lunes, 25 de abril de 2011

EL HASTÍO

Es este un término, como tantos otros hoy en día, en continua desaparición, hasta el punto de que parece que ya no suena, que no existe, que ha pasado a mejor vida y perdido su sentido, su significado y su significante, dando lugar y paso a otros nuevos que por razones tecnológicas, globalizantes, y modernistas, surgen con frecuencia pasando a formar parte de la vida diaria de una manera tan sutil, que a duras penas somos conscientes de ello.
No poseen no obstante esas nuevas palabras, la belleza, la sonoridad y, por supuesto, la historia de la mayoría de las que desaparecen y que nos han acompañado a lo largo de toda nuestra vida, afectando con ello a una lengua inmensamente rica en expresiones, significados y matices como es la nuestra, tan maltratada a todos los niveles, incluido aquel que la utiliza a diario en los medios de comunicación, donde se cometen atropellos continuos, así como en la calle y en las redes sociales, donde se ve cada día más acorralada y reducida a la expresión mínima, casi telegráfica con el objeto de lograr la máxima comunicación con el mínimo mensaje.
El hastío con sus correspondientes sinónimos, léase tedio, apatía, indiferencia, desinterés, desgana, fastidio, aburrimiento y otros que podríamos citar, no ha dejado, no obstante, de conservar su sentido, su significado más tajante y contundente, que junto con su sonoro y radical timbre, compone la definición más completa y aplastante necesaria para ilustrar ciertas situaciones que necesitan de una palabra así, para describir un estado de ánimo determinado.
Hastío ante una situación social y económica deteriorada, provocada por elementos extraños a nosotros, a los individuos de a pie, cuyas consecuencias arrostramos de una manera perversa, como una pesada carga que nos han echado a las espaldas, sin comerlo ni beberlo, sin haber participado de su inicio ni de su desarrollo y sin saber ni cuándo, ni cuál será su final, si es que lo hubiere.
Hastío ante una clase política inepta, bárbara y primitiva, que no se dedica a cantar ni a contar sus menesteres, en lo que atañe a su casa, a narrar sus venturas y sus miserias, sino a destrozar al adversario, a despotricar contra el opositor, al aquel, y tú más, al que tan acostumbrados nos tienen, así como a las corruptelas, al nepotismo y al abuso de autoridad que con tanta soberbia despliegan por doquier.
Hastío ante los poderes económicos, auténticos tiranos de la modernidad, que con sus sutiles armas de guante blanco, atracan, asaltan y saquean diariamente a multitudes en cada operación, en cada transacción, en cada una de las acciones que despliegan cuando de manejar las cuentas de los incautos clientes se trata, cual usureros voraces del siglo veintiuno.
Hastío ante un País, que sigue arrastrando rémoras pesadas como losas provenientes de siglos y que somos incapaces de dejar atrás. Continuamos manteniendo costumbres bárbaras, anacrónicas y profundamente incompatibles con la cultura que se manifiestan en la denominada fiesta nacional y otras afines.
Hastío por la permisividad que este gobierno – y no digamos el que se avecina – tiene para con la soberbia, engreída y altiva iglesia católica, que con su posición de privilegio, absolutamente injustificado, abusa de su condición – cuando los practicantes no llegan ni al 25% - en un País, que según su constitución se declara aconfesional.
Hastío ante el hecho de que seguimos siendo un país donde la educación y el respeto, así como la cultura en general y no digamos la formación académica de nuestros jóvenes, nos lleva a situarnos en los últimos lugares de Europa, lo cual resulta vergonzante para una nación que se precia, según sus gobernantes, de ocupar la décima potencia industrial del mundo, pero que de hecho es ninguneada continuamente por las potencias occidentales.
Hastío ante los poderes públicos en general, que han logrado que los ciudadanos se alejen cada vez más de ellos y se pregunten dónde quedó el tan cacareado Estado Social y de Derecho.

No hay comentarios: