Mi madre, La Tía María, con ese título familiar que utilizamos en los pueblecitos por tierras de Segovia, en este caso, Duruelo, dónde nacimos, era una mujer buena, en el mejor sentido de la palabra, buena a carta cabal, buenamente reconocida por todos los que la conocieron, que hablan de ella como la persona que poseía una bondad sin tacha, que se preocupaba por todos los que la necesitaban, y que que acostumbraba a decir aquello de “es de bien nacidos ser agradecidos”, que a mí no se me ha olvidado, que recordaré siempre, y que procuro aplicar cuando la ocasión lo requiere, y que ha surgido ahora, cuando me dispongo a escribir una carta de agradecimiento a las gentes del un pueblo de Segovia, Muñoveros, adónde llegué, con mi familia, al comienzo de la década de los años sesenta.
Mi padre, Marcelino, fue destinado
allí, como secretario del ayuntamiento, dónde ejerció durante diez años,
aproximadamente. Mi madre, María, y mis hermanos, Antonio y Pablo, completaban esta
familia, que siempre guardó, y guarda, un excelente y grato recuerdo de
Muñoveros y sus gentes. Un amigo que conservo de aquellos tiempos, me ha
enviado el libro Juan Bravo y Muñoveros, por el que felicito a todos sus
colaboradores, al centro cultural Juan Bravo, y al ayuntamiento que ha
colaborado en su brillante edición, que ha despertado en mí, numerosos
recuerdos de aquella feliz época, intensa en vivencias y amistades que
celosamente conservo y que mantendré para el resto de mis días.
Tenía apenas una decena de años, o
pocos más, cuando llegué. Uno de mis primeros recuerdos me conducen de
inmediato a una entrevista con el inefable Don Basilio, el cura del pueblo,
genio y figura, con un fuerte temperamento, y un carácter de tres pares de
demonios, con perdón, que igual detenía la misa en cualquier momento para
echarnos la bronca a los que armábamos jaleo al fondo de la iglesia, que cerraba
las puertas al cabo de unos minutos de comenzada la misa, como nos ocurrió a mí
y al alcalde, que en vista de los acontecimientos, decidimos ir al bar a tomarnos
algo, para celebrar el año nuevo, ya que, a la sazón, era el primer día del
año.
La entrevista con Don Basilio, no
tiene desperdicio. Yo, en Duruelo, cobraba dos pesetas por ayudar a misa, lo
que por entonces constituía toda una fortuna. De hecho, mi primer reloj, me lo
financié con los ahorros de tan rentable, religiosa, y loable labor diaria.
Cuando Don Basilio me ofreció entrar en la nómina de monaguillo, que para eso
me llamó, pregunté por el sueldo. Como su repuesta fue, que semejante trabajo
era oficio de ángeles, mi respuesta inmediata, que pueden imaginar, fue
recomendarle a quien debía recurrir entonces. Por supuesto, allí acabaron todas
las negociaciones laborales con el Sr. Cura. Jamás ejercí de monaguillo.
Fueron años que jamás olvidaré,
durante los cuales disfruté en todos los sentidos e hice mis mejores amigos. No
se me olvidan los lugares de encuentro, los bares, en casa de La Bárbara, La
Dolores, y Paco. En éste último, vimos la llegada a la Luna en el sesenta y
nueve. En verano, los que disponíamos de coche, los llevábamos a la plaza, y
allí, rápido, los llenábamos para cualquiera de las numerosas fiestas de los
pueblos de los alrededores. Los domingos, invariablemente, a la discoteca de Cantalejo,
ya lloviese, nevase o cayesen chuzos de punta.
Impagables las noches de verano
cuando nos reuníamos para robar sandías, afición que en más de una ocasión
acababa en carreras de fondo, cuando el propietario nos pillaba con las manos
en la masa. Recuerdo las fiestas de San Félix, la romería de Ecce Homo y San
Cristóbal, con la degustación del exquisito cuarto de asado que solía tener
lugar en el salón de otro bar, en la salida hacia Turégano, y cuyo nombre no
recuerdo.
Mi hermano Pablo, que poseía una
minusvalía severa, que no obstante no le impidió incluso conducir, mantuvo
contacto con Muñoveros y sus gentes durante muchos años después de irnos.
Quiero agradecer a todos, el excelente trato que siempre le dispensaron. Para
él, siempre dijo, su pueblo era Muñoveros. Nos contaba, que llegaba al pueblo y
entraba en cualquier casa, ¡se puede! decía mi hermano ¡pasa Pablo, hasta la
cocina! Lo mismo sucedía con el resto de la familia. Mientras estuvimos allí, en
aquellos agradables años, todos fuimos acogidos con un sincero y respetuoso
afecto, que siempre agradeceremos.
Tengo una asignatura pendiente con
Muñoveros. Mis amigos de entonces, que lo siguen siendo ahora, me recuerdan y
censuran, el hecho de que hace muchos años que no voy por aquellos lares.
Llevan razón. Sin duda volveré. No me unen más que gratos recuerdos hacia ese
pueblo y sus buenas gentes. Con la mano en el corazón, en mi nombre y en el de
mi familia, gracias a todos, pues como decía mi madre, es de bien nacidos ser
agradecidos. Un abrazo.
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