jueves, 2 de febrero de 2012

COMO EL QUE OYE LLOVER

Apenas un mes de estancia en el poder del nuevo gobierno y ya se van perfilando las líneas maestras que van a seguir y que no están defraudando en absoluto a quienes, como yo, no esperaba otra cosa que lo que está sucediendo, al contrario de tanta gente como veo que muestran cara de cierto asombro teñida de una mal disimulada sorpresa ante lo que están viendo - pese al poco tiempo transcurrido – que quizás no esperaban o, en todo caso, pensaban que llegaría bastante más tarde.
Partamos de la base de que quién les habla, lleva absteniéndose ya varios años a la hora de votar, por razones que no creo vengan a cuento, y, que en todo caso, es un derecho que me acoge como a quiénes deciden lo contrario y disfrutan introduciendo el papel en la urna, o simplemente, lo consideran una obligación o incluso, que haberlos haylos, que son eminentemente prácticos y desde ese punto de vista emiten su veredicto premiando a unos y castigando a otros e incluso con el voto en blanco a modo de queja, protesta o deseo de dejar constancia de su protesta ante unas circunstancias con las que no congenia.
Defiendo ese derecho a manifestarse libremente y ni me molesto en analizar una u otra posición. No soy quién para ello, cada uno puede ejercer el supuesto de equivocarse o no, pero lo que me solivianta en extremo es que después, vistos los hechos, se lleven la mano a la cabeza ante la que se le viene encima, al contemplar cómo se ven defraudadas todas sus expectativas y echadas por tierra todas sus ilusiones de cambio, nuevos aires o rumbos diferentes a los últimos seguidos por el equipo anterior que, se supone, también le defraudó y a ello se debe el cambio de orientación de su voto.
Considero que la democracia, como quizás no pueda ser de otra manera, es alternancia, bocanadas de aire fresco de vez en cuando con el objeto de refrescar las poltronas con frecuencia, para que nadie se acomode a ellas de tal manera, que se convierta en un vegetal, mero gestor de su puesto, cuya meta suprema es, precisamente, la de conservarlo a perpetuidad.
Es por ello que mantengo discusiones de vez en cuando en este sentido, cuando partidarios de uno de los dos partidos, digamos únicos, desearía que se mantuviera eternamente en el poder, inasequible al desaliento al contemplar cómo llevan a cabo su labor de una forma desastrosa, siendo conscientes de que lo están haciendo rematadamente mal, pero no por ello dan su brazo a torcer prefiriéndolos a los otros, a los opositores a los cuales, más que contrincantes, consideran los enemigos a batir y a permanecer en el ostracismo por los siglos de los siglos.
Pero esto no es ni lógico ni razonable y mucho menos deseable. En esos casos, el corazón se impone a la razón y son capaces de votar a los suyos indefinidamente, por no dar su brazo a torcer. La derecha contra la izquierda, los buenos contra los malos, los míos contra los otros, la obcecación y la subjetividad más acendradas contra la objetividad lógica y razonable.
Llegados a este punto, hemos de reconocer que los hay que sí reconocen los defectos propios, y, en consecuencia, saben que no deberían mantenerles su confianza, pero es superior a ellos y se abstienen, no dan su brazo a torcer y no permiten que un poco de aire fresco penetre por la ventana, nada de cambios.
Y, definitivamente, otros en el mismo caso, deciden cambiar el sentido de su voto y traicionando a los suyos, se lo dan al contrincante, en la esperanza de que algo cambie, ya que peor que estamos es imposible, castiguémosles y otorguemos nuestra confianza a aquellos que nunca pensamos podríamos votar, que se enteren, que sepan que lo han hecho mal, que hasta es posible que los otros lo hagan mejor.
Después de tantas tribulaciones, el sufrido votante analiza la labor del nuevo gobierno después de un mes en el poder. Se encuentra con la consabida subida de impuestos cuando juraba y perjuraba que no lo haría, con recortes sobre los recortes ya establecidos, la Ley del Aborto vuelve a sus orígenes de hace un millón de años, la asignatura de Ciudadanía al cesto, y queda tal como la querían los obispos y la derecha más reaccionaria. Y paro de contar, porque para treinta días ya tenemos más que bastante.
Sus votantes, a callar, y apretarse los machos, que para eso el suyo es un voto cautivo. Los de la parte contraria, el consabido, ya lo sabían, o es que se podía esperar otra cosa, mientras los que como yo, se han abstenido, a contemplar los acontecimientos desde la galería, como el que oye llover.
Quedan por fin los que cambiaron el sentido de su voto, perplejos ellos, arrepentidos y cabreados, exhibiendo la indefinible cara de incredulidad que se les ha quedado después de tamaña aventura al cambiar su voto e ir comprobando – porque aún queda mucho por ver – que su cambio de aires, o de chaqueta, les dirán algunos - de nada les ha servido.

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