o algún programa con un contenido mínimamente cultural.No lo harán, sencillamente porque la cultura no vende en este país.