miércoles, 11 de mayo de 2011

FUNCIONARIOS

Es éste un gremio que siempre ha soportado las críticas más airadas, las iras más encendidas y, cómo no, las envidias más vehementes y casi siempre mal disimuladas, que, no obstante, no han logrado nunca, en ningún momento, ni por asomo, descolocarles, inquietarles, preocuparles o hacerles sentirse no ya violentos ni culpables – la verdad es que no tienen por qué – sino que muy al contrario, esta actitud hacia ellos les encrespa, les enerva, y en un arranque de arrogancia corporativa, surgen con la seguridad que les da su egregia posición, con la justificación por excelencia esgrimida siempre por ellos y que no es sino la consabida frase aquella de: pase usted por la oposición, oiga.
Así que ya sabemos la que nos espera. Todos a trabajar para el Estado, todos a chupar de la teta estatal que nunca se acaba, que siempre está llena, que no desfallece, que no te rechaza jamás y que sobre todo, es para siempre. Algo, esto último, que hoy en día, con la precariedad laboral existente, el paro galopante y los apuros económicos varios, no tiene precio ni parangón posible que se resista a una ocupación laboral siempre deseada y en estos momentos tan delicados, anhelada ambicionada y codiciada como ninguna otra lo ha sido jamás.
Siempre el funcionariado ha sido harto envidiado por su condición de trabajador privilegiado en cuanto a la temporalidad de su trabajo, a su perpetuidad, a su estabilidad que le permite afrontar la vida con total tranquilidad sin miedos ni sobresaltos que le puedan afectar, simple y llanamente es para siempre jamás, sin despidos que puedan afectarles – Habría que montar la del inefable Tejero, y aún así, les quedaría el sueldo - sin expedientes de regulación de empleo, sin sanciones por las ausencias continuadas ni controles exhaustivos de su trabajo. En fin, ni dentista ni notario. Funcionario.
Y ahí es dónde le duele, donde el agravio comparativo con el resto de los trabajadores es forzosamente arbitrario, injusto e inaceptable para el común de los mortales que no logra entender, como el resto de las miles de profesiones desarrolladas por millones de productores – distingámoslos así de los funcionarios – no ostentan esa inauditas condiciones laborales que en la empresa privada no se dan ni por asomo.
Perdone usted, le volverán a argüir, la respuesta es muy sencilla: apruebe usted la oposición por la que hemos tenido que pasar nosotros. No sé, no me convence del todo. Hay algo que falla en éste razonamiento tan radical, tan elemental, pero que, ciertamente, es difícil de refutar. Sin embargo, ¿Qué pasa con el albañil, el electricista, el minero, el barrendero, el oficinista, el ebanista o el chatarrero? ¿Acaso no están sometidos a una prueba diaria en sus trabajos constituyendo una auténtica oposición diaria, que solamente acaban cuando son despedidos o jubilados si es que logran éste último estado? Juzguen ustedes.
En el mundo laboral, hay gente para todo. Buena y mala, trabajadora y ociosa, responsable e insensata. El problema siempre latente en el funcionariado es que por su propia naturaleza, puede inclinar a los de siempre al pasotismo, es decir, de aquí no me mueve nadie, así que a vivir que son dos días. Esta gente, los menos, ciertamente, no merecen una situación laboral privilegiada que disfrutan sin merecerla, ya que en la empresa privada no aguantarían ni dos días. Pero han aprobado la oposición, así que a callar. Ya sabes, a opositar. Argumento rotundo donde los haya.
Es de justicia destacar el palo económico recibido con un importante recorte en su sueldo, y el hecho de que no todos los funcionarios son iguales. Tendemos a considerar como funcionarios, casi exclusivamente a los trabajadores de ayuntamientos y ministerios – son los más visibles cuando en masa se dirigen a desayunar – pero también lo son los trabajadores de los hospitales, la policía, los bomberos y tantos otros que no solemos tener en cuenta y que no despertarían en nosotros tantas suspicacias.
Debo por último citar, aunque me cause algún que otro problema si este escrito llega a sus manos, que mi gentil esposa es funcionaria, que desarrolla su labor con toda la sensatez y seriedad de un trabajador que como la mayoría, no trata de aprovecharse de su condición de funcionaria y que reconoce sin ambages que se considera una trabajadora privilegiada.
De vez en cuando se lo recuerdo, como hacían los esclavos con los generales romanos victoriosos, cuando al oído les decían: "recuerda que eres mortal". Tanto se lo debo machacar, tanto le harto de vez en cuando, que no puede evitar decirme, no susurrándome al oído como hacían en Roma, sino en voz bien alta y clara aquello de: si quieres ser funcionario haz la oposición.
La verdad, es que razón no le falta.

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