miércoles, 7 de abril de 2010

LA GENERACIÓN ATRAPADA

Nos han repetido hasta la saciedad, a lo largo de toda nuestra existencia, que los jóvenes representan el futuro de una nación, de un país, de una sociedad, sin los cuales no se concibe el devenir de la misma, ya que ellos han de ser, pronto o tarde, sus integrantes, consumidores, constructores, productores y dirigentes encargados de reemplazar a la generación que les ha precedido y que deposita en ellos toda la carga que conlleva semejante empresa.
La herencia que recibimos las generaciones de quienes hoy somos los padres de los jóvenes de hoy, distan mucho en cuanto a la preparación y formación que se les exige a ellos. La especialización laboral y la cualificación profesional, difiere bastante de la que se les exige en la actualidad, tremendamente tecnificada, hasta el punto de considerar casi un analfabeto a aquel que no maneja la informática, que no sabe enviar un correo electrónico o que no es capaz desenvolverse con soltura en las denominadas redes sociales.
La preparación profesional en nuestros tiempos, estaba sometida a unos cánones perfectamente establecidos y mantenidos invariables durante largo tiempo sin que esto suponga, de ninguna manera, un juicio peyorativo de la formación técnica recibida, que sin duda capacitaba a los profesionales para ejercer su profesión de una manera absolutamente positiva y eficaz.
Bastaba entonces, con acreditar la formación llevada a cabo y de inmediato – problemas laborales aparte – entonces inimaginables comparados con los de hoy – pasabas a llevar a cabo las funciones que estrictamente te correspondían y aquí paz y después gloria.
Hoy, desgraciadamente para nuestra juventud, ha de aportar una voluminosa cartera con los diplomas, títulos, master, cursos y cursillos varios, para poder optar a ese puesto de trabajo por el que se pelearán multitud y donde te exigirán buena presencia, mejor disposición para aguantar lo que te echen y estar dispuesto a cobrar el mínimo establecido, claro está, siempre y cuando no hayas superado la treintena, porque en ese caso, te declararán de inmediato, anciano laboral.
Los criticamos con tanta dureza, con tanta saña a veces, tildándolos de generación ni-ni, de acomodaticios, inconscientes e irresponsables, que a veces dudo si no estaremos equivocándonos cuando establecemos una comparación con la situación de quienes les precedimos y que motiva el hecho de que los juzguemos de una manera ligera y posiblemente injusta.
Y es que la vara de medir utilizada no puede ni deber ser válida para los tiempos que corren, tan diferentes a aquellos, donde los paralelismos entre una y otra época, quizás no sean muy acertados y no soporten un análisis veraz y equitativo.
A veces trato de ponerme en su lugar y confieso que me abruma y preocupa la situación en la que se encuentran una gran parte de nuestros jóvenes, con un presente incierto y un futuro nada halagüeño, en una sociedad, que, en definitiva, les hemos legado nosotros, y que les atrapa en sus redes de múltiples formas, con una tecnología tan envolvente, acaparadora y asfixiante que los mantiene instalados en una nube permanente.
No obstante, no puede disculparse su capacidad para acomodarse a una situación en la que su falta de voluntad unas veces, su inmadurez y su ligereza otras, les lleva a perpetuar situaciones que suponen un obstáculo a la hora de su incorporación al mundo laboral, que, por otra parte, no admite demora.
Sinceramente, y pese a todas las críticas, exabruptos y comentarios negativos hacia ellos, hemos de reconocer que no lo tienen fácil, que sus perspectivas de futuro no se ven en absoluto despejadas y que el desánimo puede cundir entre ellos a la hora de pensar en su porvenir.
Los tiempos están cambiando y quizás nuestra generación no es capaz de asimilar dichos vaivenes históricos, ni de leer entre líneas el mensaje cifrado que nos están enviando cada día. Mientras tanto, nos limitamos a establecer comparaciones entre aquellos y éstos tiempos, y aunque hay principios y valores inmutables, el escenario no es el mismo.

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