viernes, 14 de mayo de 2021

ES DE BIEN NACIDOS

                   Mi madre, La Tía María, con ese título familiar que utilizamos en los pueblecitos por tierras de Segovia, en este caso, Duruelo, dónde nacimos, era una mujer buena, en el mejor sentido de la palabra, buena a carta cabal, buenamente reconocida por todos los que la conocieron, que hablan de ella como la persona que poseía una bondad sin tacha, que se preocupaba por todos los que la necesitaban, y que que acostumbraba a decir aquello de “es de bien nacidos ser agradecidos”, que a mí no se me ha olvidado, que recordaré siempre, y que procuro aplicar cuando la ocasión lo requiere, y que ha surgido ahora, cuando me dispongo a escribir una carta de agradecimiento a las gentes del un pueblo de Segovia, Muñoveros, adónde llegué, con mi familia, al comienzo de la década de los años sesenta.

              Mi padre, Marcelino, fue destinado allí, como secretario del ayuntamiento, dónde ejerció durante diez años, aproximadamente. Mi madre, María, y mis hermanos, Antonio y Pablo, completaban esta familia, que siempre guardó, y guarda, un excelente y grato recuerdo de Muñoveros y sus gentes. Un amigo que conservo de aquellos tiempos, me ha enviado el libro Juan Bravo y Muñoveros, por el que felicito a todos sus colaboradores, al centro cultural Juan Bravo, y al ayuntamiento que ha colaborado en su brillante edición, que ha despertado en mí, numerosos recuerdos de aquella feliz época, intensa en vivencias y amistades que celosamente conservo y que mantendré para el resto de mis días.

Tenía apenas una decena de años, o pocos más, cuando llegué. Uno de mis primeros recuerdos me conducen de inmediato a una entrevista con el inefable Don Basilio, el cura del pueblo, genio y figura, con un fuerte temperamento, y un carácter de tres pares de demonios, con perdón, que igual detenía la misa en cualquier momento para echarnos la bronca a los que armábamos jaleo al fondo de la iglesia, que cerraba las puertas al cabo de unos minutos de comenzada la misa, como nos ocurrió a mí y al alcalde, que en vista de los acontecimientos, decidimos ir al bar a tomarnos algo, para celebrar el año nuevo, ya que, a la sazón, era el primer día del año.

La entrevista con Don Basilio, no tiene desperdicio. Yo, en Duruelo, cobraba dos pesetas por ayudar a misa, lo que por entonces constituía toda una fortuna. De hecho, mi primer reloj, me lo financié con los ahorros de tan rentable, religiosa, y loable labor diaria. Cuando Don Basilio me ofreció entrar en la nómina de monaguillo, que para eso me llamó, pregunté por el sueldo. Como su repuesta fue, que semejante trabajo era oficio de ángeles, mi respuesta inmediata, que pueden imaginar, fue recomendarle a quien debía recurrir entonces. Por supuesto, allí acabaron todas las negociaciones laborales con el Sr. Cura. Jamás ejercí de monaguillo.

Fueron años que jamás olvidaré, durante los cuales disfruté en todos los sentidos e hice mis mejores amigos. No se me olvidan los lugares de encuentro, los bares, en casa de La Bárbara, La Dolores, y Paco. En éste último, vimos la llegada a la Luna en el sesenta y nueve. En verano, los que disponíamos de coche, los llevábamos a la plaza, y allí, rápido, los llenábamos para cualquiera de las numerosas fiestas de los pueblos de los alrededores. Los domingos, invariablemente, a la discoteca de Cantalejo, ya lloviese, nevase o cayesen chuzos de punta.

Impagables las noches de verano cuando nos reuníamos para robar sandías, afición que en más de una ocasión acababa en carreras de fondo, cuando el propietario nos pillaba con las manos en la masa. Recuerdo las fiestas de San Félix, la romería de Ecce Homo y San Cristóbal, con la degustación del exquisito cuarto de asado que solía tener lugar en el salón de otro bar, en la salida hacia Turégano, y cuyo nombre no recuerdo.

Mi hermano Pablo, que poseía una minusvalía severa, que no obstante no le impidió incluso conducir, mantuvo contacto con Muñoveros y sus gentes durante muchos años después de irnos. Quiero agradecer a todos, el excelente trato que siempre le dispensaron. Para él, siempre dijo, su pueblo era Muñoveros. Nos contaba, que llegaba al pueblo y entraba en cualquier casa, ¡se puede! decía mi hermano ¡pasa Pablo, hasta la cocina! Lo mismo sucedía con el resto de la familia. Mientras estuvimos allí, en aquellos agradables años, todos fuimos acogidos con un sincero y respetuoso afecto, que siempre agradeceremos.

Tengo una asignatura pendiente con Muñoveros. Mis amigos de entonces, que lo siguen siendo ahora, me recuerdan y censuran, el hecho de que hace muchos años que no voy por aquellos lares. Llevan razón. Sin duda volveré. No me unen más que gratos recuerdos hacia ese pueblo y sus buenas gentes. Con la mano en el corazón, en mi nombre y en el de mi familia, gracias a todos, pues como decía mi madre, es de bien nacidos ser agradecidos. Un abrazo.

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