miércoles, 15 de julio de 2020

ANATOMÍA DE LA DESOLACIÓN

Han pasado ya tres semanas del comienzo de la mal llamada nueva normalidad, o del final del peor denominado aún, estado de alerta, que ha dejado al País exhausto, descompuesto y sumido en una especie de melancólica tristeza, que contrasta con la alegre y tradicional vitalidad de una ciudadanía, que no consigue sacudirse una imagen de aflicción y desamparo que se materializa sobre todo en los parques , dónde los niños apenas aparecen, lamentándose su ausencia que nos priva de su alegría contagiosa tan necesaria en estos tiempos de devastación y oprobio, que se manifiesta a todas horas y en todos lugares, con la simple presencia de la gente portando la obligada y lastimosa mascarilla, que nos señala como individuos que estuvieran en  permanente estado de un penoso y lamentable carnaval, disfrazados, imagen que nos persigue allá dónde vamos, sin excepción alguna.
Arrastramos una perversa situación, que sabemos ahora, no va a mejorar, que va para largo, que no tiene fecha de caducidad, que nos va a perseguir cada día, sabiendo que se acabaron los buenos tiempos, la vida despreocupada y más o menos alegre, que muchos se podían permitir, y que empeora notablemente la de quienes ya tenían problemas, que ahora se van a incrementar con la inminente llegada de los ajustes, recortes, y otras negativas nuevas, que habremos de soportar para recomponer una economía destrozada y una sociedad cansada, hastiada y afectada por estos duros y desalentadores tiempos que nos ha tocado vivir.
Asombra, conmueve y desalienta contemplar una España extraña, desolada, minimizada, vacía, dónde el verano movilizaba a amplios sectores de la población en busca de las playas, de las fiestas, del descanso reparador y necesario del estío agotador, que ahora apenas contempla  estas actividades, que se han visto reducidas notablemente, en unos casos y anuladas en otros muchos, ante una angustiosa situación económica y laboral que afecta a un importante sector de la población, que en otros casos se ha decidido por la precaución, ante el miedo que esta pandemia ha desatado, y que les condiciona a la hora de decidirse a viajar o a tratar de salir del lamentable estado en que nos ha postrado este odioso confinamiento que hemos tenido que soportar durante tanto tiempo.
Recorrer pequeños pueblecitos de la meseta, antes tan animosos y concurridos en verano, y ahora tan solitarios, con las pocas gentes nativas y las que acuden de la ciudad, con sus mascarillas ocultándoles la cara, es un espectáculo estremecedor, siniestro y oscuro, que lleva con resignación la gente mayor, que vivió la guerra y la posguerra, y que no salen de su asombro ante semejante desatino en el que vivimos, del que ellos, sobre todo, ninguna culpa tienen, como el resto de los ciudadanos de a pie, que aunque nos preguntemos una y otra vez, quizás nunca sabremos qué está pasando, qué ha motivado este desastre, y, sobre todo, si los hubiere, quién, cómo y por qué se llevó a cabo, si quizás por nuestro estilo de vida todos somos culpables, o si somos víctimas de una brutal confabulación que ha trastocado nuestra existencia.
No hay respuestas, nadie nos dice qué ha pasado, salvo la explicación inicial, que no satisface a casi nadie, o la que implica a las principales potenciales, que se acusan mutuamente, o la de los agoreros de todo tipo que aventuran teorías más o menos fantásticas, que no convencen a nadie, y que no consiguen más que crear una confusión tal, que no hace sino alejarnos aún más de una verdad que posiblemente jamás conoceremos.
No nos queda más que el recurso a la resignación y a la dolorosa sensación de que algo o alguien juega con nuestro destino, y a vivir con el miedo de nuevos desastres que continuamente nos anuncian para un incierto futuro, mientras volviendo la vista atrás, contemplamos un pasado desolador con millares de víctimas, que son muchas más, según todos los indicios, de las reconocidas oficialmente, como son muchos los errores cometidos al comienzo de la pandemia por los gobernantes, que, por supuesto, nadie asumirá, con lo que a los ciudadanos sólo nos queda, el miedo, la resignación, y un punto de profunda rabia e indignación contenidas, ante tanto desamparo y tanta desolación.

No hay comentarios: